Páginas de Filosofía, Año XXIII, Nº 26 (enero-diciembre 2022), 108- 112
Departamento de Filosofía, Universidad Nacional del Comahue
ISSN: 0327-5108; e-ISSN: 1853-7960
http://revele.uncoma.edu.ar/htdoc/revele/index.php/filosofia/index

 

RESEÑA/ REVIEW

Silva, Carmen (2021). De la filosofía natural a la psicología de la moral en el Ensayo sobre el entendimiento humano de John Locke. México: Universidad Autónoma de la Ciudad de México, 238 páginas.

Howen Isaac Rava
Departamento de Filosofía
Facultad de Humanidades
Universidad Nacional del Comahue
howen.rava@fahu.uncoma.edu.ar
https://orcid.org/0000-0002-1471-2186

Palabras claves: Filosofía Moderna; Epistemología, Teoría de las ideas; Empirismo; Corpuscularismo

Keywords: Modern Philosophy; Epistemology; Theory of Ideas; Empiricism; Corpuscularianism

El propósito de este libro es ofrecer al lector un panorama general del pensamiento de John Locke en el Ensayo sobre el entendimiento humano (1690). En este sentido, el interés prioritario de esta obra es que sea leída por un público amplio y que sirva para introducir a quién la lea en la filosofía lockeana a lo largo de seis capítulos. A pesar de la generalidad de dicho propósito, la autora presenta una versión del empirismo del filósofo inglés mucho más completa que la que se suele encontrar en bibliografías no especializadas. En línea con dicho objetivo general, el libro asume una estrategia expositiva muy amena y, sumado a esto, cada capítulo se dedica a abordar un tema o problema distinto, haciendo que pueda ser abordado al seleccionar aquellas cuestiones que más interesen al lector, según sus necesidades e inquietudes.

Una de las virtudes más sobresalientes de la obra de Silva es, sin dudas, su planteamiento anti-dogmático —actitud que, a mi parecer, debería perseguirse en todo tratamiento filosófico—. Ciertamente, el tono y carácter expositivo permite un tratamiento de los problemas lockeanos sin mostrar en ningún momento deseo alguno de convencer a quién lee, es decir, sin instigar a aceptar los postulados del filósofo inglés, sino que más bien —y con gran discreción— limita su labor manifestando la complejidad de los temas y fomentando el interés, la curiosidad y la reflexión respecto a los mismos. Este estilo no-dogmático es fiel al espíritu lockeano ya que, como se ve a lo largo del desarrollo del libro, el autor del Ensayo procura generar inquietudes antes que, simplemente, dar las respuestas de manera contundente a temas tan profundos y disputados: lo que brinda es una invitación a la controversia, al estudio y al debate.

En los primeros tres capítulos se puede apreciar una unicidad y consistencia expositiva que radica en la presencia de un elemento común, esto es, de la filosofía natural del siglo XVII, conocida como mecanicismo. Los capítulos restantes se dedican a la teoría de las ideas de forma exclusiva, mostrando cómo Locke intentó dar respuesta a temas tan controversiales en diversas áreas del conocimiento, a saber, en la epistemología, la moral, el derecho, la psicología y, en menor medida, la metafísica.

En un nivel más esquemático, se podría decir que el primer capítulo —titulado “La filosofía natural y otros antecedentes importantes sobre el Ensayo sobre el entendimiento humano”—muestra la influencia que tuvieron autores como Francis Bacon, Robert Boyle, Pierre Gassendi y Rene Descartes en la construcción de la nueva filosofía mecanicista que propone Locke en el Ensayo. Estos importantes antecedentes permitirían la crítica a la concepción aristotélica del mundo natural, que sería finalmente reemplazada por un corpuscularismo mecanicista. Así, la autora dedica este primer capítulo a mostrar cómo la filosofía empirista de John Locke es solidaria tanto del método baconiano, como del mecanicismo de Boyle, del escepticismo de Gassendi y del dualismo sustancial de Descartes.

El segundo capítulo, “La percepción”, se dedica a un tema de mucha relevancia para la filosofía empirista de Locke que es el de la percepción y, en especial, el problema de la relación que existe entre el entendimiento y el mundo externo —relación que, en efecto, es concebida en términos de experiencia o percepción—. Esta temática es abordada por el autor del Ensayo tanto desde la teoría de las ideas como dentro de la misma hipótesis corpuscular. La intención de la autora es no tanto la de resolver los problemas que plantea la teoría de Locke sino más bien, de nuevo, la de entenderla en sus propios términos; de dónde parte, y hacia dónde va —luego, cada uno podrá determinar si la misma permite solventar o no dichos problemas—.

El tercer capítulo, denominado “Distinción entre esencias reales y nominales”, trata precisamente sobre la propuesta que realiza Locke en el marco de los problemas epistémico-lingüísticos para distinguir entre esencias reales y nominales. Dicha distinción se establece atendiendo a los problemas que supone la teoría causal y representativa de la percepción. Ciertamente, la relevancia que adquiere la reflexión sobre el lenguaje en el siglo XVII se debe al reconocimiento de que existe una estrecha relación entre conocimiento y lenguaje, por lo que si se pretende dar una teoría epistemológica completa y bien fundada, ineludiblemente deberá tenerse en cuenta también la dimensión lingüística. Aquí, el objetivo principal es mostrar cómo Locke se apoya, nuevamente, en el mecanicismo para responder a un tema clásico de la filosofía del lenguaje, a saber: el del problema de los universales. Este problema es abordado a partir de una postura claramente nominalista, que resulta ser consistente tanto con su doctrina empirista como con su realismo de las estructuras atómicas. En este sentido, la autora sostiene que Locke aplica la hipótesis corpuscular a la teoría del conocimiento de una manera verdaderamente novedosa, ya que consigue escapar a la dicotomía mantenida en los debates escolásticos entre realistas y nominalistas, siendo Locke, —sin perder un ápice de consistencia y coherencia teórica— ambas cosas a la vez.

En el cuarto capítulo, “La perspectiva psicológica de la idea de infinito”, se atiende a la reflexión lockeana acerca de la idea de infinito, tema de mucha relevancia en su época para la filosofía natural y, según expone la autora, muy poco estudiada por los especialistas en Locke. En efecto, la perspectiva del pensador sobre este concepto es verdaderamente original, ya que lo aborda no desde un punto de vista matemático o geométrico, como es habitual, sino que su contribución viene de la psicología; el autor de los Ensayos sostiene que nuestra idea de infinito es de naturaleza cuantitativa, y que resulta de la suma o sustracción. En este sentido, no se podría decir que tenemos una idea acabada de infinito, sino que más bien es una idea en proceso y en constante cambio. Este planteamiento resulta clave dentro de su empirismo, ya que representa una preocupación epistémica central acerca de los contenidos mentales y sobre los límites del entendimiento humano, permitiendo así, con su tratamiento, una mayor profundización en los fundamentos de su teoría. Para el desarrollo del capítulo, se utiliza de manera recurrente la figura de Descartes, ya que es uno de los pensadores principales respecto a la noción de infinito, y a quien Locke consideró atentamente para forjar su propia teoría. De esta forma, se analizan las distancias entre ambos filósofos en cuanto al origen de la idea de infinito, su fundamento, su clasificación respecto a otras ideas, el papel de Dios en dicha problemática, entre otros puntos.

El quinto capítulo, llamado “Tres posturas valorativas sobre la idea de sustancia”, se dedica a examinar uno de los temas más estudiados y controversiales del Ensayo que, como su nombre lo indica, es el de la idea de sustancia. Para tratar este tema tan complejo —y que ha causado tantos desencuentros entre los especialistas en Locke— se nos presentan tres posturas interpretativas de la mano de tres autores distintos, cada uno representando una postura diferente: la primera corresponde a Elia Nathan, quien sostiene una interpretación crítica al respecto, señalando que la noción de idea general de sustancia es oscura y confusa. La segunda, cuyo representante es Michael Ayers, se declara en favor del filósofo inglés centrándose en las “ideas de clases de sustancias” y su relación con las esencias reales y nominales, pretendiendo evitar la conflictiva afirmación de que el sustrato es incognoscible. La tercera lectura es formulada por Edwin McCann y también rescata positivamente a Locke, poniendo especial atención a la teoría de las ideas y afirmando que el concepto de sustancia conllevaría una crítica sutil a la metafísica de Aristóteles, postura a la que la autora del libro adhiere.

Finalmente, en el sexto y último capítulo —“La identidad personal”— se aborda de manera minuciosa el complejo problema de la identidad personal dentro de la dimensión del derecho y la moral. Aunque resulta ser uno de los problemas más estudiados del Ensayo, de nuevo nos encontramos con pocos acuerdos sobre la interpretación del asunto. Así, al dejar a un lado la perspectiva metafísica y optar por la jurídica, Locke ofrece una alternativa al tema de la identidad personal que, según la autora, resulta tan novedosa para su época como también notablemente sugerente para la nuestra. En efecto, a diferencia de sus contemporáneos, Locke no propone que la identidad dependa de una sustancia única e invariante que la sustente, sino más bien que la misma sería el resultado de la actividad de la mente, de sus estados, ateniéndose así de postulaciones metafísicas que se hallen más allá de la experiencia —permaneciendo, una vez más, consistente con sus tesis empiristas y escépticas—.

Por todo lo anterior se puede afirmar que, si bien el libro de Carmen Silva nos ofrece un panorama general del pensamiento de John Locke, este resulta ser muy rico en contenido, a la vez que sugestivo, reflexivo, y con un estilo mesurado —que lejos de pretender cerrar discusiones, deja muchas preguntas abiertas—. Esta obra nos permite, entonces, contemplar la profundidad de los problemas que Locke abordó en los Ensayos de una manera verdaderamente auténtica. Además, el hecho de que pueda ser leída por un amplio público sin conocimientos específicos sobre filosofía moderna, y que logre efectivamente introducir al lector en el pensamiento lockeano de una manera tan amena —siendo un filósofo tan complejo— es, sin dudas, una de sus más grandes virtudes. Y el hecho de que, a la vez, consiga hacerlo sin perder un ápice de seriedad y erudición intelectual en el tratamiento de problemas tan difíciles, convierte este libro en una obra verdaderamente distinguida en el ámbito de los escritos académicos.