Revista de Historia, N° 20, Diciembre 2019, pp. 234-239 Departamento de Historia, Facultad de Humanidades,
Universidad Nacional del Comahue.
ISSN-e 2591-3190
http://revele.uncoma.edu.ar/htdoc/revele/index.php/historia/index

Reseña

Aldo Marchesi, Hacer la revolución. Guerrillas latinoamericanas, de los años sesenta a la caída del muro de Berlín. Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 2019, 272 pp.

Mauricio Suraci*
suracimauricio@gmail.com

En América Latina durante las décadas del sesenta y setenta, temas como la trayectoria de las organizaciones de izquierda, la posición de Latinoamérica en la evolución geohistórica del capitalismo y la revolución ocupaban un lugar destacado en las agendas de investigación. En la esfera política, en cambio, la discusión estratégica y la revolución ocupaban el centro de las discusiones de las izquierdas pero también de las restantes posiciones del arco político. Tras las experiencias del terrorismo de Estado, esas prioridades cambiaron significativamente. En el caso de las producciones académicas que abordaron los procesos revolucionarios latinoamericanos, las interpretaciones que predominaron en las décadas de los ochenta y noventa estuvieron signadas por la urgencia condenatoria de la violencia revolucionaria o por versiones que ensayaban su defensa, solo en contadas excepciones se insinuaba la necesidad de un balance crítico. La vida política de las transiciones democráticas estuvo atravesada por fuertes tensiones políticas, por disputas de sentido(s) sobre el pasado reciente, que le asignaron un lugar central a las discusiones en torno al Terrorismo de Estado, la democracia, la memoria y la justicia. En ese nuevo contexto, la revolución ocupó una posición apenas marginal.

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* Profesor en Historia por la Universidad Nacional del Comahue. Asistente de docencia del Área Americana, Profesorado y Licenciatura en Historia, Facultad de Humanidades, Universidad Nacional del Comahue.

Hacer la Revolución estudia las guerrillas latinoamericanas, intentando superar varios de aquellos sesgos. Como obra historiográfica, está narrada desde una perspectiva regional, y si bien se concentra en algunos países del Cono Sur, pretende superar las historias producidas en clave nacional y las narrativas fragmentarias que han caracterizado el estudio de los procesos políticos de los sesenta y setenta. Su narrativa evidencia, además, la búsqueda de llevar a cabo un relato que evite ser condescendiente con alguna posición ideológica, sin por ello ocultar miradas políticas.

Aldo Marchesi es docente e investigador en la Universidad de la República, Uruguay. Sus temas de investigación son dictadura y democracia en Uruguay, la cultura política de izquierda en el Cono Sur de América Latina en las décadas del sesenta y setenta, memoria y derechos humanos. En este libro, Marchesi procura situar en su contexto socio político la trayectoria de las organizaciones de izquierda revolucionaria en América Latina entre los años sesenta y los años ochenta. El relato histórico se desplaza por Cuba, Bolivia, marginalmente Brasil, Uruguay, Chile y Argentina. Ese recorrido espacial está al servicio del análisis e interpretación de la trayectoria de cuatro organizaciones de la llamada nueva izquierda: el MNL Tupamaros, el MIR chileno, PRT-ERP argentino y MNL boliviano.

Una robusta investigación desteje las redes de conexión de estas y otras organizaciones, particularmente los intercambios que habilitaron la configuración de una cultura política transnacional en la dinámica de los debates políticos, en la “dialéctica” entre fuerzas revolucionarias y la contrarrevolución. Este es quizá uno de sus mayores aportes, pues el libro indaga en las relaciones políticas de partidos revolucionarios que adoptaron una estrategia armada luego de evaluar la viabilidad de misma. Reconstruye la cultura política de toda una generación de militantes a partir de estos intercambios y de las producciones de las organizaciones. Ello lo realiza con diversos recursos argumentativos y heurísticos, indagando en documentos públicos e internos de las organizaciones, en la prensa de la época, integrando experiencias vitales de los principales dirigentes, analizando testimonios y producciones teóricas de protagonistas, examinando discursos y prácticas, ideas, sentimientos y emociones. Para historizar la configuración de esa particular cultura política transnacional, el autor recupera los debates ideológicos centrales de la época, las prácticas políticas, analiza la moral y los sentimientos de una militancia que participa de la contracultura de los sesenta y setenta.

Un lugar central ocupa el análisis de las interpretaciones que estos actores hicieron de los procesos políticos durante los sesenta y setenta.

El contexto más amplio en el que Marchesi ubica las iniciativas de las organizaciones revolucionarias está dado por lo que la historiografía ha denominado La guerra fría latinoamericana, perspectiva que le permite plantear una alternativa a la noción ampliamente aceptada de que la revolución cubana de 1959 representó un parteaguas en la historia de la región. Esa mirada de mediana duración se complementa con otro de los propósitos expresados en sus comentarios introductorios: la pretensión de reconstruir la posición que ocupó América Latina en los sesenta globales.

En dicho contexto, el capítulo primero reconstruye los procesos de fines de los años cincuenta, el Impacto de la revolución cubana en las fuerzas políticas del Cono Sur, hasta la derrota del Che en Bolivia 1967, definida esta etapa como una primera ola de guerrillas revolucionarias.

Se describen las luchas político-sindicales de finales de los años cincuenta e inicio de los sesenta motivadas por las crisis de los modelos sustitutivos de importación y, asociado a estas luchas, se caracterizan procesos de ruptura en los partidos comunistas y socialistas - denominados de izquierda tradicional- por parte de jóvenes militantes que cuestionaban las tácticas políticas basadas en la lucha electoral. Se plantea que tanto en Chile como en Argentina y Uruguay, militantes disconformes dentro de los propios partidos comunistas y socialistas, junto a estudiantes universitarios, militantes sindicales, anarquistas y organizaciones trotskistas, dieron lugar a nuevas fuerzas políticas que evaluaron positivamente la revolución cubana, identificando aquellos aspectos que podrían adaptarse a contextos que presentaban diferencias sociales y geográficas con el país caribeño.

También se señala que, a lo largo de la década del sesenta, Cuba tendió lazos solidarios con otras experiencias revolucionarias y asumió la función de eje articulador de intercambios, de espacio de entrenamiento y de debate político de las izquierdas regional e internacional. Especial atención reciben tres acontecimientos de gran significación para la escena política latinoamericana pero especialmente para las izquierdas armadas de la región. Las conferencias Tricontinental (Conferencia de Organización de la Solidaridad de los Pueblos de África, Asia y América Latina, enero de 1966) y OLAS (Conferencia Latinoamericana de Solidaridad, julio de 1967) y la campaña del Che Guevara en Bolivia entre 1966 y 1967.

Durante estos años y al calor de los debates en torno a las opciones estratégicas, la percepción de la nueva izquierda cambió, pues las definiciones expresadas en Cuba durante estas conferencias confirmaron la posición de las organizaciones que proponían que la revolución debía ser continental y armada, en el marco de una lucha global contra el imperialismo.

Para Marchesi, esto implicó un balance por los militantes del Cono Sur de la teoría del foco rural y su adaptación a países como Uruguay con una estructura social diferente de la cubana, con predominio de llanuras y una población concentrada en espacios urbanos. De resultas de ese balance, de los debates entre izquierda tradicional y nieva izquierda, surgió la original creación de la guerrilla urbana implementada por Tupamaros, pero también toda una serie de acciones de gran poder simbólico. La radicalización de la izquierda se expresó en la aparición de una serie de publicaciones que devinieron en un espacio de intercambio, reflexión y análisis de los procesos políticos latinoamericanos. Periódicos como Punto final en Chile o Marcha y Época en Uruguay y revistas como Che, Pasado y Presente, Cristianismo y revolución en Argentina, posibilitaron una interpretación de la revolución cubana que permitieron apropiaciones con grados diversos de distancia crítica. En estos medios, según el autor, se analizaban los alcances del imperialismo, los avances de la revolución cubana, las vicisitudes de la vía pacífica al socialismo y toda una producción de militantes e intelectuales (Arismendi, Castro, Guevara, Régis Debray, Enríquez, Santucho entre otros) Aquellas fuerzas políticas de centro -o que no eran de izquierda, ni revolucionarias- vieron en la revolución cubana un modelo por las reformas políticas que se implementaron en la isla desde 1959. Mientras que las fuerzas de la nueva izquierda resaltaban la estrategia de desarrollo de una guerrilla rural orientada a la toma del poder como primer paso para lograr el socialismo. Esa construcción implicó una serie de definiciones que se instituyeron en las organizaciones revolucionarias, pero constituyendo una cultura política que trascendía lo partidario. Su contenido, analizada en buena medida por Marchesi, nos remite ni más ni menos que a la idea de revolución, a los sentidos atribuidos al cambio social, a lo que se denominó una “moral revolucionaria” y al problema de la violencia política.

Sin dudas, la profundidad de dichos temas, sus alcances éticos, ideológicos y políticos conducen al lector a preguntarse por los alcances heurísticos de categorías como repertorio de prácticas radicales propuesta para entender la cultura política de organizaciones que conscientemente se proponen una transformación radical de la sociedad.

Los capítulos dos, tres y cuatro, proponen un itinerario espacial por los países que funcionaron como receptores de los militantes exiliados a medida que el autoritarismo de los gobiernos se incrementaba o los golpes militares articulaban las fuerzas de la contrarrevolución y el terrorismo de Estado. La primera “estación” era el Uruguay del surgimiento de Tupamaros que recibía a los exiliados brasileños tras el golpe del 1964, golpe que marcaba el inicio de una nueva fase en la represión coordinada en los países del Cono Sur.

Para Marchesi, si bien las acciones de represión de escala regional que implicaron tareas de coordinación interestatal fueron anteriores al Plan Cóndor, la emergencia de la Junta Coordinadora Revolucionaria (JCR) en los años setenta desató una reacción de las fuerzas armadas de mayor alcance, orientadas a la persecución, represión, tortura, desaparición y muerte de los integrantes de la JCR. Los militantes políticos que operaban en o desde el Uruguay, con la llegada al gobierno de Pacheco Areco en 1967 y su política de represión, comienzan a migrar hacia países vecinos. El Chile de Allende devino refugio de viejos y nuevos exiliados, y en espacio receptor de notables intelectuales de todo el subcontinente: Dos Snatos, Marini, Zavaleta Mercado, Bambirra, Frank, Harneker, entre otros. Allí encontraron continuidad las teorías de la dependencia y un prolífico diálogo entre ciencia y política. La última estación del itinerario de militantes que evaden la represión al tiempo que ensayan sus tácticas políticas es Buenos Aires. El golpe contra Allende en 1973 obligó a militantes de Chile, Bolivia, Uruguay y Brasil migrar y convertir a la Argentina en lo que nuestro autor llama “la retaguardia de la revolución” entre los años 1973 y 1976. La década que va desde la llegada del Che a Bolivia en 1966 y el golpe en Argentina es el marco temporal de una sucesión de oleadas revolucionarias que encontró freno con el terrorismo de Estado y las políticas de exterminio de los revolucionarios.

El recorrido espacial está subordinado al enfoque transnacional y a un argumento que atraviesa buena parte del libro: el fracaso de una izquierda radicalizada que definió a la revolución de alcance regional como única estrategia política viable para la transformación social.

El capítulo quinto plantea indagar las posiciones políticas de una nueva izquierda que “sobrevive” a la transición democrática.

Marchesi nos propone navegar en estas convulsionadas décadas con una disposición que denomina “anacronismo controlado”, es decir, estar conscientes de que pertenecemos a una época que no es revolucionaria, pero que sí es profundamente violenta, incluyendo la política en un sentido general y la violencia política institucional.

Finalmente, es necesario reconocer que este libro podría estimular la rehabilitación de una discusión que tomó estado público -parcialmente y desde una singular mirada- con la carta abierta de Oscar del Barco allá por 2005. Es decir, una discusión que debería anudar los planos políticos, teórico, ideológico, pero también y necesariamente, el plano ético de cualquier estrategia de socialista.