Metáfora habitual en algunas escuelas filosóficas, la del horizonte se nos ocurre un buen orientador de los propósitos que asumimos los editores de una revista académica con estas características.
El horizonte, estrictamente descripto, aparece en primer lugar como limitación. Pero si revisamos la experiencia visual misma a que nos remite la figura, recreando el estado de cosas mentado por ella, descu­brimos que si bien es un límite más allá del cual no se puede ver, a la vez acompaña la direccionalidad de la vista en su ir avanzando.
La línea imaginaria que separa cielo y tierra, delimita y esclarece los dos campos, por un lado, y se constituye en condición de posibilidad para el mirar, por otro/Es un más allá del cual no se puede ver, es cierto; pero esto ocurre porque si no estuviera así dado a la mirada, no resultaría un ver el otro lado, o un ver más, u otra cosa, sino más bien la imposibilidad absoluta de ver. Es posibilidad y campo desde donde la posibilidad se experimenta, a la vez que infinitud extendida de la mirada que avanza. El horizonte no tiene lugar, no es lugar en sí mismo, pero es condición de todo lugar. Así, el mundo en su totalidad queda tematizado como hori­zonte absoluto; hasta donde alcancen nuestras fuerzas y nuestra capa­cidad para extender la mirada.
Hay un matiz intencional en el plural del nombre, pues si bien estamos prevenidos de los pausterizados intentos por disolver campos disciplinares, que todo lo homogenizan para en definitiva inhabilitarse del escuerzo teórico, sabemos que lo filosófico no puede elaborarse en el desconocimiento de la pluralidad. De allí que nos disponemos con esta publicación a contribuir al diálogo entre las más diversas corrientes, visiones y lenguajes. Y desde esa actitud, que reconoce la especificidad de los horizontes filosóficos, disponernos también a recibir la voz de los resultados de las ciencias sociales y de los saberes humanísticos.