ARTÍCULO
De Villa Corina al Dínamo: habitares en un conjunto de vivienda social
From Villa Corina to Dínamo: inhabit in a social housing building
Romina Olejarczyk
romi_olejar@yahoo.com.ar
Instituto de Investigaciones Gino Germani - UBA; CONICET. Argentina
Recibido: 01|12|16
Aceptado: 31|05|17
RESUMEN
Este trabajo propone una inmersión en las primeras experiencias de habitar el barrio por parte de un grupo de vecinos pertenecientes a un conjunto de vivienda social del AMBA, construido en el marco de los Programas Federales de Construcción de Viviendas. Los relatos recabados están atravesados por las dificultades de convivencia surgidas en los primeros meses a partir de las representaciones cruzadas entre “los nuevos y los viejos habitantes del barrio”; por la valoración de quienes simplemente observaron la construcción de las viviendas pero no llegaron a ser seleccionados como potenciales adjudicatarios de las mismas. Este artículo se nutre de un trabajo de campo llevado a cabo durante los años 2011 y 2012, y se basó principalmente en la realización de entrevistas semi-estructuradas a habitantes de un conjunto urbano, trabajadores de base, integrantes de instituciones barriales y funcionarios, así como de la observación en la cotidianeidad del barrio, en la espera en la oficina municipal en la realización de actos de entrega de vivienda y jornadas barriales.
Palabras clave: Habitar; Vivienda Social; Barrio; Programas Federales.
ABSTRACT
This article proposes an immersion in a set of social housing of the AMBA, built in the framework of the Federal Programs, to enter into the first experiences of inhabiting the post move neighborhood by a group of neighbors. The stories collected are traversed by the difficulties of living together in the first months; by the cross-representations between "the new and the old inhabitants of the neighborhood"; by the assessment of those who simply observed the construction of the houses but did not get to be selected as potential winners of the same. These stories suggest that experiences of post-moving dwelling far exceed material housing. This article is based on a field work carried out during the years 2011 and 2012, which was based mainly on semi-structured interviews with inhabitants of an urban group, grassroots workers, members of neighborhood institutions and officials, As well as observation in the daily life of the neighborhood, waiting in the municipal office, performing acts of housing delivery and neighborhood days.
Key words: Inhabit; Social Housing; Neighborhood; Federal Programs.
INTRODUCCIÓN
En el presente artículo me propongo indagar en las experiencias del habitar que transcurren en un conjunto de viviendas construidas por el Estado en un municipio del Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA)1. Estas experiencias son un interesante caso de análisis por dos motivos2: por un lado, porque hacer foco en el habitar permite visibilizar que todo aquello que transcurre en el post mudanza de los adjudicatarios3 no se reduce al espacio físico de la vivienda construida; por otro lado, porque así como las experiencias del habitar dan cuenta de una multiplicidad de espacios –la vivienda, el barrio, la ciudad– también nos aportan distintas temporalidades –las experiencias del habitar pasadas, las presentes y las proyectadas–
Si bien los efectos de los procesos de relocalización de población ya han sido estudiados en la Antropología, principalmente aquellos motorizados por proyectos de gran escala (Bartolomé 1985; Lins Ribeiro 1985; Catullo 2006), es un tema que requiere aún de nuestra atención, dado que en las políticas públicas su planificación no contempla aspectos clave de la cotidianeidad de los habitantes, ni mucho menos toma en consideración los efectos concretos en “los sistemas de subsistencia” y “las estrategias adaptativas” (Bartolomé 1985). Asimismo, analizar los tiempos y lugares de las políticas habitacionales, con especial atención en las experiencias del habitar, permite identificar múltiples cuestiones que se producen entre los actores implicados, mientras se construyen las viviendas. En este sentido, un trabajo como el aquí propuesto, aporta elementos analíticos no siempre considerados en esta modalidad de política pública.
Por todo lo dicho hasta aquí, es que este artículo hará foco en los relatos de la cotidianeidad post mudanza de un grupo de familias que ha sido relocalizado a uno de los conjuntos de vivienda social construidos por un gobierno local4. Sus relatos están teñidos de las dificultades de convivencia surgidas en los primeros meses; de las representaciones cruzadas entre los nuevos y los viejos habitantes del barrio –siguiendo la lógica de “establecidos” y “forasteros” de Norbert Elías (2003)5–; de la valoración de quienes simplemente observaron la construcción de las viviendas y no legaron a ser seleccionados para las mismas.
Este artículo se nutre de un trabajo de campo llevado a cabo durante los años 2011 y 2012 que se basó, principalmente, en la realización de entrevistas semi-estructuradas a habitantes de un conjunto urbano, trabajadores de base, integrantes de instituciones barriales y funcionarios, así como de la observación en la cotidianeidad del barrio, en la espera en la oficina municipal, en la realización de actos de entrega de vivienda y jornadas barriales6.
TIEMPOS Y LUGARES DE LOS PROGRAMAS FEDERALES
La política pública de vivienda a la que haré referencia se conoce en Argentina como los Programas Federales de Construcción de Viviendas. Estos programas fueron lanzados en el año 20047 a los fines de reactivar la economía luego de un proceso de intensa crisis económica, social y política. Al hacer foco en la implementación cotidiana de esta política pública en un gobierno local, he podido identificar que en todos los proyectos de construcción de viviendas los potenciales adjudicatarios atraviesan un esquema espacio-temporal estipulado por el Estado que implica atravesar por: el tiempo de la definición, el tiempo de la espera, el tiempo de la mudanza y el tiempo del post mudanza. Este esquema espacio-temporal transcurre de la siguiente manera: mientras se construyen las viviendas, los pre-adjudicatarios atraviesan un tiempo de definición de listados. Durante este tiempo, el espacio habitado es presentado –tanto por sus habitantes como por el Estado– como precario. Al tiempo de la definición le sucede un tiempo de espera hasta tanto se concluyan las viviendas. En el transcurso de este tiempo de espera, los aquí denominados “trabajadores de base”8 (quienes en la cotidianeidad implementan los Programas Federales: arquitectos, trabajadores sociales, sociólogos, etc.) realizan una serie de talleres denominados de pre-mudanza. En el marco de la realización de estos talleres, se produce el primer encuentro entre lo que, hasta entonces, había sido puro “espacio concebido” (Lefebvre 1973 (2016)), es decir, aquel diseñado por los planificadores en correspondencia con ciertos estándares mínimos de vivienda9 y el espacio que ya comienza a ser habitado a partir de la manifiesta preocupación de los vecinos por conocer aspectos de su futura vivienda. Desde el momento mismo en que estos adjudicatarios inician su proyección en las viviendas, este espacio comienza también a ser habitado. La espera culmina abruptamente ante la noticia de la finalización de las viviendas y la inminente mudanza. El día de la mudanza es, de todos los tiempos identificados, el más fugaz e involucra, además, el encuentro de los adjudicatarios con la nueva vivienda, inaugurando aquel tiempo en el cual el espacio habitado es el protagonista de sus vivencias.
ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE LA NOCIÓN DE “BARRIO”
Este concepto ha sido estudiado al interior de las ciencias sociales (Gravano 2003; Mayol 2006). Desde la antropología, los esfuerzos se han abocado a dar cuenta de la heterogeneidad de relaciones y representaciones sociales que se construyen en relación con el barrio, comprendido también como un recorte espacial –que para Duhau y Giglia (2008) tendría que ver con el “espacio local”– con límites en permanente construcción y tensión (Segura 2009), que pueden configurarse de acuerdo a quien los enuncie y cuya supuesta homogeneidad lo acerca a la clásica idea de comunidad (Cravino, 2008; Girola, 2008). El barrio suele ser también un término nativo en los programas de construcción de viviendas, bajo la consigna de hacer barrios10. En el caso en estudio durante el período de análisis, la vivienda no era planificada en función de quién la habitaría sino siguiendo ciertos criterios técnicos y económicos que establecían los otros niveles de gobierno. El barrio no siempre era planificado, ya que en algunas ocasiones la localización de las viviendas respondía a la lógica de los terrenos que cada gobierno local pudiera conseguir11. Ahora bien, apartándonos de la singularidad que adquiere el barrio al interior de la política de construcción de viviendas, se abre todo un mundo de otras significaciones posibles por parte de quienes lo caminan, lo transitan y lo viven cotidianamente.
ACERCA DEL BARRIO Y SUS HABITANTES
En este artículo, haré referencia a uno de los barrios construidos por el municipio de Avellaneda12 en el marco de los Programas Federales. Dicho barrio se conforma por 31 viviendas que ocupan gran parte de una manzana de la trama urbana y que se dividen en dos bloques por un pasaje peatonal interno. La tipología de las viviendas es de dúplex, es decir, que son individuales en planta y primer piso, conformadas por dos o tres dormitorios. Las familias adjudicatarias fueron mudadas desde sus residencias en Villa Corina, localidad de Villa Domínico, hacia el barrio El Dínamo, al interior de la localidad de Sarandí13. La Avenida Suipacha opera como frontera oficial en la división entre ambas localidades. El barrio construido está ubicado a tan sólo una cuadra de dicha avenida y ambas localidades lindan con Camino Gral. Belgrano, avenida que hace de límite con el vecino Partido de Lanús. Allí nomás, cruzando Camino, se encuentra Villa Sapito. Por lo tanto, estas familias transitaron, y transitan aún hoy, un territorio que reúne varios límites espaciales: dos grandes localidades reconocidas en el mapa oficial de Avellaneda, el comienzo del Partido de Lanús, pero además varios barrios –como Corina, Unidad y Lucha, Sasetru, el Dínamo– cuyos límites se hacen difíciles de establecer.
Los habitantes del barrio eran originariamente de Villa Corina y de Unidad y Lucha; a excepción de una familia procedente de Dock Sud14. Aquellas que provenían de Villa Corina, se organizaron para disputar la adjudicación de las viviendas en dos grupos y accedieron a ser incorporados en el listado a través de diferentes estrategias15. El grupo mayoritario (conformado por alrededor de 20) se encontraba habitando sobre la vereda de un cementerio municipal, el otro grupo, compartiendo vivienda o terreno con familiares.
SER DE CORINA O SER DEL DÍNAMO16
Como señaló el coordinador del Programa “El Envión” del Club Deheza al hacer referencia al nuevo barrio construido, los vecinos “outsiders” y los vecinos “establecidos” ya se conocían. Sin embargo, los relatos sobre estos primeros momentos posteriores a la mudanza, dan cuenta de que conocerse no es garantía de integración o convivencia apaciguada. Como relataba una tutora del mencionado Programa (una joven de 16 años que había nacido en El Dínamo): “siempre hubo pica entre Corina y El Dínamo”17. En reiteradas ocasiones durante el trabajo de campo, los entrevistados hicieron referencia al hecho de que no es lo mismo Ser del Dínamo que ser de Corina.
Los profesionales del Programa Envión, particularmente,han visto cómo se materializaba esta división, porque el Programa comenzó allí, un tiempo antes de la inauguración de las viviendas y fueron testigos de la llegada de estas familias y de los enfrentamientos entre jóvenes. Como señaló el coordinador: “Al principio fue ‘¿qué vienen estos de allá?’ ‘gato de acá, gato de allá’ Hoy día está muy superado el tema, gracias a Dios y gracias al trabajo del equipo.” (Junio 2012). Con el tiempo, esta rispidez entre los pibes desapareció y ahora ya están integrados18.
Asimismo, a estas picas territoriales se le sumaba otra posible explicación: de acuerdo con los profesionales del Envión, este barrio era expresión de un accionar discrecional del Estado que –en un territorio donde todos se conocían– le entregaba vivienda sólo a algunos, a pesar de que todos vivían en condiciones habitacionales similares.
En el impacto de la vivienda siempre va a estar este resquemor, es normal. Más que nada cuando se hace en un lugar como este, que es un lugar y un espacio físico que ellos lo tomaban como propio. Digamos, si vos vas a construir en un complejo habitacional en un lugar donde no hay barrio, estás creando el barrio, en cambio, si vienen y te ponen… es como si te plantaran un arbolito en el patio de tu casa y vas a decir: ‘pero, a ver…si este era mi espacio y yo estoy viviendo en estas condiciones y llegan otros de afuera a mi barrio, a un espacio que lo crearon ¿no? (…) Y además, la otra vez fuimos a escuchar la historia del barrio El Dínamo que nos contó la abuela de ella [se refiere a Florencia] y vos te pones en la cabeza de ellos que tuvieron que tomar el lugar, se bancaron estar en el frío con tres chapas…” (Trabajadora Social del equipo del Envión Deheza. Junio 2012).
Según la apreciación de Florencia (tutora del Envión Deheza), este resquemor existió en los primeros meses pero luego fue mermando. Y en esto colaboró el hecho de que la mayor parte de las familias del barrio provenían de la vereda del cementerio municipal y esta localización dentro de Villa Corina contaba con el imaginario de ser uno de los peores lugares para vivir allí.
De estos relatos se desprenden las primeras identificaciones territoriales que operaron entre los jóvenes que llegaban y los que ya se encontraban viviendo allí. En el caso de los adultos, las representaciones se materializaron en interesantes confusiones acerca de si el hecho de haberse mudado les había implicado también un cambio (o no) de barrio.
Modos de transitar
Entre los habitantes del barrio las diferencias de apreciaciones al respecto de habitar Corina o El Dínamo han sido notorias. En este sentido, las dos primeras entrevistas fueron desconcertantes, ya que Daniel19 afirmaba haberse mudado desde Villa Corina al Dínamo, mientras que Marta20 aseguraba que continuaba en Villa Corina. Otros, como Silvio y Delia, se refirieron a la división entre localidades y afirmaron estar en Sarandí. En estas tres opciones oscilaron algunos y otros, pero Marta y Daniel fueron los casos opuestos. A continuación, me adentraré en sus relatos y fundamentaciones al respecto de estas singulares pertenencias territoriales.
Durante la entrevista con Daniel, y a partir de mi pregunta acerca de cómo se sentían en el nuevo barrio, él realizó la siguiente aclaración:
Romina: ¿Y cuando se mudaron ya conocían por acá?
Daniel: Yo lo conocía…
Romina: ¿Y cómo fue al comienzo?
Daniel: Y… muchas veces nos robaron… muchas veces… nos tuvimos que adaptar al barrio este. Más bronca hubo con nosotros porque Corina y este barrio se tenían pica…
Romina: ¿Este barrio cómo se llama?
Tatiana: El Dínamo.
Por un lado, Daniel asumía que había cambiado de barrio y que, por este motivo, había sido víctima frecuente de robos. Él encontraba la explicación de estas demostraciones de poder en su historia: Villa Corina era el territorio en el cual su familia se había instalado cuando llegaron de Córdoba y nunca más se habían ido. Además, el abuelo de Daniel era un reconocido boxeador allí, al igual que su padre. Esta trayectoria –que lo hacía parte de este círculo de sujetos respetados en un territorio– no operaba cruzando la avenida Suipacha. Por el contrario, las pruebas de que había perdido ese respeto fueron frecuentes al principio, y contribuyó a que Tatiana se sintiera –al decir de Giglia (2001) – “fuera de lugar” y que regresara todos los días a Villa Corina a dejar en el jardín a uno de sus niños y pasar el resto día con la familia de Daniel.
Por su parte, Marta, aportó una apreciación bien diferente al respecto del barrio habitado:
Romina: - Me contaba Daniel la otra vez que este barrio se llama El Dínamo, que ya no es Corina…
Marta: - ¿El Dínamo? No, no pertenece a El Dínamo.
Romina: - ¿Esto sigue siendo Corina?
Marta: - Sí. Corina porque en todos lados que te ponen, te ponen Corina… El Dínamo es más para allá es [me hace señas con los manos] Porque está El Dínamo y después está Luján (Entrevista a Marta Agosto 2011).
Marta afirmaba que seguía viviendo en Villa Corina y que no volvía jamás para esa zona y se esforzó en señalar que el barrio actual es más tranquilo.Aunque, en la siguiente nota de campo, registré una sugerente contradicción en el relato de Marta:
Marta expresó que en este nuevo barrio se sienten mucho más tranquilos, que casi ni vuelven al barrio anterior y que no tienen problemas con ningún vecino nuevo. En este punto aparecieron cuestiones interesantes: una es que me dijo que no volvían para nada al viejo barrio y hablando de su trabajo actual me cuenta que está en una cooperativa que limpiaba las calles donde vivía antes, mientras me lo relataba ella misma se sorprendió de haber olvidado este detalle, aunque luego me aclaró que hace un tiempo que no está barriendo calles y se dedican, en cambio, a tejer y coser en “un local” de por allá. Además su hijo más grande se quedó viviendo en la casa que ella dejó. (Nota de campo entrevista a Marta)
Al respecto de su localización anterior, Marta expresó “no me quedaba tranquila cuando los chicos salían a hacer mandados”, en cambio en el nuevo barrio, ellos salían y ella no se preocupaba. Sentía al nuevo barrio como más tranquilo y eso se traducía en un sentirse más segura.
Finalmente, por fuera de la entrevista grabada, Marta mencionó que su ex marido continuaba viviendo en la casa censada de Villa Corina, con lo cual su mudanza le había sido de utilidad para concretar su separación: en aquel entonces había resuelto que se “mudaba sola”. De este modo, Marta me había dado indicios de que su —intencionadamente– reducido tránsito por Villa Corina se fundamentaba en una ruptura de pareja.
Por su parte, Nicolás y Patricia21 expresaron no haberse sentido afectados por el cambio de barrio. Para ellos, transitar se vinculaba directamente con la búsqueda estratégica de recursos: la escuela, la salita, el trabajo. En esta nota de campo, retomo algunas de las impresiones del relato acerca de los modos de transitar de Nicolás y Patricia:
Les pregunté dónde iban los chicos al colegio y a atenderse si tenían problemas de salud. Me llamó la atención que siguen yendo al colegio del barrio anterior pero que, por temas de salud, utilizan indistintamente diferentes salas, incluso la de Villa Sapito en Lanús, cruzando Camino Gral. Belgrano. Muy cerca de ellos, pero un territorio que varios señalaron que no caminan. Ellos expresaron que siempre se movieron entre los límites de los dos partidos y que, entonces, van indistintamente a atenderse a cualquier lugar, nunca les hicieron problema por ser de Avellaneda. El colegio quizás no lo cambiaron por el arraigo de los chicos. Patricia dice que no vuelve hasta la salita de Corina porque le da fiaca ir hasta allá pero sí van a llevar y a buscar a los chicos al colegio en Corina por la tarde. (Nota de campo, entrevista a Nicolás y Patricia. Julio 2012)
Como es posible vislumbrar en estos relatos, el cambio de barrio ha implicado experiencias de lo más variadas: desde aquellos que enfatizan haberse sentido en un lugar extraño, hasta quienes destacan las virtudes del nuevo hábitat y, finalmente, aquellos que no perciben en absoluto una diferencia.
El relato de quienes ya estaban allí
A la mencionada “pica” entre Villa Corina y el Dínamo, y a las discrepancias entre los vecinos acerca de qué barrio estaban habitando, ha sido posible adicionar una serie de relatos que apuntaron más bien a las expectativas sobre estos “vecinos recién llegados” y sus comportamientos esperados. En el camino analítico por elucidar las implicancias de esta etiqueta, comenzaré recuperando una significativa cita de entrevista, aquella que captó mi atención y me alertó al respecto de –lo que luego evidenciaría como– una recurrente alusión a la identidad villera:
Romina: ¿Cuando ustedes se mudaron cómo fue el tema de la relación con la gente que ya vivía acá?
Silvio22: Mirá principalmente decían: ¡Uh estos vienen de la villa! ¿Qué? ¡No, espera! ¡Nos van a robar! todo eso ¿viste? Mirá que vienen del Docke, de Wilde, que vienen de acá, que vienen de allá…
Delia: Y de acá también… [Risas]
Silvio: Que vienen los negros de Corina ¿viste? Porque a nosotros nos decían los negros de ahí. Y después, un relajo ¿viste?
Delia: La señora de enfrente por ejemplo, me decía: ¿qué es lo que me va a tocar a mí de destino? Y yo le dije: soy la que le rompe a usted [Risas].
Silvio: Para colmo había bronca porque decían ¡uhhh, estos negros sucios de corina!, ¡estos ladrones de Wilde!, ¡uhhh y estos del Docke! ¿Qué clase de ladrones serán? Nos van a robar todo… hubo un viejo que agarró y le había puesto rejas no sé, hasta en la puerta del baño le puso rejas. Y la vez pasada lo vi que las estaba meta sacar y le digo: ¿Qué le pasa? En realidad después se dieron la cabeza contra la pared cuando empezaron a tratar a la gente (Entrevista a Delia y Silvio. Julio 2011).
Lo que más preocupaba a los vecinos que ya habitaban en el Dínamo, era la incógnita acerca de a quiénes llevaría el municipio a vivir allí. En sus relatos, se materializaba el estigma que suele pesar sobre los conjuntos de vivienda social23. Esta producción de un estigma ligado a una inscripción territorial –ser villero en los términos en los que planteaba Silvio–, puede ser vinculada a lo que Wacquant (2007) conceptualiza como la producción de una “marginalidad avanzada”. Para este autor, esta es una nueva forma de marginalidad que refiere puntualmente a ciertos territorios dentro de la ciudad:
[Territorios] Que son percibidos, desde afuera y desde adentro, como lugares de perdición, a la manera de páramos urbanos o de “corte de los milagros” de la ciudad posindustrial a la que sólo frecuentarían los desviados y los desechos de la sociedad […] una contaminación de lugar se superpone con los estigmas ya operantes tradicionalmente adjudicados a la pobreza y a la pertenencia étnica. (Ibid 2007: 274).
Por su parte, Cravino –en un trabajo inscripto específicamente en el AMBA–, identifica una operación similar a partir del quiebre en la construcción de la identidad de la villa “desde afuera” en la década del ´90. En efecto, los relatos cruzados acerca de los comportamientos esperados entre “vecinos establecidos” y “vecinos recién llegados” no hacen más que reactualizar el estigma que pesa sobre los habitantes de las villas, asentamientos y conjuntos habitacionales. Un estigma que está estrechamente vinculado con la producción de un habitante peligroso. En esta línea, Tina, que se había mudado al barrio hacía 4 años como inquilina, justo frente a una de las calles del conjunto habitacional, recordaba cual era “el clima” en el barrio mientras se construían las viviendas:
Tina recuerda que lo que más se rumoreaba en el barrio era la preocupación por saber quiénes eran los que iban a mudarse. Me contó que escuchó ‘expresiones racistas’ como ‘vienen negros de la villa’ y que esto le preocupaba porque ella creía que eran todos ‘físicamente iguales’. El temor tenía que ver con la posibilidad de que, quienes llegaran, generaran conflictos en el barrio. Pero al final no fue así, entonces al poco tiempo se disiparon. Dijo lo siguiente: ‘sobre esta calle no tuvimos problemas. Se por una conocida que vive del otro lado, que tuvieron problemas porque alguien ponía la música muy fuerte [se refiere a Daniel] pero se resolvió y después de eso, no escuché nada más.’ También me dijo que ahora el trato con los vecinos es bueno, aunque mínimo porque son, al igual que ellos, gente trabajadora y no están en todo el día.” (Nota de campo entrevista a Tina. Vecina de la calle Cosquín. Diciembre 2012)
Desde la perspectiva de Elías (2003), el otro puede ser considerado una “amenaza” cuando en realidad se lo construye como “una amenaza a su modo establecido de vida” (Ibíd. 2003: 226). Sus comportamientos tienen una connotación de anomia: quienes llegan son siempre considerados “poco fiables, indisciplinados y descontrolados” y algunas veces hasta como “no limpios” (Elías 2003: 228, 230). La temida “llegada del villero” y los temores acerca de sus posibles comportamientos, regularon las expectativas de los vecinos aledaños pero también, actuaron como referencia hacia aquellos comportamientos morales que no serían aceptados en el nuevo barrio por los vecinos de los alrededores, así como tampoco por ellos mismos. El problema de la basura fue quizás, junto con el de la música, uno de los puntos de conflicto que permitieron a algunos entrevistados señalar las prácticas del “buen y el mal vecino”24 (Girola 2007: 150):
Delia: Nosotros bien porque si vos respetás a los otros…
Silvio: Acá hay un solo lema: respete y será respetado. Si sos cachivache te van a tratar como cachivache, si sos educado te van a tratar como un señorito francés. Cuando te fuiste de mambo te van a dar un manotazo en la nuca.
Delia: Bueno, nos pusimos de acuerdo con los vecinos y con la misma gente de acá. Si ustedes son sucios hermano, la basura de ustedes la tiran ahí, no tienen por qué quemar basura acá. Vos molestás a los demás y me molestás a mí.
Romina: reclamos conjuntos digamos…
Delia: Claro.
Delia: Es más yo salí y cagándolos a puteadas a ellos […] como diciendo comportate.
Silvio: No seas sucio.
Delia: Si a vos te dieron una casa buena, seguí viviendo en una casa buena (…) Al principio me decían: vos te peleás con todos. No es que me peleo con todos, lo que me pasa es que me da bronca porque… antes vos sí tenías basura. (Entrevista a Delia y Silvio. Julio 2011)
Para Delia y Silvio el “buen vecino” respeta, cualidad que bien concuerda con el “educado, solidario y cooperador” vecino que describe Girola (2007). Y en oposición al “mal vecino” que, en consecuencia, no respeta y es maleducado –o es cachivache en los términos de Silvio–. Esta identificación del “buen y mal vecino” operaba en las expectativas de los habitantes de los alrededores que se preguntaban quienes vendrían. Y cuyas expectativas acerca del comportamiento ajeno despertaba la sospecha y el temor de que vendrían lo que consideraban como villeros o negros de mierda. Esta inscripción de “la villa” y las pautas morales denigrantes que otros actores de la ciudad le adosan (Cravino 2002) muchas veces ligada a la “percepción o el sentimiento de inseguridad” (Reguillo 2006; Kessler 2009), generaba una suerte de presión sobre los “recién llegados” que se reproducía al interior del conjunto de viviendas. En efecto, sus habitantes padecían una doble estigmatización: la de sus vecinos de enfrente que temían se comporten como villeros y la de los propios vecinos del barrio, a partir de un revisar(se) los comportamientos esperados en el otro y rechazar las acusaciones que podían recibirse en pos de enfatizar que uno es gente trabajadora, buen vecino y, por lo tanto, no villero.
La reactualización de “viejas” disputas
Este revisar(se) comportamientos entre vecinos operaba desde antes de la relocalización, pero se vio acentuado al mudarse. Una posible explicación se vincula con las huellas que dejó en las familias el proceso previo de organización, principalmente para el caso de los habitantes de la vereda del cementerio. Durante este período, las acusaciones cruzadas por evidenciar quien vivía realmente allí, junto con la urgencia del municipio por cerrar una lista, dejó secuelas en la posterior convivencia. Así, los entrevistados mencionaron dos situaciones conflictivas que llevó a alguno de ellos a realizar una denuncia y exigir una re-adjudicación de la vivienda vacante. En primer lugar, el caso de un adjudicatario a quien se lo acusaba de vivir en la Capital Federal y de estar alquilando la vivienda adjudicada (situación que había sido expresamente prohibida por el municipio); en segundo lugar, el conflicto que surgió entre dos vecinas a raíz de que una de ellas acusara a la otra de venderle drogas a sus hijos, lo cual desencadenó en la mudanza de la acusada hacia otro sitio. Ambas situaciones ya habían sido presentadas durante el tiempo de la definición y, estas disputas, acompañaron los primeros tiempos de la convivencia e impregnaron la relación entre vecinos, quedando cristalizadas casi como “cicatrices relacionales”. La mudanza trajo entonces una convivencia teñida por estos ruidos –al menos en los primeros meses– y además, según los relatos de los entrevistados, un cambio en la actitud de los vecinos:
Es como yo les dije en una reunión: “Ustedes piensan que porque tengamos una casa ahora son todos nariz alta, son todos pitucos ¿no? Pero no se olviden de dónde vienen ¿eh? ‘Vienen de la misma mierda que vengo yo’ (…) Les digo ‘Eso es de negro ¿eh? ya que tenemos una casa, saquémonos lo de los negros de encima, seamos gente’. (Entrevista a Nicolás y Patricia. Septiembre 2011)
-Hubo un cambio muy… así en el trato, no es lo mismo como te trataban allá de cómo te tratan ahora [hace gesto como de “agrandados”] (Entrevista a Daniel y Tatiana. Junio 2011).
Para Nicolás, el cambio de vivienda conlleva un cambio de comportamiento: dejar de actuar como negros y pasar a ser gente. Como él, otros vecinos también interpelaban las conductas no deseadas y exigían a los demás no comportarse como villeros, es decir, romper con el estigma territorial.Para Daniel, en cambio, haberse mudado implicó no ser diferente de lo que ya eran, vecinos. Sus comportamientos fueron los mismos y por ello, fue interpelado en los talleres post mudanza por la música alta que provenía de su vivienda25.
La cuestión de la relación entre vecinos una vez mudados ha sido trabajada por Giglia (2001). Para esta autora:
Al llegar todos a los mismos departamentos en el mismo conjunto, y por fin libres de la obligación de hacer frente común, entre los habitantes prevalece una lógica que busca distinguirse de los demás, mediante diferentes estrategias. A partir del lugar de procedencia los habitantes creen reconocer diferentes “estilos de vida” que dificultan las relaciones entre vecinos”. (Giglia 2001: 15)
Convivir anteriormente no les garantizaba fortalecer esta convivencia al mudarse, por el contrario, el proceso de adjudicación había dejado “cicatrices” entre algunos. Pero además, estas referencias a los comportamientos esperados, se producían ligadas a este nuevo hábitat: así como las representaciones acerca del villero se producen directamente con un estereotipo vinculado a la vida en la villa, este llamado a ser gente e incluso, el agrandarse se relaciona con la nueva vivienda producida por el Estado.
Diseñada por el “saber experto”26 (Giddens 1994) de los ingenieros y arquitectos, esta vivienda se propone –al menos desde sus características físicas (materiales empleados para su construcción, cantidad de ambientes por habitante, etc.)– superar la precariedad típica de la casilla. Entonces, se trataría para Nicolás, de asumir que estas viviendas requieren, para ser habitadas, comportamientos que demuestren ser merecidas, lo cual sería demostrar que ya no se está en la villa. Sin embargo, como el barrio el Dínamo también era –por sus características morfológicas– una zona precaria, las casas irrumpían con el paisaje de precariedad lindante.
Al respecto de esta irrupción, el coordinador del Envión Deheza señalaba lo siguiente:
Es gente que viene de una habitación a un hogar diferente… al principio lo que hizo el municipio fue bajarle materiales a la gente para que puedan construir un poco más la casa, mejorarla… Mucha gente puede considerar que es un barrio tipo ‘vip’ ¿no? Las casas adentro son realmente muy cómodas, las que vi, dos pisos, las más grandes son muy cómodas.” (Entrevista coordinador del Envión Deheza. Junio 2012).
El pasaje de la casilla en la villa a la casa vip puede ser interpretado por algunos actores acorde a lo que Nicolás expresó como ser de nariz alta. Característica que también coincide con la acusación acerca de ser re gato en el trato entre los jóvenes.
REFLEXIONES FINALES
Las diez cuadras de trayecto que atravesaron las familias a raíz de su mudanza, implicaron un distanciamiento territorial pero también, y principalmente, un distanciamiento social y moral (Carman 2014). En la producción de este distanciamiento incidieron varios elementos: el primero de ellos tiene que ver con la “sociabilidad vecinal” que se desplegaba en Villa Corina y en El Dínamo. En cada territorio, se desarrolla una singular sociabilidad entre vecinos cuyo análisis, como bien señala Girola (2007) nos introduce en el difícil arte de ‘vivir juntos’, en “la convivencia y en la gestión de la alteridad” (Ibíd. 2007: 148). En efecto, el modo en que los habitantes de cada lugar considera y trata a quienes no pertenecen allí, es parte de una sociabilidad grupal que se ha ido tejiendo a lo largo de la historia de conformación de cada barrio y que se nutre de elementos tan variados como: los relatos de origen, su localización en la ciudad, los imaginarios urbanos al respecto de sus condiciones de habitabilidad, etc. El segundo elemento significativo, vinculado a la producción de esta sociabilidad, es el “estigma” (Goffman 2008) que acarrean las villas en el AMBA, así como también los conjuntos de vivienda social. Como señalé en este artículo, ambos hábitats son interpretados a partir de aquel imaginario que históricamente se ha construido al respecto de las villas y sus habitantes, haciendo énfasis principalmente en los comportamientos atribuidos. No sólo las villas y asentamientos arrastran una pesada carga de vinculación a la ilegalidad y el delito, sino que una operación similar se desata al respecto de los conjuntos habitacionales. Y aunque las viviendas de este barrio son lo que se reconoce desde el lenguaje de la Arquitectura como una tipología de casas bajas, es posible identificar la siguiente operación simbólica: siendo materialmente disruptivas con la trama urbana lindante, las viviendas son consideradas de mejor calidad y, por lo tanto, sus habitantes también deben comportarse acorde con esta nueva condición.
A modo de cierre, cabe señalar que un sinfín de aspectos que surgieron durante el trabajo de campo no han podido ser incorporados a este artículo por motivos de extensión, como pueden ser: las apreciaciones sobre los espacios al interior de la vivienda, la vinculación entre la vivienda y la calle, las valoraciones de la política pública en tanto beneficiarios de una vivienda social, etc. Sin embargo, los aspectos que sí han sido trabajados brindan pistas acerca de un rico material sobre la vida post mudanza en los conjuntos de vivienda construidos por el Estado. Este material reafirma que estos enclaves al interior de la ciudad son lugares intensamente vividos que resultan singularmente apropiados –o no– por sus habitantes.
1. El AMBA "es la continuidad urbana de la CABA (de aproximadamente 200 km2 y 3.000.000 de habitantes) y los Partidos de la Provincia de Buenos Aires que lo rodean (de aproximadamente 3.600 Km2 y una población cercana a los 9.000.000 de habitantes)". En www.atlasbuenosaires.gov.ar a Octubre 2016.
2. A lo largo de este artículo destacaré los términos y expresiones nativas con itálicas, mientras que presentaré a los conceptos entrecomillas.
3. En el municipio el acto de entrega de una vivienda se denomina adjudicación y, por lo tanto, los actores a quienes se les adjudica pasan a enunciarse como adjudicatarios. Esta denominación se comparte en todos los municipios del AMBA dado que proviene del proceso administrativo que lleva a la escrituración y que es responsabilidad del Instituto Provincial de la Vivienda.
4. Aunque presentan diferencias conceptuales, en este artículo haré referencia indistintamente al término “mudanza” o “relocalización”, con el fin de hacer alusión al proceso de traslado de una familia o un grupo de familias de un sitio hacia otro, como parte del proceso de implementación de una política pública.
5. Estas expresiones son utilizadas por Nobert Elías (2003) en su conocido trabajo “Ensayo teórico sobre las relaciones entre establecidos y forasteros”. A partir de un trabajo de campo en Winston Parva, el autor llega a preguntarse: “¿Qué inducía a los miembros del primer grupo [los establecidos] a erigirse a sí mismos en un orden superior y mejor de seres humanos? ¿qué recursos de poder les facilitaban hacer valer su superioridad y difamar a los otros [los forasteros] como individuos de menor valor?” (Ibíd. 2003: 222) A lo largo de todo este trabajo, el autor nos brinda claves para comprender en qué aspectos se fundamentaba dicha división social.
6. Este trabajo de campo, apoyado en una perspectiva etnográfica, ha sido parte de una investigación más amplia que culminó en la redacción de mi tesis doctoral titulada “Tiempos y lugares en la política de construcción de viviendas sociales”, y que fue defendida en marzo del año 2016 en la Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires. Si bien las entrevistas que he realizado abarcaron a una heterogeneidad de actores, para la realización de este artículo retomo principalmente aquellas aplicadas a los habitantes del barrio en análisis.
7. Los Programas Federales de Construcción de Viviendas (a los cuales haré referencia simplemente como Programas Federales) forman parte de la política habitacional que el gobierno argentino llevó a cabo desde el año 2003 en el marco del gobierno de Néstor (2003-2007) y Cristina Kirchner (2007-2015). Estos programas fueron promovidos con los objetivos de: generar empleo, impactar en la economía local –a partir de la movilización del mercado de la construcción– y la disminución del déficit habitacional. La estrategia política para cumplir con los mismos ha sido la inversión en obra pública: obras de infraestructura como la ampliación de la red de agua y cloaca, asfalto y mejoramiento de calles, construcción de equipamientos urbanos –centros de salud, escuelas– y la construcción de viviendas, entre otras. Es por ello que los Programas Federales dependían orgánicamente de la Subsecretaría de Desarrollo Urbano y Vivienda dependiente, a su vez, de la Secretaría de Obras Públicas del Ministerio Planificación, Inversión Pública y Servicios de la Nación Argentina. A nivel provincial, el organismo a cargo era el Instituto Provincial de la Vivienda y a nivel municipal, la Secretaría de Obras Públicas con sus distintas direcciones.
8. La expresión “trabajador de base” la utilizo para referirme a los trabajadores cuyas tareas se desarrollan en los espacios de vinculación directa con los solicitantes de una vivienda. Su caracterización se nutre de la definición de “street level burocracy” de Lipsky (1996), quien utiliza este término para hacer referencia a aquellos burócratas que, sin ser los decisores políticos, ocupan una “posición de primera línea” en la elaboración de las políticas públicas y que cuentan con: un elevado nivel de autonomía y de discrecionalidad para actuar e incidir en dichas políticas. También se nutre de la noción de “antropología de las ventanillas” de Signorelli (1996), que la autora utiliza para hacer alusión a “las terminales” de vinculación entre el Estado y los ciudadanos, en las cuales se despliegan “relaciones numerosas, espesas, capilares y sobre muy concretas”. (Ibíd. 1996: 29).
9. Los gobiernos locales utilizaban como referencia para la construcción material de las viviendas, el documento “Estándares mínimos de calidad para viviendas de interés social”, elaborado por un grupo de actores estatales y privados con incidencia en la política pública de viviendas. En este documento se expiden acerca de las características técnicas que deben contemplar sus constructores, evitando repetir la “monotonía” que ha caracterizado a los viejos conjuntos urbanos estatales. También se explayan sobre la localización de las viviendas, enfatizando que deben priorizar integrar estos barrios al tejido urbano preexistente. Finalmente, se destaca que la vivienda pueda tener una vida mínima útil de 30 años.
10. La enunciación al “barrio” en la política pública de construcción de viviendas suele aludir a la sumatoria de casas. En el caso en estudio, las viviendas que construía el Estado podían estar emplazadas en un terreno vacante en alguna localidad del territorio municipal o bien, estos programas podían crear un barrio, al disponer viviendas en una zona hasta entonces inhabitada.
11. Realizó esta salvedad porque los casos en los que sí se planificaba el barrio, el municipio se encontraba promoviendo la urbanización de una villa o asentamiento local. En cambio, como he planteado en mi tesis doctoral, otros barrios eran conformados bajo la lógica del “hacer casas”. Aquí el criterio que prima es el de identificar y obtener terrenos en los cuales sea viable la producción de viviendas. Por lo tanto, es posible afirmar que los mecanismos de obtención de terrenos dentro de los Programas Federales, ha variado en los diversos territorios del AMBA. Por motivos de extensión no podré profundizar aquí acerca de estas diferencias pero un interesante trabajo que analiza esta cuestión es Del Río y Duarte (2013).
12. Este municipio es uno de los más antiguos del Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) y se ubica en el denominado primer cordón del conurbano. Hacia el norte limita con la ciudad de Buenos Aires –separada por el Riachuelo– al sudeste limita con Quilmes, al sudoeste con Lanús y al este con el Río de La Plata. Avellaneda comprende una superficie total de 55 Km2 que abarca a las siguientes localidades: Avellaneda Centro, Dock Sud, Crucecita, Piñeiro, Gerli, Villa Domínico, Wilde y Sarandí.
13. Realizo esta distinción entre “barrio” y “localidad”, dado que el primero remite a una producción social en la cual se disputan, entremezclan y se ponen en juego estratégicamente diversos sentidos entre sus habitantes y quienes lo visitan. En cambio, “localidad” remite a la delimitación oficial del territorio, es decir, al mapa reconocido por el Estado, que establece los límites materiales entre localidades. Límites que también son flexibles pero que cuentan con un reconocimiento oficial.
14. Esta familia ha sido relocalizada con motivo de realización de una obra pública, dado que ocupaba el predio que había pertenecido a un club barrial y que debía ser demolido para que fuera realizado allí un viaducto; otra familia, cuyo barrio de origen se desconoce, obtuvo su adjudicación a partir de su relación clientelar con agentes municipales.
15. Para conocer con mayor detalle la historia de la adjudicación se recomienda leer Jauri y Olejarczyk (2013).
16. Los nombres de todos los actores entrevistados han sido modificados a los fines de preservar su identidad.
17. Excede a las posibilidades de este trabajo dilucidar el origen de esta pica pero, a modo de esbozar una respuesta, cabe señalar que la creación de ambos barrios responde a coyunturas histórico políticas diferentes: mientras que Villa Corina se creó hacia mediados del siglo XX al compás de otras villas del Área Metropolitana de Buenos Aires, El Dínamo nació a partir de una ocupación de terrenos, 30 años después, como producto de la oleada de ocupaciones de tierras de la década del 80 en la provincia de Buenos Aires. Ambos barrios son, entonces, expresiones de la necesidad habitacional de dos momentos intensos de la historia de lucha por la tierra y la vivienda en nuestro país.
18. Estas picas entre los jóvenes cobraron un sentido similar al que Garriga (2009) analiza para el caso de “los hinchas” del Club Huracán. Este autor señala que “los hinchas opinan que el barrio les pertenece porque lo conocen, lo usan, lo habitan […] habitar el barrio –ser vecino– construye una idea de propiedad sobre el mismo”. (Ibíd. 2009: 133).
19. Daniel y Tatiana eran una pareja joven (ambos tenían menos de 30 años al momento de la entrevista). La familia se completaba con sus tres niños pequeños. Ellos provenían de la experiencia de haber compartido la casa con los padres de Daniel y, por conflictos de convivencia, se habían mudado a la tira del cementerio, hasta tanto encontraran, según sus relatos, un lugar en mejores condiciones materiales.
20. Marta vivía con dos hijas mayores de edad, la pareja de ellas y sus nietos. Si bien hasta entonces había convivido con su esposo en Villa Corina, la mudanza implicó su separación. Uno de sus hijos se había quedado en la vivienda que ella desocupó.
21. Nicolás y Patricia eran también una pareja joven, sus edades rondaban los 35 años. En total eran 10 integrantes en la familia, ya que tenían 8 hijos, algunos de ellos adolescentes pero la mayoría pequeños.
22. Delia y Silvio fueron los entrevistados de mayor edad (ambos rondaban los 50 años). Habían sido pareja en el pasado y, a pesar de haberse separado, continuaban viviendo juntos. Con ellos también habitaba el hijo adolescente de Delia. Otro de sus hijos, más grande y casado con hijos, también había sido adjudicado en el barrio. Mientras que su única hija no. Este seguía siendo un reclamo de Delia hacia el municipio al momento de realización del trabajo de campo.
23. Me refiero a la consideración del “estigma” en los conjuntos urbanos tal como lo desarrolla Girola (2004, 2008) en diversos trabajos.
24. Girola (2007) se refiere a la configuración de “un buen vecino” y, en contrapartida, “un mal vecino” para dar cuenta de las clasificaciones internas que operan entre vecinos en el Conjunto Habitacional Soldati. En este caso, el “buen vecino” reúne: “las cualidades cívicas que se traducen en respeto por los derechos ajenos y en una activa participación en la vida consorcial”. (Ibíd. 2007: 150).
25. El otro gran problema habían sido los niños que jugaban en el pasaje peatonal, entre ellos los hijos de Nicolás. Al preguntar durante las entrevistas a qué podían adjudicar estos cambios, la respuesta fue la siguiente: que todos pensaban que ahora eran más que los demás. Mi intención era rastrear algún componente más ligado a lo espacial, como la nueva disposición de las vivienda y la distribución de las familias, pero en todos los casos fue reducido a un cambio de conducta y es por ello que indago en esa diferenciación.
26. Para este autor, el “saber experto” forma parte de lo que denomina “sistemas expertos”, característicos de la modernidad, y que define como: “sistemas de logros técnicos o de experiencia profesional que organizan grandes áreas del entorno material y social en el que vivimos.” Y están vinculados a otra noción significativa de este autor: “fiabilidad”. La cual define como: “una forma de fe en la que la confianza puesta en resultados probables expresa un compromiso con algo, más que una mera comprensión cognitiva”. (Giddens 1994, 37). Por lo tanto, me refiero a “saber experto” para aludir a aquel conocimiento propio de las disciplinas, en este caso de la arquitectura y la ingeniería, por el cual ambas hacen posible la actividad productora de viviendas. Conocimiento que es incuestionable y que implica que, el resto de los actores que no detentan dicho saber, confíen –tengan fe– en los resultados obtenidos.
REFERENCIAS
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