Páginas de Filosofía, Año XX, Nº 23 (enero-diciembre 2019), 116-140
Departamento de Filosofía, Universidad Nacional del Comahue
ISSN: 0327-5108; e-ISSN: 1853-7960
http://revele.uncoma.edu.ar/htdoc/revele/index.php/filosofia/index
http://id.caicyt.gov.ar/ark:/s18537960/hrm31a67c

ARTICULOS/ARTICLES

CONSECUENCIAS DEL NARRATIVISMO:
ALEGORÍA, ARGUMENTACIÓN Y RETÓRICA
EN LA FILOSOFÍA DE LA HISTORIA DE HANS KELLNER

CONSEQUENCES OF NARRATIVISM:
ALLEGORY, ARGUMENTATION AND RHETORICS
IN HANS KELLNER'S PHILOSOPHY OF HISTORY

Nicolás Lavagnino
Universidad de Buenos Aires
CONICET
nicolaslavagnino@gmail.com

Resumen:

Este trabajo se propone recorrer algunos de los tópicos fundamentales en la filosofía de la historia de Hans Kellner. Afirmo aquí que la peculiar perspectiva narrativista del autor no se limita a una recuperación de los aspectos típicamente asociados con la figura de Hayden White, sino que implica también el desarrollo de un modelo de las formas en las que se constela el conocimiento historiográfico, así como también un análisis detallado de las dimensiones retóricas inherentes al mismo. El argumento de este artículo consiste en mostrar cómo la secuencia lectura-alegoría-tensión-apropiación-elisión-naufragio que, según Kellner, está a la base de los actos comunicativos u operaciones historiográficas, está incrustada en un espacio práctico de carácter retórico signado por la contestación y la disputabilidad argumentada de sentidos. Lo que se pretende, entonces, es mostrar cómo la intervención kellneriana ejemplificada en su obra de 1989, Lenguaje y representación histórica, cobra forma programática en 2013, al inscribir las crooked readings historiográficas en la tensiva vida de la situación retórica.

Palabras Clave: Hans Kellner, alegoría, argumentación, situación retórica

Abstract:

This work aims to explore some of the fundamental topics in Hans Kellner's philosophy of history. I assert here that the author's peculiar narrativist perspective is not limited to a recovery of the aspects typically associated with the figure of Hayden White, but also involves the development of a model of the forms by which historiographical knowledge is constellated and a detailed analysis of the rhetorical dimensions inherent to it. The argument of this article is to show how the sequence reading-allegory-tension-appropriation-elision-shipwreck that, according to Kellner, is at the base of historiographical communicative acts or operations, is embedded in a practical and rhetorical space characterized by contestability and argumentation. The idea then is to show how Kellner's intervention exemplified in his 1989 work, Language and Historical Representation, takes on a programmatic form in 2013, by inscribing the crooked historiographical readings in the tensive life of the rhetorical situation.

Key Words: Hans Kellner,allegory, argumentation, rhetorical situation

I. Introducción

The reader of history -of which the first and most important exemplar is the historian- must push the act of reading farther, looking for the shoals where the craft, the historical text, will founder and reveal its "other" sources, hidden but permeating historical representations. These are the crooked readings; they show the deepest respect for reality by recognizing and probing the tense and contradictory double sources of history.*

Hans Kellner 1989, 333

El presente artículo se propone abordar algunos de los elementos centrales en la filosofía de la historia de Hans Kellner, focalizando en lo que considero son las importantes consecuencias que tendría para el narrativismo como horizonte teórico la adopción integral de lo implicado en su propuesta. Considerando su obra desde el comienzo mismo de su intervención en el horizonte de la filosofía narrativista de la historia, y en particular a partir de sus artículos dedicados a White (Kellner 1980), a la tropología y la figuralidad (Kellner 1981), así como también prestando especial atención a su obra Language and Historical Representation (Kellner 1989) y a algunos artículos más recientes, lo que sostengo es la especificidad, la vigencia y la fertilidad de la contribución de Kellner a la Nueva Filosofía de la Historia (NFH) inaugurada por White (White 1992).

Puntualmente, considero que la propuesta kellneriana está atravesada por la idea de la necesidad de unalectura tensiva de la situación retórica historiográfica cuyos rasgos no solo constituyen agregados teóricos idiosincráticos de lasreadings kellnerianas1, sino que implican vigorosas propuestas que deberían ser tenidas en cuenta por cualquier reformulación futura del paradigma narrativista.

En lo que sigue, por tanto, me abocaré al análisis y profundización de la obra de Kellner centrándome en la necesidad -y hasta cierto punto la inevitabilidad- de una lectura tensiva, a contrapelo, pero aún así constructiva del discurso historiográfico; en el problema de la alegoría como modo de elisión en la configuración argumental del discurso; en el horizonte del naufragio como alegoría operante en el curso de la producción de sentido; y en el ahondamiento en el carácter de situación retórica de la operación historiográfica -distinta teóricamente de su carácter poético- como intervención tópica de disputabilidad argumentada.

Solo de este modo, sostengo, al recuperar el rico bagaje que nos deja la obra de Hans Kellner, nos estaremos haciendo cargo y apropiando plenamente de las consecuencias del narrativismo, como horizonte abierto en la filosofía de la historia en las últimas décadas.

II. Alegorías y naufragios: sedimentos y vertientes historiográficas

La voz alegoría procede del griego ἀλληγορία (“figuradamente”) y es considerada tradicionalmente una figura retórica de pensamiento (en oposición a las de dicción). Es alegórico cualquier procedimiento que establece una distinción entre la letra, lo expresado, y lo figurado, el significado atribuido a la expresión (Marchese y Forradellas 1978, 19). Por ello en la retórica clásica se consideraba a la alegoría como un procedimiento para representar o expresar un pensamiento abstracto o una “idea” en términos más concretos, o para proveer una imagen objetual para lo que carece de ella. Una mujer con una balanza y una espada y los ojos vendados es una alegoría de la justicia; un esqueleto con una guadaña es una alegoría de la muerte y así sucesivamente.

Pero el núcleo de la apropiación neorretórica de la alegoría reside en eliminar el carácter prefijado y unidireccional de la captación del “contenido” de la alegoría. La reapropiación “segura” de la imagen de la mujer con una balanza como imagen de la justicia se pierde cuando el acto de interpretación lejos de detenerse continúa ejerciéndose más allá de lo apropiado (Marchese y Forradellas 1978, 20). Así, el proceso de ir de lo denotado a lo connotado se reinicia, proliferando en atribuciones no sólo de lo que un dominio de origen (en el ejemplo, la figura de la mujer con una balanza) puede aportar a la comprensión de otro (el dominio imagen, la idea abstracta de la justicia), en los términos limitados de la conexión postulada primeramente entre ambos.

En este sentido se destacan, en el marco de las extensiones teóricas de la neorretórica a- la proliferación de atribuciones no previstas originalmente (en nuestro ejemplo preguntas del tipo ¿es la justicia maternal? ¿tienen los intereses que compulsan en el foro un “peso” material que es función de la mujer-justicia equilibrar en su balanza?) y b- la interafectación de atribuciones en los que es el dominio imagen el que incide sobre el dominio de origen (¿esperamos que las mujeres ciegas sean justas?).

En esta modalidad la alegoría es concebida como un procedimiento no prefijado, no teleológico, proliferante, en el que es posible revertir las direcciones de afectación de sentido. Así, mientras canónicamente la alegoría era considerada como un procedimiento por medio del cual se codificaba un significado oculto que debía ser restituido, una figuración que respondía a una literalidad, aquí se trata de un ir y venir entre planos en los cuales figuración y literalidad se interafectan. El ir y venir de este proceso se itera, hasta horadar la idea misma de un dominio de origen que se proyecta a un dominio imagen (de Man 1998, 78).

Esta ruptura de jerarquías y prelaciones encuentra su conclusión, en la obra de Frye, Todorov, el grupo µ y de Man entre otros (cfr Frye 1977 y 1991; Todorov 2001), en la idea de que la alegoría es un procedimiento signado por la saturación de sentido, la irreductibilidad de los órdenes de significación, la interafectación reverberante entre lo denotado y lo connotado, que no son ya dos planos escindidos analíticamente distinguibles, sino dos modos en que se dispone una voz doble irreductible (Beristáin 1985, 36). Y esto, lejos de ser el sino de una pérdida o un agotamiento estéril, es el matiz constitutivo de la eficacia del dispositivo alegórico, el cual se codifica irreductiblemente por medio de estas duplicidades y reverberaciones (Frye 1977, 127; Frye 1991, 18).

Esta idea de voz doble, como reverberación, duplicidad y saturación de sentido, es el punto de partida de la intervención de Kellner en su análisis del discurso historiográfico. “La alegoría, a pesar de las variaciones en sus definiciones, es aquello que dice una cosa y significa otra- en otras palabras, una voz doble” (Kellner 1989, 17). Y este procedimiento no se encuentra solo en los arcanos de las Escrituras o en la interpretación teológica o en la literatura “de ficción”, los géneros de la expresión donde supuestamente emerge la modulación alegórica. Se halla también en cualquier acto comunicativo en el que se intenta aprehender una codificación dada, extraer lo que significa más allá de lo que dice. La alegoría es el medio mismo en el que se presenta el discurso para que lo interpretemos.

Al decir de Kellner, la hostilidad de historiadores como Michelet a cualquier apropiación alegórica de su obra, una hostilidad compartida en general en la mayoría de los campos disciplinares con pretensiones epistémicas, constituye un intento en pos de construir lo único que puede interrumpir momentáneamente el curso alegórico: una voz autorizada que elimine la duplicidad (ibíd., 17). Pero esa voz, a su turno, no se construye sino es por medio de un proceso de selección, edición, montaje y reconfiguración de un espacio signado por la duplicidad. La voz, en su expresión, al decir calla y al callar significa. La duplicidad, el pliegue alegórico, es la captación de que decir y significar no son términos co-extensos y de que están mediados por un callar.

En este sentido el discurso y el conocimiento histórico tienen una matriz innegablemente alegórica. La alegoría de la que se parte aquí, nota Kellner, es la del pasado como unafuente a la que se accede. La fuente histórica (source, Quelle) configura no solo una metáfora hidráulica, sino que también da lugar a una idea de verticalidad que remite a una aparición, un surgimiento a partir de una profundidad (por caso source proviene del latín surgere; Kellner 1989, 10). Así, los restos de una ciudad, sus diversos estratos arqueológicos y los testimonios escritos que dan cuenta de ellos son, en la convención alegórica legitimada por el saber disciplinar historiográfico tradicional, los “niveles ocultos” que deben ser codificados y expresados en la letra del acto cognitivo historiográfico. Cuanto allí se diga puede en teoría remontarse al origen, a su fuente. No habría duplicidad ni reverberación ni enigma aquí, sino el retorno cierto a una voz autorizada en su letra, en el ir y venir seguro de la alegoresis histórica desde lo figurado hacia lo que ya no es visible o no está presente entre nosotros. En esta idea el discurso histórico es al pasado lo que la mujer con la balanza a la justicia.

Pero esta consideración no puede sostenerse por demasiado tiempo, porque estamos en presencia de un problema teórico no menor: al emplear una alegoría o una figura para dar cuenta de un modo de conocimiento que pretende no ser figurativo o alegórico, aquello a lo que nos exponemos es a la aparición, la emergencia (surgere) del trabajo proliferante de la voz doble. Esto es, el camino seguro que pretende fundar el conocimiento histórico en sus fuentes, depende de la alegoría misma de las fuentes. Y esa imagen de la fuente admite en su duplicidad una imagen discordante que la habita: la idea de la fuente no solo como una base o como un sustrato, sino también como un recorrido, un remontar un curso en la búsqueda de lo que antecede. Del registro de los fundamentos como cimientos seguros de una edificación temporal pasamos a la creciente conciencia del problema de las antecedencias. O más bien, a la conciencia de que lo más relevante a la hora de tener en cuenta las antecedencias es nuestro modo de elidirlas, de surcarlas, de atravesarlas, como quien lidia con un banco de sedimentos al navegar.

La idea de Kellner al realizar este señalamiento no es inhabilitar con esto las pretensiones cognitivas o epistémicas de la historiografía, sino aproximarnos a la comprensión de “las otras fuentes” de la misma (Kellner 1989, 1). En esta aproximación encontramos una señal del talante particular de Kellner, que lo recorta en el horizonte filosófico de la NFH.

En este caso lo que Kellner afirma de manera programática es que la historiografía como espacio de prácticas es un acto comunicativo basado, antes que nada, en la lectura. La propuesta aquí, a contrapelo (crooked), es considerar a este acto de configuración de sentidos desde el punto de llegada en la circulación semiótica. La comunicación seproduce porque antes se ha llevado a cabo un acto de apropiación. Porque ciertamente las lecturas, readings, se producen. “Leer es un acto de elección, un acto de voluntad, y se lleva a cabo con un propósito” (ibíd., 18). El acto comunicativo se propone para producir una determinada apropiación. Pero ¿qué es lo apropiado?

Pues aquí se aclara el otro sentido de “fuente”. La fuente es lo sedimentado, lo dispuesto en común en un estrato al que se puede acceder y que está disponible en un horizonte dado. Los “restos” que forman parte de esa disponibilidad son todas las antecedencias que preceden a la comunicación puntual. Y de esas antecedencias comunes, auténticos topoi o lugares comunes, destacan los sedimentos, los acervos (bancos, shoals) formados por anteriores actos de apropiación (readings) que intentan dar forma a una masa de información sobre el pasado.

Cabe decir que el sedimento no está “debajo”, en el sentido de constituir un fundamento (el primer sentido defuente), sino que es aquello que obstaculiza e incide en la navegación, en la forma de bancos que vuelven al agua poco profunda o escasamente navegable, constituyendo lo que hay que vadear y aprovechar para devenir en el curso actual. Lo que sedimenta no es otra materialidad más que las naves (crafts), los objetos en los que se plasmó el arte y el talante constructivo -el trabajo tensivo- de anteriores navegantes-historiadores, y que permea las actuales derivas representacionales. Lo que se produce, las readings,no son otra cosa que la apropiación de un horizonte de sentidos antecedente, un sedimento de sentidos disponible en un determinado horizonte comunicativo. No conferimos sentido al mundo ex nihilo. Nuestra signatura procede a partir, primero, de nuestro registro y consignación de lo signado por otros. Nuestra producción de sentido es una operación sobre el sentido antecedente. Navegamos vadeando y siguiendo cursos precedentes (ibíd., 13).

La tentación de interpretar esta discusión desde el eje de una visión idealista o textualista que no ve más que “lenguaje” o “textos” en el pasado, o que considera esta problemática desde la óptica del problema ontológico o epistemológico de una supuesta inaccesibilidad del pasado, es grande. Ahora bien, el punto de Kellner es justamente el opuesto: mostrar el origen idealista de esa tentación, o la impropiedad de la discusión entre el supuesto realista histórico y su contraparte escéptica. Nuestra situación respecto de la evidencia histórica es exactamente la contraria respecto de aquello que más teme el realista -y de aquello en lo que se solaza el escéptico-.

No tenemos poco contacto con el registro histórico, el acervo supuestamente bruto e informe del pasado que llega a nosotros. Por contra, nuestro problema es la disponibilidad de una masa enorme de información -de sedimentos antecedentes- y, para peor, ese registro no está en “bruto” sino que aparece en nuestro horizonte ya codificado, ya que es a través de su codificación que nosotros, lectores y apropiadores de sentido, podemos concebirlo como un dominio disponible para su apropiación.

El capítulo 2 de Language and Historical Representation es absolutamente central en todo este planteo. Allí se muestra cómo debe ser producido el registro a partir de lo que es pasible de ser codificado como información histórica. Cabe decir que no se trata de un problema específico del saber historiográfico, sino de un problema gnoseológico en general, para lo cual Kellner se apoya en insumos teóricos poco y nada aprovechados en la filosofía de la historia: la teoría de la información, la semiótica y la teoría de sistemas. El “material bruto” no es tal. En teoría de la información o en teoría de sistemas esto implica el problema de la traducción del ruido o rasgos del entorno a inputs de sistema por medio de operaciones de codificación (von Bertalanffy 1968; cfr. Luhmann 2007 y específicamente Lotman 2006, 69, 78). Lossistemas historiográficos procesan y traducen la sedimentación de antecedencias y la codifican por medio de procedimientos específicos (Lavagnino 2016, 163). Constituyen así la evidencia histórica y los procedimientos disciplinares validados para lidiar con ella. Así, la información histórica debe serproducida para poder tomarla como insumo en la operación sistémica epistémica propia de la historiografía.

En este sentido es que Kellner plantea la “discontinuidad de la conciencia histórica” (Kellner 1989, 26). La cognición implica el intento de dar coherencia al entorno o al “ruido”. Las operaciones cognitivas producen continuidad configurando lo que contará como información histórica, y descartando u omitiendo todo lo demás.

La producción de la información, entonces, no nos coloca en un recorrido que conduce al idealismo, el nihilismo o el escepticismo, ni tampoco en el trayecto de una discusión centrada en la imposición de una forma sobre lo informe. No se trata de una “realidad” “allá afuera” que es discontinua y entonces la tarea que se da la conciencia es generar continuidad. Más bien, continuidad/discontinuidad es una díada que marca una distinción producto de las operaciones dentro del sistema. Como ocurre con la alegoría, cada continuidad producida es, en su duplicidad, la expresión de una discontinuidad elidida; y viceversa. En este punto Kellner construye una tipología respecto de los remanentes culturales que hacen al pasado en común (Kellner 1989; 41). El registro histórico se codifica a partir de una suerte de gradación en lo que Kellner denomina “una fenomenología de la información no disponible, no recuperada y aún no imaginable” (ibídem.).

El punto de esta clasificación es establecer una perspectiva a contrapelo de la consideración habitual: nuestro problema no reside en la escasez de la información proveniente de las fuentes, o nuestra dificultad en establecer contacto con “la realidad histórica”. Más bien, nuestra dificultad es la contraria. El psicoanálisis, la fisiología, la teoría de la información, entre otros, constituyen corpus teóricos que sirven entonces al propósito kellneriano de establecer que “la investigación histórica semeja el modelo de la conciencia humana en la medida en que la destrucción de la información, antes que su transmisión, constituye la actividad principal de ambos sistemas (…) Es claro que sin esta selección destructiva de información la conciencia sería imposible” (ibíd., 53).

Retomando esta idea Kellner establece que “los historiadores habitualmente emplean un proceso similar a los modelos hipotéticos empleados por los físicos para dar cuenta de la generación de información en el universo” (ibíd., 60). Solo es posible modelizar elidiendo rastros y enfatizando o ponderando otros. Pero lo que se hace, al denotar un modelo de procesamiento de información, es connotar un conjunto potencialmente infinito de exclusiones y omisiones. En esto consiste la voz doble del recurso alegórico, el cual toma la forma, en el marco de la comunicación historiográfica, del procedimiento figural.

El orden de la figuración, siguiendo el modelo de Auerbach (1950 y 1998) y White (1999; cfr. White 2010, 35), destaca como la forma específica en que procede el conocimiento histórico, afirmando y omitiendo, editando y montando modelos de interpretación de los fenómenos tipificados como históricos, por medio de procesos de elisión y configuración de la información. De esta forma se produce una idea de continuidad histórica por medio de modos de elisión típicamente figurales. La importancia de este procedimiento figural es tal que Kellner culmina por considerar al figuralismo como el procedimiento por medio del cual pueden sentarse las bases de aprehensión del problema mismo de la distancia histórica (Kellner 2014, 240; 2011, 46).

Las continuidades producidas por elisión, no obstante, portan sus propias tensiones internas, que no pueden sino favorecer las apropiaciones a contrapelo, las crooked readings tensivas.”En la modelización otras fuentes toman el control, fuentes derivadas no de la evidencia sino del lenguaje que supuestamente representa la evidencia” (Kellner 1989, 54). Cualquier modo de elisión, por la forma en la que omite, edita y configura el modelo, se vuelve pasible de ser confrontado.

Esta producción y modelización por elisión de la información histórica reaparece en el siguiente capítulo del libro, donde el texto histórico y sus límites son vistos como un “pasaje” (ibíd., 56), perspectiva en la que Kellner aprovecha (alegóricamente) las proliferaciones semánticas del término para marcar su punto.

Un pasaje es un conducto que lleva de un lugar a otro, pero también un fragmento, o una porción indefinida de una expresión verbal (“citó un pasaje de...”). Un texto, como pasaje, es una transición, una transcripción y codificación de lo que le antecede, y genera a su vez una pregunta en torno a sus límites. ¿Dónde comienza un texto como pasaje? Retomando la analogía con los modelos hipotéticos, “lo que es importante en esta comparación es la creación de restricciones, condiciones iniciales, condiciones límite” (ibíd., 61). Todo ello debe ser postulado, puesto, transcrito, modelado, construido, codificado. No es algo que reside en el punto de emisión, sino que es algo que, sin negar la antecedencia, se produce por medio de un proceso activo de apropiación en el punto de recepción. En esto es en lo que consisten las readings. Se trata de actos de apropiación que generan, en sus restricciones y condicionamientos, pasajes en los cuales se establecen comienzos, se postulan claves de interpretación e inteligibilidad (“coherencia”), significados, consecuencias. Y por el acto de hacerlo se expresan, alegóricamente, con la voz doble que exhibe y calla a la vez la tensión interna que las recorre.

Toda historia debe definir de alguna manera su tema, estableciendo sus límites. Aún así esos límites siempre entrañan el reconocimiento de las brechas creadas por las definiciones. Esas lagunas en la evidencia documental provocan ansiedades que pueden ser suavizadas por la narrativa. Pero debido a que es la narrativa misma la que genera esa ansiedad respecto de los límites, la solución es más compleja. Ninguna investigación ulterior resolverá el problema de los pasajes (ibíd., 73).

La alegoría (y su ilación narrativa) se propone entonces como una sutura en el tiempo y en el espacio, un anhelo de significación plena (un pleroma diría Frank Kermode; Kermode 2000, 54). Pero por su misma estructura y funcionalidad, conduce a su rebasamiento, su resquebrajamiento, su fracaso (founder). La figura que toma el relevo aquí, en la filosofía de la historia de Kellner, y que complementa la metafísica hidráulica y sedimentaria de la fuente, es la del naufragio.

Ciertamente un naufragio es una antecedencia, un resto que se incrusta en el sedimento que precede. Y es a la vez algo que materialmente se presenta o surge a la consideración común, para ser apropiado en el curso de futuros devenires. Pero no es el fundamento ni el cimiento de nada.

Cada lectura, entonces, desemboca en una alegoría tensiva, una apropiación modélica que en sus modos de elisión conduce al naufragio. Es así, entonces, que la segunda parte de su obra maestra toma por título “El lenguaje de los historiadores. Cuatro naufragios”, y se aboca a las obras de Guizot, Michelet, Spengler y Braudel. Allí se afirma que “cualquier completud que tenga o de la que carezca una historia, procederá en virtud del lenguaje (…) Cada uno de los cuatro historiadores aquí discutidos está intentando forjar una forma particular de totalidad, alguna forma de integración en pos del sentido. Y cada uno fracasa a su manera” (Kellner 1989, 75).

El naufragio antecedente es el sedimento del que se nutrirá la próxima lectura como intento de apropiarse por elisión de antecedencias en pos de producir la información y evidencia histórica. Pero nosotros, en nuestro horizonte, no nos encontramos con el pasado como sedimentacíon “fáctica” por un lado y con las obras de Guizot, Michelet y los demás historiadores por el otro. Las obras están incrustadas en el sedimento, como la ruina del naufragio en los bancos del río. No son dos cosas entre las que mediamos. El curso, el sedimento y las ruinas se integran en una sola escenificación a partir de la cual intentamos construir un sentido, navegando en el presente.

Así las cosas, las vertientes historiográficas se alimentan o provienen de un sedimento en el que ellas mismas están inmersas, haciéndonos ver el río. En este punto, cualquier consideración que podamos tener del pasado en común se encuentra ya mediada por las codificaciones, modelizaciones y pasajes antecedentes, que se yerguen ante nosotros como sedimentos que configuran nuestro horizonte actual.

Lo que es destacable aquí es que para Kellner la secuencia iterada lectura-alegoría-tensión-apropiación-elisión-naufragio se propone no en un modo inhabilitador o paralizante respecto del conocimiento histórico, sino enfocando su aspecto productivo y generativo. Cada naufragio (shipwreck) es un estímulo convocante a la hora de predisponerse culturalmente a surcar el mismo río a contracorriente, intentando evitar los escollos ocultos que llevaron a anteriores navegantes a formar parte del sedimento en el lecho bajo el agua.

Mientras la lectura avanza y parece productiva, no se presenta a sí misma como una lectura tensiva y “torcida”. Sus fallos internos sólo pueden verse cuando el modelo tensivo eclosiona y sus vicios constructivos y compositivos se vuelven visibles a la luz de otra modelización2. Es solo en la confrontación entre modelos que las propiedades inherentes y las duplicidades de los modos de elisión se vuelven evidentes, conduciendo al navío (ship) a la ruina (wreck).

En este sentido es que se vuelve relevante el horizonte retórico en el que se da esta disputabilidad entre sentidos y lecturas, entre apropiaciones y eclosiones, por lo que es al escrutinio del programa kellneriano de retorización, con sus sutilezas y desarrollos, que destinaremos la siguiente sección.

III. El ethos de la contestación: situación retórica, argumentación y disputabilidad

El vehículo para la elisión y la alegoría, así como también para la afiliación o el rechazo, el consentimiento o la impugnación, es el lenguaje figurativo, la tropologización del horizonte cultural y de la comunicación humana. Pero para analizar este punto debemos abordar la especificidad habitualmente mal entendida de White, y con ella el aún más particularizado belvedere en el que se sitúa Kellner.

Nuestro punto de partida es el siguiente: la provisión, en la ya clásica obra de White, de una grilla tropológica, un cuadro de afinidades electivas entre operaciones historiográficas con las tramas, las argumentaciones formales y las implicaciones ideológicas, habitualmente ha desencadenado dos tipos de respuesta (White 1992, 38; cfr. White 2003, 47). “Mientras los historiadores pueden irritarse ante el reconocimiento excesivo del poder del lenguaje en Metahistoria -un reconocimiento que amenaza con disolver sus categorías básicas y la entera maquinaría sintagmática que puede construir a partir de ellas- el estudioso de la poética puede sentir más bien lo contrario”, notando “el carácter procusteano de la discusión tropológica” (Kellner 1989, 212-213).

Con esto emerge la cuestión, casi bizantina, en la NFH ¿Es White un textualista recostado en una consideración formal del lenguaje? El problema con esta interpretación “determinista lingüística” del narrativismo es que desatiende la estructura misma del argumento. Y ese es el punto que desea remarcar Kellner. Al vincular la tropologización con la capacidad de elección de los sujetos, en el marco de una consideración de política cultural de tinte humanista que diversos analistas no han dejado de notar (cfr. Kellner 1989, 219; Doran 2011, 47), lo que White está haciendo es intentar domeñar el carácter inflacionario y maleable de los tropos, su naturaleza proteica y, mayormente, su carácter inespecífico (Kellner 1981). “La tropología que se deriva de Metahistoria no tiene una conexión esencial con la historia. Cualquier cosa puede ser leída tropológicamente” (Kellner 1989, 190).

Este carácter ubicuo ha sido el que, quizás, condujo a un escenario en el que en vez de convertirse en un metalenguaje o una lingua franca para el arbitraje entre puntos de vista y la consideración interdisciplinar, la tropología haya sido resistida desde las más diversas aproximaciones. El mismo White ha terminado por alinearse en esta polémica, resistiendo la idea de concebir al lenguaje como un orden de sentido inmanente que porta consigo sus propias determinaciones.

White ha rechazado el fatalismo de los modernos idólatras del texto. Ellos han olvidado que el lenguaje promete la libertad por medio del dominio humano. Si el lenguaje es irreductible, la libertad humana se ve sacrificada. Y si los hombres son libres de elegir sus protocolos lingüísticos, entonces una fuerza más profunda y anterior debe ser postulada” (ibíd., 219).

Esa fuerza, según Kellner, no puede provenir en White del lenguaje mismo, pero en ocasiones la tropología puede hacer “olvidar” la capacidad disolvente, inflamable, contagiosa de sus mismos procedimientos. En este punto alcanzamos lo que en otros escritos he denominado la paradoja de Kellner (Lavagnino 2014, 139). Según nuestro autor, figuralismo y libertad humana se intersectan en un punto ante el cual White bascula: “White afirma como una paradoja existencial que los hombres son libres, y que el lenguaje es irreductible” (Kellner 1989, 219; Kellner 1980, 27).

Ahora bien, el problema de esta aproximación, presente en los críticos de White, pero impregnando el mismo argumento whiteano, es que ha conducido a la negación de la especificidad de esa irreductibilidad lingüística. Irreductibilidad que es menos un orden de fenómenos apartado de todos los demás aspectos de la vida humana, que el resultado de un tipo de perspectiva en el que el aire paradojal de la confrontación entre libertad y lenguaje se disuelve.

Dicho de otro modo: en Kellner encontramos buenos argumentos para disolver la paradoja de Kellner que enreda a White y a sus críticos. Y esto solo es posible si nos preguntamos por la irreductibilidad del lenguaje. ¿En qué podría consistir? Kellneriamente debemos contestar: en su carácter de situación retórica. El carácter situado y retórico de la protocolarización del discurso, sostengo aquí, constituye la silenciosa y oblicua forma de Kellner de tomar distancia del tipo de aproximación oportunamente sugerido por White y asimilado acríticamente por muchos de sus sostenedores y de sus críticos.

Es que para la retórica el lenguaje es un modo de acción, un horizonte de intervención. El lenguaje no es un organizador de los contenidos recurrentes de la experiencia o del mundo (Davidson 1990, 195) o una “estructura profunda” (White 1992, 9, 14 y 16). No es un esquema ni una matriz ordenadora. El lenguaje es una práctica social, un comportamiento inseparable del comportamiento no verbal (cfr. Ong 1987 y Frye 1973, 122). El señalamiento de Kellner al recuperar este horizonte teórico es que la paradoja se muestra menos acuciante cuando se revela como lo que es: la consecuencia de una serie de presuposiciones acríticas acerca del lenguaje.

En este enfoque, por tanto, la situación retórica se corresponde con un horizonte práctico en el cual los aspectos de la disposición lingüística son ciertamente “lingüísticos” pero dependen menos de un registro oposicional (à la White) que a una consideración integradora del marco en el que se dan los actos comunicativos objeto de estudio. Ahora bien, la presentación en Kellner de un programa para abordar integralmente lasituación retórica hubo de demorarse hasta 2013, con la publicación de “The return of rhetoric”, un pequeño artículo que ha pasado prácticamente inadvertido (Kellner 2013). Y eso es de lamentar, ya que allí encontramos las bases para construir una auténtica aproximacíón programática que sistematice y complemente la práctica efectiva de Kellner de las últimas décadas, evadiendo a la vez las aproximaciones paradojales resultado de una ontología del lenguaje empobrecedora.

El primer señalamiento de Kellner en 2013 entonces es el siguiente: la retórica se yergue como un metadiscurso consistente en un conjunto de recursos para analizar la producción de significado por medio de ciertas disposiciones verbales (Kellner 2013, 150). A lo que apunta con ello Kellner es a construir una consideración amplia de la dimensión retórica que evite las tradicionales recuperaciones que la reducen a un conjunto de recetas para la persuasión y el embellecimiento del discurso o bien que la configuren como una codificación omnímoda que encuentra en sus propios procedimientos todo orden de inteligibilidad.

En rigor, el punto de este planteo consiste en oponerse a la regimentación de ciertas nociones de sentido común que obturan nuestra comprensión del fenómeno retórico. Fenómeno que desde sus orígenes en la Grecia Clásica, ha sufrido sucesivas expropiaciones hasta verse convertido (vía Cicerón y Quintiliano, siguiendo por Vives hasta Dumarsais y Fontanier) en un catálogo árido y más bien estéril de procedimientos relacionados con elbien decir.

Contra esta retórica restringida sometida a reducción y esterilización, emerge la idea de la retórica como un poder modelizador que tiene la capacidad de disponer los elementos verbales en un contexto específico de cara a una determinada audiencia. Chaim Perelman, Northrop Frye y Roland Barthes son los jalones que Kellner encuentra en el siglo XX en el camino de la constitución de unparadigma retórico en sentido amplio (ibíd., 149). Esto implica también deslindar el terreno de cara a la poética. Y esto es así en tanto la poética lidia con la obra como un objeto, una forma. Por contra, la retórica remarca las raíces prácticas de esos mismos objetos, que emergen como el resultado de procesos signados por el conflicto y las alternativas compositivas (ibíd., 150). En este sentido la poética se ve enmarcada por la retórica, ya que la primera no es más que una forma parcial de aproximarse a la situación retórica.

Es este carácter práctico, situacional y contingente el que marca la diferencia en este proyecto de ampliación de los bordes de lo retórico. ¿En qué consiste, pues, la situación retórica? En principio pueden discernirse tres elementos: según la definición clásica la misma se trata de la interacción, en un marco comunicativo, de un argumento, un ethos y una audiencia (ibíd., 149). Esos tres elementos, combinados, son los que se manifiestan en las famosas cinco partes o dimensiones que configuran el canon de la retórica. Esas partes son la inventio, la dispositio, la elocutio, la memoria y la actio. Las tres primeras conforman su proscenio lingüístico, en tanto las dos últimas se vinculan con su modo de presentación o escenificación en el marco de una actividad (originalmente oral, posteriormente mediada por la escritura).

Podríamos ahora precisar un poco más los rasgos de las dimensiones constitutivas de la situación. La inventio se relaciona con la operación alegórica y los modos de elisión tal como los recorrimos en secciones previas. Esta dimensión aborda el problema de la selección de los elementos que irán a conformar los contenidos del discurso. ¿Qué es información y evidencia y qué no lo es? Se trata de hallar (invenire) en un repertorio antecedente de temas los elementos más adecuados para lo que se va a exponer. La inventio en la situación retórica no es caprichosa ni ad libitum. Debe actualizar y servirse de elementos tópicos, lugares comunes, recursos compartidos de significaciones precedentes. Como espacio práctico de acción, la comunicación retórica se encuentra a gran distancia del horizonte imaginado en la caricatura moderna sobre la misma. La persuasión se ejerce -o el ornamento se establece- solamente a guisa de una función de eficacia que debe ser capaz de traccionar recursos compartidos.

Ese carácter compartido de los elementos tópicos presentes en la inventio, a su vez, debería llamar la atención sobre lo siguiente: esos recursos son pasibles de escrutinio y se encuentran enteramente disputados en cuanto a las conexiones de sentido que pretende establecerse a partir de ellos (Kellner 2013, 151).

La dispositio (o arreglo o disposición) hace a la organización de los elementos tomados de la tópica en la inventio. Aquí se resalta el modo en que se constela o se modeliza aquello que se ha forjado como insumo en un sistema interpretativo. En este punto cabe resaltar el aspecto argumental y cognitivo de la situación retórica. El discurso se organiza y sus partes se vuelven reconocibles y, más aún, anticipables para la audiencia y las contrapartes retóricas rivales: así, en la retórica clásica alexordio sucede la narratio y luego la argumentatio. Los procedimientos que se emplean aquí tienen que ver con la provisión de ejemplos, el entimema, el énfasis, la peroración y otras estrategias compositivas. El punto nodal aquí es el peso del elemento argumental en la composición. Ese elemento apunta tanto al hablante como a la audiencia (argumentos ligados al ethos y al pathos, respectivamente), en el orden afectivo y moral. Pero adicionalmente se disciernen argumentos vinculados al logos, esto es, ceñidos al tema y al contenido que se está tratando.

En este punto conviene recordar la estructuración entimemática del discurso, siendo el entimema un silogismo trunco. La naturaleza del entimema nos devuelve a la matriz alegórica estudiada en la sección anterior. Una premisa se elide (y en eso consiste lo trunco del razonamiento), pero es esa premisa elidida, connotada pero no denotada, lo que precisamente se intenta transmitir a la audiencia. Eso significado pero no dicho, depende para su recuperación por parte de la audiencia del empleo de recursos que faciliten la decodificación de lo elidido. Lo connotado pero no denotado tiene que ser activado por medio de su remisión al orden tópico en el punto de recepción.

La elocutio -”estilo”-es prácticamente el único elemento que ha permanecido en pie en las retóricas restringidas y en las consideraciones más superficiales sobre el procedimiento retórico. Tradicionalmente en esta dimensión se analizaba la corrección gramatical, la perspicuitas y el ornatus, así como también la compositio sintáctica y la compositio fonética. También incluye la consideración de los géneros de la expresión (el estilo llano o humilde, el medio y el elevado o sublime). El malhadado destino de la retórica como consideración sobre el estilo, el ornato y el embellecimiento, o como arte del bien decir, encuentra aquí su punto de partida y, lamentablemente en muchos casos, su punto de llegada.

Para Kellner estas tres dimensiones se encuentran presentes en la operación historiográfica. La producción de la información o evidencia (según vimos antes) como procedimiento alegórico requiere de la inventio. La naturaleza entimemática, tropológica del discurso hace a ladispositio, que habitualmente no es otra que su organización en forma de narrativa. La materialización de la inventio y la dispositio configura a su vez un determinado estilo (elocutio en el sentido de compositio).

La memoria, por su parte, hace a la presentación oral del discurso y al empleo de procedimientos para facilitar el recuerdo tanto en el hablante como en la audiencia. La actio, finalmente, se vincula con otro de los elementos que las perspectivas restringidas sobre la retórica han privilegiado habitualmente: la pronunciación y declamación del discurso, prestando atención a la voz y los gestos como recursos capaces de persuadir y orientar las operaciones de decodificación, orientando los actos de apropiación de las cadenas de significación emitidas.

Una vez presentadas las dimensiones elementales del canon, debemos recapitular el curso de la exposición de Kellner: estos elementos son impensables por separado y hacen a la naturaleza del acto comunicativo mismo. Se trata de dimensiones co-implicadas en el horizonte práctico del comportamiento verbal (Kellner 2013, 151). Lo que esta comunicación realiza es la presentación de un argumento a una audiencia, a través de una modelización o composición que se escenifica y objetiva con vistas a su apropiación y decodificación. Para que ese argumento circule y tenga eficacia comunicativa debe activar elementos tópicos comunes, organizar los elementos internos del discurso de manera inteligible, argumentar en sentido amplio, presentando los elementos verbales en un estilo que sirva a los contenidos que está exponiendo, avanzando a su vez las claves de su propia decodificación en el punto de recepción -punto y proceso que el emisor no controla, motivo por el cual intenta incidir sentando las bases de las operaciones de los receptores-.

La situación retórica, en este sentido, y en esto nos servirán los magistrales señalamientos de Hans Blumenberg al respecto, es parte de un horizonte práctico en el espacio público en el que se están presentando o están concurriendo procesos de significación confrontados. “La retórica es la fatigosa producción de aquellos acuerdos que, para hacer posible el obrar, deben encargarse, en la comunidad, de la labor de regulación” (Blumenberg 1999, 119). Cuando esos acuerdos vuelan por los aires la retórica hace ver el fondo pragmático de ese consensus. En este marco puede verse a la retórica como “una técnica para arreglárselas en lo provisional” (ibíd., 121). Esa provisionalidad es conflictiva y está signada por la diferencia de intereses y la disputabilidad última de los sentidos.

Lo que la retórica añade es una posibilidad, un modo, de escapar a la disputabilidad generalizada. La retórica implica la renuncia a la coacción como respuesta física directa a una acción en sentido contrario. “Sustituir prestaciones físicas por prestaciones verbales constituye un radical antropológico; la retórica lo sistematiza” (ibíd., 123). La situación retórica es la consideración política del lenguaje cuando la apropiación de las antecedencias (“evidencia”) no es unívoca, en un horizonte todavía signado por la compulsión a la acción. Su poder es situacional, puntual, sometido a permanente trabajo y tensión por debajo del consensus contingente.

Como modo de acción, “el axioma de toda retórica es el principio de razón insuficiente (principium rationis insufficientis)”, el cual no debe ser confundido con la renuncia a dar razones (ibíd., 133). En el ámbito de la situación retórica “lo insuficiente puede ser más racional que insistir en proceder «de una forma científica» y es, desde luego, más racional que disfrazar decisiones ya tomadas con razonamientos tipificados como «científicos»” (ibidem). En este contexto de insuficiencia de una razón dogmática como prerrequisito para la acción e intervención, “cuanto más profunda sea la crisis de legitimidad más marcado será el recurso a la retórica” (ibíd., 137).

Es precisamente esa conflictividad inherente a la retórica lo que la disciplinarización de los estudios históricos vino a intentar purgar -sin éxito, cabe decir-. Si la historia iba a construirse como un universal singular abstracto (ya no se trataba de “historias” en sentido abstracto; Koselleck 1985, 131), las aproximaciones retóricas pondrían demasiado en evidencia los intereses por detrás de los argumentos. “La argumentación es siempre el argumento de alguien” (Kellner 2013, 154). Mientras la retórica remarca la disputabilidad de la autoridad que se pretende para una perspectiva dada, esa misma disputabilidad es la que se torna una presencia incómoda en el proceso de constitución disciplinar. En este contexto

la desretorización fue, para White, un intento de crear un nuevo tipo de audiencia para la historia, una audiencia que aceptaría el pasado como una cosa dada con un significado dado (…). Una visión retórica del pasado como un campo de argumentaciones en competencia sobre los cuales reflexionar sería una cosa demasiado peligrosa (ibíd., 152).

El ethos o carácter que se desprende de esta situación es el de la disputabilidad intrínseca de los argumentos. La pregunta orientativa al respecto, en lo relacionado al ethos, es la siguiente: ¿quién escribe historia? La respuesta es simple y compleja a la vez: el que es capaz de movilizar la red tópica de inventios, dispositios y compositios. El que puede disputar sentidos, el que puede plantear la mirada tensiva,crooked, desestabilizando así un área de experiencia normada, normalizada, sometida a corrección y estipulación conceptual.

Esta aproximación a la situación retórica permite comprender mejor el carácter del acto comunicativo que estamos analizando. Como tal, encarna en una peculiar triangulación de elementos (ethos, audiencia, argumento) que puede ser analizado a partir de la matriz pentadimensional del canon retórico. La pregunta por el ethos se resuelve inquiriendo en torno a las condiciones que autorizan y vuelven posible el acto. ¿Quién puede comunicar historiográficamente? ¿Quién escribe la historia? (ibid., 154). La profesionalización de la historia tipifica los modos de acceder a los recursos comunes, a la tópica a partir de la que procede la inventio, la dispositio y la compositio.

En este punto la discusión sobre la disciplinarización del campo historiográfico puede retomarse, pero desde otro ángulo. La inventio resume los modos de elisión, los procedimientos entimemáticos y alegóricos que hacen a la producción de la información que se toma en cuenta en la comunicación. La dispositio es, en lo esencial, el conjunto de procedimientos para transformar esos modos y alegorías en un tipo de argumento. La forma cognitiva tradicionalmente asociada a ese conjunto es la narrativa, la cual se encuentra atravesada por esos operadores cognitivos primarios que son los tropos y los recursos figurativos mismos (ibid., 156).

Ciertamente, resaltar el aspecto argumentativo de la situación retórica sirve a los fines de precisar el medio a través del cual se procede en esa misma situación. Un campo disciplinar, visto retóricamente, no es más que un espacio atravesado por argumentos en competencia que tienen que ser capaces de soportar el escrutinio en torno a los insumos tópicos que emplean, el modo en que los disponen y las consecuencias y resultados a los que arriban. Lejos de ser una teoría de la pura persuasión o una celebración de la orientación hacia el ornato y el detalle accesorio, la retórica nos permite construir un metadiscurso para analizar lo que los hablantes efectivamente hacen con independencia del vocabulario que emplean para atribuir un sentido a su propio accionar. En este caso puntual, como metadiscurso la retórica provee una perspectiva de arbitraje, de comparación entre modelos hipotéticos y argumentaciones rivales que, no obstante, no puede terminar de configurarse sin profundizar en el tercer elemento que forma parte de la situación retórica.

Todo acto comunicativo supone su inserción en un esquema de antecedencias y sucesiones. En este punto el concepto deaudiencia es fundamental, ya que permite volver a nuestro punto de partida: el acto comunicativo como resultado de una serie de apropiaciones, readings, que configuran alegóricamente un dominio dado. Los historiadores al argumentar lo hacen teniendo a la vista, como insumos, no solo las evidencias y “fuentes historiográficas” sino, más bien, el resultado de las labores de apropiación y generación de sentido de historiadores precedentes (ibid., 153). El historiar aparece aquí como un acto reflexivo en el que todo historiador como comunicador aprehende, a través de una serie de lecturas y apropiaciones de sentido, una serie de contenidos que son el resultado de actos comunicativos antecedentes (ibid., 150).

En este punto la esencia de la situación retórica se vuelve prístina: se trata de considerar la producción y circulación de una serie de contenidos vinculada a un acto comunicativo que se genera como resultado de una intervención práctica en la cual cierta apropiación de sentidos se vuelve posible, se autoriza y reproduce, de cara a un acervo tópico de sentidos compartidos.

De este modo, el escrutinio de la situación retórica no es otra cosa que el análisis de la argumentación dada en un horizonte signado por la disputabilidad y la contestación. Más que ornato y persuasión, de lo que aquí se trata es de comprender por qué nos interesa el pasado, cuánto nos estremecen los naufragios a la vista, por qué no podemos dejar de intervenir, de componer, de disponer, de modelar el torrente de sedimentos que nos atraviesa. La más preciosa enseñanza de Kellner, a este respecto, es que la introducción a la retórica de la historia aún no ha sido escrita.

IV: Lo que queda al náufrago: observación participante para una epistemología del fracaso

El propósito de este artículo ha consistido, hasta aquí, en mostrar cómo la secuencia lectura-alegoría-tensión-apropiación-elisión-naufragio que vimos en la sección II está incrustada en la situación retórica signada por la contestación y la disputabilidad de sentidos que recorrimos en la sección III. La propuesta concreta de este artículo, teniendo esto a la vista, consiste en mostrar cómo la intervención kellneriana ejemplificada en su obra de 1989 cobra forma programática en 2013, al inscribir las crooked readings en la tensa vida de la situación retórica. Pues en esto consiste la vida pública de las palabras referidas al pasado, según Kellner.

En esta breve conclusión me propongo efectuar mi propia crooked reading de la apropiación tensa que Kellner ha realizado del horizonte abierto por Hayden White en el contexto de la NFH. Pretendo con ello mostrar que su idea de una retórica de la historia está aún en ciernes, como un programa que todavía aguarda su realización.

Ese programa en ciernes, avanzo aquí, depende de recuperar integralmente los aportes de Kellner a esta retorización de la historia que ha tenido lugar en las últimas décadas. Para ello debemos preguntarnos cuáles han sido sus aportes al horizonte teórico de la filosofía de la historia de las últimas décadas. En mi opinión las principales contribuciones de Kellner son tres.

En primer lugar, sin retirarse en absoluto del marco abierto por White respecto de la narratividad y la información tropológica del discurso histórico, Kellner aporta una mirada productiva, positiva, generativa del fenómeno de la apropiación de sentidos historiográfica. La semántica del naufragio, figura que recorrimos antes en estrecha vinculación con el trabajo de la alegoría, explicará esto.

El naufragio, claro está, es en sí mismo una figura. Los “cuatro naufragios” que estructuran la segunda parte de Language and Historical Representation son ejemplos de esta figuralidad aplicada. “Naufragio”, ciertamente, proviene de la convergencia como parte prefija del término griego nâus (nave) y como parte sufija del término latino frangere (romper). Esta asociación también está presente en el término “fracaso”, donde la rotura está presente en la parte prefija (fra-)y se completa con quassare (barca).

En su recorrido sobre esta metafórica del naufragio Hans Blumenberg ha resaltado el conjunto temático asociado al término, donde aparece como una consecuencia esperable de la navegación, entre la incertidumbre y la esperanza de arribar a un puerto seguro. El juego semántico va de lo cierto a lo incierto, de la tierra firme a lo inestable, tránsito en el cual el medio líquido asume la forma de una “metafórica existencial” (Blumenberg 1995, 17). Pero el naufragio es siempre el espectáculo dispuesto para alguien, para un contemplador, un observador presuntamente no implicado. En esta metafórica aparece entonces la figura del contemplador pasivo, a resguardo, a una distancia prudente y cómoda. Reiteradamente entonces asistimos a la emergencia de esta figura en la historia del pensamiento (y en eso consiste el recorrido y exploración metaforológica de Blumenberg), en el que el punto fundamental es la activación y respuesta creciente al espectáculo de calamidades y desgracias que se suceden. La consignación aquí no es otra que esta: ante la lucha por la supervivencia por parte del náufrago, la situación hermenéutica y retórica conduce a una observación participante.

Pero esa observación no se propone a guisa de una a estas alturas obvia ponderación de las virtudes del fracaso como basamento para la experimentación y el ensayo. El énfasis en el fracaso viene a cuento más bien de que ya no hay puertos seguros ni tierras firmes, por lo que lo que haya que contemplar no puede hacerse sino desde un navío. Los navíos “fracasan” (founder) producto de la tensión que se introduce en sus materiales, tensión que los quiebra, llevándolos a ser parte del sedimento que permanece antecediendo a las mareas. Lo relevante de esta figuración reside en el tipo de observación que propone, toda vez que el contemplador es un navegante futuro náufrago, consciente del trabajo al que son sometidos los materiales de este mundo, conciencia a la que emerge progresivamente al contemplar el registro de antecedencias en el sedimento.

El naufragio como fracaso aquí no es una “figura poética” que abreva en el elogio de los intentos fallidos. Esa semántica es ajena a esta lectura. El fracaso, en cambio, es parte del trabajo y la tensión contenidas en el navío mismo, en su hechura. Hay que producir el navío, modelarlo, respondiendo, lidiando y divergiendo creativamente respecto de cómo lo han hecho los demás, antes y ahora. El naufragio es parte de la situación de la navegación cuando no hay otra cosa más que navegar, ya sin la esperanza de arribar a un puerto seguro.

“Quien alcanza una plenitud es como el que sostiene el timón en el momento de tocar tierra”. Esta máxima escrita por el visir Ptahhotep en la mitad del segundo milenio antes de Cristo, y recuperada por Blumenberg, nos pone en el camino de la pregunta kellneriana (Blumenberg 1995, 124-125). No dejaremos de navegar ni de preguntarnos por la plenitud aun cuando no tuviéramos la esperanza de alguna vez tocar tierra. No dejaremos de preguntarnos por las plenitudes que intentaron alcanzar los que navegaron y se hundieron antes. Si al narrar aspiramos a una plenitud, el pleroma de Kermode, el trabajo, tensión y desbastado de esos intentos no nos lleva a abandonar todo propósito al respecto, sino a ponderar mejor lo implicado en el hecho de intentarlo.

Su segundo aporte consiste sucintamente en mostrar, de cara a aquellos que o bien se encierran en una supuesta contradicción entre los propósitos humanos y las reglas de inmanencia del lenguaje (la antes mentada paradoja que atribuló a White) o bien intentan anclar la narración en un fundamento experiencial (por ejemplo D. Carr; cfr. Carr 2015, 87) o en una remisión a estructuras temporales que demandan ser narradas (Ricoeur 1995, 123) que la idea de una inmanencia lingüística, un fundamento o una correspondencia a la que la narrativa deba responder no es más que otro trabajo alegórico, otra apropiación crooked por medio de una reading que pretende mostrar las líneas rectas (straight) que llevan de un ámbito de experiencia a otro, a través del medio lingüístico.

La posición de Kellner consiste no sólo en mostrar que la idea de un medio lingüístico es el problema que lleva a una criba de dualismos metafísicos y de paradojas irresolubles. Sino también en constelar detalladamente la alternativa a aquella mala alegoría: el lenguaje se entiende mejor en términos de una situación retórica, en tanto que espacio de acción e intervención en un horizonte compartido y disputado en el que el comportamiento verbal es inescindible del comportamiento no verbal (Frye 1973, 122).

Nuestro problema ante el sedimento y la antecedencia no es de (falta de) contacto ni de tergiversación de una fuente originaria de evidencia en virtud de los instrumentos de mediación. Más bien nuestro problema es el contrario: estamos tan incrustados en el sedimento, hay tanta antecedencia, que lo crucial reside en los modos de elisión que empleamos para producir la información que contará como evidencia en nuestro curso actual (Kellner 1989, 53).

El sedimento no es un medio ni una herramienta. Es el material tensionado que dejó la ilación de naufragios, esperando ser utilizado en las próximas derivas. Lo que queda al náufrago es el acervo tópico de las aguas.

La perspectiva kellneriana, finalmente, y en esto consiste el tercer vector clave que le atribuyo, permite enfocar en las propiedades formales de la situación retórica como un punto de anclaje y negociación entre actores diversos, que disputan y confrontan en torno a una argumentación. La intelección de unethos, un argumento y una audiencia resulta central aquí. La cuestión no es “estética” o concerniente al ornato, la mera eficacia o la persuasión. O en todo caso, el ornato y la eficacia siguen reglas propias de la economía del signo, en la cual la tópica, la disposición, la composición y los argumentos son ineliminables. Esas reglas facilitan la comprensión de que la comparabilidad y arbitraje retórico entre posturas confrontadas tiene un carácter argumental.

Este artículo ha estado dedicado a reconstruir la posición kellneriana, su especificidad, sus posibilidades aún inexploradas en la convicción de que lo que aporta Kellner a toda posible futura filosofía de la historia es una preocupación genuina. ¿Cuánto podría ganar la filosofía de la historia si comprendiera cabalmente lo implicado en una aproximación genuinamente retórica?

El enfoque de Kellner recupera ciertamente nociones que ya estaban disponibles en el marco de la emergencia de la neorretórica (por ejemplo en Frye 1963, 56; cfr, Barthes 1971), pero aplicándolas al discurso de la historia. En esto su aplicación es integral, propositiva, fecunda en posibles apropiaciones. Ya sin puertos seguros asistimos a la disputa por la apropiación tensiva y la generación de sentidos en el marco de la situación retórica. Pero aquello de lo que nos apropiamos son modelizaciones en la que se disponen, entre otras cosas, argumentos.

En ese sentido la obra de Hans Kellner ha sido, entonces, un prolongado, delicado y sutil esfuerzo en pos de aprehender significativamente de las aportaciones realizadas por White y el giro narrativo. Su énfasis en la alegoría, la argumentación y la retórica no es sino un intento de que nos hagamos cargo y de que nos apropiemos, definitivamente, de las consecuencias del narrativismo como horizonte teórico en la filosofía de la historia contemporánea.

    Bibliografía

Recibido el 01 de mayo de 2019; aceptado el 03 de agosto de 2019.

*“El lector de historia, del cual el primer y más importante ejemplar es el historiador, debe llevar el acto de leer más lejos, en busca de los sedimentos donde la nave, el texto histórico, se hundirá y revelará sus «otras» fuentes, ocultas pero permeando las representaciones históricas. Estas son las lecturas tensivas; muestran el más profundo respeto por la realidad al reconocer y sondear las tensas y contradictorias fuentes dobles de la historia”. Énfasis y cursiva en el original. Salvo donde se indica, todas las traducciones de Kellner son propias. Es interesante notar que “the ship will founder” implica tanto hundimiento como fracaso, siendo una expresión sinónima tanto de sink como de fail.

1 Cfr. la presentación al dossier, en particular la nota 1, para una especificación de estos términos, en particular lo implicado en la idea de una lectura tensiva (que es como traduzco crooked readings).

2 Esta idea tensiva como confrontación entre apropiaciones es la que suscita mi desconfianza y ulterior rechazo hacia la traducción de crooked como distorsión o desviación. Respecto de la escritura y las readings, la idea no es que hay una interpretación convencional “normada” de un texto que a su turno es contestada por desviaciones producidas por una lectura distorsionadora ex profeso, sino que es en el curso de sucesivos actos tensivos de crooked readings que se convalida o se impugna la idea misma de interpretación “normal”. La lectura “recta” o straight (que es el antónimo de crooked) es simplemente una crooked reading que aún no ha sido contestada. Con esto una lectura tensiva supone la producción de lo straight por medios crooked que aún no han sido disputados o contestados. Más que de oposición se trata de una relación de antecesión y generación. No es lo uno versus lo otro (lo normal versus lo distorsionado), sino lo uno a partir de la sedimentación o contestación situada de lo otro (lo straight como lo crooked aún no disputado). Volveré sobre esta cuestión en la siguiente sección.

Páginas de Filosofía, Año XX, Nº 23 (enero-diciembre 2019), 116-140