Páginas de Filosofía, Año XXI, Nº 24 (enero-diciembre 2020), 38-75
Departamento de Filosofía, Universidad Nacional del Comahue
ISSN: 0327-5108; e-ISSN: 1853-7960
http://revele.uncoma.edu.ar/htdoc/revele/index.php/filosofia/index
ARTICULOS/ARTICLES
LA RECONSTRUCCIÓN DE LAS CONTINUIDADES APORTES DE JOHN DEWEY AL DEBATE SOBRE EL IDEAL DE CIENCIA LIBRE DE VALORES
RECONSTRUCTION OF CONTINUITIES
JOHN DEWEY’S CONTRIBUTION TO THE FREE-VALUE SCIENCE IDEAL DEBATE
Livio Mattarollo
Centro de Investigaciones en Filosofía
IdIHCS, UNLP/CONICET
livio.mattarollo@nacio.unlp.edu.ar
livio.mattarollo@gmail.com
Resumen:
En el contexto del debate contemporáneo sobre el ideal de ciencia libre de valores, el propósito general del artículo es recuperar la pregunta por la dimensión valorativa tradicionalmente denominada extra-epistémica de la investigación científica desde el marco teórico del filósofo pragmatista John Dewey. Mediante la reconstrucción de distintos sentidos de continuidad entre investigación científica, valoración y valores, se pretende sostener (i) que el enfoque deweyano da cuenta de la efectiva incidencia de valores sociales, morales y políticos en la investigación, y (ii) que bajo ciertas condiciones esa incidencia es legítima pues la consideración del amplio círculo de consecuencias no-científicas de la investigación es parte de su prueba completa, razón por la cual se afirma (iii) que dicho tipo de valores son constitutivos de la investigación científica. Finalmente, se sugiere que la perspectiva de Dewey ofrece bases sólidas para una filosofía política de la ciencia.
Palabras-clave: Investigación; Valoración; Contexto; Validez; Consecuencias.
Abstract: Within the current debate on the free-value science ideal, the general aim of this article is to recover the question about the traditionally named extra-epistemic values in science from John Dewey´s philosophical point of view. By reconstructing several senses of the continuity between science, valuation and values, it is argued (i) that Deweyan view explains why social, moral and political values actually have an impact on science, and (ii) that under certain conditions such impact is legitimate because the analysis of the widening non-scientific circle of consequences is an integral part of the complete test of the inquiry, what leads to claim (iii) that social, moral and political values are constitutive elements of scientific inquiry. Finally, it is suggested that Dewey’s standpoint offers solid grounds towards a political philosophy of science.
Key Words: Inquiry; Valuation; Context; Validity; Consequences
Introducción
Las reflexiones en filosofía del conocimiento y filosofía de las ciencias se han interesado cada vez más en la relación entre conocimiento y valores, en particular aquellos tradicionalmente denominados extra- epistémicos. Así, señalan Kincaid, Dupré y Wylie, “[e]n las últimas décadas es difícil haber estado involucrado en debates sobre filosofía de la ciencia sin confrontar el lugar de los valores en ciencia.” (2007, iii. Traducción propia). En este contexto se da un amplio espectro de argumentaciones nucleadas en el reconocido debate contemporáneo sobre del ideal de ciencia libre de valores.
En términos teóricos, el ideal de ciencia libre de valores se apoya en algunas dicotomías caras a la filosofía del conocimiento clásica y moderna, como por ejemplo teórica/práctica o hecho/valor y, ya en el plano de la filosofía de las ciencias, descubrimiento/justificación. Dicho ideal plantea que las afirmaciones científicas son verdaderas o falsas y que esa atribución depende de la evidencia disponible y de una correcta derivación lógica, sin referencia a las perspectivas morales, políticas o sociales de quien investiga y apoyada sólo en valores tradicionalmente denominados epistémicos. Es por ello que la tarea de la ciencia se remitiría a los hechos, un dominio autónomo y totalmente independiente del plano de los valores o preferencias (Kincaid et al. 2007, 4). En términos históricos, y si bien sus raíces pueden rastrearse siglos atrás, la formulación explícita del ideal tendría origen en la Guerra Fría. En efecto, una de las razones para explicar la legitimación de un modelo de científico profesional, apolítico y técnico por parte de la filosofía de la ciencia de mediados del siglo XX es la presión anticomunista y anticolectivista ejercida principalmente por Joseph McCarthy en favor de legitimar las pretensiones científico-militares del gobierno de Estados Unidos (Douglas 2009; Reisch 2009).
Si bien estos rasgos lograron consolidarse –no en vano la filosofía de las ciencias así concebida es conocida como la “concepción heredada” o versión standard– y encontraron una rigurosa presentación en el planteo de Hugh Lacey (1999), las críticas no demoraron en surgir. En efecto, la corriente historicista en filosofía de las ciencias, representada especialmente por Thomas Kuhn ([1962] 2004) pero también por Norwood Hanson (1962) o Stephen Toulmin (1972), junto con la sociología de las ciencias y los trabajos pioneros de Robert Merton (1938)
o posteriormente del Programa Fuerte (Bloor 1978) y los estudios de laboratorio de Bruno Latour ([1983] 2008), Karin Knorr-Cetina ([1981] 2005) y Andrew Pickering (1992), han elaborado serias objeciones a las versiones tradicionales. En este marco, resulta interesante tomar nota de distintas investigaciones relativamente recientes que establecen lazos entre este conjunto de críticas y los enfoques filosóficos del pragmatismo clásico en general y de John Dewey en particular. Así, Pérez Ransánz y Velasco Gómez (2011, 14-22), Brown (2012) y López (2014), entre otros aportes, sostienen que la redirección contemporánea de las reflexiones sobre el conocimiento científico está en clara sintonía con la intención de Dewey de ligar los aspectos teóricos, prácticos y valorativos de la investigación. El presente artículo se inscribe en esa orientación, bajo el propósito general de recuperar en clave filosófica la pregunta por la dimensión valorativa tradicionalmente denominada extra-epistémica de la investigación científica. El objetivo específico es abordar desde el marco teórico deweyano dos preguntas centrales en la discusión contemporánea sobre el ideal de ciencia libre de valores, a saber: si hay algún núcleo de la actividad científica que efectivamente esté libre de valores y si hay algún tipo de incidencia legítima y deseable de valores morales, sociales y políticos en la investigación científica.
Según señala Dewey en Lógica. Teoría de la Investigación (1938), cualquier investigación propiamente dicha, entre ellas la científica, implica la resolución de situaciones inicialmente indeterminadas. Dado que para el pragmatista toda conducta inteligente, es decir, toda conducta que no se limite a ser ciegamente impulsiva o mecánicamente rutinaria necesariamente involucra valoraciones, es plausible afirmar que las propias investigaciones en cuanto actividades inteligentes involucran valoraciones. Es por ello que, en su interpretación, la valoración es una fase inherente al juzgar mismo y se torna más importante cuanto más compleja sea la situación a resolver.
Ahora bien, esta conclusión preliminar podría ser aceptada por quienes defienden la versión standard de la filosofía de la ciencia y abogan por una férrea distinción entre valores tradicionalmente denominados epistémicos y extra-epistémicos, inescindible de aquella otra entre contextos de justificación y de descubrimiento, afirmando que el científico valora y toma decisiones siempre y exclusivamente sobre la base de valores epistémicos. Frente a esta posible interpretación, en lo que sigue ofrezco una reconstrucción de los distintos sentidos de continuidad entre investigación científica, valoración y valores tradicionalmente denominados extra-epistémicos, apoyado en textos claves de la obra de Dewey como la Lógica y Teoría de la Valoración (1939) así como en algunos artículos escritos por el pragmatista entre 1902 y 1930 y generalmente poco atendidos por la literatura especializada. Mediante este análisis intentaré sostener tres afirmaciones centrales: (i) que el enfoque de Dewey permite dar cuenta de la efectiva e insoslayable dimensión valorativa moral, social y política de la investigación, y (ii) que el enfoque de Dewey permite, además, dar cuenta de la legítima y deseable presencia de valores tradicionalmente denominados extra-epistémicos en la investigación científica, razón por la cual, valiéndome de una categorización presentada por la epistemóloga feminista Helen Longino, pretendo afirmar (iii) que dichos valores son elementos constitutivos de la investigación. En suma, espero señalar que la perspectiva del pragmatista sienta las bases para avanzar en reflexiones políticas respecto de los fines
y valores del conocimiento científico, ofreciendo elementos de notoria relevancia para el debate sobre el ideal de ciencia libre de valores.
2 Sobre la efectiva dimensión valorativa de la investigación científica
En el marco de las tesis generales de la Lógica y a tono con el compromiso naturalista de su filosofía, Dewey considera que toda investigación se inscribe en un seno o matriz existencial que es tanto biológico como cultural y que, a fin de cuentas, es continua con la dinámica transaccional de la experiencia, con el vínculo hacer-padecer entre organismo y ambiente. En esa dinámica transaccional, sostiene Dewey, las funciones y estructuras biológicas del organismo preparan, prefiguran o anticipan el camino de la investigación deliberada. Ahora bien, para el caso de los seres humanos, su ámbito de experiencia está conformado no sólo por aspectos biológicos sino también y distintivamente por aquellos aspectos que conforman el seno cultural de la investigación. En efecto, el medio estrictamente físico se halla tan incorporado al cultural que las transacciones de los seres humanos están profundamente afectadas por la herencia cultural expresada justamente en tradiciones, instituciones, costumbres, creencias y finalidades (Dewey 1950, 37-75. LW.12.30-65). 1
A estas consideraciones debe agregarse la comprensión deweyana de la investigación en cuanto forma de la acción orientada a la resolución de problemas. En sus palabras, “[…] la conducción de una investigación científica, ya sea física o matemática, es un modo de práctica. El científico es un práctico por encima de todo y se halla constantemente embarcado en la emisión de juicios prácticos, es decir, en obtener decisiones acerca de lo que conviene hacer y de los medios a emplear para hacerlo.” (Dewey, 1950, 183. LW.12.163. Cursivas en el original). La inscripción de la investigación en el seno biológico-cultural y su carácter eminentemente práctico son elementos indispensables para avanzar en la identificación de los primeros dos sentidos de continuidad entre investigación y valores, a saber: la continuidad entre investigación y contexto, por un lado, y la continuidad entre génesis y validez del conocimiento, por el otro.
2.1 La continuidad entre investigación y contexto
La noción de seno cultural elaborada en la Lógica de 1938 remite a algunos argumentos específicos desarrollados por el propio Dewey en el ensayo “Context and Thought” (1930b. LW.6). Allí Dewey toma como punto de partida un comentario de Malinowski respecto de la necesidad de considerar el contexto en conexión con el uso del lenguaje y advierte que sería un error pensar que el principio elaborado por Malinowski se aplica solo en los casos de estudio del antropólogo. En efecto, el significado de lo que se dice en nuestro propio lenguaje se comprende precisamente por
el contexto, ineludiblemente presente e implícito. En este sentido, pues, no hay pensamiento que no se sitúe ni se desenvuelva en un contexto.
El contexto presenta un aspecto o dimensión temporal y otro espacial. Uno de los elementos que conforman el aspecto temporal es lo que Dewey llama tradición, es decir, modos de observar, de interpretar y de valorar culturalmente consolidados que, en tanto y en cuanto constituyen la cualidad intelectual de la tradición, permiten diferenciarla de la costumbre ciega. Puesto en otras palabras, la tradición está compuesta, en parte, por hábitos de estimación, valores que alguna vez fueron producto de la deliberación inteligente pero que ahora se asumen como dados porque no entran en conflicto en esa investigación particular. Aquí aparece ya una distinción crucial, planteada por Dewey mismo, entre “valorado” de hecho [valued] y “valioso” en cuanto resultado de la reflexión o valoración [valuable]. En este marco, la tradición estaría compuesta, entre otros elementos, por el acervo de lo valorado, por “estimaciones valorativas habituales” propias de aquello que Dewey define como moralidad habitual o de costumbre, mientras que el proceso de valoración en sentido distintivo da lugar a “valores” propiamente dichos, propios de la moralidad reflexiva2.
Por otro lado, el aspecto espacial del contexto está constituido por todos los pensamientos contemporáneos a aquel que se está considerando. Para el caso de una investigación científica determinada, este sentido espacial está dado por las investigaciones contemporáneas del área o relativas a aquella. Así, en su sentido espacial el contexto es al ensamiento o investigación lo que la banquina y “los costados” del camino son al propio camino: no representan el foco de atención pero lo contienen, lo enmarcan y le brindan solidez y estabilidad (Dewey 1930b, LW.6.13). Asimismo, en las investigaciones científicas el contexto adquiere mayor densidad pues incluye no solamente un conjunto de hábitos de observación, interpretación o valoración en términos generales, propios de la esfera cultural del contexto, sino también específicos de cada investigación.3 En efecto, hay tradiciones científicas, entendiendo por ello a la física aristotélica, a la astronomía ptolemaica, a la física newtoniana o al darwinismo, que definen los contextos de cada investigación, mientras que hay múltiples investigaciones contemporáneas que conforman el sentido espacial del contexto de cada investigación en particular (Dewey 1930b, LW.6.13).
Finalmente, Dewey indica que todo caso particular de pensamiento se debe a cierta actitud o interés selectivo que determina que se reflexione sobre un asunto u otro, sin ser ella misma una parte inmediata de dicho asunto. En este sentido, toda operación de pensamiento implica selectividad o rechazo, cuidado y afección/preocupación pues todo sujeto tiene su propia sensibilidad cualitativa diferencial respecto de las cosas, temas y problemas, y no puede dejarla atrás a la hora de reflexionar. El investigador científico no es la excepción. De hecho, de acuerdo con Dewey, sin la fase del contexto del lado del investigador no habría resultados científicos propiamente dichos sino accidentes sin interés teórico (1930b, LW.6.8). Todavía más, dado que la incidencia del interés selectivo, formado en buena medida por hábitos que lo sostienen, permiten advertir un primer y profundo sentido moral de la investigación, como había planteado el pragmatista a principios de siglo XX: “[s]i el uso hecho de los recursos científicos, de las técnicas de observación y experimentación, de los sistemas de clasificación, etc. para dirigir el acto de juzgar depende del interés de la disposición del que juzga, nosotros sólo tenemos que explicitar esa dependencia y el llamado juicio científico aparece definitivamente como un juicio moral.” (Dewey1903, MW.3.19).
Habida cuenta de que para Dewey “[e]l hábito no excluye el uso del pensamiento pero determina los canales en los que éste opera [… y que] el pensamiento opera en los intersticios de los hábitos”, entonces esas estimaciones habituales cumplen un papel importante al momento de analizar cualquier tipo de pensamiento, incluyendo a las investigaciones científicas (Dewey 2004, p. 144. LW.2.335). Advertir esto es fundamental para no cometer dos falacias recurrentes en la historia de la filosofía: la falacia analítica, cuya característica central es omitir el contexto de quien investiga, considerar que los elementos identificados son auto-suficientes y finalmente conducir al inevitable resultado de “diseccionar y atomizar” el mundo en que vivimos; y la falacia de extensión ilimitada o universalización, generada por la omisión de las condiciones limitantes puestas por el contexto a la propia investigación (Dewey 1930b, LW.6.7- 8).
¿Cómo influye, entonces, el contexto en la investigación científica? En primer lugar, de acuerdo con Dewey, toda investigación comienza con un problema por referencia a una situación inicialmente indeterminada pero no toda situación inicialmente indeterminada se instituye como un problema. Esto explica que la formulación del problema de investigación sea una fase específica de la pauta general, según aclara en su Lógica. Por tanto, una tarea clave es identificar los distintos criterios de relevancia empleados para definir que una situación indeterminada es problemática y, además, para definir los términos del problema, siempre bajo la idea de que el carácter iterativo y recíproco de las fases de la pauta general de la investigación hacen que la formulación del problema fuera ya un primer paso hacia la resolución (Dewey 1950, 119-135. LW.12.105- 122; Brown 2012). Teniendo en cuenta lo dicho sobre la incidencia implícita pero ineludible tanto de las estimaciones habituales de la esfera cultural del contexto como de los antecedentes teóricos específicos que permiten instituir a la situación indeterminada como un problema y del interés selectivo de quien investiga, la continuidad entre contexto e investigación permite comprender que esta última no queda exenta de estimaciones habituales, cuanto menos al momento de instituir el problema a resolver. Ya en la Lógica Dewey es elocuente acerca de la influencia de la dimensión contextual, que en ciertos casos es notoriamente negativa: “[e]s patente el impacto de las condiciones culturales sobre la investigación física. Los prejuicios de raza, de nacionalidad, de clase y de secta desempeñan un papel tan importante que su influencia no escapa a ningún observador.” (1950, 535. LW.12.482). En este sentido, las condiciones culturales y los prejuicios apoyados en hábitos de estimación tienen un rol insoslayable en toda investigación, rol que se explica por el carácter contextual de aquella. Luego, el hecho de que una situación indeterminada particular sea lo suficientemente relevante como para dar lugar a una investigación dependerá tanto de la incidencia de la selectividad como de las estimaciones valorativas habituales que componen la tradición.
En segundo lugar, si la determinación del problema es ya parte de su solución, en la medida en que orienta la selección de hechos del caso significativos, la recolección de datos, etc., entonces la incidencia de esta instancia de valoración es fundamental para dar cuenta de todo el proceso de investigación. Dewey es claro respecto de esta cuestión cuando afirma que “[t]oda investigación competente y genuina exige que, del embrollo del material existencial y potencialmente observable y recordable, se seleccione y pondere alguna parte de él en calidad de datos o hechos pertinentes. Este proceso es de adjudicación, apreciación o valoración.” (1950, 545. LW.12.491). A este respecto resulta interesante sustituir la idea de data como dado por la de capta como tomado, a fines de sostener que los hechos son aquellos objetos y eventos sobre los cuales el investigador ha definido su importancia (Geiger 1978, 110). Aparece aquí una nueva instancia en que las estimaciones tienen un rol importante en la investigación científica, en la medida en que la operación de institución del problema antedicha extiende la influencia del contexto y las estimaciones valorativas habituales al momento de seleccionar los hechos del caso pertinentes a la investigación.4
En este punto es preciso advertir una estrategia argumentativa cara a la versión standard de filosofía de las ciencias: si bien puede reconocerse que hay efectiva presencia de estimaciones valorativas, el núcleo del conocimiento científico se juzgaría en el ámbito de justificación o validez de teorías, regido exclusivamente por un tipo de racionalidad teórica y por valores epistémicos –elementos que en su conjunto garantizarían la objetividad del conocimiento. En lo que sigue me detendré a considerar la posición de Dewey sobre este argumento, cuya conclusión abona lo señalado con anterioridad sobre la efectiva presencia de estimaciones valorativas en toda instancia de la investigación.
2.2 La continuidad entre génesis y validez
Hacia comienzos del siglo XX Dewey fue parte de un amplio conjunto de filósofos que cuestionaron el idealismo absoluto de Josiah Royce. Una de las reacciones más fuertes al idealismo de Royce provino de los denominados “nuevos realistas”, de la mano de Perry y Montague, quienes postulan el presunto carácter independiente de los objetos de conocimiento. Dewey, en su recurrente estrategia de superar las alternativas dicotómicas, entabla una discusión con los nuevos realistas y ofrece allí algunas consideraciones de notorio interés para los propósitos de este estudio, muchas de ellas nucleadas en el ensayo “Valid Knowledge and the ‘Subjectivity’ of Experience” (1910. MW.6).5
La pregunta que estructura todo el artículo de Dewey es la pregunta por la relación del conocimiento válido con la experiencia, habida cuenta de que los idealistas pero también algunos realistas como Moore y Russell o neo-realistas como Perry tienden a tachar a la experiencia de “meramente subjetiva” y consecuentemente tienden a excluirla al momento de dar cuenta de las condiciones de validez de los objetos de conocimiento. Puesto de modo inverso, idealistas y realistas por igual tienden a considerar
a los objetos de conocimiento por fuera de sus relaciones de condiciones y consecuencias con otros objetos o procesos de la experiencia, como si allí no hubiera experiencia. La primera respuesta que ensaya Dewey frente a esa tendencia remite al quehacer efectivo de las ciencias experimentales. A diferencia de la tradición intelectualista del siglo XVII, que busca algún aspecto del objeto que por sí solo pueda garantizar su validez (y aquí nuevamente Dewey incluye a racionalistas y empiristas por igual), las ciencias experimentales indican que no hay ninguna cualidad del objeto de conocimiento que por sí misma pueda dar cuenta de su validez sino que ésta es determinada por el modo en que se conduce la investigación y por las conexiones que se establecen entre el objeto y otros objetos, en el futuro. Según Dewey, estas observaciones deberían ser suficientes para dejar de considerar a la experiencia como meramente subjetiva y excluirla del procedimiento de validación del conocimiento.
Sin embargo, parece que referir al modo de trabajo de las ciencias experimentales no es suficiente para resolver el problema. En efecto, Dewey recupera una objeción de los neo-realistas según la cual habría que diferenciar entre la aparición del objeto de conocimiento y las condiciones de su validez. Siguiendo la reconstrucción deweyana, este nuevo argumento señalaría que no deben confundirse las condiciones de génesis y las condiciones de validez del objeto de conocimiento sino que ellas deben quedar bien diferenciadas (MW.6.84). Frente a esta idea, el pragmatista sugiere al realista que considere las conexiones íntimas y ubicuas entre las condiciones empíricas de génesis y consecuencias de un objeto y su validez:
La continuidad entre “experiencia” y “validez” es a la vez tan inquebrantable y tan importante como para volver increíble la noción de que la génesis y consecuencias estén en un ámbito –el subjetivo– y la validez en otro, el objetivo. En vistas de los hechos del procedimiento científico, difícilmente sea excesivo decir que, en cierto sentido, el status de validez es un tipo de experiencia. Aun si considerásemos a la experiencia como subjetiva [If it can be made out that experience is subjective] no deberíamos pensar que hemos logrado nada con una distinción entre génesis y validez. […] Deshacerse de la dificultad [de explicar la validez del conocimiento] mediante el trazado de una fuerte y tajante línea entre génesis y validez –o entre lo psicológico y lo lógico– es creer que ponerle nombres a los términos del problema resuelve el problema que aquellos términos nombran. (Dewey 1910, MW.6.84).
Este fragmento introduce algunas cuestiones muy relevantes. En primer lugar, Dewey arguye que la distinción entre génesis y validez es en cierto sentido arbitraria y opera un corte en un proceso que es continuo, desde la aparición de una idea hasta el momento de aceptarla como válida en cuanto resultado de la investigación y de su contrastación en la experiencia. Como señala Hildebrand (2003, 21), si el conocimiento es visto como un proceso al tiempo que si la investigación controlada es lo que otorga asertabilidad a determinado juicio y si esa asertabilidad es puesta a prueba cada vez que el juicio resultante conduce la acción a fin de resolver un problema, entonces la investigación como proceso o el objeto de conocimiento como su resultado transaccional tiene un sustento en la experiencia y reporta modificaciones concretas en la experiencia. Luego, los neo-realistas no tienen buenas razones para pensar que esa continuidad implica algún tipo de idealismo subjetivista.
En segundo lugar, si la continuidad de la experiencia en términos generales y de la investigación en términos específicos resulta
inquebrantable y no se ve afectada por una simple línea de demarcación entre un ámbito y otro, entonces tampoco hay razones para excluir a priori aquellos elementos que forman parte de la génesis del conocimiento. Además, si la investigación se inscribe en un seno o matriz cultural que incluye al contexto y si no es posible establecer un límite estricto entre ese ámbito y un supuesto ámbito de lo objetivo, de la validación, entonces esta última traerá consigo algunos elementos propios del contexto que son, entre otros, valores morales y políticos, cuya presencia no puede negarse ni aislarse. De aquí que “[…] la explicación científica resulta pragmáticamente cargada, aunque su formulación en términos de razonamiento no lo muestre, por las decisiones, valoraciones y apreciaciones que no pueden separarse como si fueran reinos absolutamente distintos entre sí, puesto que todas ellas se hallan involucradas en el hacer ciencia.” (Di Gregori y López 2013, 188). Más aún, si se tiene en cuenta que una de las apuestas filosóficas y políticas de Dewey pasa por revisar los valores y fines de las acciones cada vez que fuera necesario y que esa revisión está también apoyada en la investigación y deliberación, como intentaré indicar más adelante, entonces tampoco habría lugar para pensar que los componentes del contexto de experiencia de la investigación son subjetivos, tendenciosos o individuales.
En tercer lugar, la respuesta de Dewey interpela a quienes buscan diferenciar de modo taxativo entre ámbito de génesis y ámbito de validez o, como serán denominados desde mitad del siglo XX, contexto de descubrimiento y contexto de justificación.6 Este último punto es de suma
importancia porque habilita a discutir desde un nuevo ángulo con aquellas visiones dicotómicas propias de la versión standard de la filosofía de las ciencias, además de mostrar que Dewey puso en cuestión algunas ideas básicas del positivismo lógico en su propio tiempo. Dado que la pauta general de la investigación incluye tanto la situación inicialmente indeterminada como la acción orientada por el juicio práctico tendiente a reunificar la situación, la propuesta deweyana es incompatible con las visiones filosóficas de la ciencia que circunscriben el análisis a la justificación lógica de teorías. Como indica Dorstewitz, “Dewey incluye todas las fases de su ‘pauta de investigación’ en su ‘lógica’, que define como ‘teoría de la investigación’, y consecuentemente rechaza tratar al ‘descubrimiento’ y a la ‘justificación’ como contextos separados.” (Dorstewitz, 2011, p. 215).
Ahora bien, aun cuando el establecimiento del problema y la determinación de los hechos del caso necesariamente incluyan elementos contextuales y aun cuando no fuera posible establecer una frontera entre la génesis y la validez del conocimiento científico, no toda incidencia valorativa en esos puntos es legítima. A propósito de sus reflexiones en torno a la investigación social, Dewey reconstruye una objeción clásica según la cual habría que excluir las estimaciones valorativas o los valores para poder respaldar las conclusiones en hechos porque la formación de juicios científicos basados en valores previos, sobre todo morales, daña a la propia investigación. Dewey mismo señala que este planteo se apoya, en principio, en una intención “sana” pues efectivamente sería un error conducir y condicionar la investigación hacia resultados prefijados por ese
tipo de asunciones. Sin embargo, continúa el pragmatista, ese planteo descansa en dos errores: por un lado, supone que las estimaciones morales agotan todo el campo de valoración; por el otro, y entiendo que este es el punto más interesante, en la medida en que esas estimaciones habituales son previas, no son valores en el sentido distintivo pues excluyen la consideración de las consecuencias y reducen a la investigación a un mero plano instrumental (en el sentido llano del término). En suma,
“[s]e requieren juicios de valor, juicios de mejor y peor acerca de los medios a emplear, tanto materiales como de procedimiento. […] El daño surge porque los valores empleados no se hallan determinados dentro y por el proceso de investigación. […] La investigación social, para satisfacer las condiciones del método científico, debe juzgar que ciertas condiciones objetivas constituyen un fin que vale la pena alcanzar en las condiciones dadas. Pero, una vez más, esta afirmación no quiere decir lo que tantas veces se pretende que quiera decir, a saber, que se puedan recoger los fines y los valores fuera de la investigación científica, de modo que esta última se limite a determinar los medios más conducentes a la realización de tales valores.” (Dewey 1950, 551. LW.12.496).
3. Sobre la legítima dimensión valorativa de la investigación científica
Al momento, las observaciones realizadas permiten adelantar dos hipótesis. Por un lado, la legitimidad de la incorporación de valores en la investigación está dada, en buena medida, por el modo en que se obtienen esos mismos valores, es decir, por el hecho de que fueran resultado de una investigación y deliberación informada y no el mero reflejo de tendencias subjetivas, preconceptos o dogmatismos de la tradición. Por otro lado, cuestionar la dicotomía entre contexto de justificación y contexto de
descubrimiento es un punto de partida para cuestionar la férrea distinción entre valores epistémicos y extra-epistémicos, entendidos en términos de “propio” y “ajeno” a la ciencia. En esta sección avanzaré sobre dos nuevos sentidos de continuidad entre investigación científica, valoración y valores, todo ello a fines de abordar la pregunta por la legitimidad de la dimensión valorativa moral, social y política de la investigación científica y sostener que la distinción clásica entre valores epistémicos y extra- epistémicos debe ser revisada o incluso reemplazada por otro tipo de categorizaciones.
3.1 La continuidad metodológica entre investigación y valoración
Según indica Dewey en su autobiografía intelectual, la relación metodológica entre ciencia y valoración constituye uno de los temas de mayor preocupación: “[…] a medida que mi estudio y mi pensamiento avanzaban, yo estaba más y más preocupado por el escándalo intelectual que me parecía reportar el actual (y tradicional) dualismo desde el punto de vista lógico y metodológico entre algo llamado ‘ciencia’ por un lado y algo llamado ‘moral’ por el otro.” (Dewey, 1930a, LW.5.156). Así, la elaboración de una lógica entendida como pauta general de la investigación que pudiera emplearse sin brechas abruptas en la continuidad entre ambos ámbitos constituye, en su opinión, la respuesta a una de las mayores necesidades prácticas de su tiempo.
La tesis central del enfoque deweyano afirma que no hay diferencias lógicas relevantes entre los juicios valorativos y los juicios propios de la ciencia, sin perjuicio de su especificidad cualitativa, contextual y situada. Este planteo descansa en el hecho de que tanto las investigaciones científicas como las valoraciones dan lugar a juicios
prácticos, es decir, juicios respecto de qué hay que hacer para resolver una situación indeterminada o incompleta. Habida cuenta de que para Dewey tanto la investigación científica como la valoración propiamente dicha son experiencias reflexivas, de segundo orden, cabe preguntarse si comparten la pauta general de la investigación y, en consecuencia, si mantienen una relación de continuidad metodológica o procedimental. La lectura de la propuesta metodológica de Dewey en Teoría de la Valoración permite advertir que las correlaciones entre investigación científica y valoración se observan prácticamente en todas las fases de la pauta general presentada en la Lógica:
el punto de partida de las investigaciones científicas y de los procesos de valoración es una situación deficitaria o conflictiva, es decir una situación inicialmente indeterminada que habilita la aparición de un deseo y posteriormente de una valoración, en ese contexto determinado;
tanto las investigaciones científicas como las valoraciones deben recopilar los hechos del caso relevantes respecto de la situación, como el material provisto por investigaciones previas, el estudio de las condiciones-consecuencias de las cosas o procesos en ella involucrados y los deseos, fines, valores, principios potencialmente afectados por la investigación o valoración;
así como en el caso de la valoración los fines a la vista adquieren un carácter hipotético por referencia a su función como guías o planes de la acción, en cuyo curso se pondrán a prueba y eventualmente se modificarán, en las investigaciones científicas las ideas fungen como consecuencias anticipadas de lo que habrá de ocurrir en el proceso de resolución del problema y pueden ser reconsideradas conforme avanza la instancia de puesta a prueba experimental;
aquello que en la pauta general de la investigación se denomina razonamiento en cuanto comprensión de la idea y “juego libre” con otros conceptos vinculados encuentra su correlato en la deliberación y sobre todo en el ensayo imaginario, para el caso de los juicios valorativos;
los resultados alcanzados en las investigaciones científicas y en las valoraciones modifican el curso de experiencia en virtud de resolver el estado previo de necesidad o carencia, enfatizando así su carácter práctico;
tal y como sucede con los principios lógicos en general y con las hipótesis para el caso de las investigaciones científicas, los valores se instituyen en el mismo proceso por el que se responde a situaciones problemáticas similares y reiteradas, en la medida en que aquellos se definen como fines a la vista generalizados; y finalmente
tanto en el campo de la ciencia como en el campo de las valoraciones, los resultados obtenidos devienen abstractos en el sentido de no quedar directamente vinculados con alguna experiencia particular –pero no en el sentido de ser independientes y ajenos a toda experiencia– y serán utilizados como herramientas o instrumentos para el tratamiento de problemas similares. Así, dichos resultados también dejan planteadas ciertas condiciones que deberán ser tenidas en cuenta en investigaciones o valoraciones posteriores.
De acuerdo con Caspary (2003) es posible identificar dos formas en las que Dewey se vale de esta continuidad metodológica. En primer lugar, la utiliza para criticar a aquellas perspectivas morales “pre- darwinianas”, es decir, aquellas perspectivas que aún consideran que hay fines dados, fijos e independientes de toda experiencia y los oponen al desarrollo de las ciencias naturales.7 En segundo lugar, permite poner en relación las hipótesis surgidas durante el proceso de deliberación moral llevado adelante por los agentes que valoran con cierta información obtenida mediante el auxilio de la ciencia, clave para la elaboración de los juicios evaluativos. En el marco de esta propuesta, la resolución inteligente de una situación problemática tanto en el ámbito de la ciencia como de los valores se obtiene como resultado de una investigación reflexiva y produce ciertas modificaciones existenciales guiadas y respaldadas por esa misma investigación.8
En mi interpretación, y más allá de lo señalado por Caspary, uno de los aportes más interesantes de Dewey está dado por sus ideas acerca de qué son los valores y qué es la valoración. En efecto, afirmar que los valores en sentido distintivo son fines a la vista generalizados, resultados
de una deliberación en términos de reflexión respecto de las condiciones y consecuencias de esos mismos valores, permite desarticular el argumento por el cual la dimensión valorativa introduciría algún grado de distorsión de la objetividad de la investigación pues significaría incorporar aspectos subjetivos o dogmáticos. Este enfoque naturalista y cognitivista respecto de la valoración implica que esta última no emite juicios que resultan un “cuerpo extraño” a los juicios de la investigación científica porque ambos son, como he señalado antes, juicios prácticos.9 Dicho de otro modo, los valores en su sentido distintivo se desmarcan de cualquier sentido de dogmatismo o subjetivismo y su objetividad está dada por el mismo hecho que brinda objetividad a la ciencia, por lo cual juicios científicos y valorativos no resultan ajenos sino más bien articulables. Dicha articulación, como bien señala Mougán Rivero, no se trata de una moralización de la ciencia por vías de su subordinación a valores ideales (2000, 118). Tampoco se trata de una reducción cientificista de la valoración que exima al agente de la deliberación moral, política, o cual fuera necesaria, pues la propuesta de Dewey siempre se enfatiza la necesidad de deliberar respecto de los fines y valores de las acciones. Se trata, en definitiva, de una integración entre ciencia y valoración en favor de la acción inteligente.
3.2. La continuidad material o de contenido
Más allá de advertir el isomorfismo metodológico entre investigación científica y valoración, aún faltan considerar algunos
aspectos que permitan analizar si es que ambos tipos de experiencia reflexiva tienen contenidos en común y por sobre todas las cosas si se influyen o afectan mutuamente. Dicho de otra manera, si la continuidad metodológica fuera la única, tanto las investigaciones científicas como las valoraciones podrían interpretarse como “cerradas en sí mismas”, esto es, apelando a hechos del caso, resultados previos, formas lógicas o principios exclusivos de cada práctica específica, pero eso no ofrecería grandes avances frente a la pregunta por la legitimidad de la presencia de valores tradicionalmente denominados extra-epistémicos en las investigaciones científicas.
Comencemos por la valoración. De acuerdo con Dewey, la valoración en sentido distintivo implica ciertos auxilios del conocimiento científico en función de asegurar que los juicios prácticos resultantes se llevan adelante sobre la base de las mejores previsiones posibles de los distintos cursos de acción. Esta observación, aun cuando muy general, permite ya introducir un nuevo sentido de continuidad entre ciencia y valoración, ahora respecto del material o contenido. Así, una valoración reflexiva debería estar científicamente informada en al menos tres instancias –más allá del siempre presente trasfondo naturalista inspirado en la teoría de la evolución. Por un lado, se cuenta con el aporte del método evolucionario, genealógico o histórico-antropológico para la valoración y la moralidad, de acuerdo con lo señalado por Dewey en “The Evolutionary Method as Applied to Morality” (1902. MW.2). En pocas palabras, el método evolucionario o genealógico se ocupa de las condiciones en que se originan las ideas y prácticas morales, esto es, intenta determinar cómo surgen determinados valores particularmente morales en ciertas
situaciones, cómo se convierten en un estímulo para provocar nuevos modos de acción y cómo “decantan” en estimaciones valorativas habituales La ventaja de esta perspectiva es triple: en primer lugar, permite considerar una visión integral del lugar y las relaciones entre tales valores morales, ideales y prácticas. En segundo lugar, prestar especial atención a las primeras etapas o períodos permite sustituir la operación artificial de un experimento porque durante estos primeros períodos las partes que intervienen en la formación de nuestros valores son relativamente simples de desentrañar y explicar. En tercer lugar, el método genealógico permite determinar si representan una mejor o peor respuesta a estas situaciones, considerando, por ejemplo, si han desempeñado un papel en el mantenimiento de la integridad de la vida social o si han aportado nuevos valores a ella. En este caso, dicha referencia funcional constituye aquello que Dewey denomina “presunción de validez” del valor en cuestión, devenido luego estimación valorativa habitual (Dewey 1902, MW.2.26).
Por otro lado, Dewey reserva un lugar importante a la psicología como disciplina científica que ayuda a comprender el proceso de valoración. Una de las primeras referencias aparece en “Logical Conditions of a Scientific Treatment of Morality” (1903, MW.3). Allí Dewey observa que si el contenido del juicio moral y el carácter del agente se determinan recíprocamente, entonces una pieza clave para una teoría sobre el control de los juicios morales será el estudio de las disposiciones o del carácter en cuanto acción afectiva que se pone de manifiesto [set forth] en el juicio. En efecto, el análisis aportado por la psicología permite determinar ciertas condiciones genéricas de experiencia (hábitos, emociones, motivos, etc.) y sobre todo permite determinar de qué modo el agente transita desde las apreciaciones a nivel de la experiencia primaria
hacia la instancia reflexiva. En consecuencia, los aportes de la ciencia de la psicología [psychological science] en cuanto clarificación de procesos conscientes se instituyen como una condición necesaria para el análisis de los juicios morales particulares (Dewey 1903, MW.3.26-30).
Similares consideraciones aparecen en su Naturaleza Humana y Conducta de 1922. Echar mano al conocimiento provisto por la psicología permite, en primer lugar, dar cuenta del vínculo entre percepciones, recuerdos y previsiones, del rol de los impulsos en la conducta humana, de la conformación progresiva de los hábitos y de la modificación de estos últimos, siempre en vistas a comprender y propiciar la acción inteligente (tanto en términos generales como en el ámbito de la moral). En segundo lugar, los resultados de las investigaciones en psicología permiten sostener que, si el conocimiento se efectúa por medio de factores naturales, entonces la postulación de facultades especiales para el conocimiento moral ya no es aceptable pues se apoya en presupuestos que desconocen la continuidad entre naturaleza y mente o entre el mundo material y el mundo moral. En tercer lugar, en la medida en que la psicología se constituye como un estudio científico de la naturaleza humana, permite también relacionar o “eslabonar” a la moral con otras disciplinas científicas:
[u]na moral basada en el estudio de la naturaleza humana y no en el menosprecio de ella, encontraría que los hechos reales del hombre se concatenan con los del resto de la naturaleza y podría aliar la ética con la física y la biología; observaría que la naturaleza y las actividades de un persona tienen las mismas finalidades que las de otros seres humanos y podría, por tanto, eslabonar la ética con el estudio de la historia, de la sociología, de las leyes y de la economía. (Dewey 1964, 23. MW.14.11).
Ahora bien, los aportes del método histórico-genealógico y de la psicología podrían considerarse como genéricos, en el sentido de que deberían ser tenidos en cuenta en toda reflexión valorativa. Si bien las consideraciones ofrecidas por ambas perspectivas mantienen siempre una referencia a la situación específica y tienen un carácter prospectivo, la propia valoración demandará además algún tipo de conocimiento particular respecto de los elementos que intervienen en dicha situación tal que permita esclarecer sus relaciones en términos de condiciones- consecuencias y llevar a cabo una resolución inteligente. Aquí radica la tercera dimensión de la continuidad de contenido o material entre valoración y conocimiento científico, ajustada a cada valoración particular: de acuerdo con Dewey, los juicios evaluativos a la base de las valoraciones deben estar informados por el mejor conocimiento disponible
–conocimiento que, en su opinión, es el científico. Dado que la especificidad de las situaciones se impone a las consideraciones generales y prescriptas de antemano y que las valoraciones genuinas no pueden limitarse a un mero ajuste de la conducta a criterios impuestos desde fuera del curso de experiencia, el planteo de Dewey no pretende ni puede adelantar qué tipo de conocimiento sería necesario para informar las valoraciones sin referencia a cada situación determinada. Lo que sí permite es afirmar que de cumplirse sistemáticamente estas condiciones se integrarán las creencias acerca del mundo y acerca de los valores que deben dirigir la conducta (cf. Dewey 1952, 223 y ss. LW.4.206)10.
Aquí resulta importante advertir que el sentido de continuidad material aún admite una interpretación por la cual el conocimiento científico sería un “informante neutral” de la valoración y que ese vínculo no propicia ningún cambio en la ciencia. Ahora bien, esta lectura sólo se sostiene bajo la hipótesis de que la continuidad material es unidireccional, vale decir, que la ciencia informa a las consideraciones valorativas pero que estas últimas no inciden en la primera. Sin embargo, el hecho de que tanto la investigación científica como la valoración se asienten en una base experiencial común y compartan con esta última el carácter transactivo, afectivo, apreciativo y continuo impediría establecer barreras infranqueables entre una y otra.
Frente a esta posibilidad, y considerando ahora la segunda dirección de la continuidad material, es interesante recordar que para Dewey la noción de investigación es lo suficientemente amplia como para incluir una instancia de instrumentación, de “regreso” al mismo nivel primario de experiencia en que surge la situación inicialmente indeterminada. Si la investigación científica incluye esta instancia de instrumentación y si se tiene en cuenta el carácter iterativo y recíproco de las fases de la pauta general de la investigación, entonces esos ámbitos no
pueden escindirse sino, por el contrario, se alimentan y modifican mutuamente. Por otra parte, si la instrumentación se vincula con la reunificación de la situación y la consideración respecto de esta última se efectúa en términos valorativos, dado que en todas las situaciones que requieren ajustar inteligentemente la conducta y la experiencia hay instancias de valoración, entonces la investigación está permeada por consideraciones valorativas por referencia a la instancia de instrumentación en un nuevo sentido. Así,
“[d]el mismo modo como no es posible determinar la validez de una proposición en el raciocinio o, en general, del material conceptual, prescindiendo de las consecuencias a que da origen su empleo funcional, tampoco se puede determinar la garantía suficiente de un juicio que pretende ser conocimiento (en su sentido laudatorio) con independencia de su conexión con un amplio círculo de consecuencias. […] Aunque la concordancia entre las actividades científicas y las consecuencias que provocan en el público en general (técnicamente no científico) se hallan en un plano diferente, sin embargo, esa concordancia constituye una parte integrante de la prueba completa de las conclusiones físicas, siempre que sus repercusiones públicas son de significación” (Dewey 1950, 537. LW.12.483-484).
Según se desprende del fragmento, queda claro que el ámbito de instrumentación tiene una influencia notoria en la investigación científica. El punto clave es que el referido “amplio círculo de consecuencias” se halla en un plano diferente al plano científico, según indica Dewey, de modo que no se pondera sólo a partir de valores tradicionalmente denominados epistémicos sino que esa consideración incluye también otro tipo de valores: morales, políticos, sociales, etc. –es decir, los que fueran necesarios para valorar la situación. En otros términos, esa ponderación
implica tener en cuenta qué ámbitos de experiencia se verían afectados por la investigación específica, al tiempo que los valores que intervienen en esa ponderación forman parte de la prueba completa de las conclusiones de la investigación, de la validación del conocimiento. Esto implica también que al momento de formular hipótesis en cuanto cursos de acción el investigador debe anticipar sus consecuencias y debe prever qué valores se verían afectados por dichas consecuencias, de forma que estos últimos tienen incidencia legítima en la propia investigación porque esa ponderación es necesaria para obtener conocimiento en sentido pleno, laudatorio.
En este punto propongo recuperar los términos de la distinción entre valores constitutivos y valores contextuales de la ciencia planteada por Helen Longino (1983, 7-9; 1990, 4-7). Según Longino, los valores constitutivos son aquellos que determinan qué es y cómo está compuesta una práctica científica aceptable, mientras que los valores contextuales pertenecen al ambiente social y cultural en el que se inscribe la práctica científica. Más allá de esas definiciones, pasibles de ciertas críticas, entiendo que la idea de valor constitutivo abre un camino interesante porque permite pensar que el conjunto de los valores constitutivos no está dado exclusivamente por los valores epistémicos sino que admite otro tipo de valores, aquellos relegados al plano de lo extra-epistémico (o de lo contextual, siguiendo a Longino).11 Retomando el planteo de Dewey, los
sentidos de continuidad identificados no pretenden desdibujar las diferencias y especificidades de los distintos tipos de valores que serán considerados en cada investigación pero reclaman una nueva organización en cuanto a su carácter “propio” o “ajeno” a la investigación. En ese sentido, y a sabiendas de que esta reubicación tal vez no coincida con el planteo de Longino, la noción de valor constitutivo permite reubicarlos en pie de igualdad respecto de la pertinencia de su incorporación en la investigación, sin pérdida de su especificidad. Luego, si bien no es posible afirmar de antemano cuáles serían esos valores morales, sociales o políticos pues eso depende del amplio círculo de consecuencias de cada investigación particular, la perspectiva deweyana habilita a considerar que hay valores morales, sociales o políticos tan constitutivos de la práctica científica como su contrastación experimental rigurosa o su predictibilidad, desarticulando así una de las distinciones más persistentes de la versión standard de la filosofía de la ciencia y una de las bases del ideal de ciencia libre de valores.
Por último, el ámbito de instrumentación “revierte” sobre la práctica científica en otro sentido, ya no relacionado específicamente con la instancia de validación sino con la cualidad moral de la investigación. Si se acepta que la instrumentación es parte de la investigación –del mismo modo que lo es la determinación del problema– y si se acepta la tesis de la continuidad entre medios y fines planteado por el mismo Dewey, entonces la investigación es ubicada en una perspectiva más amplia y puede ponerse en relación con los asuntos y problemas de la experiencia humana, adoptando el valor del fin al que se oriente. Cito nuevamente in extenso de La Reconstrucción de la Filosofía para sostener este punto:
Ahora bien, la lógica experimental aplicada a la moral nos impone que consideremos buena a cualquier cualidad en cuanto ella contribuye al mejoramiento [ameliorent] de los males existentes. Y, al hacerlo, establece el sentido moral de la ciencia natural. […] Pero esa ganancia no queda limitada a la faceta moral. Desde ese momento, las ciencias naturales dejan de estar divorciadas de lo humano, adquieren la cualidad de lo humano. (Dewey 1993, 182-3. MW.12.178-9. Cursivas agregadas).
4.Conclusiones
El recorrido trazado desde el enfoque de Dewey ofrece elementos teóricos de interés para responder dos cuestiones relevantes respecto al debate sobre el ideal de ciencia libre de valores. En primer término, la continuidad entre la investigación científica y su contexto, compuesto entre otros elementos por estimaciones valorativas habituales, y la continuidad entre génesis y validez del conocimiento científico dan cuenta de que las estimaciones valorativas habituales permean todas las fases de la investigación, por lo cual tienen presencia efectiva e insoslayable en la actividad científica. En segundo término, las continuidades metodológica y material entre investigación, valoración y valores permiten sostener que las consideraciones de las consecuencias amplias de la investigación constituyen parte de su prueba completa. Por lo tanto, los valores involucrados en esas consideraciones adquieren lugar legítimo y se tornan elementos constitutivos de la investigación –siempre que hayan sido formados inteligentemente, bajo la pauta general de la investigación. En suma, desde la perspectiva deweyana el ideal de ciencia libre de valores no es realizable ni deseable.
Resta un último señalamiento. En el marco del debate sobre el ideal de ciencia libre de valores resulta muy sugerente recuperar los
lineamientos generales de una filosofía política del conocimiento científico ofrecida por Ricardo Gómez (2014). De carácter fuertemente situado y contextual, es tipo de reflexión reconoce la incidencia de valores al momento de definir los problemas y orientaciones de la investigación, la aceptación o rechazo de hipótesis, etc., al tiempo que rechaza la neutralidad de la ciencia para alcanzar fines políticos o sociales y rechaza, en consecuencia, la disociación entre ciencia y política (Gómez 2014, 165 y ss.). En virtud de lo dicho, me permito señalar que el pensamiento de Dewey ofrece elementos sólidos para avanzar en una reflexión filosófica en torno a los fines y valores de la ciencia en clave política. Como observa Dewey (LW.6.59), la comprensión y orientación de la poderosa capacidad de transformar el mundo que detenta la ciencia es uno de los desafíos más apremiantes y complejos de la civilización contemporánea, de modo que considerar su lugar y la función en el curso de experiencia es una tarea más propiamente filosófica que cualquier análisis auto-contenido de la ciencia en cuanto tal. Espero que lo planteado hasta aquí constituya un punto de partida para futuros aportes en esa dirección.
LA RECONSTRUCCIÓN DE LAS CONTINUIDADES
1Las citas y referencias a los textos de John Dewey son a las versiones en español, cuando las hubiera. Caso contrario, he optado por conservar sus títulos en inglés y por ofrecer traducciones propias. Como es habitual en la literatura especializada, se remitirá a la edición canónica de las obras completas: The Collected Works of John Dewey 1882-1953 (1967-1987). Así, se indicará EW (The Early Works), MW (The Middle Works) o LW (The Later Works), seguido del correspondiente número de volumen y página. Así, para los títulos con traducción al español la referencia combinará ambos estilos, por ejemplo (Dewey 1950, 123. LW.12.108), mientras que para los textos sin traducción al español la referencia será a las obras completas, por ejemplo (Dewey 1930b, LW.6.20). Finalmente, en las referencias bibliográficas indicaré los textos tomados de las obras completas, por un lado, y las traducciones al español, por el otro.
2Sobre la distinción entre valued y valuable, cf. Dewey 2008, 86-89. LW.13.194-196. Sobre la distinción entre moralidad habitual y moralidad reflexiva, cf. Dewey, 1965b, p. 26. LW.7.162.
3Sobre las esferas del contexto, cf. Dewey, LW.6.20-21.
4Estas observaciones constituyen los antecedentes deweyanos para la elaboración del argumento de Putnam sobre el desplome de la dicotomía hecho-valor, cuya conclusión es que las aserciones factuales están imbricadas o entrelazadas [intertwined] con juicios de valor (Putnam 2004).
5En el período 1909-1910 Dewey escribe una gran cantidad de artículos dedicados a la discusión con el realismo. Hildebrand (2003) ofrece un detallado estudio de la discusión entre Dewey y los neo-realistas.
6Esa distinción se atribuye a Reichenbach (1938), quien efectivamente la plantea en los términos de “contexto de justificación” y “contexto de descubrimiento”. No obstante, Reichenbach habría explicitado una distinción frecuentemente utilizada a comienzos de Siglo XX y planteada por primera vez por John Herschel en su Preliminary Discourse on Natural Pbilosopby de 1830 (Schickore y Steinle 2006, XI; Losee 1981 [1972], 123-128).
7El vínculo entre darwinismo, valoración y ética capturó la atención de Dewey durante toda su carrera: ya en 1884 publica “Ethics and Physical Sciences” (EW.1), en donde distingue una “ética teológica” de una “ética científica” en función de la aceptación o rechazo de los términos generales de la teoría de la evolución. Asimismo, en 1898 Dewey publica “Evolution and Ethics” (EW.5), texto en el discute la posición de Huxley según la cual no pueden derivarse deberes morales a partir de hechos, tal como indica la versión clásica de la falacia naturalista.
8Caspary (2003, sec. 3 y 4) plantea un análisis similar al ofrecid aquí, pero modifica la comparación pues toma una caracterización de la ciencia aplicada menos apegada a la pauta general de la investigación y la caracterización de la deliberación moral tal y como aparece explicitada en Naturaleza Humana y Conducta y en la Ética de 1932. Aunque la comparación de Caspary difiere de realizada aquí, el sentido general de la exposición coincide, de modo que ambos análisis pueden complementarse.
9Dewey desarrolla el sentido naturalista y cognitivista de los valores en discusión con las posiciones aprioristas o emotivistas (no-cognitivistas) en Teoría de la Valoración y en algunos textos previos. Al respecto, cf. Dewey 2008, LW.13; Faerna 2006 y Faerna & di Berardino 2008.
10Para aclarar el asunto podría considerarse la valoración política respecto de la despenalización del aborto. Siguiendo la propuesta deweyana, deberían considerarse las condiciones históricas del surgimiento de las estimaciones habituales al respecto (en términos bien generales podrían mencionarse las condiciones del patriarcado o de la idea de que la “mujer” se realiza sólo si es madre), debería tenerse en cuenta el rol de los hábitos, disposiciones, voliciones, etc. y debería apelarse a conocimientos aportados por la embriología, la filosofía, la psicología, el derecho, la sociología, etc. para asesorar la valoración.
11Ha sido señalado que el desarrollo del argumento de Longino presenta una tensión entre plantear que los valores constitutivos no alcanzan por sí solos para explicar el desarrollo de la ciencia y que por ello se deben considerar también los valores contextuales, por un lado, y proponer deshacerse de la distinción misma entre valores constitutivos y contextuales, por el otro (Rooney, 1992, pp. 17-19).
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