Páginas de Filosofía, Año XXV, Nº 28 (enero-diciembre 2024), 82-89

Departamento de Filosofía, Universidad Nacional del Comahue

ISSN: 0327-5108; e-ISSN: 1853-7960

http://revele.uncoma.edu.ar/htdoc/revele/index.php/filosofia/index

 

 

RESEÑA/ REVIEW

Tozzi Thompson, Verónica (comp.), El futuro práctico de la nueva filosofía de la historia, Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Prometeo Libros, 2022, 446 páginas. ISBN 978-987-816-451-9

 

Lucía Palací

Departamento de Filosofía

Facultad de Humanidades

Universidad Nacional de Mar del Plata

palacilucia@gmail.com

https://orcid.org/0009-0001-0136-838X

 

 

Palabras clave: Metahistoria; Performatividad; Ficción.

 

Keywords: Metahistory; Performativity; Fiction.

 

La compilación de artículos que realiza Verónica Tozzi Thompson en este libro tiene como hilo conductor a los problemas que conciernen a la Nueva Filosofía de la Historia. Pero, ¿cuál sería la “Vieja” Filosofía de la Historia? Aquella que, en la introducción, se presenta con el nombre de filosofía especulativa (o sustantiva) de la historia, propia del siglo XVIII y la primera mitad del XIX, enmarcando autores como Marx, Hegel y Kant, entre otros. Las preguntas que se ha hecho a sí misma, e intenta responder, giran en torno a si “la historia, en tanto devenir de acontecimientos llevados a cabo por los seres humanos, tiene algún sentido, dirección o propósito que nos habilite a esperar una mejora moral en el futuro” (Tozzi Thompson 2022, 17). El libro se aleja en un primer momento de estos supuestos: que la historia es la compilación de eventos humanos estructurados en un tiempo lineal donde el pasado se identifica con lo que se encuentra detrás y el futuro con lo que está adelante (por venir); y que, además, dichos acontecimientos responden a un telos o finalidad, patrón estructurante o principio rector que la filosofía de la historia tiene la tarea de descubrir. Continuando con la postura crítica y no especulativa que funda la Nueva Filosofía de la Historia naciente a fines del siglo XIX, y que se profundiza mediante los lazos de discusión entre historia y ciencia, en torno a la validez del conocimiento histórico y las similitudes y diferencias metodológicas y epistemológicas con las demás ciencias sociales y naturales. Hayden White es fuente primaria de análisis y marco teórico transversal a todos los artículos del libro, abriendo un camino de lectura y análisis en el nivel meta- del discurso histórico, lo que podríamos llamar, así como White lo hace: metahistoria.

Precisamente el grupo de investigación que dirige Verónica Tozzi Thompson hace más de 20 años y que da lugar al nacimiento del libro se denomina: “Metahistorias: programa de investigación en Nuevas Filosofías de la Historia”. Realizar un análisis en el nivel meta del lenguaje, esto es, hablar acerca del hablar, ha permitido a cada autor y autora de los artículos llevar a cabo el estudio de las ontologías sociales que fundamentan y motorizan los discursos historiográficos, filosóficos, científicos y literarios; más que el estudio de las nociones de los filósofos sobre la historia (White, 2017).

White en El contenido de la forma. Narrativa, discurso y representación histórica distingue entre “un discurso histórico que narra y un discurso que narrativiza, entre un discurso que adopta abiertamente una perspectiva que mira al mundo y lo relata y un discurso que finge hacer hablar al propio mundo y hablar como relato” (White 1992, 18). La supuesta linealidad de los acontecimientos pasados y su carácter inmodificable resultan premisas dadas por alguna realidad externa a nuestras formas de narrarlas, pero, ¿no es acaso a partir de dichas narrativas que comprendemos y reproducimos dichos supuestos? “¿Qué implica, pues, ese hallar el «verdadero relato», ese descubrir la «historia real» que subyace o está detrás de los acontecimientos que nos llegan en la caótica forma de los «registros históricos»? ¿Qué anhelo se expresa, qué deseo se gratifica por la fantasía de que los acontecimientos reales se representan de forma adecuada cuando se representan con la coherencia formal de una narración?” (White 1992, 19)

Todo relato, discurso, de lo que sucedió se significa en el presente con un repertorio lingüístico finito en su materialidad e infinito en sus posibilidades; abre, con movimientos metafóricos, metonímicos, sinecdóticos e irónicos (tropos), futuros concretos de nuestras prácticas humanas. La lectura del libro nos permite amigarnos con la noción de narración y los artificios poéticos que la constituyen.

El recorrido propuesto, entonces, nos presenta catorce capítulos que se dividen en cinco partes: 1) “Metahistoria, Historia y Cine”; 2) “Metahistoria y los límites de la representación; 3) Metahistoria”, “Historia y Literatura del pasado reciente”; 4) “Filosofía de la Historia, Teoría de la Historia” y 5) “Investigación Histórica y Metahistoria, Historia y Esfera Pública”. En la primera parte los autores Kalle Pihlainen y Natalia Taccetta abordan el enfoque narrativista para trabajar la figuración de los hechos del pasado desde nuevas materialidades, específicamente las imágenes cinematográficas. El autor del primer capítulo se centra en la filmografía de Quentin Tarantino, sobre todo en Django sin cadenas (2012). Da cuenta de que la película no presenta una reescritura del pasado ni un mundo contrafactual, sino un medio propio, (privilegiado en nuestra época) y distinto a la narrativa tradicional, de reflexión sobre los hechos que hacen a nuestra comprensión del mundo. En el capítulo 2 nos encontramos con el realismo figural que Hayden White trabaja a partir del tratamiento de los acontecimientos modernistas propios del siglo XX como las dos guerras mundiales, la Gran Depresión, la superpoblación, la pobreza mundial, los genocidios. Estos, por las dificultades de representar eventos traumáticos como el exterminio masivo acompañado de condiciones infrahumanas de vida, han llevado a la creación de nuevos géneros de representación parahistórica modernista como el docudrama o la metaficción histórica. En esta línea Natalia Taccetta trabaja el filme colectivo sobre el Cordobazo: Argentina, mayo de 1969: Los caminos de la liberación (1969); tomando la noción de imagen dialéctica de Benjamin entiende que tanto las imágenes, como los registros que plasman la realidad social, son variables y discontinuas y que todo intento de significación implica su constitución como acontecimiento, en otras palabras, toda experiencia es figural.

El trabajo con el cine, sin embargo, no se limita a estos primeros capítulos, sino que la segunda parte continúa problematizando los límites de la representación también a partir de medios no tradicionales como los filmes. En el capítulo 3, Gilda Bevilacqua trabaja la(s) noción(es) de “experiencia” y sus posibles relaciones con la representación cinematográfica de eventos del pasado, particularmente el Holocausto a través del film húngaro El hijo de Saúl (Nemes, 2015). A partir de Claude Lanzmann y Georges Didi-Huberman la autora profundiza (y por momentos discute) la idea de que ciertos filmes representan la “experiencia vivida” que genera ciertas sensaciones, una actitud estética y una recepción particular. El enfoque dialoga constantemente con el llamado “giro experiencial”, el cual permite pensar las sensaciones-percepciones de los protagonistas y qué genera ello en el espectador y no que el filme representa o transmite cierta imagen del mundo. En torno a la noción de experiencia, el capítulo 4, desde otro enfoque, trabaja la relación de los documentos historiográficos con las experiencias de las víctimas a la hora de representar los acontecimientos que Hayden White llama modernistas. Lo que Aitor Bolaños de Miguel, autor de este capítulo, llama “experimentos historiográficos posmodernos” pone en juego el compromiso implícito o explícito de quienes narran a favor de las víctimas de sucesos como el Holocausto y en contra de los victimarios; pues toda descripción es parcial, un recorte de quien decide llevarla a cabo e indisociable de cierta ideología. En torno al estudio de los acontecimientos del holocausto, Paul A Roth, en el último capítulo de esta parte, lleva a cabo el estudio los comportamientos del perpetrador a partir de la dicotomía explicación/comprensión. Recoge ciertas explicaciones (problema de la elección y problema del sonriente) que se han dado para comprender los asesinatos en masa, además de experimentos de la psicología social, específicamente los de Asch, Milgram y Zimbardo.

La tercera parte: “Metahistoria, Historia y Literatura del pasado reciente” consta de un sólo capítulo. En el capítulo 6, Omar Murad analiza ficciones historiográficas y ficciones no historiográficas. La utilización del término “ficción” para referirse a la historia supone el carácter creador, inventivo y tropológico de nuestros discursos, dando cuenta de las tres partes de la retórica, tanto para la literatura, como para la historia: inventio, dispositio y elocutio. De aquí llaman la atención dos cuestiones: la primera, que los lugares comunes del discurso en cierta medida están preestablecidos. No hay creación ex nihilo, en tanto que antes del lenguaje no hay nada (una experiencia primordial, alguna fuente, etc.) y las figuras (por ejemplo, la de la tragedia) funcionan y replican sus formas en tanto que hablamos. Pero, además, este carácter creador supone un público, pues las ficciones son y existen en tanto funcionan en el marco de una comunidad de hablantes.

La cuarta parte aborda el campo de la Filosofía de la Historia en relación con la teoría de la historia y la investigación histórica, lo cual invita a una mirada crítica en torno a la tarea del historiador y de la producción de textos históricos en constante diálogo con los métodos y el lenguaje de las disciplinas científicas. Ewa Domanska, en el capítulo 7, tomando al teórico histórico R.G. Collingwood, distingue entre una historiografía positivista de tijera y engrudo que ve en las “fuentes” escritas declaraciones sobre hechos del pasado que deben contrastarse con esos hechos, es decir, con lo que efectivamente ocurrió. A esta visión ingenua de la evidencia se contrapone la historiografía científica que entiende que la evidencia es en tanto tal cuando el historiador hace las preguntas correctas. Esto es, por sí sola no dice nada. En la tríada filosofía del lenguaje-filosofía de la historia-epistemología el foco del problema se vuelve sobre la evidencia, es decir, el medio por el cual justificamos nuestras afirmaciones sobre el pasado. Jouni-Matti Kuukanen, en el capítulo 8, da cuenta de la figura del historiador conservador como quien guarda la metáfora de la mente como espejo (postura propia del idealismo y el realismo directo) y cree que la historia se compone de fenómenos autoevidentes, no inferenciales, que deben ordenarse en una narrativa temporal y lineal. La escritura se vuelve descriptiva y el texto es una simple representación del pasado. Esta forma de pensar los discursos historiográficos como quienes “hacen hablar al mundo”, conlleva ciertos presupuestos epistemológicos y ontológicos que María de los Ángeles Martini se dispone a contraargumentar. En torno a las discusiones sobre la validez de nuestros conocimientos la autora despliega ciertos presupuestos que subyacen a la idea de que el discurso científico se opone a la literatura y es el contrapunto de la historia. Una visión demasiado realista de la ciencia le niega a la misma su carácter creador y, por ende, su suelo común con la historia y la literatura: la utilización de tropos. Hacer un estudio detallado de estos problemas, aportando desde la filosofía narrativista de Hayden White nuevas categorías de análisis para dichas disciplinas, será parte de la propuesta del capítulo 9.

Investigación Histórica y Metahistoria, Historia y Esfera Pública” es la quinta parte del libro y la más extensa. Mateus Henrique de Faria Pereira y Valdei Lopes de Araujo llevan a cabo el análisis de un término propio del lenguaje digital: update o actualización, para pensar nuestras formas actuales de comprender y vivir la temporalidad y la historia. Update, en tanto se refiere a llevar una lista o conocimiento a un estado más completo, es pensado como una forma específica de la temporalidad que absorbe todo en la única realidad posible: el presente. En ella todo es actualizado, traído o conservado. Esta temporalidad se da en la nueva realidad digital y ha cambiado nuestra relación con el futuro, siendo este último siempre una actualización del presente, algo mejor pero no distinto (¿hay lugar para lo diferente cuando la novedad parece ser la norma?). El bagaje conceptual heideggeriano, específicamente en Ser y tiempo, es fundamental para trabajar la temporalidad.

Respecto a la parte del título que refiere a la esfera pública, los capítulos siguientes dialogan directamente con problemas actuales de la agenda política. María Inés La Greca trabaja el concepto de “género” en clave histórica y filosófica siguiendo los movimientos feministas de los 60`, 70`y 80`, y entrando directamente en la disputa semántica por configurar dicha categoría. Para ello recorre la contraposición sexo/género teniendo presente la performatividad del lenguaje y como toda categoría es producto (y produce) marcos históricos y contingentes de saber-poder. Esto implica un cambio de perspectiva respecto a la categoría género, ya no como una categoría analítica, sino histórica siguiendo a Judith Butler. En una clave similar el capítulo 12 también recoge dos conceptos contrapuestos: lo religioso y lo secular. El recorrido que la autora realiza abarca autores como Locke, Voltaire, Kant, Hegel y Marx, que sin profundizar en cada uno de ellos permiten completar las piezas del rompecabezas que hoy se nos presenta por “religión”. ¿Qué entendemos por religioso y por secular? ¿Por qué estas categorías se contraponen y qué las contrapone? ¿Qué rol tiene la religión en debates actuales? ¿Podemos contraponerla tan fácilmente a lo que entendemos por racionalidad? En torno a estas preguntas María Inés Mudrovcic trabaja el cruce entre esfera pública y religión desde una perspectiva práctica: el debate público sobre el aborto legal en la Argentina y el rol de las iglesias evangelistas en la elección de Bolsonaro en Brasil.

Moira Pérez, por otro lado, en el capítulo 13 sostiene que no tiene sentido seguir sumando sujetos a la historiografía, de los estudios decoloniales, las teorías feministas y queer, si seguimos manteniendo las mismas pautas y metodologías. Las narrativas sobre el pasado y, por ende, sobre presente y el futuro, relegan a estos grupos y comunidades a objetos de estudio, negándoles cualquier potencial creador de discurso. Tomando a White la autora entiende que esas evasiones en las narrativas históricas nacen menos desde la necesidad de establecer que ciertos eventos efectivamente ocurrieron, que de la de establecer qué podrían significar ciertos eventos para un determinado grupo o sociedad. Lo que se disputa, entonces, no son los acontecimientos como tales (pues estos siempre se presentan como discurso), sino su sentido. Verónica Tozzi Thompson en el capítulo siguiente dirá, siguiendo a John Dewey, que las afirmaciones acerca del pasado funcionan como reglas que orientan la mirada hacia los procedimientos, los resultados y las consecuencias cuando afloran preguntas” (Tozzi Thompson 2022, 400). La autora comprende, en términos whiteanos, que la determinación de los hechos históricos siempre implica una triple dimensión: epistémica, ética y poética. Con este bagaje conceptual y en discusión con cierta concepción del conocimiento de naturaleza “representacionalista”, el análisis propuesto recoge una de las ficciones históricas del pasado reciente de nuestro país que más se encuentra en discusión: la disputa por el número de los 30.000 desaparecidos en la última dictadura militar. Qué rol cumplen los/las historiadores/as a la hora de hablar sobre el pasado y cuál es la utilidad de dichos estudios históricos en la esfera pública. ¿Por qué es importante afirmar que los desaparecidos son 30.000? ¿Por qué se sigue disputando? Son algunas de las preguntas que recorren este capítulo.

El libro en su totalidad trabaja de manera interdisciplinar teniendo como eje la pregunta sobre los modos en que dotamos de sentido el pasado, esto es, qué recursos lingüísticos-discursivos-representativos usamos y dejamos de usar para comprender lo que pasó, aquello que se vuelve inaccesible (el pasado) pero, al mismo tiempo, fundamental para la comprensión y constitución de nosotros mismos en el presente y, por ende, en nuestras proyecciones a futuro. Autores/as como Hayden White, Walter Benjamin, Paul Ricoeur, Ludwig Wittgenstein, Federico Lorenz, John Dewey, Georges Didi-Huberman, Martin Heidegger, Joan W. Scott, Judith Butler, Richard Rorty, Jacques Rancière, Michel Foucault, Stuart Hall, también directores y guionistas como Claude Lazmann, Quentin Tarantino, Alain Resnais, László Nemes, entre otro y otras, son utilizados para para pensar los problemas que atraviesa la Nueva Filosofía de la Historia. El público al que se encuentra orientado este libro es mayormente del ámbito académico, pues se presenta con un lenguaje formal y específico, pero sin alejar a la filosofía del pueblo. A cualquiera que le interese la teoría queer, el cine, la literatura, la historia, la ciencia, la religión y/o la política, puede acercarse con provecho a alguno de estos artículos.

En relación con el ámbito académico, el valor que adquiere este libro se presenta en que la Nueva Filosofía de la Historia retoma la interminable discusión filosófica, otra vez y también de manera novedosa, sobre la relación del lenguaje poético y lo que entendemos por conocimiento válido. En este terreno de disputa constante lo que parece jugarse es qué versión del mundo funciona. Discutimos las ficciones históricas y no históricas que creemos y queremos factibles, pues la historia es una práctica performativa. Resistir firmemente a la tendencia de que la historia es la ciencia del pasado, idea que está anclada en la experiencia cotidiana y que naturaliza la identificación de la historia con un pasado muerto (Tozzi Thompson 2022, 323), es resistir a conformarnos con las narrativas de otros. Asumir, por el contrario, el carácter inventivo presente en toda práctica narrativa y, por ende, la indisociable presencia de determinadas opciones ontológicas y epistemológicas con implicaciones ideológicas e incluso específicamente políticas (White, 1992), es lo que nos permite ya no conformarnos, sino disputar presentes prácticos e imaginarios futuros.

 

 

Referencias bibliográficas: