Páginas de Filosofía, Año XXVI, Nº 29 (enero-diciembre 20245, 21-46
Departamento de Filosofía, Universidad Nacional del Comahue
ISSN: 0327-5108; e-ISSN: 1853-7960
http://revele.uncoma.edu.ar/htdoc/revele/index.php/filosofia/index
ARTICULOS/ARTICLES
POSMODERNIDAD Y DESOCIALIZACIÓN:
DISTINTAS APROXIMACIONES FILOSÓFICAS.
POSMODERNITY AND DESOCIALISATION.
DIFFERENT PHILOSOPHICAL APPROACHES.
Diego Miranda Toledo
Instituto de Filosofía
Facultad de Psicología y Humanidades
Universidad San Sebastián, Santiago de Chile
dlmiranda@uc.cl
https://orcid.org/0009-0007-7884-2995
Resumen
Uno de los rasgos que mejor describen a la posmodernidad es la
desocialización, entendida esta como el proceso a partir del cual
los vínculos sociales se debilitan y se fraccionan en una serie de
micronarrativas aisladas carentes de una significación estable y
duradera. Nuestro trabajo buscará justificar esta hipótesis a partir
del abordaje de un aspecto puntual de la filosofía de los autores
Zygmunt Bauman, Giles Lipovetsky y Byung-Chul Han,
ofreciendo de este modo una posible caracterización de los rasgos
societales que acompañan a la posmodernidad y que explican la
actual crisis de socialización que esta atraviesa.
Palabras clave: Modernidad; Posmodernidad; Desocialización;
Sujeto; Sociedad.
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DIEGO MIRANDA TOLEDO
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Abstract
One of the traits that best describes postmodernity is
desocialization, understood as the process by which social ties
weaken and break up into a series of isolated micro-narratives
lacking a stable and lasting meaning. Our work will seek to justify
this hypothesis by addressing a specific aspect of the philosophy
of the authors Zygmunt Bauman, Giles Lipovetsky and Byung-
Chul Han, thus offering a possible characterization of the societal
traits that accompany postmodernity and that explain the current
crisis of socialization that it is going through.
Keywords: Modernity; Postmodernity; Desocialization; Subject;
Society.
Introducción
Pese a que hay quienes consideran que en los últimos años el tema
de la posmodernidad ha caído en el olvido (Follari, 2010) y la irrelevancia
(Cotarelo, 2014), a nuestro entender, y desde que Lyotard lo introdujera
bajo la idea de la era del fin de los grandes relatos (Lyotard, 1987), la
pregunta por la posmodernidad ha suscitado una serie de reflexiones y
debates totalmente actuales que permiten dar cuenta de su absoluta
vigencia como problema filosófico. En este sentido se ha buscado
constantemente determinar a que nos referimos con posmodernidad
(Puentes, 2022) cuáles son sus características fundamentales (Herrera,
2000) y que sujeto es el que surge de ella (Magallón, 2013). En esta línea
autores han sostenido que la característica más preclara de la
posmodernidad y de la crisis que la acompaña consistiría en lo que se ha
dado a llamar desocialización (Fforde, 2013 y Rodríguez-López, 2024).
¿Qué implica esta desocialización y como entenderla? ¿en qué sentido se
la puede considerar el rasgo más característico de la posmodernidad?
¿cómo realizar, desde la filosofía, un abordaje de sus aspectos
fundamentales? Nuestro trabajo se propone aventurar posibles respuestas
a estas preguntas a partir de una lectura filosófica orientada por aspectos
específicos y puntuales de la perspectiva de distintos autores que han
reflexionado en torno a la posmodernidad y han ofrecido miradas
complementarias en torno a ella. Nos referimos a las nociones de
modernidad líquida del filósofo polaco Zygmunt Bauman, sociedad
narcisista del pensador francés Giles Lipovetsky y sociedad
desnarrativizada del autor alemán de origen surcoreano Byung-Chul Han.
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De esta manera, el itinerario que seguiremos en nuestro trabajo será el
siguiente: Comenzaremos con una breve reseña de los aspectos más
representativos que marcaron el paso de la modernidad a la
posmodernidad. A continuación, propondremos la lectura epocal del
filósofo polaco Zygmunt Bauman expresada en su noción de modernidad
líquida. Posteriormente, dejaremos que la perspectiva filosófica de Giles
Lipovetsky y su noción de sociedad narcisista guíe nuestra propuesta para,
finalmente, dar la palabra al filósofo Byung-Chul Han quien, con su
abordaje de la crisis de la narración, complementará las reflexiones
analizadas hasta ese momento. De este modo estaremos en condiciones de
ofrecer perspectivas profundas y complementarias a fin de entender mejor
la posmodernidad y la crisis de desocialización que la caracteriza,
constatando de este modo la total relevancia filosófica del tema.
De la modernidad a la posmodernidad
La modernidad correspondió a un período histórico que estuvo
marcado por una incesante y cada vez más vertiginosa serie de cambios en
el seno de las sociedades. Las revoluciones políticas, técnicas, culturales,
sociales y filosóficas atravesaron constantemente su línea del tiempo. Esto
repercutió decisivamente en todos los aspectos en los cuales se despliega
la existencia humana y se configura la sociedad. No hubo área de la vida
que no se viera impactada profundamente por esta nueva configuración
epocal. Cambios sociales, políticos, técnicos, industriales y económicos
acompañaron una serie de procesos que hicieron que la consistencia
centenaria, que había emergido como una de las mejores y más evidentes
conquistas de la Edad media, entrara en crisis. Esto llevó a una pérdida de
la estabilidad ontológica del individuo con la consiguiente disolución de
su identidad unitaria. De esta manera con la modernidad, la naturaleza
humana, antes considerada como estable y permanente, dada, indisoluble
y segura, pasó a ser una tarea obligada, vale decir, una construcción en
ejercicio; cada vez más desprovista de los referentes colectivos que
brindaban una guía de actuación (González, 2007). De este modo el sujeto
moderno, ya sin esos soportes milenarios que le habían dado firmeza y
estabilidad, se encontró a la deriva en la búsqueda de nuevas certezas a las
que aferrarse.
Junto a esto, y fruto de la industrialización, la modernidad también
estuvo marcada por el aumento en la movilidad humana y el éxodo masivo
de población del campo a la ciudad. Este proceso de urbanización
acelerada debilitó fuertemente los lazos comunitarios que daban al
individuo identidad y sentido de pertenencia. De este modo, en las
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sociedades modernas las personas pasaron a depender de instituciones
cada vez más impersonales. Esto repercutió en una fragmentación de las
relaciones sociales, llevando a lo que Charles Taylor denominó atomismo
social (Taylor, 1994)
1
. Todos estos cambios fueron haciendo crecer la
sensación de anonimato y alienación que acompañó al sujeto moderno. El
individuo, al ir perdiendo sus puntos de referencia para posicionarse en el
mundo, fue experimentándose cada vez más desconectado, no sólo de los
demás, sino también de sí mismo. En ese mundo moderno, dominado por
la lógicas cientificistas y subjetivistas del mercado y la eficiencia, los
sujetos fueron vivenciando cada vez con mayor fuerza un sentimiento de
vacío y desafección que los llevó a buscar nuevos lugares e instancias para
su autoafirmación. De este modo, comenzaron a surgir nuevas lógicas
societales que fueron determinando la manera en que los sujetos se
vinculaban entre sí. El sujeto moderno, en lugar de ser visto en su
individualidad como un ser único e irrepetible, comenzó a ser considerado
como un sujeto genérico, en tanto se buscaba definirlo a partir de modelos
de comportamiento y pensamiento ideales y preestablecidos los cuales,
inevitablemente, comenzaron a presentarlo de manera abstracta. De este
modo, y en la búsqueda de aferrar el individuo en una configuración
estable, emergen nociones que, si bien le permitían encontrarse dentro de
un marco determinado, le quitaban inexorablemente su particularidad.
Conceptos genéricos y abstractos como Súbdito (Hobbes), Rebaño
(Nietzsche), Sujeto trascendental (Kant), Sujeto alienado (Marx), entre
otros, se instalan en la modernidad y desplazan al sujeto concreto
reemplazándolo por una abstracción. Es aquí donde el paso de la
modernidad a la posmodernidad va a encontrar su más clara expresión. Y
es que si la modernidad se articuló a partir de la representación de
realidades fundamentadoras (Pallarés y Chivas, 2018), la postmodernidad
se fue configurando a partir de la crisis generada por una desconfianza
hacia los metas relatos que emergían como lugares de legitimación del
conocimiento, la cultura y el saber (Lyotard, 1987). Será precisamente esta
inestabilidad moderna la que ofrece el marco desde el cual entender a la
posmodernidad.
Si bien hay quienes consideran el correlato entre modernidad y
posmodernidad en clave de rompimiento (Flores y Villalobos, 2006),
superposición (Vattimo, 1985
2
) o incluso distancia cultural (Guzmán,
1
Cfr. Taylor 1994, 92.
2
Vattimo va a sostener que el “post” de la posmodernidad, es “espacial” antes que
“temporal” (Vattimo, 1985), vale decir, la posmodernidad, más ser la etapa sucesiva a la
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2004), otros autores sostendrán que es posible verificar tanto neas de
continuidad como de discontinuidad entre ambos períodos (Ruiz, 2010).
No obstante estas posibles lecturas, y pese a que la posmodernidad no
apareció en el mundo de manera uniforme y simultanea (Medina, 2010)
para Inglehart (1994) el paso de la modernidad a la posmodernidad se
puede resumir en cinco aspectos esenciales que dan cierta unidad al
fenómeno:
1. El paso de valores de escasez a valores postmodernos de
seguridad
2. Una menor eficiencia y aceptación de la autoridad burocrática
3. El rechazo del modelo occidental y el colapso de la alternativa
socialista
4. Una mayor importancia de la libertad individual y la experiencia
emocional y un rechazo de toda forma de autoridad.
5. Disminución del prestigio de la ciencia, la tecnología y la
racionalidad.
Todos estos rasgos van a tener como cauce natural y, diríamos,
inevitable, un proceso de desocialización caracterizado fundamentalmente
por los siguientes rasgos (Fforde, 2013):
a. Quedan gravemente comprometidos los mecanismos de
cohesión social
b. Las potencialidades del alma de formar comunidad
auténtica quedan fuertemente frustradas
c. El individuo es sometido a presiones que lo impulsan a vivir
una constante situación de anomia.
d. Se verifica una pérdida y empobrecimiento de los vínculos
sociales, con la consiguiente disminución del sentido comunitario.
Estas características resumen la marcada tendencia a la
desocialización en la que se ven insertos tanto la sociedad posmoderna
como el sujeto posmoderno y que explican, al menos en parte, la crisis de
representación e institucionalidad que atraviesa actualmente la sociedad.
Con el objeto de comprender más en profundidad esta crisis posmoderna
de desocialización pondremos a continuación la mirada en algunos
modernidad, vendría a ser el momento histórico que se posiciona sobre la modernidad
(Vásquez, 2011).
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aspectos puntuales de la perspectiva de tres filósofos que han hecho
aportes sustanciales a los debates en torno a la posmodernidad y que, a
nuestro entender, iluminan lúcidamente la reflexión.
Bauman y la modernidad líquida
Comenzaremos este recorrido con la reflexión realizada por el
sociólogo y filósofo polaco Zygmunt Bauman, quien ha ofrecido uno de
los más célebres análisis de la sociedad posmoderna. Su ya a estas alturas
icónica imagen de la Modernidad líquida emerge como una de las
metáforas más lúcidas para comprender y explicar, de manera plástica, las
lógicas a partir de las cuales se presenta y despliega, culturalmente, el
mundo que nos circunda (Arenas, 2011). Para el autor, los rasgos que mejor
definen a la sociedad actual son la fluidez y la velocidad con que se
mueven las identidades que la componen (Chapsal, 2022). Esto ha
quedado expresado con la imagen de lo líquido y lo fluido
3
que
caracterizaría, no sólo a la sociedad posmoderna, sino también al sujeto
posmoderno y a todos los vínculos sociales a partir de los que este se
despliega
4
. Por esto, en su opinión, se podría hablar propiamente de
sociedad líquida, amor líquido, educación líquida, política líquida, ética
líquida, en definitiva, vida líquida. Esta fluidez, propia de la actual
sociedad, influye de manera decisiva en la formación de una nueva
identidad del sujeto posmoderno. Leemos en este sentido al autor:
Sería imprudente negar o menospreciar el profundo cambio que
el advenimiento de la "modernidad fluida" ha impuesto a la
condición humana. El hecho de que la estructura sistémica se
haya vuelto remota e inalcanzable, combinado con el estado
fluido y desestructurado del encuadre de la política de vida, ha
cambiado la condición humana de modo radical y exige repensar
los viejos conceptos que solían enmarcar su discurso narrativo
(Bauman 2020, 13).
La Modernidad líquida emerge para Bauman, por tanto, como ese
tiempo sin certezas (Vásquez, 2008) en donde la vida se desregula en todos
sus ámbitos (García-Valdecasas, 2017). Esto porque la vida y modernidad
líquidas están profundamente implicadas
5
en tanto esta vida líquida,
constituida por una serie interminable de finales sucesivos, lleva al
3
Cf. Bauman 2020, 8
4
Ibid
5
Cf. Bauman 2005, 9.
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desarraigo e impide el establecimiento de procesos significativos y
duraderos, dando paso a una desaparición de la vida pública y de los
espacios para el despliegue ciudadano:
En el espacio público hay cada vez menos temas públicos.
Fracasa a la hora de cumplir su pasado rol de lugar de encuentro
y diálogo entre problemas privados y asuntos públicos. Víctimas
de las presiones individualizadoras, los individuos están siendo
progresiva pero sistemáticamente despojados de la armadura
protectora de su ciudadanía y expropiados de su habilidad e
interés de ciudadanos (Bauman 2020, 46).
De este modo, en la era del fin de los grandes relatos (Lyotard,
1987), del fin de la historia (Fukuyama, 1992) y del fin la ideología (Bell,
2015), la única narración que vale es la que cuenta la historia de finales
que nunca son finales decisivos, sino simplemente eslabones de una
cadena de finales interminables. Si desaparece el interés ciudadano, la
sociedad se vacía de contenido y de certezas. De este modo, uno de los
rasgos más identitarios de esta vida líquida en el mundo actual y del sujeto
que de ella surge es la constante incertidumbre en que se despliega su
proyecto vital
6
. Esto lleva al desarraigo constante de todo lo que pueda
aferrarnos a un pasado, a un futuro, a una certeza, a una estabilidad. No
hay espacio para detenernos o para reposar la mirada en el horizonte. Aquí
emerge una característica central de la vida líquida, que el autor denomina
destrucción creativa
7
, en donde no sólo se destruye lo no líquido, sino que
también se atenta contra la vida misma de los seres humanos que se
encuentran insertos en esta dinámica ininterrumpidamente destructiva.
Esta lógica está caracterizada, en gran medida, por el consumo. La vida en
la sociedad líquida, que es inevitablemente devoradora, encuentra en el
consumo su máxima representación de lo líquido. El febril consumismo y
el sujeto consumidor emergen precisamente como momentos líquidos de
una permanente autoafirmación pasajera. La utilidad fugaz que caracteriza
a los objetos de consumo emerge como una de las mejores
representaciones de la vida líquida. Aquí surge una constatación con
profundo alcance antropológico: la vida quida empuja al ser humano a
una interminable búsqueda de satisfacción momentánea. Para lograr esto
debe posicionar al individuo frente a mismo en clave de autocrítica
constante y de insatisfacción permanente, transformando en
6
Cf. Bauman 2015, 23.
7
Cf. Bauman 2005, 11-12.
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instrumentales todas las relaciones a partir de las cuales el individuo se
despliega en el mundo. Nada tiene valor en mismo, sino que más bien
todo está a merced de ese descarte constante que exigen las lógicas de la
vida líquida
8
. Este nuevo escenario con alcances antropológicos explica,
para Bauman, el desinterés social que aqueja a la sociedad moderna
líquida. Ya no hay referencia posible a la vida buena que no esté orientada
al disfrute egocéntrico. Esto decanta en la pérdida de todo sentido de lo
común, de lo público, de lo social. No hay espacio para una vida
comunitaria en la modernidad líquida, pues la comunidad es un proceso
que la posmodernidad no tiene la paciencia para generar. Ya no hay
reformas sociales que se busquen por mismas o se proyecten al futuro,
sino más bien sólo se atiende a la constante y fluida autoreforma, donde el
otro, el distinto, pasa a ser un peligro del que hay que estar siempre
protegidos y resguardados. Aquí la felicidad ya no es posible fuera del
ámbito de lo egocéntrico y lo pasajero, quedando atrapadas la sociedad
moderna y la vida quida en un círculo autorreferencial perpetuo e
ininterrumpido del cual no es posible salir
9
. En la sociedad posmoderna
solo es posible una felicidad líquida que es, ante todo, apariencia de
felicidad. Es en este aspecto en donde surge una de las características más
propias de la vida líquida en lo que a la configuración comunitaria se
refiere. Y es que, si el sujeto que vive esta vida quida es alguien que
refuerza, ante todo, su individualidad, lo que aquí va a gestarse será un
nuevo espíritu de masa, determinado por la vigilancia que el colectivo
ejerce sobre cada uno de los miembros de la sociedad líquida. Ser un
individuo es, bajo esta lógica, no ser auténtico y original, sino más bien
idéntico a los demás. En la sociedad líquida no hay espacio para ser uno
mismo, sino que más bien el modo de ser de esta asociatividad está dado
por la identificación colectiva, proceso que se lleva adelante mediante
procedimientos que promueven una constante autorreferencialidad. En
este marco de relacionalidad no es posible materializar proyectos
comunitarios, horizontes de sentido, propuestas participativas. En la vida
líquida, consagrada al consumo, no hay lugar para las narrativas
aportadoras de sentido, para los héroes y los mártires, pues sólo hay
espacio para la satisfacción individual
10
. Lo que desparece en definitiva en
la sociedad líquida es el sentido de lo comunitario, siendo reemplazado por
una aparente felicidad instantánea e individualista marcada por la fiebre
8
Cf. Ibid, 21.
9
Ibid, 22.
10
Ibid, 65.
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consumista que se transforma en la más marcada lógica identitaria del
sujeto
11
. Esta gratificación instantánea y esta búsqueda de felicidad
individual decantan en una sociedad que hace muy difícil el
establecimiento de lógicas societales tendientes a afianzar proyectos con
sentido y orientación comunitaria. Si todo es líquido y nada es duradero,
no hay espacio para forjar comunidad y lugares de sentido. Por lo tanto,
los principales instrumentos que utilizan las nuevas dinámicas del poder
en la modernidad líquida para desintegrar la trama social serán el
descompromiso y el arte de la huida, explicadas por nuestro autor en los
siguientes términos:
La desintegración de la trama social y el desmoronamiento de las
agencias de acción colectiva suelen señalarse con gran ansiedad
y justificarse como "efecto colateral" anticipado de la nueva
levedad y fluidez de un poder cada vez más móvil, escurridizo,
cambiante, evasivo y fugitivo. Pero la desintegración social es
tanto una afección como un resultado de la nueva técnica del
poder, que emplea como principales instrumentos el
descompromiso y el arte de la huida. Para que el poder fluya, el
mundo debe estar libre de trabas, barreras, fronteras fortificadas
y controles. Cualquier trama densa de nexos sociales, y
particularmente una red estrecha con base territorial, implica un
obstáculo que debe ser eliminado. Los poderes globales están
abocados al desmantelamiento de esas redes, en nombre de una
mayor y constante fluidez, que es la fuente principal de su fuerza
y la garantía de su invencibilidad. Y el derrumbe, la fragilidad, la
vulnerabilidad, la transitoriedad y la precariedad de los vínculos
y redes humanos permiten que esos poderes puedan actuar
(Bauman 2020, 19-20).
De este modo desparece lo público absorbido, casi totalmente, por
lo privado
12
y el capitalismo, como paradigma homogéneo y
unidimensional, orienta toda la vida de los individuos al consumo y a la
forja de no-lugares y espacios vacíos, en donde desaparecen la
comunicación, la negociación y los compromisos mutuos reemplazados
por la fragilidad y fluidez de los vínculos sociales
13
. Se pasa así de la
insoportable levedad del ser (Kundera, 1984) a la seductora levedad del
11
Ibid.
12
Cf. Bauman 2020, 42.
13
Ibid, 117.
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ser (Bauman, 2020). La vida, de este modo, se vuelve instantánea e
insípida
14
es decir, se pierde el valor de lo durable y se acentúa el valor de
lo momentáneo como elección más racional
15
. Por lo tanto, todos los
vínculos sociales se vuelven frágiles y temporales, en tanto la misma
esencia de la sociedad posmoderna demanda que las máximas funcionales
al sistema sean inmediatas y líquidas:
Si los vínculos humanos, como el resto de los objetos de
consumo, no necesitan ser construidos con esfuerzos prolongados
y sacrificios ocasionales, sino que son algo cuya satisfacción
inmediata, instantánea, uno espera en el momento de la compra y
algo que uno rechaza si no satisface, algo que se conserva y utiliza
sólo mientras continúa gratificando (y nunca después), entonces
no tiene sentido "tirar margaritas a los chanchos" intentando
salvar esa relación, con más y más desgaste de energías cada vez,
y menos aún sufrir las inquietudes e incomodidades que esto
implica. Hasta el más mínimo traspié puede hacer colapsar esa
sociedad y quebrarla; los desacuerdos más triviales se
transforman en amargas disputas, las fricciones más leves son
tomadas como señales de una esencial e irreparable
incompatibilidad (Bauman 2020, 174).
Esta incompatiblidad de lo estable con lo quido y fluido decreta
la pérdida de la comunidad de sentido y su sustitución por comunidades
que el autor denomina de guardarropa
16
. Por lo mismo Bauman va a
señalar que la vida líquida ha llevado a una pérdida de estabilidad y de
arraigo en la vida de las personas, generando un creciente sentimiento de
inseguridad y vulnerabilidad que le impide al sujeto posmoderno encontrar
su lugar en el mundo y asentarse en él de manera sólida y permanente, esto
marcado por un cambio radical en la relación entre espacio y tiempo que
determina la aceleración inexorable de todos los procesos a partir de los
cuales se despliega la vida en la sociedad líquida
17
. Todo se hace inmediato
y pasajero y, por lo mismo, no hay lugar para lo estable. Así, todas las
relaciones sociales caen, inexorablemente, en una dinámica constante y
cada vez más acelerada de desocialización.
14
Ibid, 127.
15
Ibid, 137.
16
Cf. Ibid, 210-212.
17
Cf. Ibid, 14.
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Para profundizar esta idea, a continuación, analizaremos la
perspectiva filosófica del pensador francés Giles Lipovetsky que, a nuestro
entender, entrega un fecundo correlato al análisis epocal de acaba de
ofrecernos Zygmunt Bauman.
Lipovetsky y la sociedad narcisista
Al acercarnos a la obra del pensador Giles Lipovetsky nos
encontramos con un agudo análisis de la sociedad posmoderna,
caracterizada por lo que él denomina hipermodernidad (Lipovetsky,
2006). Para el autor francés, lo que se está verificando actualmente sería
una segunda revolución individualista
18
, representada por el paroxismo de
la autoafirmación narcisista y de la indiferencia que acompaña a las
relaciones sociales
19
. Para Lipovetsky se ha dejado atrás un tiempo en
donde las relaciones sociales estaban determinadas por estándares y
patrones uniformes que tenían por objeto disminuir al mínimo e incluso
eliminar particularidades o preferencias singulares. Hoy se ha desintegrado
el ideal de subordinación de lo individual a reglas racionales colectivas que
caracterizó a la modernidad
20
, dando paso a una sociedad posmoderna
marcada por un cambio de rumbo de los objetivos y modalidades de la
socialización, lo que favorece el surgimiento de un individualismo
hedonista que no encuentra ninguna oposición posible, dando por
terminados la era de los grandes y significativos cambios estructurales.
Esto, que en la perspectiva de Charles Taylor corresponde al lado oscuro
del individualismo
21
, para Lipovetsky genera una indiferencia de masa
22
,
caracterizada por un constante sentimiento de quietud, estancamiento y
repetición, que encuentra su colorario en la promoción constante de una
autonomía privada que aboga por el desinterés ante cualquier proyecto
histórico movilizador que no esté configurado en clave individualista. De
esta manera, para nuestro autor, en la época actual coexisten con cierta
naturalidad aparentes contradicciones existenciales: La posmodernidad es
a la vez sincrética, convivencial y vacía. Placer, paz interior y perversión
coexisten sin contradicción (Daros, 2017). Se da de este modo un
eclecticismo cultural relativo que domina las formas societales. Esto no
implica que en la sociedad posmoderna haya una carencia total de sentido,
18
Cf. Lipovetsky 2003, 5.
19
Cf. Ibid, 41.
20
CF. Ibid, 7-8.
21
Cf. Taylor 1994, 40.
22
Cf. Lipovetsky 2003, 9.
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sino más bien que el sentido al que se vuelca el individuo posmoderno
radica en la autoafirmación y su cada vez más proclamado derecho a la
autorrealización. Así, para el autor, la postmodernidad es un período
histórico en el que la conciencia narcisista termina sustituyendo a la
conciencia de clase (Alonso y Fernández, 2010). De este modo, el ícono
mitológico que emerge como símbolo que mejor describe al individuo
posmoderno es Narciso. Aquí, por tanto, lo que se manifiesta en la
posmodernidad es una mutación antropológica que proyecta un nuevo tipo
de individualismo de carácter puro, anclado en un capitalismo hedonista y
permisivo, que es descrito por el autor en los siguientes términos:
Hoy se verifica una mutación antropológica que se realiza ante
nuestros ojos y que todos sentimos de alguna manera, aunque sea
confusamente. Aparece un nuevo estadio del individualismo: el
narcisismo designa el surgimiento de un perfil inédito del
individuo en sus relaciones con él mismo y su cuerpo, con los
demás, el mundo y el tiempo, en el momento en que el
«capitalismo» autoritario cede el paso a un capitalismo hedonista
y permisivo, acaba la edad de oro del individualismo, competitivo
a nivel económico, sentimental a nivel doméstico, revolucionario
a nivel político y artístico, y se extiende un individualismo puro,
desprovisto de los últimos valores sociales y morales que
coexistían aún con el reino glorioso del homo economicus, de la
familia, de la revolución y del arte; emancipada de cualquier
marco trascendental, la propia esfera privada cambia de sentido,
expuesta como está únicamente a los deseos cambiantes de los
individuos (Lipovetsky 2003, 50).
Esta proclama fundamental de la sociedad posmoderna no elimina
los vínculos, sino que los integra en el ámbito de lo meramente pasajero,
miniaturizando los proyectos colectivos y las relaciones sociales e
instrumentalizando las instituciones en vistas a intereses jibarizados,
permitiendo el surgimiento de un nuevo narcicismo: el narcisismo
colectivo, descrito por Lipovetsky de la siguiente manera:
Narcisismo colectivo: nos juntamos porque nos parecemos,
porque estamos directamente sensibilizados por los mismos
objetivos existenciales. El narcisismo no sólo se caracteriza por
la autoabsorción hedonista sino también por la necesidad de
reagruparse con seres «idénticos», sin duda para ser útiles y exigir
nuevos derechos, pero también para liberarse, para solucionar los
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problemas íntimos por el «contacto», lo «vivido», el discurso en
primera persona (Lipovetsky 2003, 14).
Este neonarcisimo, que declara el fin de homo politicus y el
surgimiento del homo psicologicus
23
, se despliega en clave de relaciones
de seducción, en donde el ego y la búsqueda del propio interés
desmovilizan al sujeto del espacio público y lo conducen a la exacerbación
de lo privado, incluso en clave grupal, pues los grupos que se constituyen
como gestores de la vida social y catalizadores de lo público son los que,
paradójicamente, facilitan este aislamiento existencial y la indiferencia
apática que caracteriza al sujeto posmoderno (Campusano, 2009). ¿Cómo
se promueve esta indiferencia? Lipovetsky responde: por saturación,
información y aislamiento. De este modo, el narciso posmoderno es un
desertor de los valores e instituciones sociales, lo que lleva a la extrañeza
absoluta del otro. Su mundo se vuelve un desierto de autonomía que
intercala el deseo de soledad con el miedo a la soledad:
Después de la deserción social de los valores e instituciones, la
relación con el Otro es la que sucumbe, según la misma lógica, al
proceso de desencanto. El Yo ya no vive en un infierno poblado
de otros egos rivales o despreciados. Lo relacional se borra sin
gritos, sin razón, en un desierto de autonomía y de neutralidad
asfixiantes. La libertad, como la guerra, ha propagado el desierto,
la extrañeza absoluta ante el otro. «Déjame sola», deseo y dolor
de estar solo. Así llegamos al final del desierto; previamente
atomizado y separado, cada uno se hace agente activo del
desierto, lo extiende y lo surca, incapaz de «vivir» el Otro. No
contento con producir el aislamiento, el sistema engendra su
deseo, deseo imposible que, una vez conseguido, resulta
intolerable: cada uno exige estar solo, cada vez más solo y
simultáneamente no se soporta a mismo, cara a cara. Aquí el
desierto ya no tiene ni principio ni fin (Lipovetsky 2003, 48).
Este desierto sin principio ni fin en que se adentra inexorablemente
el individuo posmoderno le lleva, en clave narcisista, a desertar de los
valores fundamentales y de las configuraciones sociales en pos del proceso
de hiperpersonalización y aislamiento a la carta en que inevitablemente se
ve envuelto. Se cae de este modo en lo que el autor llama el imperio de lo
23
Cf. Ibid, 51.
34
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efímero
24
, en donde las instancias comunitarias, públicas y políticas se van
convirtiendo cada vez más en lugares para la satisfacción de fugaces
intereses individuales, a veces colectivizados, pero siempre
miniaturizados, con un ascendente desmoronamiento de lo social. De esta
manera, la sociedad posmoderna emerge como un espacio para la
autonomía radical, para el narcisismo individual y colectivo y para una
satisfacción momentánea de ciertos gustos que, en clave seductora, nos
ofrece la sociedad. Aquí no hay espacio para la narración compartida, para
el surgimiento de lo público y, en definitiva, para la vida en comunidad. Se
decreta, por tanto, la desocialización.
Esta descripción epocal, muy en línea con la que anteriormente nos
ofreció Zigmunt Bauman, entrega valiosas pistas para comprender el
fenómeno de la desocialización como característica propia de la
posmodernidad. Estos diagnósticos serán a continuación complementados
con la reflexión en torno a la desnarrativización de la sociedad que realiza
el filósofo Byung-Chul Han. A esta idea nos remitiremos a continuación.
Byung-Chul Han y la sociedad desnarrativizada
Para el filósofo alemán de origen surcoreano Byung-Chul Han la
actual sociedad, que él llama tardomoderna, se caracteriza por estar
atravesando una profunda crisis cultural. No sólo los individuos, sino
también los grupos e incluso las sociedades experimentan una pérdida de
sentido y de perspectivas de futuro, manifestada en una sostenida ausencia
de símbolos y significados. De esta manera, para el autor, la sociedad se
presenta desritualizada (Han, 2019), cansada (Han, 2012), paliativa (Han,
2021) y transparente (Han, 2014). Para Han estos rasgos de la sociedad, si
bien tienen muchas explicaciones y deben ser analizados desde distintas
perspectivas tienen, a la base, una profunda crisis de la narración.
La narración es entendida por Han como aquel cohesionador social
que llena de sentido a una comunidad y le ofrece el marco general para una
configuración estable y duradera. La narración es tradición, presente y
futuro. Todas las grandes culturas y sociedades prevalecieron en la historia
gracias a un sustrato narrativo que les dio su lugar en el mundo. Ahora
bien, en la sociedad tardomoderna, en la era del fin de los grandes relatos
(Lyotard, 1987) la narración ha entrado en crisis. Esta no es una crisis
cualquiera, sino que emerge, propiamente, como una crisis existencial. Así
lo señala Byung-Chul Han al decirnos que:
24
Cf. Lipovetsky 1996, 300.
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La crisis existencial de la modernidad, como crisis de la
narración, se debe a que vida y narración van cada una por su
lado. Esta crisis se resume en vivir o narrar. Ya no parece que la
vida sea narrable. (Han 2023, 52).
Esta pérdida de la narración, característica esencial de la sociedad
actual, ha decantado insoslayablemente en una pérdida de sentido. Por eso
Han señala que esta crisis es existencial, pues lo que se pierde es el
fundamento de lo existente y, por lo mismo, se cae en una profunda crisis
identitaria. Todo lo sólido se desvanece en el aire (Berman, 2011) y ya no
hay nada que pueda ser significativamente narrado. La actual moda del
storytelling es manifestación, precisamente, de esta crisis de la narración.
Estas surgen como expresión de la desaparición de la capacidad narrativa
de las sociedades:
En los tiempos en que las narraciones nos acomodaban en el ser,
es decir, cuando ellas nos asignaban un lugar y hacían que estar
en el mundo fuera para nosotros como estar en casa, porque daban
sentido a la vida y le brindaban sostén y orientación, o sea, cuando
la vida misma era una narración, no se hablaba de storytelling ni
de narrativas. Se hace uso inflacionario de estos conceptos
precisamente cuando las narraciones han perdido su fuerza
original, su gravitación, su misterio y hasta su magia (Han 2023,
12).
Este uso exacerbado de las nuevas formas narrativas posmodernas
vacías y sin horizonte de permanencia testifica que nos encontramos
atravesando una era posnarrativa caracterizada por la pérdida, no sólo de
prácticas propia y abiertamente narrativas, sino también de todas las que
pueden ser consideradas con alcances narrativos como, por ejemplo, los
rituales. Los rituales son un cohesionador social, son lugares de sentido,
son espacios para la comunidad y su despliegue narrativo. Su simbolismo
transmite valores y da estabilidad a la vida, generando una de las
sensaciones más necesarias para la existencia humana: la sensación de
estar en casa. Al desaparecer los símbolos y las narrativas, desaparecen los
lugares en donde se gesta una comunidad de sentido y, de este modo, se
pierde el carácter comunitario de la existencia. Cuando se narra, se narra
no solo una historia, sino que se narra un sentido de pertenencia que se
plasma en costumbres, ritos, mitos y símbolos que afianzan relaciones
sociales y comunitarias. Por esto mismo es que vínculos sociales
significativos como por ejemplo la amistad son, para Byung-Chul Han un
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acto propiamente narrativo (Bellver y Romero-Wenz, 2022) y es desde la
cultura de la amabilidad (Almeyda, 2022) que las relaciones sociales
pueden alzarse más allá de la inmediatez. Es de esta manera que la
narración unifica pasado y presente, materializando, de este modo, una
tradición que permite mantener viva la racionalidad discursiva de la
sociedad permitiendo la gesta de instancias sociales permanentes y
duraderas.
¿De dónde proviene esta crisis de la narración que atraviesa
actualmente la sociedad tardomoderna? Para Byung-Chul Han la respuesta
debe buscarse en el exceso de información que satura a la sociedad y a los
individuos que la componen. El sujeto y cualquier expresión de sentido
comunitario desaparecen en medio de la febril nebulosa de datos e
información que nos acompañan y rodean cotidianamente. La narración es
pausada, se detiene y reposa. Cuenta una historia y se toma el tiempo que
sea necesario para hacerlo, dando espacio para que surja lo que el autor
denomina el aroma del tiempo (Han, 2015). La información, en cambio, es
vertiginosa, aditiva y acumulativa. No cuenta historias, sino que más bien
entrega datos acelerados, sin espacio para detenerse en medio de ese
frenesí informativo y, por lo tanto, sin expeler ese aroma que el tiempo
puede ofrecer. En este sentido, narración e información no son compatibles
como momentos gestores de una comunidad de sentido. Por esto Han va a
afirmar que narración e información emergen como fuerzas opuestas,
constituidas ontológicamente de manera distinta:
Narración e información son fuerzas contrarias. La información
agrava la experiencia de que todo es contingente, mientras que la
narración atenúa esa experiencia, convirtiendo lo azaroso en
necesario. La información carece de firmeza ontológica. Ser e
información se excluyen. A la sociedad de la información le es
inherente una carencia de ser, un olvido del ser. La información
es aditiva y acumulativa. No transmite sentido, mientras que la
narración está cargada de él. Sentido significa originalmente
dirección. Así pues, hoy estamos más informados que nunca, pero
andamos totalmente desorientados. Además, la información tocea
el tiempo y lo reduce a una mera sucesión de tiempos presentes.
La narración, por el contrario, genera un continuo temporal, es
decir, una historia (Han 2023, 15).
Hoy todo debe ser vivido en tanto novedad constante y aceleración
sin pausa. La información no da tregua y debe, por su misma dinámica
interna, circular velozmente y sin detenerse. Esto impide que surjan
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narrativas que den sentido y cohesión a la vida. En donde todo debe ser
actual y actualizado constantemente se cae en el olvido del ser. Esto lleva
a una inevitable desestabilización de la vida. Es en este sentido que Byung-
Chul Han va a señalar que esta crisis de la narración es fruto de una
sociedad que ha dejado atrás todos los procesos que demanden pausa,
detención y reposo y que, por tanto, ha perdido sus referencias históricas
y sus perspectivas a futuro. A esta sociedad él la denomina sociedad de la
información (Han, 2022). Y es que para Han, en virtud de esta crisis
narrativa descrita con anterioridad, lo que se está verificando en las últimas
décadas en occidente es una nueva etapa en el establecimiento de lógicas
sociales de control y dominación. Se está dando el paso de un régimen de
control de los cuerpos denominado biopolítica (Foucault, 1999), en donde
el sistema imponía control, sumisión y disciplina en clave de aislamiento
y vigilancia de corte panóptico, a un nuevo régimen: el régimen de la
información. Este nuevo régimen es descrito por el autor en los siguientes
términos:
Llamamos régimen de la información a la forma de dominio en la
que la información y su procesamiento mediante algoritmos e
inteligencia artificial determinan de modo decisivo los procesos
sociales, económicos y políticos (Han 2022, 9).
Todo esto marca una nueva lógica desde la cual se establece el
poder. Las nuevas fuentes de poder capitalista ya no están, principalmente,
centradas en la producción industrial de bienes, como lo fue en años del
capitalismo industrial. Sino más bien hoy la fuente del poder capitalista
está marcada por la producción y circulación de información. Actualmente
la sociedad está obsesionada con la información y se produce y reproduce
constantemente en tanto circulación constante y acelerada de información.
Esto marca el surgimiento de un nuevo capitalismo, un capitalismo de los
datos, un capitalismo de la información. Todo esto configura a un nuevo
sujeto autoafirmado, ya no como alguien sumiso y obediente sometido al
control de su cuerpo por parte del ente vigilante y castigador como era en
tiempos de la biopolítica, sino más bien a un sujeto que se cree libre,
auténtico y creativo, que se produce y se realiza a mismo (Han, 2022).
De esta manera lo que se da en la actualidad no es un sistema que busca el
aislamiento y la distancia entre los individuos, sino más bien lo que ahora
se promueve es la hiperconexión de sujetos virtuales. Esta conexión, lejos
de ser congregación que produce un nosotros, genera una multitud sin
alma, sin vínculos estables y significativos. Esta hiperconexión acelerada,
fruto de la dinámica vertiginosa a través de la cual se despliega la
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información, emerge como un nuevo panóptico, ofreciendo un marco,
ahora invisible, para las lógicas de dominio y control social. Esta
invisibilidad del sistema contrasta con la hipervisibilidad a la que se
someten, voluntariamente, los individuos en el régimen de la información.
Esta nueva disciplina, anclada en una exposición continua y voluntaria a
la telepantalla manual (smartphone), abre la puerta a un proceso de
configuración antropológica que determina nuevas conductas humanas,
tanto a nivel individual como a nivel colectivo y que, por lo mismo,
decanta en el surgimiento de una nueva lógica política, ya no sostenida en
clave de biopolítica, como sucedía en el régimen del control de los cuerpos,
sino más bien en clave de psicopolítica. Esta nueva psicopolítica se
estructura y consolida a partir de un soporte de redes abiertas que Han
describe de la siguiente manera:
En la sociedad de la información, los medios de reclusión del
régimen de disciplina se disuelven en redes abiertas. El régimen
de la información se rige por los siguientes principios
topológicos: las discontinuidades se desmontan en favor de
continuidades, los cierres se sustituyen por aperturas y las celdas
de aislamiento por redes de comunicación. La visibilidad se
establece ahora de manera completamente diferente: no a través
del aislamiento, sino a través de la creación de redes. La
tecnología de la información digital hace de la comunicación un
medio de vigilancia. Cuantos más datos generemos, cuanto más
intensamente nos comuniquemos, más eficaz será la vigilancia.
El teléfono móvil como instrumento de vigilancia y sometimiento
explota la libertad y la comunicación. Además, en el régimen de
la información, las personas no se sienten vigiladas, sino libres.
De forma paradójica, es precisamente la sensación de libertad la
que asegura la dominación (Han 2023, 14).
De este modo es esa sensación de libertad la que empuja a los
individuos a exponerse voluntariamente a la vigilancia ejercida por el
régimen de la información, dando paso a lo que autores han denominado
Capitalismo de la vigilancia (Zuboff, 2021). Así, la vigilancia ya no se da
en clave de superestructura visible y evidente, como lo grafica tan
lúcidamente la novela 1984 con la imagen distópica del Gran Hermano
(Orwell, 2016) sino que ahora, más bien, el control se produce y reproduce
a mismo, volviéndose cotidiano, sutil y siendo voluntariamente
aceptado. Esa necesidad interior es fomentada por la misma lógica del
sistema. Y es que con cada publicación que hacemos en las redes sociales
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señalando nuestros gustos, mostrando los lugares que frecuentamos,
presentando a las personas que nos acompañan e incluso exhibiendo lo que
vestimos y comemos, vamos ofreciéndole al régimen de la información su
material para el control. Esto marca una clara distancia respecto del
antiguo régimen disciplinario:
En el régimen de la disciplina, se obligaba a las personas a estar
expuestas a la visibilidad, en cambio, en el régimen de la
información, las personas se esfuerzan por alcanzar la visibilidad
por mismas. Los internos del panóptico disciplinario procuran
evitar la exposición. Mientras los sujetos en el régimen de la
información se colocan de manera voluntaria ante el foco, incluso
desean hacerlo (Han 2023, 15).
Esto determina el surgimiento en una sociedad sin espacio para la
vida privada o para la más mínima intimidad. Esta sobreexposición
voluntaria no es solo individual, sino que es, ante todo, social y colectiva.
Lo propio del régimen de la información es la constante exposición en la
que se sostiene la vigencia social de los individuos y los grupos. El régimen
de la información genera inevitablemente, por tanto, una sociedad
trasparente, la cual gesta individuos transparentes involucrados en
relaciones transparentes. Esta transparencia emerge no como un elemento
aislado o secundario del régimen de la información, sino más bien se alza
como un aspecto constitutivo del mismo. La información, para circular
libremente y sin pausa, necesita ser canalizada de manera transparente y,
de este modo, la transparencia se hace imperativa, fundada en la apariencia
de libertad de la que se encuentran autoconvencidos los sujetos de la
sociedad de la información. Pero ¿qué es lo realmente libre en el régimen
de la información? Han lo señala con claridad:
En el régimen de la información, no son las personas las
realmente libres, sino la información. La paradoja de la sociedad
de la información es que las personas están atrapadas en la
información. Ellas mismas se colocan los grilletes al comunicar y
producir información. La prisión digital es transparente (Han
2023, 15).
Esta transparencia de la prisión digital invita a una constante
sobreexposición. De este modo, el control ya no es ejercido sobre el
cuerpo, como acontecía en la sociedad industrial biopolítica, sino más bien
ahora el cuerpo es explotado comercialmente, siendo constantemente
expuesto a la opinión y aprobación de los demás (fitness, belleza corporal,
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filtros estéticos virtuales, realities, etc.). La sociedad se vuelca de este
modo a la exposición, a la publicidad, en definitiva, a la transparencia. Se
pasa de la primacía de lo arcano, lo sagrado, lo íntimo o privado, a la
primacía de la exposición, de lo visible, de lo transparente. Todo esto se
hace de manera suave y seductora (Lipovetsky, 2020), pues el sujeto
transparente se ofrece a mismo para ser expuesto, teniendo siempre a
mano su propio panóptico digital:
En el régimen de la información, el dominio se oculta
fusionándose por completo con la vida cotidiana. Se esconde
detrás de lo agradable de los medios sociales, la comodidad de los
motores de búsqueda, las voces arrulladoras de los asistentes de
voz o la solícita servicialidad de las smatters aplicaciones. El
smartphone está demostrando ser un eficaz informante que nos
somete a una vigilancia constante. Los smartphones transforman
todo el hogar en una prisión digital que registra de manera
minuciosa nuestra vida cotidiana (Han 2023, 7).
Esta nueva prisión digital que se constituye con apariencia de
libertad ofrece un nuevo formato para las relaciones personales y sociales.
De aquí que se establezca un nuevo molde para la ritualización de la vida.
Se va dando paulatinamente por superada la experiencia ritual clásica que
acompañaba el proceso de incorporación y participación en las dinámicas
sociales, culturales y religiosas tradicionales y que se gestaba a partir de
símbolos, signos y narraciones. Esta desaparición de los antiguos rituales
se da producto de la imperiosa necesidad de producción que demanda el
régimen de la información, lo que abre la puerta a la era de los nuevos
rituales a los que se consagran los individuos: rituales superficiales,
transparentes y autorreferenciales. Lúcidamente Han describe este
fenómeno al señalar que:
Los individuos de la sociedad de la transparencia y del régimen
de la información participan en una eucaristía digital. Los medios
de comunicación social son como la Iglesia: el like es el amén.
Compartir es la comunión. El consumo es la redención (Han
2023, 19).
Todo esto tiene, insoslayablemente, consecuencias antropológicas
en lo que a la identidad personal del sujeto posmoderno se refiere, pues
esta mercantilización del propio individuo se manifiesta en la pérdida de
sentido y el vacío existencial que acompaña todo este proceso de
digitalización acelerada. Nos creemos libres, pero estamos sometidos a
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toda hora a una protocolización para el control de la conducta
psicopolítica. Aquí se alza una de las dimensiones más preclaras del
sistema informático dominante, abriendo las puertas para el surgimiento
de un nuevo régimen total que aspira a dominar todas las dimensiones de
la existencia: nos referimos al dataísmo. Este sistema emerge como un
proyecto de alcances totalitarios (Han, 2022) que ejerce una lógica de
dominio que ya no aspira a controlar los cuerpos de los individuos, sino
más bien sus mentes y, en última instancia, su conciencia. El totalitarismo
dataista influye en el comportamiento y en las decisiones de los sujetos
que viven bajo el régimen de la información. Esta psicopolítica tiene como
eje articulador de la relación de dominio al medio de comunicación que
ejerce el control de las redes de información de modo omnipresente y, por
tanto, totalitario. ¿Dónde está localizada la relación de dominio en la
actualidad? Básicamente ¿dónde encontramos hoy la matriz del poder? La
respuesta que da Byung-Chul Han es clara y consecuente con la línea de
argumentación que hemos venido desarrollando: hoy el poder es la
información y quien posee la información y puede movilizarla, es quien
ejerce el control. De este modo, lo que se decreta en la sociedad de la
información no es sólo el fin de la narración, sino también el fin de la
alteridad y de los vínculos sociales profundos y significativos. Se decreta,
en definitiva, el fin de la comunidad: estamos, por tanto, en presencia de
la inevitable desocialización.
Conclusión
Como hemos buscado constatar, la modernidad se caracterizó por
una serie de cambios esenciales en múltiples áreas de la existencia humana,
lo que desplegó un proceso a partir del cual el individuo fue perdiendo esas
certezas y espacios identitarios desde los cuales se posicionaba en el
mundo y se vinculaba socialmente en los siglos anteriores. Esto fue
gestando una sociedad posmoderna que, al ser dada a luz, presentó los
rasgos que han sido descritos en este trabajo: sociedad líquida (Bauman),
sociedad narcisista (Lipovetsky) y sociedad desnarrativizada (Han). De
una sociedad con estas características ha surgido un sujeto posmoderno
difícil de clasificar, pero que posee rasgos coherentes con la sociedad en
la que despliega su proyecto vital: es un sujeto líquido, narcisista y
desnarrativizado que tiende, inexorablemente, a la desocialización. Esto en
virtud de que este sujeto líquido se moviliza con velocidad por distintos
espacios e instancias referenciales, sin encontrar en ninguna de ellas su
lugar en el mundo y sin detenerse en esa marcha frenética de cambio y de
nuevos comienzos que fluye constantemente. Este narciso posmoderno se
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vincula, principalmente, a partir de un desplazamiento momentáneo e
individualista hacia relaciones de seducción, en donde el ego y la búsqueda
del propio interés lo desmovilizan del espacio público y lo conducen a la
exacerbación de lo privado, también en clave colectiva. De este modo
incluso los grupos que se constituyen como gestores de la vida social y
catalizadores de lo público son los que, paradójicamente, facilitan este
aislamiento existencial y la indiferencia apática que caracteriza al sujeto
posmoderno. Este sujeto desnarrativizado se alza al mismo tiempo como
alguien autoafirmado a partir del exceso de información que le acompaña
y le obliga constantemente a producir más y más información. Esto le
impide narrar una historia que le haga verdadero sentido. De este modo se
ve constantemente sobreexpuesto e hiperconectado, explotándose y
sobreexponiéndose constantemente a mismo. De este modo, en esta
sociedad líquida, narcisa y desnarrativizada, los vínculos sociales, las
instancias ciudadanas, la participación en grupos y comunidades de
sentido se hacen cada vez más difíciles de producir y conservar. Son estos
rasgos propuestos por los filósofos a los que le hemos dado la palabra en
este trabajo, los que a nuestro parecer sintetizan las lógicas y características
fundamentales de la así denominada desocialización, como característica
fundamental de la sociedad posmoderna, dando cuenta de este modo de la
total validez que el tema de la posmodernidad tiene para la reflexión
filosófica en la actualidad.
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