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DESPERTAR Y ESCRIBIR: SIGISMUND FREUD, SUS CARTAS JÓVENES


*ARIEL PERNICONE


silariel@ciudad.com.ar



Nota Editorial:


En el presente escrito Ariel Pernicone comparte un singular recorrido acerca del joven Freud. Un Freud relatado desde la intimidad puberal, sexual, y algunas de sus curiosidades e inquietudes más profundas que fueron tomando cuerpo en sus investigaciones. Mucho de lo cual va a desprenderse de los intercambios escritos, confidenciales que iba teniendo con su entrañable amigo Eduard Silberstein. El autor plantea que “esos intercambios testimonian acerca de la intensidad de un despertar de sus vivencias sexuales y la avanzada del sentir adolescente, sus primeros amores pasionales, sus ensueños románticos, así también como una bella pincelada de su precoz interés por la filosofía, la poesía, que no estaba exenta del goce, el sentido del humor y particularmente de su curiosidad por el enigma femenino”. El recorrido que nos propone Pernicone va trazando aspectos relacionados con metamorfosis puberal, despertar sexual, exploración del deseo y advenimiento de la escritura, “no sin la presencia de algunos síntomas en el camino, como respuesta posible en la adolescencia, es la secuencia que encontramos allí por los años juveniles de Freud, a partir del año 1871”. El escrito se nutrirá de diferentes autores, entre ellos: Freud, Lacan, Duras, Wedekin, Garcia, articulando y aportando rigor al recorrido. Tormenta y empuje serán términos tomados por el autor en carácter de significantes que atraviesan la adolescencia. Otra arista del trabajo incluirá la práctica clínica del autor articulando fragmentos de un caso de un niño de 11 años de edad y su recorrido en análisis. Dándole un lugar privilegiado a la escritura y la invención.


Palabras clave: Adolescencia; psicoanálisis; empuje; escritura.



Editorial Note:


Awakening and writing. Sigismund Freud: his young letters.


In the present article, Ariel Pernicone shares a singular research about the young Freud. Freud is seen from pubertal, sexual intimacy and some of his deepest curiosity and restlessness that would go on taking shape in his researches. Much of these were gathered from his correspondence with his friend Eduard Silberstein. The author settles that “those interchanges give an account of the awakening of Freud´s sexual experiences and the ongoing of his adolescent feeling, his first passionate loves, his romantic dreams, as well as a fair brushstroke of his early interest on philosophy and poetry, that wasn´t exempted from the enjoyment, sense of humor, and particularly, his curiosity about the enigma of femininity”. The trace proposed by the author considers aspects related to pubertal metamorphosis, sexual awakening, exploring of desire and writing advent considering the presence of some symptoms as a possible response in adolescence. The writing refers to several authors: Freud, Lacan, Duras, Wedekin, García, among others. Storming and drive are central concepts related to adolescence according to the author. The article also includes a clinical vignette from the analytical work with an eleven year old boy.


Key words Adolescence; psychoanalysis; awakening; writing.



Reseña curricular:


*Psicoanalista.

Director de la Revista digital de psicoanálisis con niños “Fort-da”. Coordina el área de psicoanálisis con niños en EDUPSI, Programa de seminarios por Internet en Psicomundo. Co- autor junto a Mirtha Benítez del libro: “Fobias en la infancia” – De la historia biográfica de la familia Graf a la fobia en el discurso del psicoanálisis. Ed. Letra Viva.

Despertar y escribir: Sigismund Freud, sus cartas jóvenes1


Comienzo con un primer epígrafe, una frase de Freud, de 1935, es decir cuatro años antes de su muerte, evocando en su texto Estudio autobiográfico, algo acerca de su tiempo de juventud.

“….Después del rodeo de toda una vida por las ciencias naturales, la medicina, y la psicoterapia, mi interés volvió a aquellos problemas culturales que habían atraído antaño al muchacho cuando en él apenas se había despertado el pensamiento…”

(Freud, 1935)


Otro epígrafe, ahora sobre el escribir:


“….la escritura llega como el viento, está desnuda, es la tinta, es lo escrito y pasa como nada pasa en la vida, nada, excepto eso, la vida.”

(Marguerite Duras, 1994)


Corría el año 1871, cuando el joven Sigismund Schlomo Freud se dispuso a escribir la primera carta dirigida a su entrañable amigo Eduard Silberstein.

Por entonces tenía apenas quince años y ya desde sus trece, en plena metamorfosis puberal, había decidido rebautizarse, al acortar su nombre por el de Sigmund, tal como sería reconocido finalmente en la historia.

La serie de alrededor de 70 cartas que cursaron entre ellos a lo largo de diez años, cuyos originales permanecen atesorados en los Archivos Sigmund Freud, en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos en Washington, testimonian acerca de la intensidad de un despertar de sus vivencias sexuales y la avanzada del sentir adolescente, sus primeros amores pasionales , sus ensueños románticos , así también como una bella pincelada de su precoz interés por la filosofía, la poesía, que no estaba exenta del goce, el sentido del humor y particularmente de su curiosidad por el enigma femenino.

Además nos permiten intuir, esas cartas, el valor fundamental que la escritura tuviera para él desde muy temprano en su vida, conteniendo en esas juguetonas letras, delineadas en clave de juventud, una pequeña muestra de antecedencia de la gestación del pensamiento del creador del psicoanálisis.

Un despertar sexual anudado a la escritura, marca central determinante del estilo literario que precipitaría en su enseñanza y su forma de construir su teoría.

Al parecer, siempre afecto a las sociedades secretas, Freud propondría por ese tiempo a su amigo Eduard, crear una sociedad secreta de a dos, a la que fundarían bajo la nominación de “Noble Academia Española”, ya que la misma tendría por característica, un esfuerzo por comunicarse en sus cartas en el idioma castellano, como forma de mantener en privado sus primeras vivencias sexuales, sus “más íntimos asuntos”, que acompasaban su agitada metamorfosis e ideas propias de ese momento.

Para sellar aún más su pacto y modo de escribirse, con cierto toque cómico, tomarían de la novela Coloquio de los perros, de Miguel de Cervantes Saavedra los pseudónimos Berganza y Cipión, apropiándose Freud de este último. La propuesta estaba inspirada en la mutua promesa que se hacen estos personajes de hablarse con total franqueza. Dos perros que mantienen una intensa conversación sobre sus experiencias de vida, al comprobar que han adquirido la repentina facultad de hablar durante las noches.

En la obra de Cervantes podremos leer en los dichos de Cipión, pseudónimo encarnado por Segismund ante su amigo, lo siguiente: “Habla hasta que amanezca, o hasta que seamos sentidos; que yo te escucharé de muy buena gana, sin impedirte sino cuando lo viera necesario”. (Miguel de Cervantes Saavedra, 2008)

Un Freud joven que no desdeñaba ya el amor por la verdad, la palabra franca, escuchar de buena gana hasta que fuera necesario.

Obviamente en su esencia, esa necesidad de comunicarse y entrar en diálogo con un par en torno al encuentro que el impacto con lo real del cuerpo, la irrupción de los signos somáticos propios de la pubertad y los deseos con relación al partenaire sexual, así como la respuesta sintomática que la adolescencia promueve, no es muy distinta en su estructura, excepto por su formato, tanto en aquellos tiempos como en los tiempos actuales que corren. Pero no deja de ser una agradable nota de color, suponer que en ese ingenioso diálogo epistolar gestado entre esos dos amigos, hacia el año 1871, que se prometieron conversar en códigos secretos, privados, sobre sus deseos sexuales, apremiados por los enormes tabúes morales que reinaban en su época victoriana, se constituyera un tiempo

iniciático muy germinal de lo que sería luego la construcción de un dispositivo que revolucionaría el tratamiento de ciertas cuestiones de la subjetividad desde el siglo XX hasta hoy.

Llegaría por supuesto el tiempo posterior en el que Freud escribiría, ya como psicoanalista, sobre la metamorfosis de la pubertad, en sus Tres ensayos de teoría sexual, tan audaz para el año 1905 cuando fuera publicado, aludiendo a los cambios que con su advenimiento se introducen que llevan la vida sexual infantil a su conformación normal definitiva.

Un saber que en su experiencia pulsional de juventud ya había acicateado su propio cuerpo, llamando a la invención de la escritura, en los tiempos de esas cartas jóvenes, cuando Sigmund declamaba su aspiración de elevar esa escritura epistolar al rango de la creación poética. Escribir para otro y alojar al Otro en su escritura es lo que Freud comienza a esbozar con este primer corresponsal.

En sus cartas a Eduard Silberstein es posible leer muchas agitadas y también muy divertidas alusiones a las mujeres, aunque su misma intensa atracción fuera acompañada por la inhibición.

En este punto, al leer algunas de sus cartas, a la luz de nuestros días, causa un cierto efecto cómico que el adolescente Sigmund, en su necesidad de mantener en secreto sus deseos, decidiera bautizar a una de ellas en particular, de un modo muy especial como “Ichthyosaura”, curioso nombre de un animal prehistórico para referirse a su joven amada. “Ichthyosaura”, del latín, sauria de los ríos; cómica y erudita manera de nominar a ese misterioso ser llamado “mujer”, a la que este joven intelectual intentaba acercarse allí por sus dieciséis o diecisiete años y sobre quien alguna vez en su futuro, ya anciano, llegaría a pronunciarse con un agradable tono de humor irónico, así: La gran pregunta que nunca ha sido contestada, y a la cual todavía no he podido responder, a pesar de mis treinta años de

investigación del alma femenina es: ¿Qué quiere una mujer?.

Pero aún, en plena efervescencia, ilusionado por asomarse al misterio, un lugar particular ocuparía en sus confesiones en idioma ajeno, su primer enamoramiento fulminante por una joven de nombre Gisela Fluss, que fuera razón de sus desvelos por un largo período. “Mi primer arrobamiento”, según su propio escribir.

A los dieciséis años, uno antes de terminar el Gymnasium, Freud había regresado a visitar Freiberg, la ciudad en la que nació y fue allí donde se enamoró de una de las hijas de

la familia Fluss, amigos de sus padres. Gisela, una muchacha de trece años, fue motivo de muchos de sus relatos secretos en castellano, a quien sin embargo nunca se atrevió a confesar sus sentimientos, culpando de su imposibilidad a su timidez y absurdo hamletismo.

La enorme importancia que esta historia de amor adolescente tuviera para Freud, ingresaría con el tiempo como una pieza valiosa de su autoanálisis y quedaría rubricada para nosotros al reencontrarnos con Gisela en su escritura, en forma nuevamente velada, en la bellísima obra: Sobre los recuerdos encubridores de 1899.

Aquí, en una alusión autobiográfica, apenas desfigurada, retrataría un pequeño párrafo de la historia de “un hombre de 38 años, de formación académica…..del que yo pude librarlo de una pequeña fobia por medio del psicoanálisis…” Este hombre, Freud, evocaría quizás con menos pudor en ese texto, ya de adulto, de este modo, el final de esa historia con esta joven de la que se enamoró, y a la que mencionaría ahí como “mi primer entusiasmo, asaz intenso, pero mantenido en total secreto”:

“…es raro : cuando ahora en ocasiones la veo, por casualidad se ha casado aquí, me resulta extraordinariamente indiferente, y sin embargo puedo acordarme con precisión de cuán largo tiempo siguió ejerciendo efecto sobre mí el color amarillo del vestido que ella llevaba en el primer encuentro, toda vez que en alguna parte volvía a ver ese mismo color”.

Metamorfosis puberal, despertar sexual, exploración del deseo y advenimiento de la escritura, no sin la presencia de algunos síntomas en el camino, como respuesta posible en la adolescencia, es la secuencia que encontramos allí por los años juveniles de Freud, a partir del año 1871.

Primavera-

Faltarían 20 años aún para que la obra de Frank Wedekind, El despertar de la primavera. Tragedia infantil (1891), produjera su conocido impacto en los tiempos victorianos, al describir de la forma más cruda, algunas de las cuestiones sexuales y los conflictos velados de los adolescentes de su época. Su estreno teatral no pasaría desapercibido para un público que se vería de alguna forma conmocionado, y hasta escandalizado, por el testimonio de su mensaje.

Encontraremos allí la referencia de Jacques Lacan, quien aludiendo a dicho texto ubica la pubertad como un despertar. Me interesa en este sentido recortar particularmente una frase que escribirá como introducción al programa de la obra estrenada en Francia en 1974, frase que deseo resaltar por su vívida pincelada metafórica:

“De este modo aborda un dramaturgo, en 1891, el asunto de qué es para los muchachos hacer el amor con las muchachas, marcando que no pensarían en ello sin el despertar de sus sueños”.

Despertar

El despertar es un poético significante que remite a un pasaje. Un despertar también es el efecto de un relámpago, que en tiempos puberales comienza a ser convocado por los cambios corporales, los deseos inconscientes y por las fantasías que allí concurren a anudarse, en un segundo tiempo de la sexualidad, que ha sido inscripta en sus fundamentos primeros por los efectos leídos a posteriori, que el Complejo de Edipo ha dejado como marca estructural en la historia infantil del sujeto.

Freud señalaría como parte de la metamorfosis el cambio en la elección de objeto que supone un duelo por la pérdida del objeto edípico y la puesta en juego del complejo del semejante, el prójimo y la identificación con los pares.

La tormenta puberal desafía la estructura, sorprende, causa angustia, y promueve el tiempo en que el sujeto pone a prueba los “títulos en el bolsillo” (sic. Lacan), cuya escritura se inaugura en la primera infancia.

La precipitación de los cambios corporales, reestructuran también la relación con el espejo. La estructura así se moviliza por la irrupción del goce pulsional, que va a traducirse en las consecuencias a nivel del lazo social que supone el lazo sexual.

En la llamada adolescencia está la posibilidad de lograr otro modo de satisfacción dada por el encuentro con el otro sexo y la posibilidad del acto sexual.

Será en este punto en el cual todo sujeto se topará con ese real que Lacan nombrará con su fórmula de La no relación sexual, respecto de lo cual en el Seminario 21, dirá: “Todos sabemos porque todos inventamos un truco para llenar el agujero en lo real. Allí donde no hay relación sexual, eso produce troumatismo, entonces uno inventa, uno inventa lo que puede, por supuesto”.

¿Por qué no suponer entonces aquí, que la llamada para el discurso social “adolescencia”, no es ni más ni menos, que el síntoma con el que cada sujeto se las arregla, como puede, para responder a los efectos de la tormenta puberal y a ese imposible de decir respecto de la no relación sexual al que nos confronta el encuentro con el Otro sexo?

Soñar un puente - Escribir.

Recuerdo que siendo muy joven tuve un sueño en el que cruzaba un puente. El cruce no estaba exento de cierta cuota de angustia, quizás siempre inevitable en esos pasos que suponen los cruces de algunos puentes en la existencia. Lo conté, lo escribí, lo inscribí. Hay momentos en la vida en los que uno despierta y vale la pena escribirlos o algo es escrito a través nuestro, por efecto de su intensidad misma.

En este punto dejo aquí delineada una frase que me gustó muchísimo de Margarite Duras quien escribió así sobre el escribir:

“La escritura es lo desconocido. Antes de escribir no sabemos nada de lo que vamos a escribir. Es lo desconocido de si, de su cabeza, de su cuerpo. Escribir no es ni siquiera una reflexión, es una especie de facultad que se posee junto a su persona, paralelamente a ella, de otra persona que crece y avanza, invisible, dotada de pensamiento, de cólera… Si se supiera algo de lo que se va a escribir, antes de hacerlo, antes de escribir, nunca se escribiría. No valdría la pena”.

Sturm und drang

 

La referencia al “Sturm und Drang” (tormenta y empuje), surgirá para nuestro interés, de un pequeño párrafo de una carta, en la cual Freud aconseja a su amigo Eduard. Freud destruyó muchas de sus cartas, así que no contamos con lo que le había escrito su amigo, pero sí con los originales de Sigmund joven, archivados en la Biblioteca del Congreso en Washington.

En la carta del 7 de marzo de 1875 se puede leer un párrafo valioso para este recorrido. Cuando Freud tenía cerca de 19 años, le escribe allí toda una teoría sobre lo que entendía que le estaba ocurriendo a Eduard, quien al parecer le había escrito antes, relatándole su apasionado enamoramiento por una joven. Freud se explaya extensamente dándole su opinión sobre lo que pensaba le ocurría a su amigo, y también sobre cómo estaba en juego la seducción y la participación de la madre de la joven. Hasta que finalmente concluye y le da una especie de sugerencia al amigo. Escribo textual:

Para ser franco apreciaría mucho más que abandonaras este momento de Sturm und drang (tormenta y empuje), sin duda lo harás pronto sin echarlo de menos en adelante” Invitaba pues a su amigo, tan apasionado como él por esa época, a abandonar la tormenta y el empuje. Son dos términos que retoma Germán García, en un libro de reciente publicación que se llama: Derivas analíticas del siglo, en el capítulo La abolición de la primavera. Ahí plantea que esa carta no se entiende, si no se sabe de dónde provienen esos dos términos, Sturm und Drang (tormenta y empuje).

Son términos que pertenecen al movimiento del romanticismo, que se opone al racionalismo de Kant y tiene a Goethe, escritor dilecto de Freud, como uno de sus principales representantes. Son los términos de un movimiento que abogaba por la expresión desde la sensibilidad en oposición al racionalismo. Un movimiento muy importante en la literatura, en las artes.

El Sturm und Drang fue un movimiento literario, que también tuvo sus manifestaciones en la música y las artes visuales, desarrollado en Alemania durante la segunda mitad del siglo XVIIII. En él se les confirió a los artistas la libertad de expresión a la subjetividad individual y, en particular, a los extremos de la emoción en contraposición a las limitaciones impuestas por el racionalismo de la Ilustración.

Germán García plantea que de esa carta y de algunos comentarios de Freud, quizás se podría desprender que para Freud, tormenta y empuje podrían ser dos significantes de la adolescencia, y que en esa carta, le está proponiendo al amigo abandonar ese asunto, como salida. Esto parece muy alejado en la historia, sin embargo en forma sorpresiva, o quizás no tanto, cierto azar, hizo que lo reencontrara en la clínica, en un pequeño relato de mi práctica que les paso a comentar ahora:

Un joven de once años, por el cual me consultan, en principio, porque tiene un intenso miedo a las tormentas. Se presenta angustiado y en sus relatos me dice que su miedo empieza en un momento en que estaba en su casa, el padre no estaba, estaba él con su madre y se produce una tormenta feroz, que hubo a fin de año, que desató sus temores.

Según evoca, ese día, con el avance de la tormenta, sintió que el agua empezaba a empujar con fuerza hacia adentro de su casa y que tal circunstancia le produjo una intensa angustia, al sentir que no podía detener el agua que inundaba con su fuerte empuje, mientras la tormenta no se detenía. Recuerda que a partir de ahí quedó muy asustado, y casi obsesionado con el clima. Comenzó desde entonces a observar las nubes, el viento, siempre atento, alerta, angustiado ante la posibilidad que se desate una nueva tormenta, y otra vez se produjera el empuje del agua hacia el interior de su casa, situación que deseaba evitar. Ese es el relato.

Eso que empuja, que viene de afuera, que le resultó sorpresivo, son todos los términos que empieza a articular mientras habla. Les recuerdo que el término drang (empuje), lo vamos a encontrar en la obra de Freud como uno de los términos de la pulsión.

Su relato continúa, en los sucesivos encuentros, hablando de diversas cuestiones que iba asociando a sus miedos, hasta que un día llega a un punto, en el cual ubica ciertas cosas que le pasaban en el cuerpo y entonces, hablando de esto asocia, que lo que antecedió al miedo a la tormenta, fue una ocasión en la que él estaba en el auto con su familia y al mirar fijamente hacia una esquina, vio a unas mujeres que estaban con “poca ropa, paradas en una esquina y se le veían las tetas”.

Según recuerda, allí, quedó sorprendido por esta situación que lo impactó mucho y dice: “sentí como un rayo o relámpago en el cuerpo”. Ahí es donde articula otro significante. Parece nombrar entonces, algo de un goce desconocido, ignorado, que de pronto irrumpe en su cuerpo, que empuja sorpresivamente y de alguna manera en el lenguaje, en la metáfora, empieza a ser nombrado, articulado, por la vía del síntoma. Lo que importa es que pudo empezar a hablar de eso.

Tiempo puberal en el que se presenta la invariante que hace a la estructura, respecto del despertar a la irrupción de lo pulsional en el cuerpo, al encuentro con el partenaire sexual y a la cuestión de la fórmula de la no relación sexual. Todas esas cuestiones de estructura que hacen que un sujeto, se las tenga que ver con tener que responder a eso. De alguna forma, cada uno de nosotros, ya sea en los tiempos de Freud, o en los tiempos actuales que corren, frente a ese elemento invariante, que es lo real “cada uno inventa el truco que puede”.


 

1 Nota del autor: El presente escrito ha surgido de una exposición que realicé en Buenos Aires, Argentina, en el marco del Coloquio realizado el 29 de Mayo del 2015, en freudiana, Institución de psicoanálisis, bajo el título “Los jóvenes y la práctica analítica”, coordinado por Miriam Fratini.

 

 

Referencias:

Cervantes Saavedra, M. (2008) El coloquio de los perros. Buenos Aires, Argentina: Artemisa Ediciones.

Duras, M. (1994) Escribir. Buenos Aires, Argentina: Ediciones Tusquets Editores.

Freud, S. (1899) Sobre los recuerdos encubridores. Tomo III. Buenos Aires, Argentina: Amorrortu Editores. 1979.

Freud, S. (1905). Tres ensayos para una teoría sexual. Tomo VII. Buenos Aires, Argentina: Amorrortu Editores. 1979.

Freud, S. (1935) Estudio autobiográfico. Buenos Aires, Argentina: Amorrortu Editores.

García, G. (2015) Derivas analíticas del siglo. Ensayos y errores. Buenos Aires, Argentina: Editorial Unsam.

Lacan, J (1973-1974) Seminario 21. Los incautos no yerran. (Los nombres del padre) Versión inédita. Escuela freudiana de Buenos Aires, Buenos Aires, Argentina.

Stevens, A. (1998) La adolescencia síntoma de la pubertad, en Actualidad de la práctica psicoanalítica, psicoanálisis con niños y púberes. Buenos Aires, Argentina: Ediciones Labrador.

Wedekind, F. (1891) El despertar de la primavera. Tragedia infantil. Buenos Aires. Argentina: Letra Viva.

Weinberg, G. (2009) Sigmund Freud. Cartas de juventud. Con correspondencia en español inédita. Colección psicoteca mayor. Barcelona, España: Gedisa.