ARTÍCULO
Debates en torno a los gobiernos posneoliberales. Un estado de la cuestión
Debates around the posneoliberal governments. State of the matter
Inés Nercesian
inercesian@gmail.com
Facultad de Ciencias Sociales - Universidad de Buenos Aires; CONICET. Argentina
Recibido: 14|12|16
Aceptado: 30|05|17
RESUMEN
En este artículo analizamos la bibliografía sobre los gobiernos posneoliberales en el siglo XXI en América Latina. El objetivo es efectuar un estudio crítico de los materiales producidos sobre el tema y procurar una sistematización, según afinidad de enfoques y perspectivas, que nos permitan potenciar el uso de los conceptos. Entendemos que la bibliografía puede agruparse del siguiente modo: 1. aquellos trabajos que ponen énfasis en los rasgos político-ideológicos; 2. los estudios que indagan sobre el vínculo de los movimientos sociales con el gobiernos; 3. los análisis que proponen un enfoque sociohistórico estructural para comprender las transformaciones económicas sociales y políticas que ocurrieron durante el período.
Palabras clave: Gobiernos posneoliberales; América Latina; Estado; Populismos; Izquierdas.
ABSTRACT
In this article, we review the bibliography that has been studied the latinoamerican “posneoliberales” governments. The objective is to make a systematic and critical study on the subject. There are three groups: 1. Who study the "new governments" and analyzes politics and ideology; 2. Who studied the relationship between social movements and governments; 3. Who have made structural and sociohistorical studies to understand political experiences.
Key words: “Posneoliberales” governments; Latinoamerican; State; Populism; left-wing politcs.
América Latina en cifras arroja resultados que merecen su atención en estos últimos años. Desde la década de 1990 hasta el 2016, hubo 125 elecciones nacionales. Del total de gobiernos elegidos democráticamente 104 pudieron completar su mandato y 21 fueron interrumpidos por motivos diversos: 9 golpes de Estado, 8 destituciones populares y 4 renuncias por imputaciones y presión judicial. Todas las destituciones populares o interrupción de mandatos presidenciales por causas judiciales (en total 12) se produjeron hacia fines de la década de 1990 y comienzos del 2000 y fueron contra gobiernos de signo neoliberal. Hubo 8 presidentes destituidos por movilizaciones populares: Abdalá Bucaram (1997) Jamil Mahuad (2000) y Lucio Gutiérrez (2005) en Ecuador, Raúl Alberto Cubas Grau (1999) en Paraguay, Alberto Fujimori (2000) en Perú, Fernando de la Rúa (2001) en Argentina; Gonzalo Sánchez de Lozada (2003) y Carlos Mesa (2005) en Bolivia. Al mismo tiempo, hubo 4 presidentes que debieron interrumpir su mandato por causas judiciales: Fernando Collor de Mello (1992) en Brasil, Carlos Andrés Pérez (1993) en Venezuela, Jorge Serrano Elías (1993) y Otto Fernando Pérez Molina (2015) en Guatemala.
Por el contrario, los gobiernos de signo popular se vieron amenazados por 5 procesos destituyentes, algunos de los cuales no llegaron a consumarse, como los realizados contra los gobiernos de Evo Morales en Bolivia (2008), Rafael Correa en Ecuador (2010) y Hugo Chávez en Venezuela (2004, 2014, 2016), y otros que fueron sendos golpes de Estado, como los que se efectuaron contra Chávez (2002), Manuel Zelaya en Honduras (2009), Fernando Lugo en Paraguay (2012), Dilma Rousseff en Brasil (2016). En Haití hubo 4 golpes de Estado (1991, 1994, 1996, 2004).
Aunque existió una importante cantidad de experiencias políticas y movimientos sociales que hacia fines de la década de 1990 pusieron en cuestión el modelo, el año 1998 fue un punto de inflexión, cuando se produjo la victoria de Hugo Chávez en Venezuela. A partir de entonces, distintos países como Brasil (2003), Argentina (2003), Uruguay (2005), Bolivia (2005), Ecuador (2007), Nicaragua (2007), Paraguay (2008- interrumpido por el golpe de Estado el 22 de junio de 2012), El Salvador (2009) fueron derribando, con sus políticas de gobierno, algunos de los cimientos de la arquitectura neoliberal. Como rasgo general, hubo cambios en materia económica, con políticas expansivas y heterodoxas, mayor intervención estatal en distintas áreas de la economía y un proceso de ampliación de derechos sociales hacia una porción considerable de la sociedad, aunque todo ello siguió recorridos diversos según los países. Por primera vez en la historia de la región coincidieron en tiempo y espacio distintas experiencias políticas de gobierno de signo posneoliberal, según la definición que planteó el sociólogo brasileño Emir Sader (2009). Hubo una crisis de hegemonía del neoliberalismo y el bloque de fuerzas que componían el modelo se vio desgastado aunque, al mismo tiempo, la construcción de proyectos alternativos encontró dificultades; de ahí el concepto de posneoliberalismo, que designa diferentes grados de negación del modelo, aunque no termina de identificar uno nuevo.
Con relación a las políticas económicas aplicadas durante este período, existe una profusa bibliografía que, en su mayoría, colocó al problema del extractivismo en el centro de las discusiones. Ese debate encontró posiciones diversas: desde las tesis de Maristella Svampa (2013/2016), que planteó el concepto de “consenso de los comodities”, hasta posiciones más intermedias, como las de Borón (2012) o Claudio Katz (2014a/2014b) quienes sostuvieron que, en rigor de verdad, el problema no era el extractivismo sino el modelo económico capitalista; o la posición del vicepresidente de Bolivia Álvaro García Linera (2012), en un tono más bien constructivo acerca de los procesos económico sociales que estaban en curso.1
Desde un enfoque diferente, Enrique Arceo (2011) analizó el modelo de acumulación económica, a partir de una mirada que buscó reponer la tensión centro y periferia que afecta a los países latinoamericanos. El autor entiende que hay diferentes modos de inserción en el mercado mundial según cada país, aunque comprende que es posible identificar un rasgo común: la apertura de sus economías, el débil desarrollo de políticas industriales y una importante presencia del capital extranjero.2 Arceo sostiene que en algunos países se dio una importante transferencia de las grandes empresas extranjeras al Estado (Venezuela, Bolivia y Ecuador) y en otros, aunque no se logró alterar radicalmente el modo de acumulación ni se logró reducir el peso del capital extranjero (Argentina, Brasil y Uruguay), se desarrollaron activas políticas sociales y un cambio en la política externas.3
El objetivo de este artículo es realizar un análisis crítico de la bibliografía sobre el tema y procurar una sistematización según afinidad de enfoques y perspectivas. A partir de una metodología de análisis de textos, que no espera agotar la vasta cantidad de bibliografía producida sobre el tema, nos proponemos desarrollar algunas reflexiones que permitan un uso productivo de los conceptos. En tal sentido podemos distinguir tres perspectivas analíticas: 1. quienes estudiaron estas experiencias políticas a partir de identificar sus rasgos políticos e ideológicos; 2. quienes analizaron los movimientos sociales y sus vínculos con los gobiernos posneoliberales y 3, quienes asumieron una perspectiva sociohistórico estructural.
DEFINICIONES POLÍTICO IDEOLÓGICAS DE LOS LLAMADOS “NUEVOS GOBIERNOS”
A partir de la victoria electoral de Hugo Chávez en Venezuela y la concatenación de gobiernos llamados posneoliberales, las ciencias sociales comenzaron a ensayar definiciones tendientes a caracterizar los procesos que estaban en curso. Hubo un importante conjunto de trabajos que centró su atención en los aspectos políticos e ideológicos, cuyas interpretaciones fueron muy diversas.4 Se habló de populismo, nuevos gobiernos, nueva izquierda o gobiernos posneoliberales.
Desde enfoques diferentes e incluso valoraciones, algunos autores definieron a estos gobiernos como populistas, un concepto que remite a las experiencias de gobierno históricas de Lázaro Cárdenas en México (1930-1934), Getúlio Vargas en Brasil (1930-1945/1951-1954) y Juan Domingo Perón en Argentina (1946-1955).5 Desde la filosofía política, Ernesto Laclau (2006) sostuvo que América Latina atravesaba un momento populista.6 Según el autor, para la emergencia del populismo tienen que asociarse tres dimensiones: la equivalencia entre las demandas insatisfechas, la cristalización de todas ellas en torno a ciertos símbolos comunes y la aparición de un líder que encarne el proceso de identificación popular. Esto ocurrió luego del fracaso del proyecto neoliberal de fines de 1990. La necesidad de elaborar políticas más pragmáticas que combinaran los mecanismos de mercado con grados mayores de regulación estatal y de participación social, condujeron a regímenes más representativos y a un giro general hacia la centroizquierda. La forma en que se articularon estas experiencias en el Estado y el modo en que ejercieron la política les imprimió variantes a los países, siendo la experiencia venezolana un caso emblemático de populismo. Según Laclau, Chile y Uruguay son dos casos en los cuales existe una impronta institucionalista predominante y Argentina y Brasil se ubican en una situación intermedia.
Mario Toer, Pablo Sameck y Juan Diez (2012), también recuperan el concepto de populismo. Los autores retoman la definición de Ian Roxborough, para quien los populismos son alianzas más o menos explícitas y deliberadas entre la clase trabajadora e individuos que detentan el poder en el Estado. Las experiencias de Hugo Chávez, Luiz Inácio “Lula” da Silva, el Frente Amplio y Néstor Kirchner, constituyen -según los autores- un momento populista y expresan un proyecto alternativo que se configuró luego de las dictaduras y el ciclo neoliberal.7
Existe un importante conjunto de pensadores que entiende el concepto de populismo anclado en un tiempo sociohistórico determinado, de ahí la reticencia de utilizarlo para pensar las experiencias del siglo XXI. Ansaldi y Giordano (2012) plantean que el concepto de populismo debe ser utilizado desde un enfoque sociológico histórico, tal como hicieron varios autores, aun con diferentes enfoques: Weffort (1968), Cardoso y Faletto (1990), Vilas (1995), Mackinnon y Petrone (1998), Ansaldi (2007). Esta posición discrepa de la de Laclau, un enfoque que pareciera soslayar la historia y los conflictos sociales y, a su vez, prescinde del estudio del desarrollo económico-social y cultural de cada país (Almeyra 2009). Como rasgo general, el núcleo de estos razonamientos comparte la tesis de que el populismo fue una de las formas históricas que asumió el Estado en un contexto particular, de coexistencia de una crisis económica vinculada al contexto del capitalismo periférico y de hegemonía política.8
Ansaldi (2007/ 2012) sostiene que, en todo caso, podrían identificarse formas populistas de hacer política, en las cuales hay gestos, modos y símbolos típicos del populismo, sin el contenido sustantivo de éste, como es el caso de Chávez. Cheresky (2007) en el debate “Reinterrogando la democracia en América Latina”, donde intervinieron varias personalidades de las ciencias sociales, sostuvo que, específicamente para los casos de Venezuela, Ecuador y Bolivia, donde hubo importantes movilizaciones colectivas, las experiencias no pueden ser rotuladas bajo el paraguas de populismo, porque el proceso de ampliación democrática y expansión de la conciencia del principio igualitario de las sociedades trascendió ese concepto. En ese mismo debate, Liliana de Riz, sostuvo que sí es posible utilizar el concepto de populismo para algunas experiencias, entre ellas la de Argentina, pero desde una mirada crítica, por considerar -retomando la tesis de Helio Jaguaribe- que los populismos son un modo de ejercer el poder cuando está en crisis el sistema de mediaciones y el líder encarna la esperanza de ser una vía rápida para alcanzar los objetivos postergados que las mayorías demandan (Hilb, Villavicencio 2007).
En oposición a estas visiones, el sociólogo y periodista español Ludolfo Paramio (2007) hizo un planteo muy crítico sobre los populismos, que si bien no tuvo impacto en los espacios académicos, sí fue relevante para la construcción de ciertos sentidos comunes que se fueron instalando en los medios hegemónicos. Paramio planteó que los populismos dividen en forma maniquea a la sociedad entre sectores populares y oligárquicos, basando su discurso en la confrontación. Y sostuvo que la dinámica del populismo puede derivar en políticas económicas irresponsables en tanto que su prioridad es la “redistribución clientelar en lugar de la inversión y la transformación de la sociedad”.9 Jorge Castañeda (2006)10 también hizo un planteo crítico de los gobiernos posneoliberales, aunque a partir del concepto de izquierda y no de populismo, pero comparte con Paramio el hecho de que su planteo fue reproducido y amplificado por ciertas derechas latinoamericanas.
Algunos otros autores se debatieron en torno a la noción de izquierda. Propusieron hablar de dos izquierdas, donde contaba una más moderada y una más radical (Castañeda 2004; Petkoff 2005; Vilas 2005; entre otros), múltiples izquierdas ouna sola (Ramírez G. 2007; Chávez, et. al, 2008; Pousadela, 2010). Como tendencia general, la mayoría de los autores que utilizaron el concepto de izquierda, lo hicieron de manera comparativa con la de los años sesenta y setenta, identificando continuidades y rupturas. Carlos Vilas (2005) es un ejemplo de esa posición: caracterizó a esta “nueva izquierda latinoamericana” como más gradualista y pragmática y sin definiciones ideológicas duras. A su juicio, la izquierda latinoamericana del siglo XXI, moderó sus propuestas a partir de reconocer los escenarios acotados en los cuales asumen el gobierno por las vías democráticas: endeudamientos externos, internalización de los actores de la globalización en las estructuras institucionales de decisión política, estructuras jurídicas supranacionales que acotan adicionalmente las capacidades nacionales de decisión, entre las más relevantes.11
Daniel Chávez, César Rodríguez Gravito y Patrick Barret (2008) proponen hablar de la nueva izquierda a partir de una perspectiva que incluya tanto a los gobiernos como a los movimientos sociales. Esta nueva izquierda tuvo como punto de origen la caída del muro de Berlín (1989) y la derrota de la Revolución Sandinista (1990), y surgió por múltiples factores: los efectos de la aplicación del orden neoliberal y la apertura internacional de las economías de la región que impactó en la ampliación de la desigualdad y la pobreza; la aparición de nuevos actores políticos que comenzaron a compensar el declive de los sindicatos, pese a que en muchos casos éstos continuaron siendo el eje articulador del lazo social; el descrédito y la crisis interna de los partidos tradicionales que generaron oportunidades políticas las cuales fueron explotadas por las nuevas formaciones de izquierda, y por último, la revitalización de la izquierda internacional a partir del surgimiento de un movimiento global contra el neoliberalismo. Así, el rasgo más notorio de la nueva izquierda, tiene que ver con la ampliación de las bases, una agenda heterogénea y la revalorización del reformismo y los cánones democráticos.12
En una línea similar cuenta el trabajo de Hugo Quiroga (2010), quien sostiene que en el nuevo contexto latinoamericano la democracia electoral ha encontrado consenso, a diferencia de otros momentos de la historia. Quiroga incluye un matiz a los planteos anteriores y propone pensar a estos gobiernos como antineoliberales, dado que son expresión del fracaso del neoliberalismo y de las formas políticas de representación mediante los históricos partidos políticos. En una perspectiva similar, Khatchik (2016) estudia las transformaciones en el campo de la izquierda a escala mundial en clave de análisis comparativo con la izquierda latinoamericana. El autor sostiene que, mientras la socialdemocracia estuvo casi ausente en las transiciones de las exrepúblicas soviéticas, en Europa la socialdemocracia brega contra una crisis de identidad, América Latina, por su parte, logró su propio giro a la izquierda, aun con luces y sombras.
Así se trate de análisis en torno a la definición de populismo o de izquierdas, este conjunto de autores procuró estudiar los rasgos político-ideólogicos de los gobiernos del siglo XXI, a partir de identificar una determinada agenda de reivindicaciones y las características sociales y políticas de los actores que estaban en juego y, en la mayoría de los casos, se planteó estos conceptos en relación con las referencias históricas que los precedieron.
LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y ESTADO EN EL CAMBIO DE ÉPOCA13
La década de 1990 finalizó signada por una profunda crisis sistémica precipitada por el colapso del modelo neoliberal. Hubo una implosión de la vieja matriz partidaria en muchos de los países, que vino de la mano de una baja de credibilidad hacia los partidos políticos e instituciones representativas y la desigualdad en la distribución del ingreso, la pobreza y la exclusión social llegaron a niveles extremos. La crisis de representación implicó una crisis del régimen político y del modo de hacer política por parte de las élites tradicionales que habían gobernado durante la era neoliberal. Algunos autores indicaron la coyuntura de mediados de la década de 1990 como un punto de inflexión que abrió un ciclo de impugnaciones al orden neoliberal y encontró en los movimientos sociales a uno de los protagonistas más destacados. Específicamente, el año 1994, cuando se produjo la irrupción pública del movimiento zapatista, fue señalado como el momento de apertura del ciclo de conflicto social durante los años noventa y principios de 2000 (Santos 2001; Zibecchi 2003; Borón 2004; Quijano 2004).14
Un libro clave que marcó estos enfoques fue Imperio de Antonio Negri y Michael Hard (primera edición en inglés [2000] y la primera edición en español [2002]). Los autores plantearon que el mundo ya no estaba gobernado por los Estados nacionales, sino por una estructura denominada Imperio, descentralizada y desterritorializada, que expresaba a la superación de la fase imperialista del desarrollo capitalista. Anudado a este concepto propusieron hablar de “multitud”, un sujeto revolucionario que se diferenciaba de la clase obrera y del pueblo; era una entidad que desconfiaba de la representación, pues se trataba de una multiplicidad inconmensurable, una multiplicidad singular, un universal concreto.
Borón (2004) fue un autor que dialogó con esos planteos y propuso un análisis de la izquierda latinoamericana centrada en los movimientos sociales donde gravitan cuatro aspectos explicativos: 1. las políticas de ajuste y estabilización del neoliberalismo que generaron nuevos sujetos políticos, 2. el surgimiento de estas experiencias como expresión del fracaso de los capitalismos democráticos en la región, 3. el agotamiento de los formatos tradicionales de representación política que además se conjugó con la explosión de múltiples identidades (étnicas, lingüísticas, de género, de opción sexual entre otras), “que redefinen hacia la baja la relevancia de las tradicionales variables clasistas”; 4. la globalización de las luchas sociales. El autor analiza estos cambios en el campo de la izquierda, que tienen expresión en los movimientos sociales pero también en algunos de los actuales gobiernos.15 En una línea similar, que estudia los cambios y continuidades con relación a los movimientos sociales, cuenta el libro de Seoane, Taddei y Algranati (2006).
El conjunto de materiales que ha estudiado los llamados “nuevos movimientos sociales” es muy amplio. Raúl Zibecchi (2003/2006), analiza las características de los movimientos sociales y los compara con los de los años sesenta y setenta. Al mismo tiempo, añade como rasgo específico, que el movimiento actual está sometido a debates profundos, que afectan a las formas de organización y su posición respecto del Estado, los partidos y los gobiernos de izquierda y progresistas.16 Boaventura de Souza Santos (2001) y Aníbal Quijano (2004) analizan las características de los movimiento sociales tomando como variables la concepción de la política, la demanda de Estados plurinacionales y plurilingües, democracia comunitaria y participativa, entre otros rasgos, y entienden a éstos como una expresión de la resistencia al modelo económico neoliberal.17
Con relación a los casos nacionales cuentan los trabajos de Álvaro García Linera (2001), Pablo Dávalos (2002), Xavier Albó (2008), Fabiola Escárzaga y Raquel Gutiérrez (coords. 2005), Almeida, Ileana; Arrobo Rodas, Nidia; Ojeda Segovia, Lautaro (2005) sobre los movimientos indígenas del área andina; Ramírez Gallegos (2009) sobre Ecuador, Mançano Fernandes (2000) y João Pedro Stedile (2004) sobre el MST brasileño, Scribano (1999) y Schuster (1997), Svampa y Pereyra (2003) sobre la protesta social y los piqueteros en Argentina, por nombrar sólo algunos trabajos. Un texto más reciente que analiza el vínculo de los movimientos sociales con el gobierno en Argentina es el de Germán Pérez y Ana Natalucci (2012). Sobre el caso de Uruguay, los textos de Alfredo Falero (2001/2003) son clave para el análisis del vínculo movimientos sociales y gobiernos posneoliberales, y plantea el desafío que tienen las organizaciones de la sociedad de trascender los límites del Estado-nación hacia un plano regional y global.
En un texto clásico, Alain Touraine (1973) sostuvo sobre la necesidad de no considerar un movimiento social como una unidad autónoma de análisis, sino que debe ser pensado como un elemento de un campo de acción histórica con sus interacciones y conflictos. En una clave de análisis similar, Charles, Louise y Richard Tilly (1997), plantearon una serie de recomendaciones de la cuales destacamos: a. resulta vital abandonar cierta perspectiva teleológica fatal sobre el curso de los movimientos y evitar considerar a los nuevos movimientos como vanguardia superadora de los precedentes; b. examinar las acciones de protesta en relación con los cambios estructurales de gran escala. Estas advertencias analíticas que nos proponen los autores son una invitación a estudiar los movimientos sociales, desde la década de 1990 a esta parte, desde una mirada integral que reponga el conflicto social en la trama compleja de la sociedad, sus actores y el Estado.
Muchos de los estudios sobre los movimientos sociales estuvieron centrados en el momento de la crisis del orden neoliberal, pero en la medida que avanzaron distintas alternativas de gobierno la mirada comenzó a centrarse en el vínculo de los movimientos con el Estado. Los alcances y límites de la construcción de un orden alternativo comenzaron a ocupar, más frecuentemente, el centro de las agendas de investigación (Zibecchi 2006; Borón 2012; Falero 2008; Quijano 2004; Stedile 2004; Ospina Peralta 2010; Salman 2011). Así, comenzó a plantearse una agenda de temas que tuvo los siguientes ejes: el vínculo de los movimientos sociales con el Estado y los partidos políticos, el debate por la autonomía de los movimientos y los alcances y límites en la realización de las demandas de las organizaciones sociales en el contexto de los llamados nuevos gobiernos.
ESTUDIOS SOCIOHISTÓRICO ESTRUCTURALES
Sin desmedro de los estudios de coyuntura, hay un conjunto de trabajos que tomó una perspectiva sociohistórica estructural, donde los análisis de más larga duración constituyeron factores explicativos para comprender los procesos de cambio del siglo XXI. Desde un enfoque que retoma los tiempos largos y los análisis a gran escala, tributario de la sociología histórica, Ansaldi y Giordano (2012) analizan continuidades y rupturas de las sociedades latinoamericanas y entienden que es posible dividir a los países en dos grupos, Brasil, Argentina, Uruguay y Chile, los cuales son caracterizados como “nuevos gobiernos” y Venezuela, Ecuador y Bolivia, señalados como “proyectos de radicalización de las democracias”. Los autores entienden que a partir del año 2003 pudo advertirse cierta recuperación del modelo de Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI), luego de la crisis manifestada tras la instauración de las dictaduras militares (entre 1964 y 1976). Desde entonces, algunos indicadores sociales, que habían sido devastadores durante los años de hegemonía del neoliberalismo, mostraron señales de mejora aunque persistieron grandes desafíos económicos, sociales y políticos.18
Marco Aurelio García (2008) entiende que para caracterizar similitudes y diferencias entre los gobiernos progresistas del Cono Sur y los países del área andina donde surgieron alternativas de gobierno más radicalizadas (Venezuela, Bolivia y Ecuador), es necesario identificar las diferentes circunstancias sociohistóricas que marcaron los destinos de los gobiernos del siglo XXI, y correrse de las perspectivas de estudio que se centran únicamente en las definiciones ideológicas. En el Cono Sur, a pesar de la persistencia de graves problemas sociales, hubo un crecimiento económico que permitió la expansión del empleo y de la riqueza y, en mayor o menor medida, la reducción de la pobreza y de la desigualdad. Los llamados gobiernos posneoliberales pudieron avanzar con una mejora de la situación social y un despliegue de políticas públicas y programas de transferencia de renta, que imprimió una ruptura significativa respecto del modelo hegemónico neoliberal.
En el área andina la historia económica, social y política fue diferente. En Venezuela, Perú, Ecuador y Bolivia las economías se basaron en fuentes energéticas y recursos minerales, con clases dominantes que se asentaron en las ganancias de esos bienes y no construyeron economías más complejas donde se incorpore valor agregado y un desarrollo del mercado interno. En pocos casos, muy circunstancialmente, se aplicaron políticas redistributivas. Desde los años setenta en adelante, se fortaleció una clase dominante básicamente rentista y parasitaria, y el drama de la polarización social resultante se potenció, de forma explosiva, por el fuerte componente étnico presente en algunos países. De ahí que, en países como Venezuela, Bolivia y Ecuador surgieron experiencias políticas más radicales y rupturistas que incluso llevaron a la necesidad de instituir Asambleas Constituyentes para reorganizar las instituciones y ajustarlas a la nueva configuración sociopolítica.
Emir Sader (2009) propone hablar de ciclos históricos de lucha política en el campo de la izquierda. Como se vio más arriba el concepto de posneoliberalismo, permite pensar los diferentes grados de negación del modelo aunque todavía no es posible uno nuevo, es decir, se trata de un conjunto híbrido de fuerzas que componen alianzas sobre las cuales se basan los nuevos proyectos. Sader entiende que la llegada al poder de la experiencia del Partido dos Trabalhadores en Brasil puede interpretarse como el producto de un ciclo de acumulación de fuerzas históricas que se inició durante los años de la resistencia contra el autoritarismo y las dictaduras de los años setenta y luego contra la aplicación de las medidas neoliberales de la década de 1990.19 En una clave de análisis similar piensa los procesos de cambio social de algunos países de la región como Venezuela, Bolivia, Argentina, Ecuador.20,21
En un trabajo anterior (Nercesian 2013) propuse estudiar, en esta clave de ciclos históricos de larga duración, los casos de Brasil, Chile y Uruguay y, a partir de allí, reflexionar sobre los diferentes recorridos de la izquierda desde los años setenta hasta la actualidad y comprender la llegada al poder del Partido dos Trabalhadores (2003) y del Frente Amplio en Uruguay (2005). Ambas fuerzas fueron resultado de una acumulación política de los años setenta y prosiguió con la resistencia opuesta a las políticas neoliberales que se aplicaron durante la década de 1990. El contraste con el caso de Chile es notable, pues allí el ciclo de acumulación de fuerzas iniciado durante la dictadura tendió a favorecer a las derechas, al menos en el contexto del año 2009, cuando en las elecciones presidenciales ganó el candidato derechista Sebastián Piñera (2010-2014), candidato de la Coalición por el Cambio.22
Con relación al caso de Uruguay, en la línea de la reconstrucción de los ciclos largos de acumulación política, cuentan los trabajos de Yaffé (2005) y Garcé (2006) quienes además, incluyen un análisis acerca de los cambios programáticos y de composición partidaria y cómo se ubica el FA en el mapa político general. Con respecto al caso argentino, cuentan los estudios de Casullo (2015) y Sidicaro (2011) que si bien analizan la coyuntura del kirchnerismo, toman en consideración una perspectiva de más largo aliento referida a la conformación de los partidos políticos y las identidades partidarias. Por su parte, desde una mirada centrada en los partidos políticos y el papel de los intelectuales, el libro de Amílcar Salas Oroño (2012) analiza en perspectiva comparativa los casos de Argentina y Brasil. Sobre Brasil, en esta clave de análisis sociopolítico, el trabajo de Echegaray (2006), describe las coaliciones partidarias desde la década de 1980 hasta la actualidad e identifica una tendencia hacia cierta conformación de dos polos políticos: uno en torno al Partido dos Trabalhadores (PT) y otro al Partido da Socialdemocracia Brasileira (PSDB).23
Emir Sader (2009) sostiene que en América Latina es posible señalar tres experiencias que, al mismo tiempo que se propusieron derribar el modelo neoliberal, intentaron combinar ese movimiento con la refundación del Estado, y facilitar la construcción de un nuevo bloque de fuerzas en el poder que resuelva la crisis hegemónica. Se trata de los casos de Venezuela, Bolivia y Ecuador, los cuales han podido plasmar ese proceso de reformas en la elaboración de nuevas cartas constitucionales. Con una perspectiva similar, aunque referido al caso de Bolivia cuentan los estudios del sociólogo y vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera (2010; 2007) quien sostiene que Bolivia vive una disputa por la “consolidación de un nuevo bloque de poder popular”.
Maristella Svampa y Pablo Stefanoni (2007) proponen estudiar la llegada al poder de Evo Morales y la construcción de un nuevo bloque de poder en una clave que articula distintas temporalidades o memorias históricas. Los autores sostienen que la experiencia de Evo Morales resulta de un cruce o yuxtaposición de tiempos, la memoria larga (la colonización), la memoria mediana (el Estado nacional-popular de los años cincuenta) y la memoria corta (las luchas antineoliberales, a partir de 2000). Este cruce de temporalidades, dicen los autores, toma significación a fines de 2005 con la llegada al poder de Evo Morales, el primer presidente indígena del país.24 En una línea de interpretación similar se pueden identificar los trabajos del sociólogo boliviano Fernando Mayorga (2016/2017).
Ansaldi (2010) estudia la llegada de Evo Morales a partir de la hipótesis de la acumulación o coeficiente histórico. Repasa la larga tradición de lucha de la sociedad boliviana: desde las revueltas indígenas de los siglos XVIII y XIX, las del siglo XX encabezadas por los proletarios mineros y los campesinos, quienes protagonizaron la Revolución Nacional de 1952; hasta la gestación de los movimientos sociales que se iniciaron en 1986, con el movimiento obrero minero y continuaron en las décadas de 1990 y en los primeros años de la de 2000.25 Analiza las “Guerra del agua” y “Guerra del gas” que fueron el desencadenante de un proceso de movilización social y política, que en las elecciones de diciembre de 2005 llevó a Evo Morales a la presidencia.
En Ecuador el estudio de Juan Paz y Miño Cepeda (2012) también propone un análisis en clave de ciclos de acumulación histórica. Luego del período desarrollista de los años sesenta y setenta,26 entre 1979-2006 el país vivió un período de acumulación económica de corte empresarial que se orientó progresivamente hacia el modelo neoliberal: desplazamiento del patrón estatal de desarrollo y la desinstitucionalización del Estado, y el continuo desajuste de las condiciones de vida y de trabajo de la amplia mayoría de la población nacional.27 Este modelo mostró resultados sociales profundamente inequitativos y se produjo el colapso de la gobernabilidad. En este proceso el movimiento obrero, que fue protagonista central de las luchas hasta mediados de la década de 1980, comenzó a entrar en crisis, y a partir de 1990 el movimiento indígena se convirtió en el actor social más importante. Desde 1997 hubo oleadas de grandes movilizaciones ciudadanas que provocaron el derrumbe de tres gobiernos. Según el autor, este ciclo de conflictividad muestra que existía un “acumulado histórico” de resistencia social y lucha ciudadana contra las políticas gubernamentales que sirvió de plataforma para la victoria electoral de Rafael Correa junto a la Alianza País (AP) en 2006, donde convergieron diversas agrupaciones.
Acerca de Venezuela se puede mencionar el trabajo de Edgardo Lander (2008) quien estudia la llegada al poder de Hugo Chávez en 1998 a partir de una mirada de largo aliento que parte desde el Pacto de Punto Fijo (1958-1998).28 Lander analiza el proceso de configuración del chavismo y señala el año 1982 como un punto de inflexión, cuando se fue configurando el grupo de militares, de la mano de Hugo Chávez, que luego se convirtió en la alternativa política de gobierno.29 El segundo momento crucial fue el año 1989, cuando se produjo el levantamiento popular y posterior represión, que se denominó el “caracazo”, mediante el cual se terminó de transparentar la profunda crisis social provocada por la aplicación de las políticas de ajuste neoliberal. Aunque fracasado, el golpe de Estado contra el gobierno puntofijista de 1992 fue otro momento significativo, porque manifestó la crisis de la credibilidad del gobierno y desnudó las diferencias que existían en las Fuerzas Armadas, a la vez que colocó a Hugo Chávez como una referencia política nacional. En 1998 el Movimiento Quinta República (MVR) decidió presentarse junto a otras fuerzas políticas de izquierda, con las cuales se conformó el Polo Patriótico que le dio la presidencia Chávez.30
En el libro sobre Paraguay, Lorena Soler (2012) realiza un análisis de ciclos largos de acumulación política, para explicar la llegada al poder Fernando Lugo (2008-2012). Además de incluir elementos de larga duración vinculados con la historia social y política paraguaya desde el momento de formación del Estado, la autora propone pensar el gobierno de Lugo a partir de la transición democrática de la dictadura de Alfredo Stroessner (1954-1989). Soler (2011) sostiene que, si bien el triunfo de Fernando Lugo fue inaudito para la historia de país, en algún sentido lo fue la propia contienda electoral, donde los candidatos con mayor caudal de votos lograron instalar sus liderazgos más allá de sus partidos.31 Según la tesis de Soler el gobierno de Lugo fue expresión de un punto de llegada del proceso de democratización que se había iniciado en el 1989.32
Así se trate de estudios nacionales o de análisis comparados en clave latinoamericana, los trabajos aglutinados en este apartado comparten un enfoque común sociohistórico que conjuga los largos procesos con las coyunturas. Si bien las miradas entre los autores no son homogéneas, hay una perspectiva común que considera los ciclos de acumulación histórica como una clave de análisis para comprender los gobiernos posneoliberales. A diferencia del primer conjunto de materiales, que centró el interés en identificar el perfil ideológico político de los gobiernos, estos estudios colocaron en el eje en la trama sociohistórica y la correlación de fuerzas que permitió la llegada al poder de los gobiernos del siglo XXI.
A MODO DE CIERRE. LOS GOBIERNOS POSNEOLIBERALES Y LA AGENDA PENDIENTE
En este artículo hemos analizado críticamente la bibliografía que estudió los nuevos gobiernos del siglo XXI y encontramos que estudios pueden aglutinarse en torno a tres ejes. Algunos materiales pusieron el acento en los rasgos político-ideológicos y ensayaron distintos conceptos para describir el fenómeno, tales como populismo, nuevos gobiernos, nueva izquierda. Otros analizaron las características de los movimientos sociales, en general, a partir de identificar diferencias con respecto a las izquierdas de los años sesenta y setenta. Si bien en el primer tramo del siglo XXI la mayoría de los estudios estaba centrado en cómo los movimientos sociales se constituyeron en un actor clave de impugnación del orden neoliberal, con el correr de los años y en la medida que los gobiernos posneoliberales mostraban signos de vitalidad, la agenda de preguntas se orientó, poco a poco, a estudiar el vínculo entre los movimientos sociales y el Estado. En un tercer conjunto de estudios, ubicamos a aquellos materiales que asumieron una perspectiva de análisis sociohistórico estructural. En todos ellos se puede observar una vocación por hallar en la variable tiempo y en los ciclos de acumulación histórica claves explicativas de la llegada al poder de los gobiernos posneoliberales.
El análisis de tiempos largos y el estudio de los ciclos políticos de acumulación de fuerzas, así como también de las condiciones sociohistóricas de larga duración permiten responder la pregunta del por qué se produjo el proceso de impugnación y pérdida de hegemonía del consenso neoliberal y el modo en que se fue configurando el orden. Asimismo, esos elementos contribuyen a identificar y explicar las causas de las diferencias específicas de los casos nacionales. El estudio de la coyuntura, que muestra la desarticulación del bloque de poder anterior y los actores que protagonizan la impugnación a ese “viejo” orden, nos ofrece instrumentos para comprender el qué y el cómo. El análisis de los perfiles ideológico políticos de los nuevos gobiernos y de los conceptos analíticos constituye un enfoque ineludible para pensar los procesos históricos desde cierto engranaje conceptual. Si bien entendemos que la síntesis de las tres perspectivas permite avanzar en análisis complejos de la realidad latinoamericana del siglo XXI, un estudio que incluya en primer lugar, la variable tiempo y muestre integralmente la correlación de fuerzas en pugna, permite hacer un uso más productivo de los conceptos y anclarlos en tiempo y espacio determinados.
En 2015, con la victoria de la alianza derechista Cambiemos en Argentina, la región pareciera iniciar un giro “conservador”. Aunque se trata de un proceso muy reciente, se suma al golpe de Estado perpetrado en Brasil (2016), la crisis que atraviesa Venezuela y la moderación de algunos países que, aun habiendo continuado bajo el paraguas de gobiernos progresistas menguaron en su carácter más radical. En el caso de Argentina se ha observado un cambio crucial no solamente en el giro de las políticas de gobierno, también en cuanto a las características del Estado, que muestra a cuadros empresarios como parte de los elencos. En un momento donde el debate sobre las derechas parece ocupar el centro de la escena, resulta crucial recuperar los análisis acerca de la trama de correlación de fuerzas de cada uno de los países para dar cuenta de las disputas hegemónicas que se presentan en el actual contexto latinoamericano.
1. Si bien no es objeto de análisis de este artículo, mencionamos brevemente algunos de esos debates. Entre las posiciones más críticas cuentan los trabajos de Maristella Svampa (2013/2016), quien definió a la época como el consenso de los comodities que se caracterizó por el boom de los precios internacionales de las materias primas y bienes de consumo y generó un estilo de desarrollo neoextractivista, mediante el cual se produjeron nuevas asimetrías y conflictos sociales, económicos, ambientales y político-culturales. Desde otro ángulo, Borón (2012) planteó que el problema no es en sí mismo el desarrollo el extractivismo sino el modelo económico capitalista. De ahí que, según sus análisis, no han sido iguales las experiencias de Venezuela, Bolivia y Ecuador, que pensaron estrategias poscapitalistas, que los casos de Argentina, Brasil, Uruguay, Chile, donde no llegó a ponerse en cuestión el modelo capitalista. Claudio Katz (2014a/2014b) cuestionó las posiciones que rechazan acríticamente al extractivismo y el desarrollismo pues, a su juicio, ambas son realidades del capitalismo latinoamericano. Aun cuando comparte los cuestionamientos a ese modelo económico, sostiene que es necesario avanzar hacia sustentos teóricos comprometidos para comprender la realidad y transformarla. El vicepresidente de Bolivia Álvaro García Linera (2012), desde una perspectiva que combina el marxismo y las teorías de Gramsci, sostiene que el debate central para la transformación revolucionaria de la sociedad no es si somos o no extractivistas, sino en qué medida es posible superar el capitalismo como modo de producción -ya sea en su variante extractivista o no extractivista.
2. Desde una perspectiva que se aparta del debate anclado en el extractivismo e instala la discusión acerca del desarrollismo, la industria nacional, la contradicciones en torno al desarrollo de la una burguesía nacional, citamos -muy sumariamente- los estudios de: Basualdo (2011), Gaggero, Schorr y Wainer (2014) sobre Argentina, Singer (2015) sobre Brasil.
3. El análisis comparativo es crucial para identificar la singularidad de los casos. Entre quienes aplican esa perspectiva podemos citar el libro de Ansaldi y Giordano (2012) quienes distinguen a los “nuevos gobiernos” (Brasil, Argentina, Uruguay y Chile) de los proyectos de radicalización de la democracia (Venezuela, Ecuador y Bolivia). También es clave la contribución de García (2008) quien, desde una perspectiva sociohistórica, distingue los países del Cono Sur de los países del área andina en los cuales hubo un proceso de implosión del sistema económico y político neoliberal, a partir de lo cual surgieron experiencia políticas más radicalizadas.
4. La bibliografía sobre esta cuestión es muy vasta y hay una importante cantidad de textos que fueron publicados en formato periodístico. Entre las revistas especializadas que siguieron estos debates con atención podemos citar a modo de ejemplo Nueva Sociedad y Le Monde Diplomatique, así como también algunas páginas de internet como www.rebelion.org. También el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) publicó sistemáticamente reflexiones sobre el tema.
5. El concepto de populismo fue discutido profusamente en las ciencias sociales. Un trabajo fundamental que sistematizó buena parte de la bibliografía sobre el tema es el de Viguera (1993), donde sostiene que los estudios pueden ser clasificados según dos grandes grupos: quienes al definir el populismo privilegian un determinado tipo de participación o de dominación política y los que subrayan las políticas sociales y económicas que determinarían la naturaleza del mismo. Por su parte, Petrone y Mackinnon (1999) sostienen que la bibliografía puede ser ordenada en cuatro grupos: 1) la teoría de la modernización, tributaria del funcionalismo, pensó al populismo como un fenómeno que aparece en los países “subdesarrollados” en la transición desde una sociedad tradicional a la moderna (Gino Germani, Torcuato Di Tella); 2) otra línea más amplia y más heterogénea, que denominan “histórico estructural” que vincula al populismo con el estadio de desarrollo del capitalismo latinoamericano que surgió con la crisis del modelo agro exportador y del Estado oligárquico (Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto, Miguel Murmis y Carlos Portantiero, Francisco Weffort y Juan Carlos Torre, Alain Touraine, entre otros); 3) los llamados “coyunturalistas”, quienes hicieron hincapié en las oportunidades y restricciones que rodearon las distintas clases o sectores sociales, en particular a los trabajadores, en determinadas coyunturas históricas (Daniel James, John French, Louise Doyon, Boris Fausto, Murilo de Carvalho, entre otros); 4) quienes ubican la especificidad del populismo en el plano del discurso ideológico (Ernesto Laclau, Emilio De Ipola, Pierre-André Taguieff, Peter Worsley). De producción más reciente el trabajo de Alberto, Mariana y Gileta Carina (2014), también realiza un balance sobre las diversas definiciones críticas respecto del populismo.
6. El texto de Laclau donde definió el concepto de populismo más claramente fue en La razón populista (2005), en el cual cuestionó las miradas críticas sobre el concepto, que fueron en dos sentidos: 1) cuestionaron la vaguedad del término, 2) plantearon el fenómeno como una mera retórica. Para Laclau, por el contrario, el populismo es es una forma de constituir una identidad social que se elabora en el marco del conjunto de las demandas que circulan en la sociedad. Cuando las demandas se extienden se transforman en populares. La pluralidad de antagonismos articulados configura un espacio y se produce una distinción en el espacio social que lo divide en dos campos, así se identifica un “nosotros-pueblo” frente a un “ellos-poder”. Esta es, según el autor, la base de la identidad del populismo.
7. Los autores consideran seis momentos históricos de expresión del populismo entre los cuales cuentan: 1) los primeros movimientos de impugnación al orden oligárquico en los tempranos años del siglo XX, 2) los movimientos que se producen en los años treinta y cuarenta luego del proceso de radicalización de la revolución mexicana, 3) los populismos propiamente dichos, en referencia a los casos de Getúlio Vargas en Brasil, Lázaro Cárdenas en México y Juan Domingo Perón en Argentina, experiencias que intentaron fomentar el desarrollo de un modelo sustitutivo, 4) las experiencias de los años cincuenta que resultaron truncas porque se produjeron en momentos de recuperación de las grandes potencias económicas dificultando las posibilidades de construcción de un modelo económico sustitutivo (Carlos Ibáñez del Campo, Gustavo Rojas Pinilla, Marcos Pérez Jiménez, entre otros), 5) las experiencias que se suceden luego de la Revolución Cubana que además intentan trascender el marco capitalista (Juan Bosch, João Goulart, Salvador Allende, Juan Velasco Alvarado, Juan José Torres, entre otros).
8. El planteo de Francisco Weffort es la expresión más nítida de ese posicionamiento. El autor define al populismo como una alianza de clases en el Estado entre la burguesía y el movimiento obrero, y en el caso de la histórica experiencia mexicana, esta alianza incluyó a los campesinos. Weffort (1968) planteó el concepto de Estado de compromiso social, donde ninguna clase o fracción de ella fue capaz de ejercer la hegemonía política, de ahí la necesidad de la alianza de clases.
9. Paramio sostuvo que en la coyuntura de crisis del neoliberalismo, hubo un clima general en América Latina que favoreció el desarrollo gobiernos “de izquierda”, como los de Brasil, Uruguay y Chile, y que fue posible porque en esos países ya existían y alternativas políticas con legitimidad social. En cambio, en otros países, surgieron experiencias populistas, cuyo ejemplo más paradigmático es Venezuela.
10. Sostuvo que existen dos tipos de gobiernos: aquellos que asumieron vías “paradigmáticas, sensatas y realistas”, dentro de los cuales contaban el Partido dos Trabalhadores en Brasil, el Partido Socialista en Chile (integrado a la Concertación) y el Frente Amplio en Uruguay; y otro conjunto de países con un “pasado populista y puramente nacionalista, con pocos fundamentos ideológicos”, como los gobiernos de Hugo Chávez en Venezuela, los Kirchner en Argentina, López Obrador en ciudad de México. Jorge Castañeda es un político e intelectual mexicano, que fue ministro de Relaciones exteriores del gobierno de Vicente Fox. Aunque tuvo un paso por el Partido Comunista, ya desde la década de los noventa tuvo un posicionamiento crítico respecto de las opciones de izquierda. En el libro La utopía desarmada. Intrigas, dilemas y promesas de la izquierda latinoamericana (1993), sostuvo que la izquierda tenía desde sus orígenes un “pecado original”, el de haber sido importada desde fuera y, por tanto, carecía de rasgos y elementos locales.
11. Para Vilas, uno de los logros más visibles de esta nueva izquierda es reconocer esa complejidad de los escenarios en los que deben ser aplicadas las grandes ideas generales, pero uno de los peligros más serios es que se abandonen los principios más radicales que orientan a la izquierda.
12. Los autores sostienen, a partir de un análisis basado en estudios de caso (Brasil, Venezuela, Uruguay, Colombia, Argentina, México, Bolivia), que es posible señalar cinco características de esta “nueva izquierda”: 1) pluralidad de estrategias y articulación de formas organizativas descentralizadas (frentes amplios de partidos o movimientos, coordinadoras de movimientos sociales, movimientos); 2) multiplicidad de bases sociales y agendas políticas (como el movimiento indigenista en Ecuador, Bolivia, Colombia y México); 3) reivindicación de la sociedad civil como espacio de acción política -un punto controversial para muchos autores del propio libro en cuestión-; 4) revalorización del reformismo. Si durante el siglo pasado la izquierda se dirimía entre revolución o reforma, con el fin de la segunda ola revolucionaria tras la derrota de la Revolución Nicaragüense (1990), el reformismo pareció imponerse sobre la vía revolucionaria; 5) profundización y ampliación del canon democrático, mediante propuestas o prácticas que combinan la democracia representativa con la radicalización de la democracia participativa.
13. El conjunto de materiales sobre los movimientos sociales latinoamericanos es verdaderamente muy vasto. En este apartado seleccionamos algunos de esos textos que estudiaron América Latina de manera integral y otros que estudiaron casos particulares. Buena parte de la producción sobre estos temas se publicó en CLACSO en las revistas Crítica y emancipación, Revista Latinoamericana de investigación crítica y. fundamentalmente en el Observatorio social latinoamericano (OSAL); así como también en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), en sus distintas sedes.
14. En América Latina, el concepto de movimientos sociales tuvo diferentes momentos. El primero correspondió al fin de las dictaduras y la transición a la democracia durante la década de 1980. El segundo momento es el de los movimientos sociales que combinan una doble pertenencia, clasista (campesinos) y étnica y están asociados a la resistencia frente a la expansión de las políticas neoliberales (Ansaldi y Giordano 2012).
15. Este texto de Borón fue escrito en una coyuntura anterior a la consolidación de gobiernos de signo posneoliberal en la región. En ese momento aún tenía el foco puesto en los movimientos sociales y veía con dificultad la posibilidad de construir un orden alternativo al neoliberalismo por factores internos y externos vinculados a la injerencia del imperialismo en la región. Sin embargo, luego de que se consolidaran gobiernos de nuevo signo en la región, sus análisis fueron acercándose a debatir los alcances y límites de las experiencias de gobierno y el rol de los movimientos sociales con relación al Estado. Como ejemplo cuenta el libro América Latina y la geopolítica del imperialismo (2012), siempre dese una clave de análisis que pone acento en la presión del imperialismo sobre los países de la región.
16. Zibecchi (2006) sostiene, acerca de los casos de Venezuela, Bolivia, y Ecuador que, luego de haber obtenido triunfos significativos, los movimientos indígenas sudamericanos enfrentan nuevos desafíos -en el área institucional y estatal- para los cuales aún no tienen respuestas. Su mirada parece ser bastante crítica sobre esta coyuntura, pues apunta que las fuerzas sociales priorizaron la disputa electoralista en perjuicio de evaluar la necesidad de “descolonizar la democracia”, cooptada en muchos casos por la lógica de “los mercados”. Propone por el contrario, avanzar “desde abajo” tejiendo lazos sólidos que no se disuelvan en el mercadeo político y electoral.
17. José Seoane (2003) publicó un libro relevante para los estudios sobre los movimientos sociales, donde reunió 17 trabajos de investigación. Desde perspectivas y enfoques diversos y heterogéneos, el material apuntaba a reponer la discusión sobre los movimientos sociales en América Latina.
18. Con relación a las transiciones a la democracia existe una gran cantidad de materiales a partir de los cuales es posible realizar una reconstrucción sociohistórica de las democracias posdictaduras. Muy sumariamente podemos citar: O’Donnell, Schimitter y Whitehead (1994); Ansaldi (2007), Codato (2005), Garretón (1991), Moulian (2002).
19. Con relación al caso puntual de Brasil, Sader sostiene que es posible distinguir tres ciclos en el recorrido de la izquierda: 1) el modelo reformista clásico, cuyos ejemplos más significativos fueron los gobiernos de Getúlio Vargas (1930-1945 y 1950-1954) y João Goulart (1961-1964); 2) el breve ciclo de resistencia contra la dictadura, que llegó a su fin cuando la represión desarticuló a los movimientos populares y causó el aislamiento de la izquierda; 3) el gobierno de Lula iniciado en 2003.
20. Desde la Revolución Cubana hasta la actualidad, hubo cinco ciclos históricos en América Latina: 1) 1959-1967: es un período ascendente en cuanto al crecimiento de la izquierda. Son los años de las guerrillas en Venezuela, Guatemala y Perú, y luego Colombia y Nicaragua, interrumpido por la muerte del Che en Bolivia; 2) 1967-1973: reflujo de los movimientos guerrilleros rurales y ascenso de las guerrillas urbanas, triunfo de la Unidad Popular en Chile por la vía pacífica y la creación del Frente Amplio en Uruguay, y el desarrollo de experiencias de signo nacionalista: Velasco Alvarado en Perú (1968), Omar Torrijos en Panamá (1968) y Juan José Torres en Bolivia (1970); 3) 1973-1979: período de reflujo e instauración de las dictaduras militares; 4) 1979-1990: victoria de los sandinistas en Nicaragua, recuperación de las izquierdas a pesar de las dictaduras; 5) 1990-1998: derrota sandinista en Nicaragua y avance del neoliberalismo en la región.
21. Existe un conjunto importante de trabajos que, desde un enfoque centrado en el funcionamiento de los partidos, analiza los procesos de cambio del siglo XXI. Si bien no comparten el enfoque sociohistórico de análisis global, sino que tienen el foco puesto en los partidos y los sistemas de partidos, los incluimos en este apartado porque, en su mayoría, conciben un análisis de largo aliento para identificar los cambios y continuidades en la trama de la política. Entre los trabajos de referencia obligada cuentan: Cheresky (2007), Moreira (2006), Cavarozzi y Abal Medina (2002), Ramírez G. (2008).
22. En el libro se ofrecen algunas claves interpretativas para reflexionar acerca del recorrido inverso que se dio en la política chilena. Una mirada a contrapelo de los sentidos más comunes, como la que propone la historiadora chilena Verónica Valdivia, parecería ser una buena vía de acceso. Contrariamente a lo que suele sostenerse, al observar el recorrido que siguieron izquierda y derecha, puede observarse que en 1970 con la Unidad Popular la izquierda cerraba un ciclo de casi un siglo de disputas por la construcción de una hegemonía socialista. Por su parte la derecha, que en los años sesenta parecía estar en una etapa de repliegue, comenzaba en ese momento un proceso de articulación tanto como de recambio generacional y partidario, con la disolución de sus viejas estructuras. El golpe de Estado de 1973 expulsó del escenario político a la izquierda, que se vio forzada a una vida en la clandestinidad, en tanto la derecha detentaba el poder político y todos los recursos para afirmar su proyecto. Este proceso de articulación y de elaboración de un proyecto político autoritario se puso en marcha con la dictadura militar y se cristalizó en la Constitución de 1980-aprobada mediante un plebiscito-, pero tuvo largo y duradero alcance, incluso más allá del régimen.
23. Son muchos los trabajos que han estudiado los sistemas políticos comparados en América Latina, en particular desde las transiciones a la democracia. Muy sumariamente podemos citar: De Riz (1986), Mainwaring, Scott y Scully Timothy R. (eds.) (1995), Ramos Jiménez, Alfredo (2001), Cavarozzi y Abal Medina (h.) (comp.) (2002).
24. Aun sin haber una lectura unívoca en los textos que lo integran, el libro ofrece una lectura historizada en términos de ciclos de acumulación de fuerzas para comprender la experiencia de Bolivia. Los trabajos que claramente se inscriben en esta perspectiva y forman parte del libro son los de Luis Tapia y Hervé do Alto. En un registro similar, se encuentra el libro de Maristella Svampa, Pablo Stefanoni y Bruno Fornillo (2010).
25. En 1986 se gestaron los movimientos sociales a partir de la realización de la “Marcha por la Vida y por la Paz”. Fue una respuesta del sindicalismo minero ante la decisión del gobierno de Víctor Paz Estensoro de desnacionalizar la minería, terminar con la histórica Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL) y despedir a unos 20.000 trabajadores. Los mineros fueron relocalizados, asentándose en otros lugares del país –la mayoría en El Alto, ciudad contigua a La Paz, otros en el Chapare, donde se tornaron campesinos cocaleros, y los menos en el Occidente donde se organizaron e interactuaron con otros grupos sociales. A su vez, los indígenas de la Amazonia boliviana -más independientes del Estado y del movimiento obrero-, que estaban en lucha con empresas madereras, realizaron en 1990 una exitosa “Marcha por el Territorio y la Dignidad”: consiguieron que el Estado otorgara títulos de propiedad a los pueblos indígenas (más de dos millones de hectáreas) y, en 1996, por ley, el reconocimiento de los derechos territoriales de los pueblos originarios. Siete de estos lo obtuvieron durante el primer año con una superficie de 2.800.000 hectáreas). Histórico escenario de conflictividad, el Altiplano también se movilizó: lo hizo a partir de 2000, con la “Guerra del Agua”, en Cochabamba, y las “Guerras del Gas”, en todo el país, en 2003 y 2005. De allí devinieron las dos prioridades que formuló el movimiento: la nacionalización de los recursos petrolíferos (el gas, en particular) y la convocatoria a Asamblea Constituyente para refundar el país sobre nuevas bases. La refundación de Bolivia es un objetivo estratégico en un país donde casi el 70 por ciento de la población es indígena (en su mayoría Bolivia, quechuas, aymaras y guaraníes).
26. Durante esos años el país vivió una estrategia de desarrollo basada en las siguientes políticas: reforma agraria, industrialización por sustitución de importaciones, integración, promoción empresarial, ampliación de las inversiones extranjeras, combinado con un activo papel del Estado a través de las regulaciones del mercado y las inversiones públicas, redistribución del ingreso y nacionalismo económico.
27. Este gran ciclo tuvo dos grandes momentos: el período 1979-1996, en donde comenzó a manifestarse la crisis de la deuda externa y la crisis económica; la economía se fue definiendo en favor del neoliberalismo; y el segundo ciclo 1996-2006, con siete gobiernos, una efímera dictadura y con los únicos tres presidentes electos (Abdalá Bucaram, 1996-1997, Jamil Mahuad, 1998-2000 y Lucio Gutiérrez, 2003-2005) derrocados por amplias movilizaciones ciudadanas. Durante este segundo ciclo crítico, en términos de estabilidad política, se reforzó el andamiaje neoliberal.
28. El Pacto de Punto Fijo se inició con el derrocamiento de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez (1953-1958). El pacto configuró una democracia de fachada –según los términos de Ansaldi y Giordano (2012)- donde los partidos de las élites representados por Acción Democrática (AD) y el Comité de Organización Política Electoral Independiente (COPEI) se distribuían el poder político del Estado. El pacto tenía como principales respaldos a las Fuerzas Armadas; la alta jerarquía de la Iglesia Católica; la principal federación sindical, la Confederación de Trabajadores de Venezuela (CTV) y la mayor organización empresarial, la Federación de Cámaras de Comercio y Producción (FEDECÁMARAS).
29. El germen de lo que tiempo después fue el Movimiento Quinta República (MVR) se constituyó en 1982 con el llamado Juramento del Samán de Güere, entre Chávez y otros dos militares, y la creación del Ejército Boliviano Revolucionario (EBR 200), que en 1989 pasó a denominarse Movimiento Revolucionario Bolivariano (MBR200)
30. En una clave de análisis biográfico, sobre Venezuela cuentan los libros de Modesto Emilio Guerrero (2013a y 2013b) y, con una mirada puesta sobre la política de Estado durante el gobierno de Chávez, el libro de Alfredo Serrano Mancilla (2014).
31. El perfil de los candidatos en esa elección fue el siguiente: un obispo (Fernando Lugo, con el 41 %); una mujer (Blanca Ovelar, 31 %); un militar (Lino Oviedo con 22 %) y un empresario (Pedro Fadul, 3%).
32. En una clave de larga duración, Abente Brun (1996) analiza la configuración de los partidos políticos paraguayos, donde señala la longevidad de los partidos tradicionales, sólo parangonable con el sistema partidario de Uruguay y Colombia – al menos hasta la década de 1990. Si bien el texto es muy anterior a la experiencia de Lugo, su enfoque sociopolítico de largo aliento resulta crucial para el estudio de la experiencia luguista. En otro texto, Abente Brun (2008) analiza la coyuntura crítica que atravesaron los partidos en el año 2007 como preámbulo de la elección de 2008, que permitió la victoria de Lugo.
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