ARTÍCULO
La Antártida en la Literatura Argentina. Entre el sueño edénico y la reafirmación soberanista
The Antarctica in Argentine Literatura. Between edenic dream and sovereign reafirmation
Ilaria Magnani
i.magnani@unicas.it
Università degli Studi di Cassino e del Lazio Meridionale -Dipartimento di Scienze Umane, Sociali e della Salute. Cassino- Italia
Recibido: 08|10|17
Aceptado: 30|11|17
RESUMEN
Por ubicación geográfica, condiciones climáticas, organización geopolítica, situación medio-ambiental, la Antártida es hoy un caso ejemplar y único en el panorama internacional. Las representaciones de los siglos XIX y XX de esta zona son contradictorias y ambivalentes. En particular, las europeas y norteamericanas se distancian de las argentinas por forma y contenido. Este trabajo se propone analizar las representaciones argentinas vinculándolas con las matrices históricas y culturales de las que surgen, examinando particularmente el discurso ideológico y soberanista subyacente.
Palabras clave: Antártida: Literatura argentina; Soberanía; Proyecto identitario nacional.
ABSTRACT
By geographical location, climatic conditions, geopolitical organization, environmental situation, Antarctica is today an exemplary and unique case in the international panorama. The representations of the nineteenth and twentieth centuries of this area are contradictory and ambivalent. In particular, the European and North American are different from the Argentines by form and content. This paper aims to analyze the Argentine representations linking them to the historical and cultural matrices from which they arise, particularly examining the underlying ideological and sovereign discourse.
Key words: Antarctica; Argentine literature; Sovereignty; National identity project.
VIVIR EN LA ANTÁRTIDA
En los años 1970, Ursula Le Guin imaginaba una sociedad alienante y represiva colocada en un futuro indefinido en el que la Antártida se estaría volviendo habitable mientras otras tierras serían pronto cubiertas por las aguas (Le Guin 1975)
A unos cuarenta años de la publicación de este texto, sorprende descubrir que, sin ser habitable el continente de hielo parece hoy más asequible, hasta el punto de sugerir a la canciller argentina, Susana Malcorra, la afirmación según la cual sería oportuno evaluar en términos económicos y productivos la situación que se estaría configurando en el área a raíz de los cambios climáticos en acto. Eso devuelve a la actualidad el consabido tema soberanista que el diario La Nación, al dar la noticia, resume con estas elocuentes palabras: “En una visita a la base Carlini [Malcorra] advirtió que el cambio climático hace más accesible al territorio y valiosos sus recursos; dijo que esto obliga al país a reafirmar su soberanía, con la ciencia como eje” (2017)
Tal vez las palabras del ministro o su narración periodística excedan en entusiasmo, cabe sin embargo leer en esas declaraciones una recrudescencia de las antiguas demandas de soberanía sobre el territorio y su explotación económica con las relativas consecuencias medio-ambientales a las que se había intentado ofrecer una solución -aunque solo temporánea- con el Tratado Antártico en 19611. Otro tema aludido en las palabras de Le Guin es la fragilidad del ecosistema global que tiene en la Antártida un indicador sensible. Baste decir que en los últimos meses de 2016 un noticiario de la cadena pública italiana informaba que la Antártida estaría destinada a desaparecer -en su forma actual- al mantenerse inalterado el calentamiento global.
IMAGINARIOS: ENTRE LA GEOGRAFÍA Y LA LITERATURA
La historia de la Antártida, mejor dicho, el vínculo que el mundo occidental ha tejido con ella, es particularmente interesante a la hora de colocar el continente en el contexto de los conocimientos que las diferentes disciplinas proporcionan de él. En primer lugar debemos tener en cuenta que en la antigüedad no se había aseverado su existencia, que sólo representaba una hipótesis. De hecho, la Antártida había sido teorizada desde los tiempos de Ptolomeo, considerada como el ‘contrapeso’ indispensable para equilibrar las tierras del norte y servir de elemento simétrico al Ártico, tanto en sentido físico que toponímico. Concretamente, se creía que su masa era necesaria para compensar el peso del hemisferio norte. Esa concepción tiene una vertiente simbólica que se manifiesta elocuentemente en el nombre ya que la denominación inicial de Terra Australis Incognita fue sustituida por la de Antártida, subrayando la relación funcional con el Ártico y su consiguiente posición ancilar2.
Estas consideraciones hablan de la historia y la geografía del continente, pero mucho más del imaginario que éste ha desatado en el que se pueden identificar sugestiones procedentes de disciplinas distintas. Como es sabido, en los años 1970 se activó un proceso de reformulación que puso en tela de juicio el enfoque cientificista de algunos sectores dando lugar a un alejamiento del objetivismo positivista anterior. Esta nueva mirada favorecía una abertura hacia los elementos de subjetividad presentes en la investigación científica que hasta ese momento no solo se habían evitado, sino que se habían condenado erróneos y anti-científicos. Conocido es el cambio introducido por Hayden White (1973) quien examina el texto histórico como un artefacto literario, subrayando así el peso de lo narrativo en la reconstrucción histórica y el componente personal/ficción que inevitablemente acarrea. Un camino similar se puede rastrear en el conocimiento geográfico. En 1947, John Wright afirma: “I shall deal with terrae incognitae, both literal and as symbolizing all that is geographically unknown; I shall discuss the appeal that they make to the imaginative faculties of geographers and others and the place of the imagination in geographical studies”. Él puso de relieve, tal vez por primera vez, la importancia de la imaginación como instrumento de conocimiento y estímulo de las habilidades de un geógrafo liberando esta facultad del estigma que la tachaba de inútil, instrumental o excesivamente individual para contribuir a la investigación científica.
Perspectivas similares aportan el geógrafo David Lowenthal (1961) y el filósofo Eric Dardel (1952), precursores en la valoración del aporte de la imaginación y la subjetividad al conocimiento geográfico. Además de enfatizar el elemento subjetivo en la geografía, las nuevas tendencias disciplinarias subrayan la importancia del componente narrativo en la construcción geográfica. En palabras de Brazzelli:
La geografia porta iscritto, nel suo stesso nome, il segno di una vocazione trasversale, che rimanda alla costante costruzione semantica e simbolica della terra da essa operata. La letteratura, da parte sua, genera significati complessi e li iscrive in un mondo spazialmente ordinato, traducendo lo spazio in scrittura. Geografia e letteratura condividono indubbiamente una natura mitopoietica e creativa (2015: 17)
Es sobre esta base que se abre paso la geosophy “intesa come studio delle modalità attraverso cui gli individui immaginano il mondo”, capaz de “riflette sulle relazioni che vengono stabilite tra la ‘realtà’ empirica e le fantasie proiettate su altri luoghi” (Brazzelli 2015: 57). Se acompaña a esta tendencia el concepto de geopoética, introducido por Kenneth White (1973) en un ‘manifiesto’ que refuerza la necesidad de una tensión poética en la aproximación al espacio y los fenómenos naturales que derive en una verdadera refundación de la cultura y del pensamiento humanos3, y él de geocrítica: “poétique dont l’objet serait non pas l’examen des représentations de l’espace en littérature, mais plutôt celui des interactions entre espaces humains et littérature, et l’un des enjeux majeurs une contribution à la détermination/indétermination des identités culturelles” (Westphal 2000)
La geocrítica, como la propone Bernardt Westphal, no es solo una tendencia que teoriza una perspectiva geo-centrada en la aproximación al texto literario sino que enfatiza el estudio multidisciplinario considerándolo un ámbito en el que literatura y crítica literaria pueden desenvolver un papel innovador4.
Por otra parte, cabe recordar que para un público no especializado el conocimiento de la Antártida más que el de otras regiones procede mayoritariamente de representaciones literarias y, más recientemente, cinematográficas. Parece, entonces, esencial examinar dichas representaciones relacionándolas con el momento histórico y el contexto cultural en que se originan, ya que a éstos habrá que dirigirse para interpretar tales peculiaridades, así como para identificar las condiciones que permiten penetrar sus causas.
LA LITERATURA Y SU CONTEXTO
En la exploración e investigación antártica se identifican dos momentos centrales. El primero está caracterizado por la búsqueda de Terra Australis Incognita, como se definió la Antártica. Se ubica entre 1773 -fecha del segundo viaje de James Cook en el Pacífico Sur- y 1839 -comienzo de la expedición de James Clark Ross, que culminó en los primeros años 1840-. Sucesivamente la actividad sufre una fuerte desaceleración. El segundo momento se coloca entre 1895 y 1922 y debe su inicio al Sexto Congreso Internacional de Geografía, celebrado en Londres en 1895, durante el cual se afirma la oportunidad de priorizar la exploración de las regiones antárticas invitando a las sociedades científicas a colaborar en la realización de este propósito.
Si miramos ahora a las obras literarias que entre '800 y '900 tienen como sujeto la Antártida observamos que en las literaturas europeas y norteamericanas -que por simplificar reuniré bajo la burda etiqueta de ‘literatura occidental’- ven la luz en uno de los momentos definidos previamente y por lo tanto muestran una clara bipartición. Se remonta a principios del '800, y se inscribe en la primera fase de exploración, la novela Las aventuras de Arthur Gordon Pym [Narrative of Arthur Gordon Pym, 1838] de Edgar Allan Poe, verdadero fundador de la narrativa centrada en la Antártida e inevitable referencia de los trabajos posteriores. La segunda etapa de exploración coincide con la aparición de los textos canónicos sobre el tema. Se remontan a finales de '800 Viaje al Polo Austral en velocípedo [Al Polo Australe in velocipede, 1895] de Emilio Salgari y La esfinge de los hielos [Le sphinx des glaces 1897] de Jules Verne, mientras que pertenece a los primeros años 30 del siglo XX, At the Mountains of Madness [Las montañas de la locura, 1936] de Howard Phillips Lovecraft5. Al analizar esta segunda etapa de la escritura antártica hay que recordar que la ‘conquista’ del Polo Sur (1911) y las expediciones posteriores marcan una separación fundamental ya que garantizan la difusión de información sobre el continente blanco cuya ausencia los autores anteriores habían compensado con conjeturas, inspiradas en lo tenebroso y lo fantástico, como en el caso de Poe, o moldeadas por la voluntad de adherir a una mentalidad científica, como en la obra de Verne (Di Maio 1990). La falta de documentación deja a los autores la libertad de imaginar contextos ajenos a la realidad documentada suponiendo la existencia, más allá del círculo polar antártico, de climas más benignos y tierras pobladas, fabulosas cortinas de vapor o imanes gigantes. A pesar de esa hipotética habitabilidad del continente, sea Poe que Verne representa a la Antártida como una tierra hostil –por condiciones geográficas, climáticas o antrópicas– como bien resume el francés en su descripción de las tierras antárticas:
L’aspect de la terre ne changeait pas, -toujours le même sol infertile, des blocs noirâtres, des grèves sablonneuses semées de rares raquettes, des hauteurs abruptes et dénudées en arrière-plan. Quant au détroit, il charriait déjà quelques glaces, des drifts flottants, des packs longs de cent cinquante à deux cents pieds, les uns de forme allongée, les autres circulaires– et aussi des icebergs que notre embarcation dépassait sans peine (Verne 1897:723-724)
Estéril, deshabitado, inhabitable son los adjetivos con los que Verne designa las tierras antárticas.
Lovecraft, quien puede valerse del testimonio de los exploradores, reitera la hostilidad del mundo antártico, pero ya no en términos morfológicos y climáticos -que dejan inesperadamente espacio para la descripción de paisajes fascinantes a cuyo encanto es difícil sustraerse- sino desplazando la amenaza al mundo subterráneo donde se encuentra una raza alienígena y nefasta para el destino de los seres humanos.
Volviendo, sin embargo, a la periodización primitiva, articulada en relación con las etapas de incremento de la exploración, hay una divergencia fundamental entre la literatura ‘occidental’, que se moldea sobre esta articulación, y la literatura argentina que se escapa totalmente a ella ya que el primer trabajo sobre el tema se remonta a 1886, es decir que se ubica entre los dos períodos de referencia indicados. Argentina, de hecho, no organiza misiones de exploración, pero, por su condición de país casi lindante con el continente antártico se enfrenta tempranamente con la necesidad de reafirmar su soberanía territorial6. El primer texto vinculado con el área antártica aparecido en la Argentina es La vida en el Polo / poema sudamericano / en cuatro cantos (publicado por Editores Igon Hermanos-Libreros de Buenos Aires). Todo en él revela su carácter radicalmente ajeno a la producción ‘occidental’, del aspecto formal al contenido. Es un poema en endecasílabos aparecido en forma de folletín, cuyo autor se oculta bajo el seudónimo de Antares, al que las investigaciones no han podido asociar una identidad y un nombre.
La diferencia entre la literatura ‘occidental’ y la argentina es patente empezando por el género ya que la primera elige la prosa, la novela, y más precisamente la novela de aventuras, con frecuentes incursiones en el modo fantástico y en la ciencia ficción; la segunda opta por la forma mucho más tradicional del poema, prefiriendo su variante culta. Reafirma esta tendencia el seudónimo, vinculado con la mitología clásica, y se expresa de forma evidente en la predilección por un metro áulico como el endecasílabo, aunque el trabajo se edita en forma de folletín, por lo general canal de difusión de obras de ficción populares editadas en las páginas de un periódico o en pliegos de cordel, dirigida a las capas menos cultivadas de la población. Otros elementos de interés para la interpretación de esta curiosa obra surgen comparando La vida en el Polo7 y La cautiva (1837), el poema fundación de la tradición romántica argentina, de Esteban Echeverría. A pesar de la distancia temporal que los separa -casi cincuenta años- y del escenario elegido para la ubicación de los acontecimientos -la realidad pampeana frente a Tierra del Fuego y Antártida-, las dos obras muestran una cercanía ideológica al momento de dibujar la perspectiva de desarrollo auspiciada para el país. De hecho los dos poemas reafirman la identidad blanca y europea de la joven nación argentina en contraste con los pueblos indígenas, cuya presencia es claramente marginada tanto en la vertiente político-administrativo-militar -es suficiente pensar en la llamada Conquista del Desierto (1876-1885)- como en su proyección simbólica. En los dos poemas se encuentra, en cambio, una divergencia formal, ya que la sensibilidad romántica de Echeverría le había llevado a favorecer el octosílabo, el metro de mayor difusión en la poesía tradicional hispana, y prestar especial atención a la naturaleza argentina, de la que proporciona la primera representación literaria (Prieto 1993). Al contrario, el anónimo que se esconde bajo el apodo de Antares, se ubica en una perspectiva culta y privilegia la mirada fabulosa sobre el contexto en que enmarca la narración. Ésta se centra en las vicisitudes de Lanfranco, «noble caballero francés» (Barcia 2013: 281) que, sin escuchar los consejos de los padres, abandona la provincia nativa y se traslada a París, donde lleva una existencia despreocupada en la que paulatinamente malgasta su fortuna, y donde se ve involucrado en una conspiración política a la que, sin embargo, es ajeno. Encarcelado a pesar de su inocencia, es pronto abandonado por los que habían sido sus amigos. Cuando vuelve a la libertad, sin vínculos familiares -ya los padres han muerto- y amargado por las injusticias sufridas en patria, decide abandonar el país y buscar un lugar remoto para vivir lejos de la sociedad humana. Se dirige entonces a América y, único superviviente de un naufragio, llega a Tierra del Fuego, donde una india anciana, Valaka, le habla de la Antártida al comprender que ésta podría satisfacer las necesidades existenciales del hombre. Tras guiarlo hasta su destino, Valaka lo deja prometiéndole presentarse al año siguiente para comprobar si persiste en la intención de quedarse o devolverlo, si así lo deseara, al continente americano. La estancia del hombre tiene como único inconveniente la soledad en que vive, pero es superada gracias al inesperado encuentro con un hombre y sus dos hijos, un niño y una joven. Esta última, Berta, es destinada a formar con Lanfranco una nueva pareja edénica, inesperadamente franco-alemana, ya que éste es el origen del trío. El poema, que aparece a quince años del fin de la guerra franco-prusiana, elige estas nacionalidades para su inusual núcleo colonizador que, por el contraste manifiesto con el origen mediterráneo mayoritario en las grandes oleadas migratorias de aquellos años, no puede pasar desapercibido. De hecho la obra reitera la preferencia por una inmigración procedente del norte y el centro de Europa tal y como se había esperado en el momento de teorizar y activar el poblamiento proyectado. El hecho de que la acción tiene a la Antártida como telón de fondo le presta unos tintes utópicos a la historia en la que la migración deseada -que la realidad histórica se había encargado negar- se combina con un paisaje que no tiene referente factual, y eso a pesar de la adhesión del autor al imperativo mimético del espacio fundado en el uso de procedimientos técnicos codificados a lo largo de la historia de la literatura para garantizar una representación ‘real’ (Rubino 2010). Como se verá a continuación, la descripción rica y detallada construye un espacio fuertemente mimético pero carente de toda correspondencia térmico-paisajística con la Antártida donde las inclemencias climáticas desaparecen para convertir el continente de hielo en un lugar privilegiado al que se accede, como en los cuentos de hadas, sólo en ciertas, específicas condiciones, por lo general desconocidas al hombre común:
Mas al fin del otoño se a formado
por el frío otra vez y consolida,
y se abre el sendero codiciado.
Las bestias lo conocen y guarida
hallan hasta que tocan la llanura feliz del Polo al hombre prohibida. (Barcia 2013: 306)
Paradójicamente es el invierno que abre paso a un mundo accesible únicamente a los animales, ejemplo de inocencia primigenia negada al hombre, al que se le prohibió el jardín del Edén. La utopía antártica no es solo un universo preservado sino un lugar que presenta una doble inversión, climática y biológica, en la que el continente blanco tiene clima templado y vegetación exuberante:
las plantas bellas crecen,
A pesar de su círculo nevado.
Vigorosos helechos allí mecen,
Sus largas palmas de azuladas tintas
[…]
En unos y otros [la Naturaleza] frutos mil madura
en que ha encerrado jugos suculentos
Y suave gusto al paladar procura. (Barcia 2013: 314)
La tierra ofrece espontáneamente una amplia gama de productos a sus habitantes:
Allí encuentra en las plantas por millones
Semillas suculentas y harinosas
Y los frutos del liquen, cual botones,
Que las tunas melosas de América
Producen, y otros frutos abundantes,
Engendro de las selvas caprichosas. (Barcia 2013: 317)
La coexistencia del hombre y los animales es serena ya que –edénicamente- todavía no se ve afectada por la desconfianza que la rapacidad del primero causa en los segundos:
En los fértiles valles también pacen
Los blancos gamos de astas enramadas,
O sus oscuras madrigueras hacen
Las zorras y las liebres; admiradas
Al aspecto del hombre quietas quedan
Pues aún no han sido de él hostilizadas. (Barcia 2013: 315)
Todo coopera para delinear un paraíso terrenal renovado, característica que se ve reafirmada por la ausencia de espacios internos -solo rápidamente mencionados-. De hecho, es el Polo Sur en su integridad la nueva casa, un óikos que sabe reunir los diferentes valores etimológicos de demora, núcleo social y hábitat presentes en el término griego. Eso avalora el rasgo edénico de la nueva pareja que, sustituyendo a la bíblica e incapaz de moldearse a las necesidades del jardín terrenal, constituye un flamante núcleo familiar regido por la sabia autoridad de un anciano -y teutónico- patriarca. Las facciones del hombre y el hijo son elocuentes:
Grave es del viejo y de nobleza llena
La apariencia y denota blanca raza;
La del muchacho cándida y serena
Y su figura muestra hermosa traza;
Sus ojos de color claro azulado,
Y su rubio cabello el hombre pasa. (Barcia 2013: 319)
“Programmando […] l’investimento affettivo del lettore, lo spazio è sempre rivelatore delle intenzioni che animano il testo” afirma Jouve (2010: 63). Basándose en esta reflexión podemos afirmar que La vida en el Polo manifiesta la intención de causar un sentimiento de proximidad con el mundo antártico, históricamente ajeno, para proponer una cercanía asentada en la reconstrucción de una campiña europeizante, sin ningún parecido con el campo pampeano y que no se puede definir colonial ya que no presenta habitantes autóctonos (que habría que eliminar). Un panorama que brinda a la ‘colonia’ un claro carácter contrapresentístico8, que se trenza con la conciencia de la inestabilidad geopolítica y climática del paraje para concretarse en la advertencia de Valaka, la noble representante de los pueblos originarios quien, transformada en deidad tutelar, preside benigna la instalación de los colonos, y los exhorta a que aprovechen la oportunidad que se les ofrece antes de que intervengan inevitables cambios a alterar el precario paraíso:
[…] el día aún no a llegado
Pero cercano está, que descubierto
Del Polo sea el sendero y profanado
Se vea por el hombre. Su ojo abierto
Tiene sobre él, y cesará el encanto
Y la paz que aquí reina y el concierto.
Sé dichoso Lanfranco, tú, entretanto,
Y sigue el feliz signo de tu estrella,
Que da fin a tus penas y quebranto
Toma, pues, por esposa á la doncella,
Y la vejez consuela del anciano. (Barcia 2013: 329)
Si está claro que en la visión propuesta por el autor la amenaza procedería de la llegada de nuevos inmigrantes -por cierto no franceses ni alemanes- hoy se puede ver aludida en la advertencia la fragilidad del continente, como en la actualidad se ha demostrado.
La vida en el Polo es la primera y sin duda más curiosa obra argentina vinculada a la Antártida, pero no la única. A pesar de la relativamente reducida producción sobre el tema, podemos contar con informes de viaje, narraciones y poemarios dedicados al continente de hielo.
Los textos argentinos posteriores a la conquista del Polo Sur muestran coincidencias temáticas e imaginarios próximos a lo relacionado por los exploradores que participaron en la empresa a pesar de la distancia lingüística y de las diferentes tradiciones culturales de los autores. El sentimiento de pertenencia imperial que animó a los exploradores británicos se encuentra reflejado en la repetida reafirmación de la demanda de soberanía de la Argentina. Esta preocupación es sin duda central en Luis Ortiz Behety y en su poemario Antártida Argentina. Poemas de tierras procelares (1948). La obra es parte de un proyecto literario más amplio que lleva el elocuente título de Libros de la Soberanía Argentina, cuya finalidad principal era, en palabras de Barcia (2013:133), “dedicar una serie de poemarios a temas históricos y a espacios geográficos de nuestro país que entendía debían ser destacados como asociados a una honda conciencia nacional”. En los poemas de Ortiz Behety el llamado patriótico-nacionalista es particularmente explícito, por ejemplo, el primer cuarteto de Himno a la Antártida (Ortiz Behety 1948: 43-44) -musicado por el maestro José Tieri- declara:
En la Antártida, patria sagrada,
se prolonga tu estela divina,
custodiada por sangre argentina
con unción de la cruz y la espada
El autor se apoya en toda la parafernalia de la retórica patriótica: la sacralidad de la patria; el llamado unificador y santificante de la sangre; la inseparable unión de la cruz y la espada, el binomio que desde la conquista española acompaña toda reivindicación político-territorial en el continente americano. El segundo cuarteto se pone en la misma línea estilístico-retórica usando el motivo altamente simbólico de la “flameante bandera” cuya función rebasa la simple identificación nacional del territorio para volverse una bendición de la patria hacia la tierra austral: “Bendiciendo la Antártica entera”. Por otra parte cabe señalar la referencia cromática al estandarte y a la región: “Con el blanco y azul tutelares”, característica reiterada por otros autores. La intención patriótica va creciendo a medida que el poema avanza y en el tercer cuarteto el llamado en defensa de la tierra austral se vuelve proclama de libertad: “Y escuchemos su heroica llamada: / Cielo austral, luz del Sur, libertad”. El cuarto y último cuarteto representa el clímax de la composición. Para reafirmar la argentinidad del territorio antártico el autor utiliza el consabido motivo del toque de trompeta -símbolo guerrero y ceremonial a la vez- que humaniza transfigurándolo en grito. No nos puede escapar la elección léxica: ‘clarinada’. Sustantivo derivado de ‘clarín’ -instrumento utilizado “para toques reglamentarios en las unidades montadas del Ejército”(RAE)- que remite por lo tanto a las resonancias militares y bélicas de éste- mientras que la forma usada, de carácter coloquial como registra el DRAE, proporciona una inesperada y momentánea dimensión doméstica al escenario guerrero, rápidamente reafirmado por la mención de uno de los Libertadores y padres fundadores de América latina, el general San Martín, con el que se identifica el sonido del instrumento musical:
En el más apartado confín
de la Antártida nuestra sagrada
se oye un grito como clarinada;
¡San Martín, San Martín, San Martín!
En los poemas de Ortiz Behety se repiten los motivos patrióticos considerados, como la sacralidad de la tierra. Interesante es el concepto de pertenencia nacional subrayado en la reiterada alusión a la simbólica presencia de azul y blanco que, además de representar la dominante cromática de estas latitudes identifica los colores de la bandera argentina, como en “Canto a la Antártica” (Ortiz Behety 1948: 7-8) donde el cuarto cuarteto recita:
Antártica espectral, tierra sagrada,
En tu insomne glaciar ya se levanta
El clarín de la patria inmaculada,
Y su blanca y azul enseña santa.
El anhelo patriótico y su retórica se ven sancionados por el epígrafe firmado por Juan Domingo Perón, entonces presidente de la Nación, y por el poema “Canción del pueblo argentino” (Ortiz Behety 1948: 19-21) donde el nombre del mandatario se trenza al del Libertador, San Martín. El proyecto político-ideológico del segundo sería próximo a la realización gracias al gobierno del primero, como reitera el autor afirmando: “Porque nos guía Perón”, “Como la quiere Perón [la patria augusta y soberana], “Porque la impulsa Perón”.
No quiero subrayar aquí la ideología del autor sino indicar como el poemario sea expresión de la demanda soberanista, incrementada en esa época y alimentada por el peronismo como manifestaban las políticas pedagógicas implementadas en esos años:
A partir de los años 40 (coincidiendo con el encumbramiento del peronismo) se introdujeron en los contenidos escolares todos los litigios y reivindicaciones pendientes del país, agregándose las nuevas generadas en esa década (como lo era la reivindicación territorial sobre las islas Sandwich y el denominado sector antártico argentino). […] Esta intensificación del adoctrinamiento de base ‘territorialista’, está sustentado en procesos previos, pero que se consolida en esos años, los del inicio del peronismo. El líder de este movimiento Juan D. Perón llevó hasta sus últimas consecuencias esta estrategia pedagógica, cuyo germen ya estaba presente en los gobiernos conservadores de los años 30. (Zarrilli en prensa)
El mismo tema patriótico se ve desarrollado, de forma explícita, en la obra en prosa de Nicolás Cócaro, Viaje a la Antártida (1958a), demostrando como se había consolidado en el país la preocupación soberanista, que seguía vigente a diez años de la redacción del poemario de Ortiz Behety y a pesar del enraizado antiperonismo del gobierno de la época. Cócaro afirma: “Espero que este paseo literario haya afianzado en el lector el sentido de soberanía argentina sobre el País de Hielo, nuestra Pampa helada y se sienta partícipe de una herencia por la que tantos patriotas dedicaron su vida a explorarla, estudiarla y mantener en su suelo el pie argentino” (1958a: 30)
Situándose en la misma línea conceptual, Cócaro elige un título ampliamente evocador: Donde la patria es un largo glaciar (1958b) para las composiciones en las que expresa en versos las emociones ya narradas en prosa en Viaje a la Antártica. Las dos obras surgieron de la experiencia del primer viaje turístico en el continente organizado desde Argentina en 1958, al que habían participado diplomáticos, periodistas, escritores.
Otro motivo que vincula la tradición británica y la producción argentina sobre Antártida se puede identificar en la fraternidad profundamente masculina expresada por los exploradores británicos en sus relaciones. Este sentimiento se conserva en la escritura argentina contemporánea que sin embargo lo resignifica a través de la ironía, como en el texto teatral Continente viril (2001) de Alejandro Luis Acobino, donde ya el título manifiesta dicho rasgo. La pieza muestra una sarcástica reproducción de la sociedad a través de sus cuatro personajes: dos -un empleado público y un suboficial del ejército- pertenecientes a una clase media manipulada y moldeada a través de los medios de comunicación de masa más triviales y desacreditados, un coronel que no oculta su simpatía por el pasado dictatorial ni su participación y un científico que trata de aclarar la razón por la que los pingüinos que viven en territorios argentinos de la Antártida se suicidan, a diferencia de lo que ocurre en otros sectores. La conclusión del biólogo, que identifica en la fusión de los hielos de esa zona y por lo tanto en el deterioro del hábitat de los pingüinos la causa del suicidio masivo de estos animales, pone de relieve la fragilidad del medio ambiente antártico sin mover el foco de la pieza de la dinámica social de la Nación. La presencia de núcleos que tienen poco que ver con el escenario polar de la acción deja emerger la veta instrumental que acompaña muchos escritos sobre la Antártida. También en este aspecto la tradición anglosajona y la argentina son especulares y en ambas la mirada al paisaje polar representa a menudo una herramienta que permite la proyección existencial del yo emocional del escritor / explorador.
El yo lírico que se expresa en La Sombra de un explorador antártico, de Cócaro (1958b: 20-21), aun eligiendo protegerse detrás de la figura del explorador, manifiesta alegrías y malestares propios del ser humano de cualquier edad y todas latitudes. El placer del conocimiento y el descubrimiento:
…, sentí la vasta eternidad
arriba, donde duerme el aire,
y viajé en la latitud de los petreles
con el asombro del descubrimiento.Acompañado por el desaliento causado por la soledad y el abandono:
Qué me importaban los placeres
si mi mundo era ése, el de la soledad,
el del sonido infinito del glaciar.
Condiciones que encuentran una solución momentánea en la fe en una entidad ultraterrena:
Ahora, soy la sombra del que fue,
del que viajó sin huellas por la nieve,
y tuvo entre sus ojos la alegría
de un vasto firmamento
y la serenidad de Dios en las alturas.
La Oda a los infinitos glaciares, siempre de Cócaro (1958b: 22-23), acude a la sinestética imagen de la “música del hielo” para representar la fascinación ejercida por el lugar extremo y solitario:
Quisiera quedarme así, en esta latitud
última,
en el brillo de la tarde
acaso, ensoñado en la musical atracción
de la soledad.
Recupera además un dato, recurrente del imaginario vinculado al hielo: su poder purificador que, en clave científica, remite a la potencia de esterilización de las bajas temperaturas y, en un enfoque místico-espiritual, al concepto de expiación que los rigores climáticos conllevan:
Y entonces, oh, bestia azul de mi corazón
te purifico de tanta ruina
En la onda musical y serena que sueña el
glaciar.
De un punto de vista formal, la producción literaria argentina del siglo XX referida a la Antártica abarca, como era de esperar, diferentes géneros sin que eso afecte la considerable coherencia de los contenidos que se articulan fundamentalmente en tres vetas: las obras patrióticas y soberanistas, marcadas por una fuerte retórica nacionalista, como es el caso de Ortiz Behety; la escritura intimista, –a veces amanerada9– que encuentra en la Antártida un escenario de valor más existencial que geográfico; la producción, con un trasfondo militante, que hace del continente blanco el telón de fondo donde proyectar el reflejo –deformado por la ironía– de la realidad nacional.
A MODO DE CONCLUSIÓN
Como he querido indicar en el rápido recorrido a través de la literatura antártica, la producción argentina sobre el tema es excéntrica con respecto a la europea y norteamericana, sea por tiempos de elaboración sea por temas abordados. En la representación argentina la Antártida, incluso cuando pierde su improbable halo paradisíaco, sigue siendo el lugar sobre el que hay que extender la soberanía nacional, condición que la producción literaria muestra ya como anhelo ya como objetivo logrado en su totalidad o en parte. La coincidencia de motivos entre la escritura argentina y las representaciones propuestas por los exploradores británicos, que sin duda existe, debe ser contextualizada en el horizonte del país austral. Esta operación muestra la conversión de esos motivos, declinados según las necesidades nacionales y las circunstancias históricas, como en el caso de la pieza de Acobino, claramente marcada por la experiencia dictatorial10.
Para volver al binomio -aparentemente paradójico- propuesto en el título de este ensayo, podemos decir que si el improbable Edén antártico del primer texto argentino sobre el continente de hielo ha sido un artificio para delinear la identidad ideal de la nueva Nación y reiterar la necesidad de asentar la soberanía del gobierno central sobre todo el territorio del país, los trabajos posteriores se presentan como una amplia y variada declinación de esta aspiración de soberanía antártica, sean cual fueran las condiciones climáticas del territorio polar.
1. A lo largo del siglo XX Argentina, Australia, Bélgica, Chile, Francia, Japón, Noruega, Nueva Zelanda, Reino Unido, Estados Unidos, Sudáfrica, Unión Soviética afirmaron su soberanía sobre la Antártida. A esos países se unieron sucesivamente Brasil, España, Perú e Italia. La preocupación por establecer líneas de conducta comunes en el uso pacífico de las materias primas del continente y con el fin de preservar su ecosistema en el clima polarizado de la posguerra, frente al riesgo de una transformación del continente en lugar de pruebas nucleares y depósito de sustancias radiactivas aconsejó definir el Tratado Antártico, firmado en 1959 y entrado en vigor en 1961. Éste congela las diferentes reivindicaciones nacionales y destina el territorio a la sola investigación y a las muchas bases científicas de las múltiples naciones que ahí tienen una representación.
2. La existencia de la Antártida se averiguó solo en 1773, cuanto el Capitán James Cook traspasó el círculo polar antártico llegando a 121 kilómetros de sus costas, finalmente avistadas en 1820. En los siglos XIX y XX la Antártica fue, al principio, tierra de exploraciones para sufrir sucesivamente reiterados intentos de conquista nacional.
3. En el texto inaugural del Instituto Internacional de Geopoética, White afirma: “Mais la géopoétique ne concerne pas que poètes et penseurs. Henry Thoreau était autant ornithologue et météorologue ("inspecteur des tempêtes") que poète, ou plutôt, il incluait les sciences dans sa poétique. Les liens de la géopoétique avec la géographie sont évidents, mais ils existent aussi avec la biologie, et avec l’écologie (y compris l’écologie de l’esprit) bien approfondie et bien développée. En fait, la géopoétique offre un terrain de rencontre et de stimulation réciproque, non seulement, et c’est de plus en plus nécessaire, entre poésie, pensée et science, mais entre les disciplines les plus diverses, dès qu’elles sont prêtes à sortir de cadres souvent trop restreints et à entrer dans un espace global (cosmologique, cosmopoétique) en se posant la question fondamentale: qu’en est-il de la vie sur terre, qu’en est-il du monde?” (Margantin 2006). Más información en el sitio http://www.geopoetique.net.
4. “La vocation première de la géocritique est néanmoins littéraire; c'est en tout cas sur le texte qu'elle prend appui. Elle placera l'oeuvre en regard des espaces humains qu'elle investira, et où elle s'investira. Car les relations entre l'oeuvre et les espaces humains, répétons-le, sont interactives” (Westphal 2000)
5. Es mi intención acotar el discurso a los textos de ficción; cabe sin embargo recordar que después de las expediciones aparecieron múltiples relaciones de viaje cuyo contenido es fundamental no solamente por la cantidad de datos científicos que proporcionaban sino también por los imaginarios que difundían condicionando de esta manera la producción literaria sobre el tema. Por una visión completa de los aspectos del imaginario anglosajón sobre la Antártida, los acontecimientos que han colaborado a forjarlo y la manera en la que ha influenciado la representación del continente véase el puntual análisis del ya recordado trabajo de Brazzelli.
6. El reclamo por la soberanía de parte argentina se funda en el pasado colonial y en la repartición territorial definida por la Bula papal Inter Caetera (1493) de Papa Alejandro VI. Otro argumento usado por la Argentina junto al anterior se basa en el primado de la ocupación del territorio que se remonta -relativamente a los asentamientos- a 1904 (aunque limitados a la estación meteorológica de la isla Laurie -Islas Orcadas del Sur- comprada al escocés William Bruce por el gobierno argentino), sin embargo ya en 1818 el gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata concedía autorizaciones a los foqueros, cazadores de focas y pingüinos, en las Islas Shetland (Cf. Ruffini en prensa)
7. La obra fue encontrada por Pedro Luis Barcia hacia los años 1990 en la Biblioteca Pública de la Universidad de La Plata, encuadernada con otras publicaciones del mismo tipo (catalogada con la signatura Lg 170.1-3). Sin embargo, como comunica Barcia mismo en su estudio introductorio, dicho texto se ha sucesivamente perdido. Hoy su lectura está garantizada gracias a la reproducción facsimilar presente en el tomo de Barcia (2013)
8. En palabras de Jan Assmann la función “‘contrappresentistica’ […] prende le mosse dall’esperienza di carenze nel presente ed evoca, nel ricordo, un passato che perlopiú assume i tratti di un’età eroica. Da questi racconti si diffonde sul presente una luce del tutto diversa, che mette in rilievo ciò che manca” (Assmann 1997: 51). En el caso de La vida en el Polo la construcción ‘contrapresentística’ no remite a un pasado recordado y mitificado a través del proceso de elaboración de la memoria, sino que recupera un proyecto en gran medida fallido –la adquisición de una población noreuropea a través de la inmigración– concretándolo en la ficción narrativa.
9. Como en el caso de Marcos Victoria, neurólogo de profesión, que escribe sus Sonetos antárticos (1970) cual diario la navegación a bordo de un buque de la Armada Argentina acogiendo la invitación de la persona a la que el libro está dedicado: “A mi Amiga, que me pidió sonetos al partir”.
10. Un discurso aparte, que excede el espacio de este trabajo, merece la producción de Héctor Germán Oesterheld, ya sea la narrativa que la vinculada a los comics. Es particularmente interesante cuando el tema antártico se trenza con la fe peronista del autor –como en las inacabadas tiras La Guerra de los Antartes (1970, revista 2001; 1974, diario Noticias; 2013, Ediciones Colihue, Buenos Aires)– o cuando se inserta en la producción de novelas policiales / de acción / de ficción política, géneros de amplio alcance a nivel global a la hora de referirse al continente de hielo, como en la novela Bull Rockett, Peligro en la Antártica (publicada a finales de los 50 por la Editorial Frontera y reeditada en 1995, Ediciones Colihue, Buenos Aires)
REFERENCIAS
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2. Assmann, Jan. La memoria culturale. Scrittura, ricordo e identità politica nelle grandi civiltà antiche. Torino: Einaudi. 1997.
3. Barcia, Pedro Luis. La literatura Antártica argentina. Buenos Aires: Academia Argentina de Letras. 2013.
4. Brazzelli, Nicoletta. L’Antartide nell’immaginario inglese. Spazio geografico e rappresentazione letteraria. Milano: ledizioni. 2015.
5. Cócaro, Nicolás. Viaje a la Antártida. Buenos Aires: Oeste. 1958a.
6. Cócaro, Nicolás. Donde la patria es un largo glaciar. Bueno s Aires: Emecé Editores. 1958b.
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11. Le Guin, Ursula. “The New Atlantis”. Id. The New Atlantis and Other Novellas of Science Fiction. 1975, http://www.lightspeedmagazine.com/fiction/the-new-atlantis/ (Consultado 5 de agosto de 2017)
12. Lowenthal, David. “Geography, Experience and imagination: Toward a Geographical Epistemology”, Annals of the Association of American Geographers: 1961, 51: 241-260.
13. “Malcorra pidió redoblar la presencia de la Argentina en la Antártida”. La Nación. 14 de enero de 2017. http://www.lanacion.com.ar/1975829-malcorra-pidio-redoblar-la-presencia-de-la-argentina-en-la-antartida?utm_source=n_tip_nota2&utm_medium=titularP&utm_campaign=NLPol, (consultado 22 de febrero de 2017)
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15. Oesterheld, Héctor Germán. La Guerra de los Antartes. Buenos Aires: Ediciones Colihue. 2013.
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28. Zarrilli, Adrián. “La Antártida Argentina y las cuestiones medio-ambientales, diversidad de conflictos e intereses”. Ilaria Magnani (Ed.) Antartide: la Storia e le storie. Uno sguardo multidisciplinare da Italia e Argentina. En prensa.