Revista
Realidad, Tendencias y Desafíos en Turismo | CONDET
Año XIX Volumen 17 No1 /
Ene-Jun de 2019
ISSN 01850-4787;
e-ISSN 2545-6199 | http://www.condet.edu.ar
El relato de viaje como
fuente para la historia del turismo
Sánchez, S.
pp. 61 - 72.
EL RELATO DE VIAJE COMO
FUENTE PARA LA HISTORIA DEL TURISMO
THE STORY OF TRAVEL AS A SOURCE FOR THE HISTORY OF TOURISM
Sebastián Sánchez 1
Universidad Nacional del Comahue
RESUMEN
Este trabajo es una
aproximación inicial a la historia del turismo y las fuentes propicias para su estudio,
marco en el cual se proponen los relatos de viaje. En primer lugar se analizan algunos
aspectos de la historia de las actividades turísticas y el posible aporte de la
historiografía a la configuración del status
epistemológico del Turismo. Luego
se ensaya una taxonomía general de los relatos de viaje subrayando su valía
como fuente histórica para, finalmente, proponer un ejemplo de relato de viaje
factible para la historia del turismo en Patagonia.
Palabras clave: literatura -
turismo - fuente - historia
ABSTRACT
This work is an initial approach
to the history of tourism
and the sources
conducive to its study, a framework in which travel stories
are proposed. First, some aspects of the history of tourism activities and the possible contribution of
historiography to the configuration of the epistemological
status of tourism are analyzed. Then a general
taxonomy of the travel stories
is underlined, underscoring its value as a historical
source and, finally, proposing an example of a feasible travel story for the
history of tourism in Patagonia.
Keywords: literature - tourism - source - history
INTRODUCCIÓN
En este trabajo
se analiza la inclusión sustantiva de la perspectiva histórica en la configuración del status epistemológico del
turismo. En ese marco transdisciplinar, por el que el turismo
recoge aportes de disciplinas varias, se advierte que el análisis de
las actividades turísticas es esencialmente sincrónico -con especial énfasis en
lo socioeconómico- lo cual restringe la posibilidad de una mirada
diacrónica que, aún a riesgo de ser esquemáticos, puede definirse
como el estudio de un fenómeno a lo largo de diversas fases históricas.
Al respecto consideramos que la cuestión central radica en
establecer qué aportes puede brindar
la perspectiva historia -y la historiografía- al estudio del turismo. Y, en el mismo sentido, aunque inverso, preguntarse en qué contribuye
el estudio de la historia del turismo a la historiografía general. Ante ello es
preciso indagar algunos aspectos, como el de la periodización de la historia de las actividades turísticas,
que permitan acotar claramente el campo de estudio.
Al efecto de responder esos interrogantes se propone aquí la
utilización del libro de viajes –género
híbrido, rayano entre la literatura y la historia- como fuente posible para la historia del fenómeno turístico.
Cabe entonces proponer una
caracterización y taxonomía básica de este tipo de relatos analizando aspectos centrales
como el núcleo descriptivo que los caracteriza y también el peso de la subjetividad.
El trabajo concluye con la propuesta de un ejemplo de relato de
viaje, y
un análisis sobre su utilidad como fuente para el estudio del
turismo en Patagonia.
Breves consideraciones acerca de la historia del turismo
Teniendo en cuenta
el especialismo que predomina en las ciencias humanas
-inoculado también en la historiografía, que abunda en “historias específicas”- es dable analizar las causas
por las que un fenómeno tan antiguo y trascendente como el turismo no ha encontrado
todavía un sustantivo enfoque histórico. Esta cuestión, señalada oportunamente
por un precursor de la historia del
turismo que hace varias décadas advirtió la indigencia de estudios históricos
específicos (Lavaur, 1974), es
también el núcleo de preocupaciones actuales (Morére Molinero, 2006).
Sin desestimar el carácter transdisciplinario de la
configuración gnoseológica del turismo es de destacar
que el núcleo epistemológico de esta disciplina es lo socioeconómico por lo que
su enfoque es fundamentalmente sincrónico. Este
aserto se corrobora, por sólo dar un ejemplo, al acceder al sitio de la Organización Mundial del Turismo2 en el que
no existen referencias a la dimensión histórico diacrónica del fenómeno. Basta
verificarlo en la definición que el
organismo de Naciones Unidas realiza de la actividades turísticas, entendidas como aquellas que “realizan las personas durante
sus viajes y estancias en lugares
distintos a su entorno habitual, por un período de tiempo consecutivo inferior
a un año, con fines de ocio, por negocios y otros”.
Surgen por ello algunos interrogantes: ¿puede contribuir la
historia del turismo a las reflexiones sobre el turismo actual y sus
proyecciones?, ¿en qué consisten los aportes de la historiografía a la
disciplina turística?, ¿cuáles son los obstáculos en la relación entre historia
y turismo?, ¿la historia del turismo puede aportar a la historia general?
Es preciso iniciar diferenciando la historia de la actividad
turística de los aportes que la
historiografía pueda brindar al campo epistemológico del Turismo o “turistología” (Wallingre,
2011,156). Se trata de una distinción análoga a la existente en el campo
epistémico de la historia, que diferencia la res gestae (lo acaecido) de lo rerum gestarum (el estudio y
exposición de lo sucedido).
La historia del turismo presenta una primera dificultad respecto
de su periodización dado que suele ser acotada al periodo Moderno, cuando no directamente
al Contemporáneo. Desde esa perspectiva se concibe al turismo como materia de
investigación histórica sólo desde la época de la Ilustración -con los viajes
de las elites conocidos como Grand Tour - enfatizando que el auge de las
actividades turísticas se produce en el siglo XX, al transformarse en fenómeno
de masas. Lo acaecido con anterioridad al siglo XVIII o, en un esfuerzo de
mayor amplitud al XVI, no sería turismo propiamente dicho sino “pre-turismo” o
“proto-turismo”.
Esta periodización es claramente señalada por Wallingre
(2011,151): “la evolución del turismo
universal, en que puede sustentarse su estudio, se ordena y sistematiza en las siguientes etapas: del pre-turismo,
también denominada la era pre-industrial, que se extiende desde su inicio y se prolonga hasta el siglo XVIII;
del turismo industrial que acepta las subdivisiones: turismo
industrial temprano (siglo
XIX hasta 1945) y turismo
postindustrial (1980-2000) y
finalmente del posturismo originada en los umbrales del siglo XXI”.
En el mismo sentido abundan Bosch y Rodríguez (2015,13)
resaltando que el turismo es un fenómeno originario del capitalismo y su
vertiente industrialista, aunque los mismos autores explican que no desestiman
la existencia de actividades análogas
al turismo anteriores a la Modernidad, denominadas “por otras formas de lenguaje”
(Bosch y Rodríguez, 2015, 92). Esas formas anteriores se circunscriben a lo
“pre-turístico”, delimitado sobre todo en los
viajes de las elites.
No obstante, con los distingos analíticos necesarios, cabe decir
que la historia de la actividad
turística inicia en la Antigüedad, esto es desde el momento en que una vez satisfechas sus básicas necesidades los hombres comenzaron
a trasladarse con motivaciones varias (políticas, culturales, estéticas, etc.) en lo que se ha llamado el “viaje”.
Es claro que la Modernidad -que albergó al
Iluminismo y Romanticismo- suscitó una actividad
socioeconómica y cultural que se emparenta directamente con
la concepción actual del turismo, pero ello
no invalida el hecho de que la historia registra la “movilidad” humana desde los tiempos antiguos y que
incluso la masividad adjudicada con exclusividad al turismo moderno
puede ser materia de discusión
toda vez que, por sólo dar un
ejemplo, el Medioevo atestiguó grandes pautas de movilidad con sus proverbiales
peregrinaciones religiosas en primer término y a partir del siglo XIII también
con sus viajes laicizados (García de Cortázar, 1993, 12).
En virtud de lo expuesto cabe señalar,
aún a riesgo de simplificación, que la
historia del turismo es en principio la historia del viaje puesto que las diferencias establecidas entre las nociones
de viaje y turismo son accidentales y no sustantivas. Según Lavaur son “aspectos de una misma actividad que, lejos de oponerse o
sucederse, han coexistido pacíficamente en todo tiempo y lugar (…) a menudo viaje y turismo se
yuxtaponen ante la vista del espectador” (Lavaur,
1974, 606).
Por otro lado resulta
evidente que no todo viaje es per se un viaje
turístico.
¿Cómo
distinguir, desde una perspectiva historiográfica, el viaje “genérico”, sin
adjetivar, del viaje “turístico”? A priori no es una empresa sencilla aunque
cierto mecanismo gnoseológico presenta un atisbo de solución: requiere ampliar el objeto
de estudio incluyendo al viajero además del viaje. Será éste
-aquél que viaja- el que a través
de sus motivaciones permita analizar
si el viaje es o no
turístico (Lavaur, 1975, 57). En tal
sentido, y en forma muy general, la
posibilidad del registro histórico del viaje -y viajero- turístico existe desde
Herodoto y su derrotero iniciático por Oriente que, vaya casualidad, llamó
listoriai (historia).
Ahora bien, ¿qué puede aportar
la historiografía al ámbito de estudio del turismo
caracterizado como “transdisciplinario”?
Desde una perspectiva epistemológica, y aún metodológica, la
historiografía brinda aportes interesantes para el estudio del turismo como
fenómeno de la realidad moderna. Por un lado, la historia enmarcada en el
Patrimonio Cultural, es decir entendida como recurso turístico. Este es el caso
de la práctica del turismo cultural,
con la interpretación de itinerarios históricos o el relevamiento y puesta
en valor de sitios históricamente relevantes. En ese mismo sentido, en la aprehensión del legado de una comunidad
determinada, la disciplina histórica contribuye en la perspectiva del
patrimonio intangible (Morére Molinero, 2006, 88).
Pero aún existe otro aspecto en la contribución de la historia
al estudio científico del turismo, cual es la potencialidad de valorar
diacrónicamente los cambios y
continuidades del viajero –el “sujeto turístico”- a través del tiempo y de los diversos paradigmas ideológico-culturales.
En ese marco es posible la confluencia entre la historia, la
literatura y el turismo a partir de los relatos
de viaje, como una entre
las varias fuentes
pasibles para la historia del turismo.
Caracterización del relato de viajes. Su utilización como fuente
histórica
Sin ensayar una definición exhaustiva de las fuentes
históricas vale señalar
que éstas incluyen todo lo que pueda dar a conocer algo del pasado. En tal sentido es
fuente histórica “todo aquello que, en la herencia del pasado, pueda
interpretarse como un indicio revelador de la presencia, de la actividad, de
los sentimientos y el modo de pensar del hombre que nos precedió” (Marrou,
1968,157).
Ahora bien, un concepto de tal extensión merece la inmediata salvedad de la disparidad valorativa entre las fuentes.
Una carta, una novela, un informe técnico, un vestigio arqueológico
o un libro de historia pueden ser fuentes históricas aunque -siempre de acuerdo con el objeto
de estudio- de evidente valía dispar.
El rasero hermenéutico que permite valuar una fuente estriba en
la “intencionalidad” del autor, es
decir el propósito de dejar una narración para la posteridad lo cual puede
comprometer su objetividad (aún cuando esto no sea unívoco ni taxativo) (Suárez,
1987, 172). Atento a esto último es dable reflexionar sobre la validez del
relato de viaje como fuente histórica centrándonos principalmente en las aportaciones críticas
de Sofía Carrizo
Rueda y Luis Alburquerque,
que se han ocupado exhaustivamente del género.
Vale decir en
principio que el relato de viaje es un género literario -o un subgénero, en sentido estricto, puesto
que no forma parte de la división tripartita
comúnmente aceptada (poesía, drama y narrativa)-. Se trata asimismo de un
categoría “híbrida” o “anfibia” en la medida de, como veremos, discurre entre
lo ficcional y lo real, lo objetivo y lo subjetivo.
En segunda instancia es de resalto la dificultad para una
taxonomía elemental del relato de viaje por lo que suele acudirse a una simple
clasificación en base a sus contenidos (Almárcegui, 2008, 27). En ese sentido vale decir que los
libros de viajes
son un compilado de experiencias directas, coetáneas a los hechos descriptos, que se caracterizan
por una variedad de formas literarias que van del libro a la epístola pasando
por el artículo y el diario. Asimismo, si se tiene presente que, en modo
hipotético, el sujeto de la historia del turismo es el viajero y sus motivaciones, se deja en claro que esta clasificación es sólo tentativa.
Atendiendo a los motivos del viajero los relatos de viaje se
pueden clasificar en: a) finalidad científica, b) circunstancias personales, c) finalidad estética o literaria y d) la simple aventura de viajar. A su vez, y en lo que respecta a
su morfología general, los relatos de viaje pueden clasificarse en: a) Diarios de viaje, b) Memorias, c) Textos periodísticos, d) Guías de viaje y
e) itinerarios.
En tercer término
es necesario enfatizar que la estructura del relato de viaje se vertebra en torno a la
descripción al punto que constituye “un tipo de discurso narrativo-descriptivo
en el cual la segunda función absorbe a la primera (...)”. Se trata pues de un
género “bifronte” (Carrizo Rueda, 1997,13).
A modo de síntesis puede decirse que el relato de viaje posee
tres rasgos esenciales: son relatos factuales, con predominio de la modalidad
descriptiva por sobre la narrativa y con inclinación a lo objetivo en desmedro
de lo subjetivo” (Alburquerque, 2011,16).
En el marco de ese núcleo descriptivo es menester señalar cuáles
son, generalmente presentados, los tópicos presentes en los relatos de viaje.
Al respecto se distinguen dos objetivos concretos: por una parte el espiritual
e intelectual, que comprendería aspectos como la lengua, la literatura, el
teatro, la educación moral y las costumbres. Por otra, el material, que se
centraría en el urbanismo, la arquitectura, las instituciones, la agricultura y
los parques y jardines.
(Ortega Román 2006,229).
Por otro lado, en el marco de una elaboración crítica de las
motivaciones del viaje, el quid de la
cuestión consiste en advertir que el relato de cada viaje se manifiesta en los
diferentes moldes que asume según los periodos y las corrientes en las que se inserta
(Alburquerque, 2015,64). Así, en los relatos de viaje
medievales se percibe
un esbozo de empirismo avant la lettre, en las crónicas
indianas una mixtura del Barroco y del Renacimiento y en los ilustrados y
románticos el molde del naturalista y científico (aunque también literato). En todas las épocas, en cada forma mentis o paradigma cultural, hay
un molde en el que se vacía el
relato de viajes, aunque sin perder por ello la esencial impronta personal de
cada viajero.
En base a estas reflexiones tomemos por ejemplo al viajero
ilustrado, el modelo por antonomasia del viajero “proto-turístico”. En el
hombre del Siglo XVIII las motivaciones generales se sintetizan en una mirada
dirigida a lo utilitario en sintonía con el espíritu de su época. Sin embargo,
en cada relato de viaje se verifican otras motivaciones emparentadas con lo
social, lo personal, lo religioso, el nivel de cultura e incluso las
apreciaciones personales –los prejuicios también- sobre el país o la cultura en
el que el viaje se desarrolla.
Sin perder de vista la subjetividad insita en el relato, todo
viaje puede ser considerado desde una doble perspectiva histórica: por un lado
una interpretación histórica de lo
observado y experimentado, los lugares, los edificios, las gentes o las instituciones de los lugares
que son visitados; y por el otro la intelección
de la especificidad del momento histórico en el que es redactado y cuya perspectiva deja su impronta en el
momento de la escritura. Con el tiempo, el libro de viajes se convertirá en un testimonio histórico de características privilegiadas,
insustituible como retrato de una sociedad en un momento concreto y único aunque posea perspectivas tan variadas como diferentes son los viajeros.
En base a lo hasta aquí desarrollado es menester indicar en qué
sentido el libro de viajes es de
utilidad para la historia del turismo. Veámoslo con un ejemplo concreto.
Un relato de viaje en la historia del turismo de Patagonia
La Patagonia suscita afán por el viaje. Lo inhóspito de su
geografía, el desamparo de su paisaje, la belleza de su
tierra, han sido y son alicientes constantes para los viajeros. En cierta
medida puede aseverarse que la Patagonia representó el anverso del Grand Tour
argentino pues, mientras los jóvenes de la elite hacían su obligatorio periplo europeo, los
viajeros del Viejo Continente se volcaron a la Argentina y la terra incognitum patagónica. De ahí la enorme
cantidad de relatos de viajes que tienen a nuestra región como objeto.
Los libros de viaje en Patagonia exceden a la aventura
científica de los ilustrados o naturalistas del XVIII y XIX. Cónicas, informes,
memorias, cartas o diarios de militares, misioneros, comerciantes y aventureros
constituyen un valioso repositorio documental para la historia patagónica en
general y la de las actividades
turísticas en particular.
En efecto, los aportes de los relatos de viaje son amplísimos y
de ellos han extraído importante información la biología, la geografía y la
toponimia, la filología y la literatura
histórica. En ese marco, es de resalto la conexión de estos relatos con la
antropología3 pues
“el viaje es cada vez más viaje hacia los
hombres” (…) de manera que la relación entre el libro de viaje y las ciencias
del hombre no ha desaparecido sino que se ha ampliado” (Peñate Rivero,
2015, 52).
Puestos a ejemplificar vale traer a colación el relato de los viaje
de Francisco Menéndez,
misionero franciscano que incursionó en Patagonia septentrional en el último
cuarto del XVIII, pocos años antes del inicio del proceso de independencia
argentina.
Menéndez era natural de Asturias y luego de formarse en la Orden
Franciscana en Galicia “pasó a Indias”, primero a Santa Rosa de Ocopa en Perú y luego a Castro, la capital del
Archipiélago de Chiloé. Apenas llegado a Chile
fue el descubridor de las imponentes cataratas del río Vodudahue (en enero de
1784) a las que llegó
penetrando en la selva con canoas desde
Chiloé, tras un itinerario de
cuarenta y cinco días. Por eso, a la hora de emprender sus expediciones a la
“Laguna del Nahuel Huapi”, como se la denominaba en aquella época, era ya un
viajero consumado.
Las expediciones de este misionero fueron primeramente
apostólicas aunque en rigor fueron, como veremos, viajes de exploración y de reconocimiento etnográfico. Menéndez, que contaba ya con muchos desplazamientos al archipiélago de Chiloé (donde misionó
entre chonos y veliches) fue enviado para el
“descubrimiento” del Nahuel Huapi”, aunque éste ya había sido
descubierto e incluso habitado por una
misión jesuita desde 1650.
En 1779 Menéndez inició su primer viaje “allende la cordillera”.
El periplo no le fue ordenado por su Orden sino por la Corona en la persona del
Virrey del Perú, Amat y Juniet, quien había sido fautor de la expulsión de los jesuitas de ese Virreinato. En esta
primera incursión el franciscano cruzó la cordillera
por el legendario camino de los Vuriloche cuyo descubrimiento fue la
causa de la muerte del sacerdote
jesuita Guillelmo casi un siglo antes. En el segundo viaje, el misionero llegó al Lago
Nahuel Huapi y tomó contacto con los indios puelches.
En el tercero, alcanzó la confluencia entre el río Limay y el Collón Curá. En el cuarto y último viaje
se encontró con el cacique Chulilaquin, quien ya había mantenido contacto con el
viajero Villarino (Fonck, 1900,13).
Los diarios de Menéndez son pletóricos de datos geográficos,
culturales, lingüísticos, además de la propia narración de sus peripecias para
cruzar la Cordillera (¡en cuatro ocasiones!) e instalarse entre los indígenas.
Resulta obvio que Menéndez no fue un turista, al menos en el
contraste con el canon moderno, pero sin duda fue un viajero cuyo periplo no
puede sustraerse a
la historia del turismo, entendida ésta en su doble condición de actividades
turísticas del pasado y de disciplina de estudio. En tal sentido, ¿qué aportan
las crónicas viajeras de Menéndez a la historia del turismo? En principio un
conjunto de motivaciones pues el
viaje de Fray Francisco no sólo era
misional -el primer “estímulo”- sino también de reconocimiento cultural de los
grupos indígenas, de reconocimiento geográfico y naturalístico, de anhelo
de aventura. Incluso lo motivó cierta
búsqueda no exenta de lo fantástico, en
la medida en que el misionero también quería hallar la mítica Ciudad de los Césares. Además los relatos del franciscano
nos dan un conocimiento indirecto de
una movilidad no ajena a la historia del turismo, cual es la de los hombres que venidos de la lejana
Europa se instalaron en lugares como la Cordillera
andina. Como hemos visto, el propio Menéndez viajó de su Asturias natal a Galicia, para luego “pasar a Indias”, primero
a Perú, luego a Chiloé, y finalmente
a la Patagonia septentrional.
Por otro lado, el relato de viaje de Menéndez otorga un
conocimiento general acerca de un
contexto político y cultural complejo cual era el de la decadencia de la Corona
española en manos de la dinastía borbónica, la
expulsión de los jesuitas, la relación del Virrey del Perú con la iglesia
establecida en Chile y un largo etcétera.
Pero además, los viajes descriptos por el franciscano -e
insistimos en que éste es sólo un ejemplo de los muchos posibles- proveen en sí
mismos un
recurso turístico asociado al patrimonio cultural. El itinerario
del misionero, su paso por el olvidado camino de los
Vuriloche, el reconocimiento del lugar donde se emplazó la misión de Nuestra
Señora del Nahuel Huapi -en el margen
norte del gran lago- y las posibilidades etnológicas y arqueológicas apenas
explotadas, conforman un importante fontanar de recursos patrimoniales de indudable valía.
En suma, es importante dejar indicado que los tópicos que forman
parte este relato de viaje del Siglo XVIII, si bien en forma general y no
exhaustiva, constituyen un conjunto de “motivaciones” pasibles de ser
constatadas en cualquier viaje turístico. De ahí que, aún con los matices
analíticos que correspondan, los relatos de viaje representan una fuente
insoslayable para la historia de las actividades turísticas.
CIERRE
Hay lugar para un aserto indubitable: el turismo como fenómeno
social posee una dimensión histórica, diacrónica, insoslayable. Por caso, vale señalar cómo en el marco de una categoría tan amplia como la de “turismo moderno”, se encuentran matices
históricos incontrastables. ¿Cuántas
diferencias de grado
y naturaleza distinguen a un viajero
del siglo XIX de uno del XX? ¿Y qué decir si se agrega a la comparación a
los que viajan en este siglo XXI?
Si la movilidad y sus motivaciones, las razones y las circunstancias de viajes y
viajeros encuentran tantas diferencias en el “molde” de lo moderno, ¿cómo eludir la ampliación del objeto de
estudio de la historia del turismo a períodos muy anteriores a la Modernidad? Es un esfuerzo
sin duda que incluye también el desarrollo de conceptos
y categorías de análisis que exceden lo meramente
socioecónomico. En ese contexto, consideramos que los relatos de viaje representan un aporte sustancial al conocimiento de las actividades turísticas de todas las épocas.
Por otro lado, la “utilidad” del relato de viaje actual es más
discutible. Es que hoy la movilidad y
sus motivaciones adquieren una complejidad incontrovertible. El viaje se ha vuelto asunto de análisis más complejo en el que se mixturan, como bien analiza Bauman,
“turistas y vagabundos”. Los primeros “se desplazan o permanecen en un lugar
según sus deseos (…) Los vagabundos saben que no se quedarán mucho tiempo en un
lugar por más que lo deseen, ya que no son bienvenidos en ninguna parte. Los turistas
se desplazan porque el mundo a su alcance (global) es
irresistiblemente atractivo; los vagabundos lo hacen porque el mundo a su
alcance (local) es insoportablemente inhóspito. Los turistas viajan porque
quieren; los vagabundos, porque no tienen otra elección soportable” (Bauman, 1999,124)
En tal sentido, consideramos que el relato de viaje ha perdido
vigencia como herramienta de análisis vigente para el estudio sincrónico del turismo contemporáneo. Esto estriba en el
hecho de que el desplazamiento actual ha perdido
el carácter excepcional característico de otras épocas. Hoy la movilidad
turística es “una más de las actividades cotidianas, en el que el viaje y su
narración se deconstruyen, se fragmentan, se multiplican sin límite” (Rubio Martín, 2011,66).
Cerramos este breve e introductorio análisis con la perspectiva
de que el amplio campo epistemológico del turismo, con su positivo talante
interdisciplinar, encuentre un lugar promisorio la historiografía y el uso del
relato de viajes como fuente histórica destacada.
NOTAS AL PIE
(1) Docente e Investigador de la Facultad de Turismo, Universidad Nacional del Comahue.
Neuquén. Argentina. Correo
electrónico: sebastiansancheznqn@gmail.com
(2) Organización Mundial del Turismo (http://www2.unwto.org/es)
(3) Al respecto cabe señalar que desde la perspectiva antropológica, centrada en el tópico de la alteridad, se han
desarrollado vastos trabajos sobre la Patagonia (Morillas, 2002, 2008,2009).
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