ARTÍCULO
Espacialidad y trabajo: los cartoneros en la ciudad de La Plata1
Spaciality and work: the garbage pickers/sorters in the city of La Plata
María Eugenia Rausky
eugeniarausky@gmail.com
Centro Interdisciplinario en Metodología de las Ciencias Sociales -Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales, FAHCE - UNLP; CONICET. Argentina
Recibido: 25|06|15
Aceptado: 15|02|16
Resumen
En el trabajo que aquí presentamos se aborda la forma que asume el vínculo espacio-trabajo para quienes viven de la recolección de basura, cartón, papel y afines, es decir, los cartoneros –niños y adultos-. Nos preguntamos por el modo en que una actividad que se desarrolla en el espacio público, es vivida por los sujetos que la practican: ¿Qué particularidades asume el trabajo que se lleva a cabo en las calles? ¿Cómo es vivida, sentida y practicada la ciudad por los trabajadores que despliegan sus actividades laborales en la vía pública? ¿Qué tipo de sociabilidad se desarrolla en el espacio de trabajo? ¿Qué vínculos tejen con el centro de la ciudad aquellos habitantes que viven en los márgenes? Nos interesa caracterizar los modos que tienen de practicar y representar el espacio laboral, analizando las repercusiones de ello en los sentidos que los sujetos le asignan a su trabajo. La estrategia de investigación empleada es cualitativa y está basada en entrevistas en profundidad y observación participante.
Palabras clave: Espacialidad laboral; Cartoneros; Geografía de la vida cotidiana; La Plata/Buenos Aires.
Abstract
This work focuses in how do the garbage pickers/sorters (paper, pasteboard and the like), both children and adults see themselves facing the link created by space-work. We question the way that an street activity is lived by those who do it for a living. How is the city felt and lived by street workers? What particularities are to be found in street work? What kind of sociability exists in the street as working place? What relations exists between downtown dwellers and those who live in the outskirts? We are interested in defining means and ways to practice and to represent the working space, viewing the impact resulting in the sense the work has as asigned by work givers. The research strategy is qualitative, based on deep interviews, and participant observation.
Key words: Labour spaciality; Garbage pickers/sorters; Every day geography; La Plata/Buenos Aires.
INTRODUCCIÓN
En Argentina, el mundo de los “cartoneros”, “carreros”, “cirujas”, o “recuperadores urbanos” -denominaciones frecuentes para referirse a las personas que se dedican a la recolección y posterior clasificación y venta de metales, papeles, botellas, cartones, plásticos y/o cualquier objeto desechado- ha sido estudiado al menos en los últimos quince años con cierta sistematicidad en tanto fenómeno que expuso y visibilizó sin tapujos la degradación social y económica a la que vastos sectores de la población argentina se vieron expuestos. No hay dudas al respecto de que el cartoneo es una actividad gestada en el seno de los sectores más pobres de la sociedad (Saraví, 1994).
Las investigaciones socio-antropológicas que se llevaron a cabo en nuestro país se abocaron a su estudio atendiendo -a grandes rasgos- tres nudos problemáticos: la reconstrucción de la historia de la actividad en la ciudad de Buenos Aires (Prignano, 1998, Suárez, 1998, Schamber y Suárez, 2002, Di Marco, 2010a); la caracterización de diversas facetas del fenómeno y descripción de los distintos actores que integran el circuito (Aimetta, 2009, Saraví, 1994, Schamber, 2008, Suárez, 1998, Gutiérrez, 2005, Gorban, 2005; Perelman, 2004, 2008; 2011 Paiva, 2004, 2006, Di Marco, 2005); el análisis de los desplazamientos de los cartoneros (Soldano, 2013) o de las fronteras simbólicas y juridiccionales que deben trazar (Perelman, 2014) y el estudio específico de un grupo etario abocado a dicha actividad: los niños/as y adolescentes que trabajan como cartoneros en distintos contextos urbanos de la Argentina (Noceti, 2009, Miranda, Otero y Zelarayan, 2007, OIM-UNICEF, 2007, Rausky, 2014)
Si bien el mundo de los cartoneros fue extensamente estudiado, un rasgo característico es que una buena parte de los trabajos se ha concentrado en el caso de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA). Más allá de las notorias diferencias entre ésta última y la ciudad de La Plata –en cuanto a su extensión geográfica, características de la población, dinámica urbana, económica, etc.-, el caso de esta última presenta algunas particularidades que la distancian de la CABA y que cobran relevancia al pensar la relación que los cartoneros tejen con el espacio público. Una de ellas tiene que ver con el estatus legal de la recolección de basura a través del cirujeo –prohibida en La Plata por el código del espacio público vigente-. La otra, con el lugar de procedencia de los trabajadores: a diferencia del caso de la CABA en donde los cartoneros se desplazan desde diferentes municipios del conurbano para cartonear en la CABA, en La Plata quienes lo hacen son habitantes de la propia ciudad.
En el trabajo que aquí presentamos –producto de una investigación realizada durante 10 años con familias cartoneras que habitan un barrio pobre de la periferia de la ciudad de La Plata- abordamos específicamente la forma que asume el vínculo espacio-trabajo para quienes viven de la recolección de residuos, tanto niños y niñas como adultos. Nos preguntamos por el modo en que una actividad que se lleva a cabo en el espacio público, que está a la vista de todos y es depositaria de tantas representaciones disímiles, es practicada y vivida por los sujetos que la llevan adelante: ¿Qué particularidades asume el trabajo que se lleva a cabo en las calles? ¿Cómo es vivida, sentida y practicada la ciudad por los trabajadores que despliegan sus actividades laborales allí? ¿Qué vínculos tejen con distintos circuitos de la ciudad aquellos habitantes que viven en los márgenes?
Nuestras preguntas se orientan a explorar dos cuestiones. Una, ligada a cómo se construye la experiencia de trabajar en la calle, aquí entendemos –tal como sugiere Lindón (2012)- que la dimensión espacial del trabajo, ya sea como espacio en el cual se lleva a cabo la actividad laboral o como los significados asociados a dicho espacio, resulta parte del fenómeno laboral en sí mismo. Otra, vinculada con los modos en que, quienes viven en zonas socio residencialmente segregadas y caracterizadas por la pobreza estructural, tienen de vivenciar los circuitos urbanos que trascienden las fronteras del barrio.
Sostenemos como hipótesis que los sentidos que estos trabajadores construyen sobre su trabajo en la calle no son unívocos, sino que admiten diferentes matices, en ocasiones ambivalentes: la calle pone de manifiesto la desigualdad y las relaciones de poder asimétricas entre los grupos sociales que habitan la ciudad, patentizando las diferencias y distancias sociales; pero también la calle le devuelve a ese trabajador satisfacciones e imágenes positivas de sí. Muchas de estas sensaciones son compartidas por adultos y niños y por quienes tienen distintas trayectorias en la actividad: los “nuevos” y “viejos” cartoneros2
La mirada que construimos busca registrar las voces de diferentes actores, por ello es que recurrimos a distintas fuentes discursivas: niños y adultos cartoneros, como así también habitantes de la ciudad -recuperamos éstos a través de la sección de comentarios del diario de mayor circulación local-. Entendemos que para comprender lo que sucede en aquellos lugares que reúnen a personas a las que todo separa no basta con explicar sus puntos de vista por separado, sino que también hay que confrontarlos, no para relativizarlos, pero sí para poner de manifiesto lo trágico que surge de esa confrontación de puntos de vista incompatibles, al recuperar distintas voces buscamos también dar cuenta de los sufrimientos que puede provocar -parafraseando a Bourdieu- cierto “orden de las cosas” (Bourdieu, 1999).
El artículo se organiza en cuatro secciones. En la primera, se recuperan algunos conceptos teóricos relevantes para pensar el fenómeno de los trabajadores callejeros y se detallan cuestiones relativas al trabajo de campo y a las características del lugar en el que se desarrolló. Las tres secciones subsiguientes consideran la trama de relaciones que tejen los cartoneros –niños y adultos- con su espacio de trabajo, o sea, la calle. Operativizamos dicha relación a través de la identificación de tres aspectos: los rasgos que asume la organización espacial del trabajo a partir de la creación de reglas informales; los sentidos y prácticas asociados a la recuperación de residuos, reconstruidos a partir de diversos puntos de vista; la indagación en torno a uno de los sentimientos más presentes en el desarrollo de la actividad: el temor.
CUESTIONES TEÓRICO - METODOLÓGICAS: LOS APORTES DE LAS PERSPECTIVAS DE LA ESPACIALIDAD; ESPECIFICIDADES DEL TRABAJO DE CAMPO Y DE LOS ACTORES DE ESTE ESTUDIO
La teorización sobre el concepto de espacio tiene una larga e importante trayectoria en las ciencias sociales, en especial en la geografía. Aquí nos limitaremos a recuperar algunos núcleos teórico-metodológicos centrales ligados a la perspectiva de la geografía de la vida cotidiana que creemos son interesantes para pensar el fenómeno del trabajo desarrollado en las calles. Focalizaremos la atención en los estudios de Lindón basados en “geografía de la vida cotidiana”, que se propone integrar dos ámbitos analíticos, el de las prácticas y el de los sentidos ligados a ellas pensados espacialmente. Siguiendo a Lindón consideramos una serie de ejes temáticos con relación a las prácticas y los sentidos en los que se concreta la cuestión de la subjetividad espacial que nos sirven para recrear los significados y las funciones que los espacios de trabajo callejeros tienen para quienes trabajan allí (Lindón, 2006a).
Pensamos que el espacio público, la calle, puede concebirse como un escenario (Goffman, 2006). Esto proporciona una manera de abordar el estudio de las prácticas cotidianas que se fijan, transitoriamente, en algún lugar. El análisis de tales prácticas a través de la exploración de los escenarios se pregunta por los espacios y tiempos en los cuales las personas tienen “encuentros”. En esta perspectiva ciertas geografías de la vida cotidiana incorporan a los escenarios un matiz en términos espaciales muy relevante: las prácticas y sus escenarios difieren sustancialmente cuando ocurren “fuera de un recinto” o dentro de un recinto (Lindón, 2006a). En cada uno de estos escenarios se pueden esperar ciertos comportamientos típicos; el ejemplo clásico para pensarlo es la casa y la calle. Yendo aún más lejos de la distinción entre estos dos tipos de escenarios, aquellos definidos como outdoor pueden diferenciarse según se trate de“escenarios callejeros fijos” o “escenarios callejeros móviles” (Lindón, 2006b). Cada tipo de actividad callejera puede llevar a pensar que trabajadores generen vínculos similares en algunos sentidos, pero diferentes en otros, con el espacio según el tipo de escenario del que se trate. Los escenarios callejeros fijos son aquellos lugares concretos delimitados por el espacio amplio como puede ser el cruce de calles. Los escenarios callejeros móviles no son escenarios en sentido estricto, sino trayectorias de desplazamientos por las calles. La actividad que aquí analizamos, podemos situarla en el contexto de los “escenarios callejeros móviles”. Retomando la sugerencia de Lindón, a lo largo del artículo se identificarán las manifestaciones de estas categorías analíticas en la población analizada, es decir, indagaremos el vínculo espacio-trabajo, recuperando las prácticas espaciales, los significados y la afectividad y emociones puestas en juego en dicho proceso.
El trabajo de campo que está en la base de este artículo se desarrolló durante el primer decenio del siglo XX en un barrio segregado de la ciudad de La Plata, caracterizado por una extendida pobreza estructural. Allí hicimos entrevistas y observación participante3 con el fin de conocer el fenómeno a estudiar.
TRABAJAR TRANSITANDO LA CIUDAD: LA CONSTRUCCIÓN DE REGLAS
La ciudad de La Plata se fundó el 19 de noviembre de 1882 y fue elegida capital de la provincia de Buenos Aires. Como señala Segura (2013) una de sus características distintivas es que fue una ciudad planificada. Originalmente su diseño consistió en un cuadrado de 40 por 40 manzanas, delimitado por una avenida de circunvalación de 100 metros de ancho. Al interior del cuadrado predomina la disposición en cuadrícula, una geométrica trama ortogonal con avenidas cada seis cuadras, en cuya intersección se encuentran espacios verdes -plazas y parques- equidistantes. Dos diagonales principales y otras seis secundarias ayudan a dar agilidad a la circulación por el cuadrado y conectan el centro de la ciudad con la periferia. Un eje monumental que corre a lo largo de las avenidas 51 y 53 y divide simétricamente al cuadrado fundacional.
El barrio en el que se desarrolló la investigación y que llamamos Barrio Esperanza4 está situado al noroeste del casco, a unos 5 kilómetros de las avenidas que constituyen el eje monumental y sobre las que se emplazan algunos de los edificios administrativos más importantes -la Casa de Gobierno de la provincia, la legislatura, la Municipalidad, entre otros-Los barrios aledaños a Barrio Esperanza, si bien no conforman enclaves de pobreza, están habitados por familias que en su mayoría pertenecen a los sectores medios-bajos y bajos. Por eso, la mayor parte de los cartoneros debe alejarse del mismo y de los barrios contiguos para buscar sustento en las zonas céntricas de la ciudad, capaces de brindar el tipo de recursos que buscan –papel, botellas, cartón, vidrio, alimentos, ropa, muebles- y que raramente encontrarán -al menos en abundancia- en la periferia.
Una buena proporción de cartoneros se desplaza por esos escenarios callejeros móviles hacia las zonas céntricas de la ciudad5 plagadas de comercios, bancos, edificios administrativos, bares y restaurantes, sin lugar a dudas donde se encuentra el mayor dinamismo de la ciudad. Esta preferencia por tales circuitos ha llevado a la superposición de estos trabajadores en esas zonas de la ciudad, potenciando la competencia entre ellos. Así, uno de los rasgos más notables que permite caracterizar la práctica laboral es la búsqueda de un orden y organización, lo cual comprende un conjunto de prácticas tendientes a la organización del espacio de trabajo, así es frecuente que creen reglas tácitas e informales (Giddens, 1998) a fin de ajustar pautas de convivencia en el espacio compartido.
La regulación del espacio de trabajo se expresa en el establecimiento de –al menos- tres reglas, todas ellas tácitas e informales: 1) el trabajo de cirujear se desarrolla por fuera del espacio barrial. Esta regla tiene como destinatarios solo a los adultos, ya que en efecto es habitual observar grupos de niños cirujeando en el propio barrio. Al parecer, existe una representación difundida que equipara esa práctica a una incapacidad del propio sujeto de ganarse dignamente el pan, algo así como si no fuese capaz de sostener y organizar un verdadero circuito de trabajo; 2) otro elemento que se pone en juego en los trayectos y que también inquieta y tensiona las relaciones es la competencia que se desata entre carreros: las reglas de la calle indican que no es apropiado que dos carros sigan un mismo trayecto, hay que apurarse, pasar al carro que se antepone, pero nunca seguirlo, eso no corresponde, en efecto quien lo hace “desconoce cómo son las cosas en la calle”. En la medida en que se comparte una misma dirección, se reducen las chances de encontrar mercadería, de hecho, es algo que hay que tender a evitar, tomando otro camino, o pasando velozmente a ese carro, de lo que se trata es en definitiva de eludir la competencia en la calle; 3) así como no es apropiado que dos carros compartan algunos tramos de los trayectos, tampoco lo es que otros carreros incursionen solicitando mercadería en comercios que ya se sabe frecuentan otros.
Hasta aquí, hemos descubierto que la competencia que se desata en las zonas céntricas de la ciudad ha llevado a que se construyan reglas que regulan los escenarios callejeros. Estas reglas nos hablan de un intento de organización del trabajo en la calle que supone que nada esté librado al azar, o que al menos, se minimice la aleatoriedad en el proceso de trabajo, de modo que pueda optimizarse el tiempo y los recursos. Este acercamiento deja entrever que la consideración de las prácticas laborales de manera espacializada nos ayuda a visibilizar cómo el componente espacial es un elemento esencial para pensar el trabajo que llevan adelante los cartoneros.
UN ENTRAMADO COMPLEJO: SENTIDOS Y PRÁCTICAS CONTRAPUESTAS SOBRE EL FENÓMENO CARTONERO
La percepción del fenómeno cartonero ha ido mutando con el tiempo. El modo en que se piensa la cuestión de los desechos urbanos, y la percepción que se construye en torno a las personas que trabajan con ellos no siempre fue la misma. En la ciudad de Buenos Aires, a lo largo del siglo XX los desechos fueron pensados como un riesgo para la salud pública, es decir, subyacía una “concepción patógena” desde la cual se creía que los desechos eran un factor de contagio de enfermedades, haciendo que esa actividad -que permitía la sobrevivencia de muchos sujetos- se asociara a un riesgo colectivo, así, fue prohibida y hasta cierto punto perseguida. Sin embargo, a raíz de la crisis económica de 2001, cuyos efectos se vieron en la importante presencia de cartoneros en las calles, tal concepción mutó, haciendo que el tema de la clasificación de residuos cobrara una presencia inusitada y se convirtiera en objeto de debate en el espacio público: de ser un tema marginal pasó a tener carácter de problema público, y de una concepción patógena se pasó a interpretar el problema en clave ambientalista –referida a la importancia de la clasificación de residuos- y social –en tanto actividad que posibilita una legítima subsistencia frente a elevados índices de desempleo- (Di Marco, 2010a).
Pese a este giro que tuvo la percepción del trabajo con residuos, en el caso de la ciudad de La Plata la actividad continuó desarrollándose sin un reconocimiento legal: el uso del espacio público a los fines de la actividad laboral como la aquí analizada está prohibido por el Código del Espacio Público vigente en la ciudad de La Plata (Ordenanza Nº 9880). El trabajo de los cartoneros no está admitido en las tipologías creadas, y en el caso de los niños que trabajan junto a sus padres, la trasgresión es doble, ya que a la ilegalidad propia de utilizar el espacio público, se suma la ilegalidad de desarrollar actividades laborales a edades no permitidas por la ley. Esto que denominaremos como doble ilegalidad vuelve a los niños aún más vulnerables. La tónica con la que se expresan ciertas opiniones sobre el fenómeno refiere muchas veces a esa ilegalidad.
Es hora de tomar cartas en el asunto y empezar a secuestrar carros y caballos. Hay que cumplir la ley. Que no tiemble el pulso con la excusa de que son menores o que lo hacen para comer. Hay otras opciones. Yo salgo a trabajar y no necesito violar ninguna ley. Lo siento, pero es tiempo de aplicar mano dura (PlatenseHarto).
Más allá de todo lo que tenemos que hacer para obtener la licencia, el maltrato de los animales es lo que más preocupa (Sonia).
Estoy horrorizada. En qué ciudad estoy viviendo? qué clase de vecinos tengo? más allá de las ideologías es monstruoso que haya gente que se fije en un caballo o en las molestias que le causa un carro, en lugar de espantarse de que haya conciudadanos viviendo peor que animales y sin posibilidades ni futuro (Mabel).
Estos fragmentos de opinión extraídos del matutino local ya mencionado recuperan las voces de un grupo de lectores que se sumaron a un debate habilitado por dicho medio de comunicación sobre la tracción animal. Aquí solo exponemos algunas de las percepciones de los usuarios del diario4, que creemos nos aproximan a un clima de opinión generalizado, de modo que podamos reflejar cómo se construyen diferentes percepciones sobre el fenómeno del trabajo en los carros, las cuales se expresan en los sentimientos más vívidos del carrero. En algunas circunstancias la discriminación y estigmatización hacia ellos, en otras, la compasión frente a las duras condiciones en las que desarrollan su labor. Tales percepciones socialmente construidas y compartidas tienen una plena correspondencia con los modos en que los artículos y las editoriales del diario ya mencionado abordan la temática, sobre los que no ahondaremos ya que dicho aspecto fue analizado en extenso en otro trabajo (Autor, 2012).
El reclamo por la “mano dura” y la intolerancia que se manifiesta en algunos de estos discursos no hace más que evidenciar que la ciudad no es para todos, ejerciendo así una violencia hacia los más pobres, culpabilizándolos por su propio destino e invisibilizando los efectos que la economía de mercado ha generado sobre numerosos sectores de la población que necesitan salir a la calle para sobrevivir. Quienes viven en zonas periféricas, al aventurarse fuera del barrio enfrentan un ataque cultural que agrava la angustia de nacer y crecer pobres (Bourgois, 2010) y que patentiza la distancia entre los mundos vividos.
El ejemplo de la preocupación de algunos lectores del diario por el maltrato animal nos parece uno de los más representativos de las distancias entre los “mundos vividos” de quien es carrero y quien no lo es. Por ejemplo un carrero y su hijo han explicado la importancia del látigo en el desarrollo de su trabajo:
“es una tradición del carro, sabes que una vez me agarraron los de la sociedad protectora de animales diciéndome que no le pegue al animal, pero ellos no entienden que eso es natural del que anda en carro, se necesita, además el látigo no se usa solo para pegar al animal, se usa para espantar perros también”. (Gerardo y Bruno)
Así vemos cómo desde fuera se atribuyen sentidos no solo a esta, sino a muchas de las acciones de quienes trabajan en la calle, que están plenamente distanciadas de sus experiencias. El testimonio de algunos niños carreros refuerza esta idea, al relatar que en ocasiones algunos transeúntes los insultan por trabajar en el carro, por maltratar a los caballos, etc.
Andar por la ciudad y circular por un espacio que es público hace que las distancias sociales se vuelvan aún más patentes. La calle resulta violenta para el carrero, y esa violencia se manifiesta tanto en los riesgos que el fenómeno urbano mismo representa como también en las agresiones verbales que quienes circulan por allí ponen en juego al interactuar con ellos. Frente a tales agresiones algunos optan por explicar que lo que hacen es un trabajo, defendiendo su condición: “somos honrados, no robamos” mientras que otros intentan ignorar tales manifestaciones, poniendo en evidencia las resistencias a los etiquetamientos como “vagos” o “haraganes” -entre otras- y la búsqueda por situarse y reconocerse como legítimos trabajadores.
Si en la vida urbana contemporánea el ideal normativo aboga por una experiencia abierta, accesible e igualitaria del espacio público, algunos de los estudios que recuperan la dimensión experiencial de la vida urbana –como el nuestro- muestran que la misma opaca dicho ideal: la exposición a la diferencia y la manifestación de la desigualdad no siempre entrañan la tolerancia y el respeto pregonado ya que el espacio público es un territorio socavado en el que no pocas veces estalla la violencia, la exclusión y el racismo (Makowski, 2010). De allí que salir a la calle a trabajar supone muchas veces enfrentarse y exponerse a tales situaciones.
Así las cosas, no todos los vínculos interpersonales que se tejen en la calle son hostiles, algunos trabajadores del carro, tanto niños como adultos, han encontrado en los empleados de locales comerciales, de reparticiones públicas, encargados de edificios, o habitantes de viviendas particulares, manifestaciones de solidaridad y/o respeto: los esperan y reservan para ellos el papel, cartón, alimentos, etc. Con ello queremos subrayar que no todo lo que sucede en la calle está asociado con la indiferencia o la violencia. Con base en algunos relatos que reivindican justamente este otro costado de la calle es que podemos afirmar que también genera en el carrero emociones gratificantes.
Alberto, es un carrero de 46 años que sale junto a su hijo menor, de 11 años en el carro. Se inició en el mundo del trabajo a los 8, como empleado de una panadería, en la que aprendió el oficio. Trabajó allí hasta que cumplió los dieciocho años, edad en la que ingresó al servicio militar. Una vez finalizado, volvió a la misma panadería, que al poco tiempo cerró. Frente a este acontecimiento, que lo encontraba a él ya casado y con hijos, pensó como una opción laboral “a mano” el carro, y es así como comenzó. A lo largo de estos veinte años, aunque ha conseguido algunas changas e incluso pudo volver a emplearse en una panadería, prefiere y elige la calle:
Vos sabés que yo tuve otro trabajo y extrañaba el carro y lo tuve que dejar (…) Cuando venía a la mañana más de una vez me cruzaba con algún carro, que venía caminando, o a caballo y...si venía caminando me bajaba de la bicicleta y venía caminando al lado del carro con el hombre al lado, o si venía a caballo, hablaba con él, subía la bicicleta al carro, y me venía en el carro. Muchas veces lo hice, porque extrañaba la calle. Y más de una vez he subido la bicicleta y me he ido a trabajar a la calle con el hombre (…) a mí me interesaba la calle. Y yo me subía y me iba igual (…) a mí me encanta (…) Todo lo que yo tengo en casa, todo me lo dio la calle.
Este fragmento de la entrevista deja ver que la calle es “su lugar”, se siente muy cómodo allí y entiende que es lo que le ha dado acceso a lo que necesita para sobrevivir, no solo los alimentos sino prácticamente todo con lo que pudo equipar su vivienda. Manifiesta respeto y agradecimiento y en su discurso elige no poner el acento en el esfuerzo y sacrificio del trabajo en el espacio público. Emilio, su hijo de 11 años, también valora todo lo que de la calle puede obtener, incluido aquello que es para uso propio como los juguetes y útiles. A diferencia de Alberto, Victorio permite explorar otros aspectos del salir a la calle:
La sociedad siempre nos ha tomado como lo último, las personas discriminadas” (…) estamos viviendo una vida…y psicológicamente, esto te mata, que vos vayas y alguien te grite "chancho", "eh, croto", y es como que, no servís nada, te sientes que sos la persona que no servís para nada (…) nos sentimos las personas más discriminadas, no dignas, imagínate, porque si nosotros no tenemos un trabajo real, un trabajo que digamos: fin de mes, vamos a cobrar nuestro sueldo, y cuando nos toque vacaciones disfrutarlo con nuestros hijos y decirle "bueno, vámonos", aunque sea al zoológico, o vámonos a donde..., a Punta Lara, donde podamos disfrutar diez días o quince días de vacaciones. En realidad no tenemos ese privilegio, de poderlo disfrutar (…) ¿vos pensás que a mí no me da vergüenza que vengan y me digan "¿no te ofendes?, tome un poco de pan" o "¿no te ofendes?, tome un peso", a mí me da vergüenza.
El discurso de Victorio tiene la capacidad de concentrar las sensaciones de gran parte de los carreros adultos, para quienes lo que hacen no se engloba bajo las expectativas de lo que es un trabajo. Incluso varios de los niños/as entrevistados también se han expresado en el mismo sentido, asociando la noción de trabajo a la de empleo. El sentimiento de vergüenza ayuda a acercarnos y explorar muchas de las sensaciones que provoca salir a la calle y exponerse a la mirada de los otros. Según La Taille (2002) la vergüenza cubre un campo de significados muy amplios, ricos y opuestos, se la define como un sentimiento penoso o de humillación pero también como un sentimiento de honra y dignidad; este es por ejemplo el caso de la persona que se siente avergonzada porque alguien robó. Uno de los tópicos esenciales para pensar el fenómeno es la relación entre el juicio propio del avergonzado y el juicio ajeno. Una forma común de entender este sentimiento es afirmando que está desencadenado por la opinión de los otros, es la mirada de esos observadores la que a través de su juicio negativo genera en determinadas circunstancias dicho sentimiento. Sin embargo, para La Taille, la sola exposición no puede explicarlo todo, en la generación de la vergüenza hay también una participación activa del avergonzado en la que interviene un juicio propio negativo, en algún punto “la vergüenza es la tristeza que acompaña la idea de alguna acción que imaginamos censurada por los otros y que lo es por nosotros mismos” (Ibid: 19, traducción propia). Si pensamos en Victorio, y por qué no en varios de los carreros, la vergüenza se expresa en que él a los ojos de los otros y de sí mismo no es capaz de “ganarse el pan”, necesitando que otros le den. No poder hacerlo es algo que representa un juicio negativo por parte de los otros, aceptado en algún punto por él como legítimo, al cual luego le corresponde un juicio de sí negativo.
En otros casos, y esto tiene mayor presencia en los niños/as, la vergüenza se expresa por el tipo de trabajo: es el hecho de circular en un carro lo que genera dicho sentimiento en la medida en que o no es la inserción laboral deseada/esperada, o no es el trabajo lo que desean para este momento de su vida, contraponiendo el trabajo al juego o el trabajo a la escuela.
La calle se presenta entonces como ese espacio que encuentra y confronta simultáneamente a personas provenientes de mundos diferentes, haciendo que tanto niños como adultos muchas veces converjan en cuanto a los significados y sensaciones que atribuyen al trabajar en ella. Si gran parte de la literatura especializada en temas urbanos ha puesto el foco en comprender los procesos de fragmentación socio-espacial, es decir, los mecanismos que materializan la separación y atomización de la ciudad y sus habitantes (Prevot Shapira, 2001), sea a partir del impacto que ha tenido el surgimiento de urbanizaciones privadas (Svampa, 2001) como de la tendencia a la guetificación de los más pobres (Wacquant, 2001), el análisis de los encuentros y desencuentros que la calle posibilita –estudiados aquí a partir del trabajo- resulta un elemento interesante para comprender los modos de sociabilidad en la urbe y su impacto en las prácticas y la subjetividades construidas por un conjunto de actores sociales.
TEMORES Y MIEDOS ASOCIADOS AL TRABAJO LA CALLE
En estos últimos años las ciencias sociales han hecho hincapié en el estudio de los miedos urbanos, fundamentalmente en uno en particular: el temor a la inseguridad asociada al fenómeno de la delincuencia urbana (Kessler, 2009, 2014; Míguez e Isla, 2010).
Analizando los relatos de los habitantes del barrio en el que hemos trabajado, esos miedos asociados a la delincuencia urbana se ligan a la circulación por el espacio barrial, ya que el mismo se ha ido transformando en un lugar inseguro, cuyo tránsito supone riesgos ¿frente a qué? al robo, al daño físico producto de los permanentes tiroteos entre grupos o “bandas” enfrentadas, o entre ciertos grupos –generalmente de jóvenes- y la policía. Ahora bien, en la medida en que nuestra indagación se concentra en el vínculo espacio-trabajo, haremos alusión aquí a la cuestión del miedo, pero asociada a otro tipo de construcciones a la que se han referido los carreros.
A medida que el carrero se aleja de las proximidades del barrio, aumenta el tránsito y por ende, se incrementa para él la sensación de peligrosidad y desprotección: efectivamente el miedo se liga a la incertidumbre de “salir a la calle”. Claramente una de las peores sensaciones que despierta la calle es el riesgo frente al tránsito, lo que Castel (2013) entiende como “riesgos sociales”. Los automóviles particulares, taxis y ómnibus son vividos como una amenaza permanente. El peligro se define a partir de la fragilidad ante la agresión externa. La fragilidad pone en evidencia la debilidad de los carreros en su circulación por las calles, que viene dada por el medio de transporte que ellos utilizan. La agorafobia6, entendida como el pánico, el sentido de peligro y vulnerabilidad que se presenta en un territorio, se va alimentando pero ya no con personas directamente identificables, sino, con el fenómeno urbano mismo, el tránsito es una amenaza y peligro, “no es para cualquiera”. Andar en carro y minimizar los riesgos de accidentes de tránsito, demanda una atención constante, y un saber que se va adquiriendo con los años y la experiencia acumulada, ya que ante una mínima distracción de un segundo pueden presentarse los incidentes. Por eso, hay carreros que creen que es una actitud irresponsable la de aquellos padres que dejan que sus hijos pequeños salgan sin la compañía de un adulto. De hecho, muchos adultos esperan el momento que les asegure la certeza sobre las destrezas y habilidades en el manejo de un carro desarrolladas por su hijo para permitir que éste haga el trabajo en soledad. De este modo vemos cómo los adultos en función de las competencias que creen que los niños van desarrollando, les van otorgando mayores libertades para que puedan circular por el espacio público. A medida que aumenta la edad, se incrementa la experiencia acumulada, que es lo que en parte le da la pauta a un padre del momento en que el hijo puede ya salir solo, dado que se lo considera capaz tanto de manejar un carro como de enfrentarse con las adversidades de la calle.
Para los carreros, sean adultos o niños, es decir, independientemente de su edad, está muy claro que la calle es un lugar peligroso, que infunde temor. El concepto de agorafobia –arriba mencionado- es el que mejor nos permite comprender los sentidos que adquieren los vínculos que los sujetos entablan con el territorio. Podemos entender la idea de tránsito de dos formas. Por un lado, en su sentido literal, como actividad de personas y vehículos que pasan por una calle, el cual puede ser rápido o lento, respetuoso o no de las normas que lo regulan, etc. Pero, por otro lado, podemos mirar el tránsito como un catalizador de las formas que toma el hecho de vincularse entre sí, como modo de estar en relación con otros, para otros o contra otros, el tránsito opera como excusa para observar aspectos que hacen a las relaciones interpersonales.
Cuando hacemos alusión a la primera de las formas, entendemos que muchos padres temen que el niño mientras baja a buscar la mercadería sea atropellado por un automóvil, moto o bicicleta, como así también se muestran temerosos frente a las posibles colisiones entre los transportes que circulan y los propios carros. Lo mismo sucede con los propios niños, quienes también manifiestan sentir un temor idéntico al de sus padres, teniendo plena conciencia de varios de los riesgos que corren cuando están trabajando en la calle. Todos, desde los más pequeños hasta los mayores saben que estando en la calle pueden ser atropellados, de allí el gradual entrenamiento que van adquiriendo en cuanto a los manejos y habilidades que deben desarrollar mientras trabajan.
Tengo miedo que le pase cualquier cosa. Que estando en la calle, trabajando con el papá, ponele que no sé... que se dé vuelta y lo choquen o que él baje y pase alguien en una moto o una bici y lo lleven por delante o que choquen el carro, que siempre puede llegar a pasar porque el otro día mi tío estando el carro en la calle, en la orilla, él fue a una verdulería y una mujer en un auto le chocó el carro. Decí que ellos dos no estaban, ni él ni el nene estaban arriba del carro. (Noelia, madre de un niño que trabaja).
En efecto, si bien unos pocos entrevistados han atravesado efectivamente por situaciones de este tipo, el temor frente al riesgo que corren está muy presente en sus relatos.
REFLEXIONES FINALES
Integrar la relación de los sujetos que trabajan y el espacio en el que llevan a cabo su trabajo supone considerar dos procesos sociales que se imbrican entre sí: lo laboral no es aespacial y el espacio no está exento de transformarse y resignificarse a través de las prácticas que los sujetos allí despliegan. A lo largo de este artículo abordamos específicamente la forma que asume el vínculo espacio-trabajo para quienes viven del cartoneo –niños y adultos- preguntándonos por el modo en que una actividad que se lleva a cabo en el espacio público es practicada, vivida y sentida por los sujetos que la llevan adelante, al tiempo que exploramos los modos en que los “otros”, es decir, los habitantes comunes de la ciudad significan la actividad. Con este objetivo revisamos los aportes de la geografía de la vida cotidiana para problematizar lo espacial, y a partir de técnicas de producción de la información flexibles develamos las dimensiones analíticas que permitieron reconstruir las características que asume el fenómeno abordado.
En primer lugar, descubrimos que un componente en la organización del trabajo es la regulación del espacio a través de la creación de reglas informales, cuyo efecto práctico es que los carreros minimicen la aleatoriedad en el proceso de trabajo, optimizando tiempo y recursos. Los cartoneros organizan su lugar de trabajo a través de un conjunto de hábitos que les permiten adaptarse a un espacio que los reprime y somete a las reglas formales, pero que a la vez ellos logran ajustar y modificar. En segundo lugar, revelamos la atribución diferencial de sentidos construidos en torno a la actividad. Por un lado, trabajamos los contrapuntos entre los significados de aquellos sujetos que no son cartoneros y los que sí lo son, poniendo en evidencia las distancias entre los mundos vividos y las cargas profundamente estigmatizadoras y violentas hacia quienes practican ese trabajo. Por otro lado, destacamos las vivencias marcadamente diferentes de los propios cartoneros. En tercer lugar, exploramos una sensación muy presente para quienes son carreros y sus familiares: el miedo asociado al tránsito -producto de la toma de conciencia de la fragilidad ante la agresión externa-.
En síntesis, si bien en la vida urbana contemporánea se activan y re-activan mecanismos de separación entre los diferentes, la calle sigue reuniendo y contraponiendo a las personas provenientes de distintos lugares, clases sociales, estilos de vida, etc., allí se chocan, confrontan y reúnen. Al explorar los escenarios callejeros pudimos descubrir que los significados y los modos en que los niños y sus padres tienen de vincularse con el espacio laboral no son únicos, sino múltiples. La calle, es segmentada y dotada de sentidos por quienes allí trabajan, condensando simultáneamente muchas sensaciones y haciendo que el trabajo se vivencie de diversas formas. Creemos que el análisis de los encuentros y desencuentros que la calle posibilita –estudiados aquí a partir del trabajo- resulta un elemento interesante para comprender los modos de sociabilidad en la urbe y su impacto en las prácticas y la subjetividades construidas por un conjunto de actores sociales que ocupan un lugar subordinado en la estructura social, al tiempo que demuestra la relevancia de pensar los fenómenos sociales espacializándolos.
1. Este artículo se enmarca en los proyectos del equipo de investigación sobre Pobreza, Trabajo y Políticas Sociales en el Gran La Plata (con financiamiento del Programa Nacional de Incentivos Docentes y del PIP -Conicet 1673/12) y en el proyecto “Trabajo infantil y adolescente en espacios públicos de la ciudad de La Plata: un estudio de sus dimensiones y características” (financiado por la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica. PICT código 2012-0026).
2. Esta es una distinción extendidamente utilizada por los especialistas del campo, quienes observan diferencias entre quienes llevan adelante esta actividad por una falta de opciones en el mercado de trabajo y quienes lo hacen de toda la vida.
3. Entrevistamos a niños de entre 5 y 14 años que trabajan como carreros; padres de los niños (varones y mujeres) y referentes barriales. Asimismo observamos y tomamos notas de campo basadas en la observación de las dinámicas del barrio y acompañamos durante 5 días consecutivos a una familia de cartoneros en su trabajo en la calle.
4. Nombre ficticio
5. Actualmente pueden distinguirse tres espacios céntricos. De manera estimativa, uno más acotado que va desde la calle 1 hasta la calle seis, tomando como perpendiculares las calles 50, 51 y 53. Otro que comprende desde la calle 7 hasta la calle 13, cortadas por las calles 44 hasta 60. Por último el que toma la calle 12 y sus perpendiculares desde 54 hasta 66.
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